Jaume Pont
Xemáa El Fna
M'Sur
Palabras de luz
Cabría preguntarse si la condición de profesor experto en vanguardias de Jaume Pont (Lleida, 1947) no ha ensombrecido de alguna manera la del poeta, máxime cuando en este país se lleva tan mal el hecho de que uno sea capaz de desenvolverse con acierto en ambas facetas, la de creador y la de estudioso de la literatura. Sin embargo, este hecho cierto le ha llevado siempre a arriesgarse lo máximo posible, tutelado por una necesidad imperiosa de mostrar al margen de sus exhaustivos estudios, una poesía cuya continuidad y coherencia ha ido perfilando una voz bien definida en el ecléctico panorama de las letras catalanas.
Cuarenta años separan Càntic d’ombres, el último poemario de Jaume Pont, de Limit (s), su primer libro de versos. Cuarenta años durante los cuales las primeras imágenes deudoras del exceso vanguardista fueron decantándose y depurándose para expresar cada vez con una mayor claridad la esencialidad del poema. Es decir, la celebración desnuda de las perplejidades que suscitan en el poeta las emociones más elementales: la perspectiva de la muerte, el poder de metamorfosis del amor, la experiencia mística, la sorpresa siempre renovada por las experiencias vitales, la capacidad inagotable que tiene la lengua de expresar lo intemporal.
Uno de los méritos mayores de Jaume Pont -uno de los miembros más importantes de lo que se conoce como generación los 70- es el de hacernos partícipes a lo largo de pocos libros de ese conocimiento profundo que en él supone la revelación de la tradición, la poesía y la cultura. Y desde ahí, ofrecernos sugestivas imágenes que hunden sus raíces en una serie de afinidades literarias que abarcan desde March, Villon o Mallarmé a autores más modernos como Ungaretti, Foix o Yves Bonnefoy.
Para Pont, la poesía es un medio de conocimiento, y es a través de su luz, que podemos llegar a la sabiduría escondida en las sombras. Como él mismo explica: «Todas mis obsesiones tienden a cargarse de referencias indirectas, fragmentarias, mágicas. Al fin y al cabo, y siguiendo la paradoja mística, sólo de la oscuridad puede salir la luz. Oscuro no significa incomprensible. Soy de los que creen firmemente que la dificultad, cuando toca lo esencial, se convierte en un estímulo que puede abrirnos la puerta de la verdad más profunda.»
En el poema que publicamos, “Xemáa El-Fna”, perteneciente a su libro Enlloc (2007), cada verso funciona con una especie de mecanismo interno de alta precisión, donde los contrarios fluctúan y luchan hacia direcciones opuestas. A partir del sueño de Brian Sweeney Fitzgerald («Fitzcarraldo»), llevado a las arenas de Marraquech, la fantasía, lo extraordinario, juegan un papel fundamental. Jaume Pont toma la imagen de la célebre película de Herzog y convierte el poema en la creación de un mundo propio, inédito, con unas leyes y unas atmósferas que lo acercan más a una poesía de aire romántico, elevado, o incluso surrealista.
[Mané García Gil]
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Xemáa El Fna··· Her terrace was the sand Wallace Stevens
A Andrés Sánchez Robayna
| Xemáa El Fna··· Her terrace was the sand Wallace Stevens A Andrés Sánchez Robayna ··· |
Aquí regna el somni de Fitzcarraldo. Marràqueix: damunt les algues, la duna. Com una nau varada al mig del desert. Com un abisme que s’obre al llindar del silenci. Quina hora és aquesta? Quin rostre aplega el cel i la deriva del sol? La veu d’un ocell sense nom? Brian Sweenie Fitzgerald i tot el somni de la febre vermella, l’arbre del cautxú o la palmera on ressona l’altiva bellesa d’Enrico Caruso. Selva o desert, la muntanya final. Aquí, el sol, insomne, aspira el seu aire i s’assossega. És el refugi que origina la fi, barca de fòsfor sobre una platja de palmeres. Vermells, el temps i l’argila dels murs. Oscades totes les naus, els viatges són grocs com les guixeres del camí, arrels que davallen vers els sots més profunds. No miris endarrere. Calla i canta ben endins, palpeja tot el rovell de l’ànima. Perquè aquesta és l’altra terra, l’altra plaça que també és la teva, la terra de la bardissa que aombra el foc sense cremar-se. A l’ull fosc de l’aiguader batega la duna, la por i la fam de tots els dies. A l’ull de la serp, fred com el mercuri, l’inassolible que repta amb la llengua clavada a l’espiral llunyana de la mort.
Atura’t. El record aquí no troba fura que furgui les entranyes del seu cau. La fura és morta i el record ho sap. Tot penja de l’arbre que va plantar la vida. Debades et perds, camines, temptes la corda fluixa del no-res. Debades, desarborada la llengua i el paladar feixuc com una pedra. Sota la veu et creix la set sense saber-ho. Clara, sense treva, esclata la dansa al cor de la plaça. Es fon el temps. Sota els fanalets de gas, l’enramada de taronges espesseix el fum agredolç de la tarda. Llisquen els cossos, llisquen música i paraules entre les dents corcades del domador de contes. I tot d’una gira el cel, la baldufa al mig del buit, la nit que remunta el ponent i el bressoleig de les llavors als coves del mercat. I tot d’una, quan cau la nit i tot es lleva, el cec et diu: “Tens una taca blava als ulls”. Llavors, només llavors, en aturat paratge, immòbil, el cor es clivella a la memòria com una magrana. I tot es mou. Fins i tot aquesta nau varada al mig del desert es mou. Puja-hi. Res no et serà estrany. Aquí regna el somni de Fitzcarraldo.
| Aquí reina el sueño de Fitzcarraldo. Marraquech: la duna por encima de las algas. Como un barco varado en mitad del desierto. Como un abismo abierto en el umbral del silencio. ¿Qué hora es ésta? ¿Qué rostro junta el cielo y la deriva del sol? ¿La voz de un pájaro sin nombre? Brian Sweenie Fitzgerald y aquel sueño de fiebre roja, árboles del caucho, o la palmera en que resuena la belleza altiva de Caruso. La montaña final, selva o desierto. En este punto, el sol, insomne, aspira su aire y se sosiega. Es el refugio que origina el fin, una barca de fósforo sobre una playa de palmeras. De color rojo, el tiempo, la arcilla de los muros. Melladas ya las naves, amarillos los viajes igual que los yesares del camino, raíces que descienden a los hoyos más hondos. No vuelvas la mirada. Calla y canta muy adentro, palpando el óxido del alma. Porque ésta es la otra tierra, la otra plaza que también es la tuya, la tierra de matojos que entenebrece el fuego sin quemarse. En la pupila oscura del aguador palpita la duna, el miedo, el hambre cotidianos. En el ojo de sierpe, frío como el mercurio, late lo inalcanzable que repta con la lengua clavada en la lejana espiral de la muerte.
Detente. Aquí el recuerdo no halla hurón alguno que hurgue en las entrañas de su hoyo. El hurón está muerto y el recuerdo lo sabe. Todo cuelga del árbol que plantó la vida. En vano andas, te extravías, tientas la cuerda floja de la nada. En vano, desarbolada la lengua y el paladar pesado como piedra. Bajo la voz te crece la sed sin tú saberlo. Clara, sin tregua, en medio de la plaza la danza irrumpe. El tiempo se disuelve. Bajo luces de gas, las enramadas de naranjas espesan el agridulce humo de la tarde. Los cuerpos se deslizan, se deslizan músicas y palabras por los dientes picados del domador de cuentos. Y de golpe giran el cielo, el trompo en medio del vacío, la noche que el poniente remonta, las semillas mecidas en los cestos del mercado. De golpe, cuando cae la noche y todo se alza, te dice el ciego: “En la mirada tienes una mancha azul”. Entonces, sólo entonces, en paraje aquietado, inmóvil, el corazón se agrieta en la memoria igual que una granada. Todo empieza a moverse. Y también este barco varado en la mitad del desierto se mueve. Súbete. Nada te será extraño. Aquí reina el sueño de Fitzcarraldo.
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© Jaume Pont | Traducción: El autor