Las elecciones del caos
Irene Savio
“El riesgo es el caos”. Así describe el politólogo Claudio Tito el panorama de las elecciones generales que Italia celebra este domingo. La victoria nominal parece jugarse entre el progresista Partido Democrático (PD), que gobierna el país desde 2013, y el Movimiento 5 Estrellas (M5S), el partido de los ‘indignados’ de Italia, creado por el comediante Beppe Grillo. Según los sondeos, la balanza se va inclinando de forma paulatina hacia el M5S desde el verano pasado. Si en octubre aún competían por el primer puesto, ahora los ‘grillitos’ ya llevan entre uno y cinco puntos de ventaja en todas las encuestas.
Pero triunfar en las urnas no significa hacerse con el ejecutivo: incluso los sondeos más favorables no le dan al M5S más que un 29 por ciento. Para alcanzar una estable mayoría en ambas cámaras haría falta “un milagro”, dice la prensa.
La Liga Norte ha pasado de declarar una Padania independiente a aspirar al liderazgo de toda Italia
En el otro bando ideológica están los conservadores de Forza Italia -sí, el mismo partido de siempre de Silvio Berlusconi, y efectivamente dirigido por el viejo empresario y político con cirúrgica sonrisa- y, más a la derecha, la Lega (antigua Lega Nord, Liga Norte), en manos de Matteo Salvini. Este partido ha experimentado un profundo cambio: desde declarar la independencia de Padania, es decir el rico norte de Italia, en 1996, ha pasado a reivindicar el liderazgo de toda Italia.
Forza Italia y Lega, que ya fueron aliados en 1994, 2001 y 2008, se unieron en enero con los Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), un partido en la tradición posfacista que se escindió en 2012 del movimiento de Berlusconi y está dirigido por Giorgia Meloni, una periodista de 41 años que fue ministra bajo el ‘cavaliere’ hasta 2011. Pretenden así repetir el éxito alcanzado en los comicios regionales de Sicilia de noviembre, que Forza Italia ganó junto con los Fratelli y la Lega en lo que fue un ensayo general antes de las legislativas.
El acuerdo margina a antiguos discípulos que han abandonado a Berlusconi en los últimos años, como Angelino Alfano, su exdelfín, hoy líder de Alternativa Popular (centroderecha), que ha apoyado a todos los Ejecutivos progresistas que se han sucedido desde las últimas elecciones del 2013. Pero las cifras cuadran: Sumando el 15-17 por ciento que Forza Italia tiene en los sondeos con el 13-14 de la Lega y el 4-5 de los Fratelli, así como el 2-3 por ciento que prevé alcanzar el cuarto socio, un grupúsculo diverso, bautizado en diciembre como Noi con l’Italia (Nosotros con Italia), sale un 36 por ciento. Lejos de la mayoría absoluta, pero por encima del M5S.
Forza Italia, Lega y Fratelli suman juntos un 36% en los sondeos, por encima del Movimiento 5 Estrellas
También queda atrás la coalición que ha forjado el PD de Matteo Renzi, primer ministro de Italia hasta su dimisión en 2016, momento en el que cedió el cargo a su correligionario Paolo Gentilone. Puede sumar a su probable 22-23 por ciento el 2-3 por ciento que se llevará Más Europa, dirigida por la antigua eurodiputada Emma Bonino, pero los otros dos socios – Insieme (Juntos) y la lista Civica Populare – no aportarán más que un 1 por ciento cada uno.
En el mismo bando, pero fuera de la Coalición, queda otro partido izquierdista: Liberi e Uguali (LeU, Libres e Iguales), formado en diciembre pasado por disidentes del PD, que se querían desmarcar de la orientación centrista que el partido había tomado bajo la batuta de Matteo Renzi. El líder de LeU, que ha absorbido a varios partidos menores y representa solo el último eslabón en una larga cadena de escisiones y fusiones de la izquierda italiana, es el fiscal antimafia Pietro Grasso, presidente del Senado desde 2013. Las encuestas le dan un 6 por ciento.
Al panorama se añaden dos siglas marginales, que oscilan en los sondeos entre el 1 y el 2 por ciento: Potere al Popolo (Poder al pueblo), que se define como comunista, socialista, feminista, ecologista y pacifista, y el fascista CasaPound, nacido de un movimiento okupa derechista y con un nombre inspirado el en poeta Ezra Pound.
Los grandes gestos de unidad entre Berlusconi, Salvini y Meloni no han arrojado luz sobre el programa de la centroderecha. Los puntos acordados, sin precisar ni los tiempos ni la forma, prometen reducir los impuestos y la burocracia, anular la ley Fornero sobre las pensiones (que, entre otras cosas, aumentó la edad de jubililación), reformar el sistema judicial y frenar los flujos migratorios.
Aún puede ser candidato a primer ministro Berlusconi: ha recurrido su condena en Estrasburgo
Pero aún menos se ha aclarado quién será el candidato a primer ministro, algo inédito en la política italiana de los últimos años. «Tengo un supercandidato, pero no lo puedo decir de momento», ha afirmado Berlusconi, aparentemente en un intento de no repetir la metedura de pata de noviembre, cuando sugirió que el primer ministro podría ser Leonardo Gallitelli, excomandante general de los carabineros y ajeno hasta ahora a la política. Algo que ha dejado tan boquiabiertos a los ciudadanos como a sus aliados. Y todavía ni es seguro que no sea candidato el propio Berlusconi, puesto que ha recurrido ante Estrasburgo su inhabilitación a ejercer cargos públicos hasta el 2019, por una condena a cuatro años por estafa fiscal. Mientras, tanto Berlusconi como Salvini han presentado panfletos en los que aparecen como cabeza de lista.
Tampoco en el otro bando están las cosas claras. Matteo Renzi no ha querido asumir públicamente la candidatura del PD, aunque ostenta el cargo de facto —está en el artículo 3 del Estatuto del partido— y señala que igual de bien podría repetir el actual primer ministro, Paolo Gentiloni. En un país que ha sido a menudo un laboratorio político, diríase un intento de reducir la personalización política.
Si ganan los ‘grillitos’, tampoco van a ver en el sillón a su mentor de toda la vida. Beppe Grillo se ha ido retirando paulatinamente del movimiento que fundó en 2009, cediendo protagonismo al joven Luigi Di Maio, de 31 años e hijo de un militante de extrema derecha. En septiembre pasado, 37.442 personas de los 130.000 miembros inscritos de la formación, lo respaldaron en una votación en internet como candidato del partido. Algo que ese día transformó el M5S, anteriormente una organización horizontal, en una formación más bien jerárquica.
Contra los antisistema
Berlusconi ha apostado por el rol del veterano hombre de Estado capaz de frenar el avance de un populismo que es, dice, “peor que los comunistas en 1994”: el Movimiento Cinco Estrellas. Para sorpresa de muchos, su mensaje cuaja. “¿Entre Berlusconi y Di Maio? Berlusconi”, ha llegado a decir Eugenio Scalfari, histórico director del diario ‘La Repubblica’, que durante años arremetió duramente contra el líder conservador. “Es el mal menor”, ha añadido el filósofo Gianni Vattimo. “Mejor un pasado discutible que un futuro imprevisible”, ha opinado Beppe Severgnini, articulista muy leído también en el extranjero.
El electorado de Berlusconi es “principalmente anciano y centrista”, explica su portavoz y confirman los sondeos. Un sector que no comulga con la tendencia claramente derechista de los Fratelli, pero que también se aleja del desengaño y la rabia social de los jóvenes, las periferias y el sur del país que, según los sondeos, captarán la Lega y el M5S. Ambos buscan capitalizar el descontento, pero desde extremos opuestos.
“Tenemos que elegir si nuestra etnia, nuestra raza blanca, nuestra sociedad debe seguir existiendo»
El M5S, que siempre ha jugado la carta de estar ‘fuera del sistema’, ya es un partido con experiencia: ostenta la alcaldía de Roma, ganada en junio de 2016 por la joven abogada Virginia Raggi. Su último acto de campaña fue anunciar que quitaría del callejero de la capital los nombres de los intelectuales que suscribieron el antijudío Manifiesto de la Raza de 1938, “Debemos acabar con esas cicatrices indelebles, que avergüenzan a nuestro país. Roma condena las leyes raciales y es una ciudad orgullosamente antifascista”, digo la alcaldesa.
La Lega, por su parte, tiene claro su caballo de batalla: la inmigración. O lo que muchos italianos perciben como una ‘invasión’ de inmigrantes con barcazas cruzando el Mediterráneo, cuando en realidad, con un Gobierno progresista al mando, la llegada de inmigrantes en 2017 ha caído un 34 pro ciento comparado con 2016. Pero Attilio Fontana, flamante candidato a la presidencia de la región norteña de Lombardía por la Lega, encendió la polémica en una entrevista en Radio Padania en enero: «La raza blanca» debe ser defendida ante las llegadas de los inmigrantes, dijo.
“Todos no cabemos. Si los aceptáramos, significaría que ya no existiríamos nosotros como realidad social, como realidad étnica. Ellos son muchos más que nosotros, están más determinados a ocupar nuestro territorio», aseveró el político. “Tenemos que elegir: decidir si nuestra etnia, nuestra raza blanca, nuestra sociedad debe seguir existiendo o si nuestra sociedad debe ser eliminada: es una elección».
Tras recibir un alud de críticas, incluso de la Unión Europea, Fontana se corrigió: «Ha sido un lapsus. Quería decir que debemos reorganizar un tipo de acogida distinto, que respete nuestra historia y nuestra sociedad». Pero entonces fue el líder de la Lega, Matteo Salvini, quien arremetió contra «la política de inmigración incontrolada y el sacrificio económico impuesto desde Europa, un desastre que se revertirá con el voto libre de los italianos». «Hay en curso una invasión», insistió Salvini, según algunos analistas desafiando incluso a Berlusconi, que prefería una línea más moderada. Con episodios como este, la alianza se adivina frágil y tendrá un vida breve si gana las elecciones. Su programa en común es «pura ficción», ha llegado a escribir la prensa italiana.
El atentado racista del 3 de febrero en Macerata, una pequeña y hasta ahora sosegada ciudad del centro del país, no aplacó la polémica. Luca Traini, un italiano de 28 años sin antecedentes penales, que había sido en 2017 candidato de la Lega en unas elecciones locales, abrió fuego contra inmigrantes negros desde el coche en el que circulaba. Causó seis heridos antes de ser capturado por la policía. Gentiloni interrumpió un acto de la campaña electoral y pidió al resto de fuerzas políticas que no alimentaran la «espiral de violencia». Matteo Salvini condenó el tiroteo pero añadió que «es claro y evidente que una inmigración fuera de control, una invasión como la organizada, deseada y financiada en estos años, lleva al choque social».
El fascismo tiene consecuencias: transforma nuestras ciudades en un ‘far west’
«Italia se encuentra en plena emergencia de seguridad», subrayó, por su parte, Giorgia Meloni. «Lo ocurrido hoy demuestra que incitar al odio y al fascismo tiene consecuencias: transforma nuestras ciudades en un far west«, les respondió Laura Boldrini, presidenta del Congreso hasta su disolución en diciembre y hoy candidata del izquierdista LeU. «No es posible que sobre una tragedia como esta tenga que empezar la campaña electoral», lamentó Luigi Di Maio, del M5S. Matteo Renzi pidió a todos mantener «la calma y el sentido de responsabilidad». «No hay que instrumentalizar lo ocurrido”, pidió.
Con los ánimos caldeados parece quedar para más tarde una reforma legal que deja pendiente el gobierno de Gentiloni: la integración de los hijos de extranjeros que han nacido en Italia o están en el país desde niños. El proyecto de ley, promovido por el PD y aprobado en la Cámara de Diputados, no logró luz verde en el Senado por el hostigamiento del centroderecha y del M5S. A pesar de que de la participación de los inmigrantes —ya sean económicos o refugiados— depende una de las balanza demográfica más desequilibradas de Europa. «Solo Japón está peor que nosostros», advierten expertos.
Integran la lista de temas calientes el debate sobre noticias falsas, las deudas de los bancos y la infiltración mafiosa en la política y en la sociedad: entre 2015 y 2016, el número de clanes conocidos ha pasado de 88 a 92, y muchos operan como verdaderos cárteles. La economía, en cambio, da poca de sí en esta campaña: el PIB ha crecido un 1,6% en 2017. “Resultados positivos los ha habido: hubo un aumento de las inversiones privados de un 30% comparado con el año pasado, las exportaciones crecieron un 7% y la ocupación laboral también está creciendo”, recuerda Vincenzo Boccia, presidente de Confindustria, que agrupa a los grandes empresarios italianos.
Berlusconi, bienvenido
A sus 81 años, con menos fuerzas físicas que antaño, Berlusconi se adapta a los tiempos: se presenta ahora como un guía prudente capaz de frenar los populismos. Un papel con el que ha conseguido una extraordinaria rehabilitación en Bruselas. Allí donde hace 15 años llamó ‘kapo’ (guardián de los campos de concentración) al jefe alemán de los eurodiputados socialistas (era Martin Schulz) e incluso llegó a pelearse con el Partido Popular Europeo (PPE), Berlusconi se ha presentado con un discurso aparentemente europeísta. Con éxito: “Silvio, ¡qué placer! Aquí estás en tu casa”, ha dicho el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. “El programa de Forza Italia está completamente en línea con los valores e ideas que defendemos desde la UE y, en particular, el PPE”, ha corroborado el secretario general de la formación, el español Antonio López-Istúriz.
Aun así, Berlusconi no ha abandonado el más conocido de sus caballos de batalla. “Menos impuestos”, reza el punto primero del programa electoral de la coalición, que incluye un tipo fijo de tasas para familias y empresas, que, según los economistas, haría derrumbarse al sistema fiscal italiano. También figuran ambiguas medidas sobre inmigración y, para confusión de alguno, un apartado que aboga por “menos vínculos con Europa”.
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