Crítica

La curiosidad como brújula

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 7 minutos

María Belmonte
Los senderos del marbelmonte-senderos

Género: Ensayo
Editorial: Acantilado
Páginas: 248
ISBN: 978-84-16748-47-1
Precio: 18 €
Año: 2017
Idioma original: castellano

Para la mayoría de los andaluces, el Norte –el de España, especifico, aunque durante mucho tiempo no hubo más Norte que ese– es algo más o menos exótico, pero no ajeno. Nos asiste la sospecha de que doblando la vieja piel de toro por la mitad, a los habitantes de esa franja que va de Finisterre a Hendaya no les costaría nada entenderse con los de la franja que empieza en Doñana y acaba en el Cabo de Gata. Y sospecho que los norteños guardan también hacia los sureños esa simpatía de primos lejanos pero queridos, en la que las similitudes nos confortan y las diferencias nos divierten.

Eso ha permitido que año tras año las cifras de turistas andaluces que veranean en Galicia, Asturias, Cantabria o el País Vasco crezcan exponencialmente. Al parecer, este año se batieron todos los récords al respecto, y yo mismo ayudé a engrosar la estadística con unos gozosos días entre Santander y Vitoria. En el equipaje de mano llevaba este nuevo libro de María Belmonte, una autora que me interesó con su muy mediterráneo Peregrinos de la belleza, y que en esta segunda entrega propone un viaje a pie por la costa vasca.

El viaje, más que de descubrimiento,  es de reconocimiento, una vuelta sobre los propios pasos

Como dije hace poco de la literatura de montaña, la tradición del viaje a pie tiene en España poco arraigo en comparación con otros países vecinos, lo que no deja de ser sorprendente en un territorio surcado por los distintos caminos de Santiago. Josep Pla nos enseñó de ese modo el Ampurdán, Javier Arruga los Monegros, Julio Villar fue de Donosti a Cataluña, y José Antonio Labordeta demostró que España entera cabía en una mochila si había voluntad de hacer camino al andar. Pero muy poco más.

Ahora se suma a esta nómina Belmonte, con un doble atractivo de entrada: ya era hora de que una mujer compartiera su mirada en un género eminentemente masculino, y además una mujer nacida en Bilbao y criada en la zona, es decir, muy familiarizada con el recorrido. Se trata por ello de un viaje, más que de descubrimiento, de redescubrimiento o reconocimiento, una vuelta sobre los propios pasos. Y un reencuentro con ella misma, con su propia memoria.

Sin embargo, quienes tengan demasiado presente el aliento humanístico, tirando a académico, de Peregrinos de la belleza, tal vez se sorprendan con el enfoque que la escritora propone en esta nueva entrega. Aquí tenemos, por un lado, su gusto por confrontar la memoria íntima con el paisaje cambiante que le brinda la marcha; tenemos, también, un buen bagaje de lecturas que salen al paso para ilustrar el recorrido, pero sobre todo tenemos un discurso libre y divagatorio, que se funde con la Naturaleza y se deja llevar por ella en perfecta sintonía con la actual moda neo-Thoreau.

A poco que nos descuidamos ya estamos con Shackleton y su expedición a la Antártida…

Así, visitamos Bayona de la mano nada menos que de Víctor Hugo, Biarritz nos remite al descubrimiento del surf en Europa y al proceso de erosión de las costas de la mano de Rachel Carson, y de paso nos revela que el padre del escritor Stevenson fue el primero en medir la fuerza de una ola en el mar (¡con la fuerza que llegarían a tener las olas de papel de su maravilloso hijo!); en Jaizkibel se reflexiona sobre la presencia del agua en el planeta Tierra y los hexágonos de los panales de abejas, en Pasajes conocemos a los protectores de caminos y encrucijadas, más adelante tropezamos con Aristóteles y Darwin para desentrañar los enigmas que rodean a las playas, incluyendo el misterio de cómo llegaron los trajes de baño a las mismas; San Sebastián propicia una evocación de Moby Dick y el mundo ballenero, Guetaria de Juan Sebastián Elcano, hijo ilustre de la villa, y a poco que nos descuidamos ya estamos con Shackleton y su expedición a la Antártida…

Hay mucho más: Chatwin asoma en el camino de costa de Zumaya a Deva, como James Hutton, intérprete del tiempo petrificado en los acantilados, entre otros ilustres geólogos; se especula sobre los mitos que rodean a los dinosaurios y asoma por sorpresa Iñaki Perurena, el legendario levantador de piedras. Toca darse un baño, y nos acompañan eximios nadadores como lord Byron y Roger Deakin. En Guernika descubrimos que el color verde no existe en euskera, cosa bien llamativa, mientras que en el cabo Billano hacemos lo propio con la etimología de la palabra ‘faro’; y en Bilbao evocamos las singladuras del griego Piteas, documentadas entre otros por Estrabón y Diodoro Sículo.

Y todo esto lo repasa Belmonte mientras atraviesa bosques, salta sobre rocas, sube a lomas, toma transbordadores, conversa con peregrinos, en un ejercicio digno de figurar en Una historia natural de la curiosidad de Alberto Manguel. Porque no hay brújula para perderse tan gozosamente como la curiosidad. O para encontrar lo que uno no sabía lo que estaba buscando. El libro de Belmonte, caminante, lectora y observadora, no es de hecho una guía a seguir, por más que dé valiosas pistas para quienes quieran explorar esa zona, sino un estupendo tablero de Oca para saltar de pueblo en pueblo, y de un libro a otro, sin miedo a empezar de nuevo desde la casilla de salida, sin pozo y sin cárcel.

El fenómeno de ETA y del terrorismo vasco no se menciona ni siquiera de pasada

No obstante, el libro me ha dejado en el aire una curiosidad para la que no tengo respuesta clara. A lo largo de todos esos kilómetros, el fenómeno de ETA y del terrorismo vasco no se menciona ni siquiera de pasada. Se podrá alegar, con razón, que este viaje no va de eso, que la política y el crimen no encajarían demasiado bien en este canto a la belleza y a la desmesura. Tal vez Belmonte quisiera deliberadamente demostrar que se puede hablar a lo largo de 200 páginas del País Vasco eludiendo su costado más negro. Sin embargo, no deja de ser llamativo que en medio de ese pensamiento volandero de la autora no se deslice ni siquiera una mención. Eso exige, en mi opinión, un esfuerzo, y es el que me intriga.

Incluso un profano como yo en materias vascuences no puede evitar recordar, cuando el libro llega al puerto de Pasajes, los sucesos de 1984 en los que murieron acribillados cuatro miembros de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, que inspiraron la canción de Barricada Bahía de Pasaia. No digo, por supuesto, que Belmonte deba tener forzosamente las mismas referencias, solo que me intriga su retrato de una Euskadi en la que la violencia se limita única y exclusivamente a los ímpetus de la Madre Naturaleza.

Sea como fuere, María Belmonte, estudiosa de viajeros, demuestra con esta obra ser, ella misma, digna émula de sus ídolos. Una caminante entusiasta y generosa, dispuesta a compartir con sus lectores un montón de saberes jugosos. Eso sí, para aprender el significado de la palabra esquimal nuannaarpoq, que le da sentido a todo el periplo, hay que llegar hasta el final del trayecto.

 

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