Dimitris Angelís
M'Sur
En ocasiones ve santos
Dicen que estudió teología, y debe de ser verdad, porque ahí van algunos santos marcándose un paso de baile entre los versos de sus poemas, cuando uno menos se lo espera, a veces alguien escribe el libro de Job, o hace un cameo Dios en person o el cantar de los cantares. En todo caso, la poesía de Dimitris Angelis (Atenas, 1973) debe de ser el resultado más fascinante que haya salido de un aula de teología, desde que Durero grabó el apocalipsis. Quién si no sería capaz de meter a vivir juntos en una ciudad, “suspendida con cuerdas por encima de la nuestra”, y donde los árboles frutales son las humaredas de nuestras chimeneas, a la familia Cascabel, al recolector de cuervos, al embalsamador de Lenin, a Juan Evangelista, a San Pasternak con su poema prohibido Hamlet, y al hospitalario San Sansón, que se come las uñas. Cito literalmente. Ya me dirán.
También dicen, pero eso es de menor calado, que Dimitris Angelís ha dirigido la revista literaria Nea Efthini de 2010 a 2013, y que ahora se ha pasado a coordinador de la revista Frear (Pozo). Que entre sus poemarios se cuentan Filomila (1998), Una muerte más (2000), Aguas míticas (2003) y Confirmando la noche (2011). Que ha publicado el libro de relatos Último verano (2002) y ensayos varios sobre literatura, si bien en castellano solo está por ahora el poemario Aniversario (Valparaíso Ed. 2014, premiado en Grecia con el Porfyras en 2008).
Dicen, además, que Angelís es doctor en Filosofía, pero a mí me parece más importante que haya sabido retratar Atenas como “una niña con las rodillas desolladas que de noche quema contenedores”. Ahí lo tienen.
[Ilya U. Topper]
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Cuatro poemas
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Esperanza
Toda la noche en tu azulada alcoba, buscando
un pretexto en los libros empolvados para que me traigas
un vaso de agua,
en miles de frases los improvisados crepúsculos, ramas que
reúnen tu última tristeza,
nubes de telarañas y un perro que sacude
el mar de su pelaje, más allá no miré
sin embargo, se encontraba allí
tumbado esta noche en la orilla del río un hombre
las raíces de una planta marchita que con palabras cifradas
recoge en pedazos el viento –llegan días,
dijo, que no puedes ya vivir
susurran sobre ti las voces lejanas, en tus ojos navegan
aguas que queman, tú
lees ahora las marcas en las paredes, alguien escribió:
María, te quiero; otro a su equipo de fútbol, otro
un insulto
un cuarto grabó en la raíz de su corazón un grito
-¡socorro!-; llegan días
en que aprietas los puños porque sientes más profunda
la cuchillada del tiempo y pides:
ven, barco borracho, a mis letras condimentadas
y hazte
consuelo en mi primera herida
libérate, voz, no balbucees más en los bosques;
pero tú,
estabas allí, tumbada
al lado del agua con una nube y veías
las luces eléctricas de la calle, autobuses pasando, las
bicicletas
y estaba el hermano en su chatarrería, la madre hacía años
oculta en la tierra
ligera de la memoria, esta noche
-¿Oyes?
un monje joven está jugando con las campanas
del mundo de arriba, rociando
al mundo bendiciones, en lo alto
la primera estrella sangra y yo sé, Filomila
que sangras también tú, tumbada en la orilla del río,
Filomila mía
llegan días.
[De Filomila (1998)]
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Pequeños lugares del amor y el otoño III
Recuerdos de vida blanca que mantuvieron mis casas,
sentido
de piedra en mi corazón.
Arcos húmedos y oscuros como dedos del verano,
obstáculos
en el agujero de la necesidad, allí quisimos
buscando el consuelo de la noche, como sedientos,
días secos, labios macilentos y cada vez más mermados
los atardeceres por hendiduras de cipreses,
risas y lágrimas, una misma cosa para el animal salvaje dentro de su
guarida
allí quisimos
la debilidad del alma, los frondosos follajes de la pena,
la sangre del cielo, dos neonatos
desnudos; tú tumbada sostenías en alto la nube
que te cubría y me cubría,
allí quisimos
las horas del mediodía, el paso
de los caballos sobre nuestras sábanas,
los abrigos de los transeúntes y los cabellos de una mujer
sacada del sueño,
allí quisimos
tras los postigos cerrados la segura desde el principio,
pero tan imprevista separación,
el temblor de los labios, las trompetas de la muerte,
los esqueletos;
la vanidad
ésta, esto quisimos.
[De Filomila (1998)]
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El despojo de Héctor
«Hermoso es el triunfo, pero cuánto durará»
D. P. Papaditsas, Desde el fondo del mar
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Toda la angustia en las almenas por ti y brillaba
sobre los escudos resplandecientes tu crepúsculo.
¿Qué de heroico ocultaba tu nombre
mientras arrastraba tras la cuadriga tu cuerpo por los helechos?
¿Qué apellido ensangrentado balbuceaban todo el tiempo
tus labios?
¿Y a qué enemigo querías en secreto
y ocultabas en la sala más oscura del palacio su cuerpo
embalsamado hacía años – a ti mismo?
Todas las súplicas en las almenas por ti, tu sangre
uniendo en círculo los castillos.
¿Por qué me miras ahora con ojos perdidos? Yo también
soy tristeza. Mira mejor en los postes de telégrafos
que se pierden tras las colinas
la promesa de la vida monótona y estable que
no alcanzaste
aquel guijarro luminoso en las hojas de la parra
al que llaman luna
la mesa puesta en el patio, la insistente cigarra
en mitad de la noche –vete, por Dios
cierra, por fin, los ojos. Duerme.
Deja que ahora levante orgulloso en alto el estandarte,
que parezca que celebro.
Y te lo juro por la vanidad de los alaridos que me
contestan frenéticos:
En pocos días estaré de nuevo a tu lado,
nombre humillado junto con los demás en el polvo
que corresponde por igual a todos.
[De Aguas míticas (2003)]
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Acto de fe
«Oración; y espanto,
trombos de sangre».
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La voz de mi monarca es misericordia, su recuerdo
un arca espaciosa
y su deseo una rama de árbol centenario para el denso
cabello de Absalón y una flecha
muy puntiaguda y amorosa para el martirio del indulgente
Sebastián-.
Mi hogar lo cimenté sobre su piedra y a mi entrega la llamé
brusquedad;
Su desprecio, mi condena y soledad.
Soberano y legislador mío, te ruego postrado
que barras con tu espada llameante mis siete vidas,
que me sea permitido morir.
Porque si ahora me liberas,
Si rompes las cadenas de mi parentesco con la tierra
y con las piedras,
no soportaré la sorpresa de tu amor, la invalidación
de tantas promesas tuyas
la llamaré injusticia y saldré con la multitud a la calle
a manifestar mis objeciones
con vandalismos en tiendas e incendios, así como
corresponde.
La ternura de mi monarca es un granero en julio y, en una
arboleda en mitad del invierno, calor
de aposento conocido.
Reposa su fuerza en el sábado de las almas, su reclama
en mi fiebre
y su retraimiento en las veinticuatro letras que
con insoportable dolor me ha regalado.
Se estremece ahora, como si se hubiera herido. Misericordioso
corazón,
no tardes.
[De Aguas míticas (2003)]
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© Dimitris Angelís · Selección y traducción del griego: Virginia López Recio. Primero publicado en Caleta (Dic 2015)