Alice Zeniter
«Escribí para oponerme al silencio de mi familia»
Alejandro Luque
Sevilla | Junio 2018
Aunque acaba de bajarse del avión sin almorzar, asegura no tener inconveniente por solventar el compromiso de la entrevista. Un café y un cigarrillo fumado con parsimonia parecen bastarle a Alice Zeniter (Clamart, Francia, 1986) para dar por bueno el aterrizaje en Sevilla, donde esa misma tarde dará una conferencia invitada por el Institut Français. Cuando posa para la cámara, su vestido largo y su físico llaman la atención de los transeúntes, que se preguntan quién será esa joven de rasgos sutilmente exóticos.
Nieta de un harki, uno de los argelinos que colaboraron con Francia durante la guerra de liberación (1954-1962), Alice Zeniter se inspira en su familia para recrear aquel conflicto en L’art de perdre (El arte de perder). Una novela sobre la memoria heredada y los conflictos identitarios y generacionales en una Argelia marcada por la herencia del FLN el Frente de Liberación Nacional que ganó la guerra e impuso durante décadas su ley de partido único. Está protagonizada por Naima, una chica que también quiere saber quién fue su abuelo, pero que choca con el silencio de Yema, su abuela, y de su padre, Hamid, quien llegó de Argelia en 1962 y nunca volvió a hablar del país.
Esta obra le valió a Zeniter el premio Goncourt España, después de haberse dado a conocer con Domingo sombrío, que transcurre en Hungría – país donde Zeniter ha vivido durante años – y está publicada por Acantilado.
Tenemos la impresión que todos los escritores argelinos se ocupan de aquella guerra, como si fuese un tema literario ineludible. ¿Tanto hay que contar sobre el asunto, 55 años después?
Sí, hay mucho que contar, porque hasta ahora se ha contado sobre todo desde el lado del francés. Y hay que seguir contando historias no solo trágicas o de la guerra en sí, sino historias vulgares que no aparecen en los libros de Historia, que no son maniqueas y no se pueden reducir a una etiqueta como harki, pied noir o muyahidín, palabras que no dejan lugar para el matiz.
¿Es cierto que la Constitución argelina todavía exige a cualquier candidato a presidente demostrar que sus padres no estaban en el bando francés? ¿Se cree en Argelia que la ideología política es un asunto genético?
«Los nietos de los héroes tienen derecho a apartamentos, como si el heroismo se pudiera transmitir»
No sé muy bien lo que dice la ley, pero es cierto que hace poco un ministro del gobierno actual dijo que los descendientes de los harki podían volver al país si reconocían los crímenes de sus padres o abuelos, con esa idea de culpabilizar que siempre hay allí. Argelia tiene esa idea del ciudadano por derecho de sangre, de manera que hay muchas cosas en la política argelina que se consideran de transmisión genética. Del mismo modo, los nietos de los héroes siempre tienen derecho a apartamentos o a préstamos bancarios, como si el heroismo se pudiera transmitir a través de los préstamos. Aquellos que fueron percibidos como traidores siguen siendo culpables. Me gustaría ver un texto legal donde se ponga fin a la transmision de estas ideas, ser traidor o héroe gracias a tu abuelo.
Usted fue a Argelia por primera vez con 25 años ¿no? ¿Recuerda qué sintió?
Me acuerdo sobre todo de haberme sentido en introspección permanente, por eso descubrí más la segunda vez. En la primera me preguntaba constantemente si sentía algo, y qué. Me hacía esa pregunta además en la capital, donde mi familia nunca había estado. Mi único lazo con Argel era con Albert Camus, no mi historia personal.
¿Y cómo la recibieron? ¿Tuvo que ocultar que era nieta de un harki?
Bueno, los amigos que tenía allí estaban muy abiertos frente este tema. Ellos mismos eran hijos de combatientes del FLN, decían “es la historia de mi padre, o de mi abuelo, yo no he hecho nada. ¿Por qué tendría que cargar con esta memoria?” Al mismo tiempo, había quien me decía: “No pasa nada, tú nos puedes contar esto a nosotros, pero haz el favor de no decirlo muy alto en la calle, por si acaso”.
El arte de perder no es una novela sobre su familia, dicen, pero ¿lo habría escrito si no fuera un asunto de su familia?
No creo que lo hubiera escrito, quizá no me habría hecho tantas preguntas sobre ese silencio que existe alrededor de la guerra. Escribí para oponerme a ese silencio, a esa ignorancia de la historia de mi familia. Yo no escribo una historia o una biografía familiar, hago ficción, pero no me hubiese interesado si no me hubieran transmitido tanto silencio sobre este tema.
Argelia es hoy unánime en su condena de los harkis, y no parece que nadie de Francia quisiera defenderlos tampoco. Pero ¿puede imaginar que un campesino, digamos uno de Cabilia, bereber, quizás prefiriera de verdad un régimen colonial europeo al régimen panarabista que finalmente se hizo con Argelia?
El problema: hemos querido que la existencia de los harki sea la prueba del colonialismo francés, por eso en el discurso político en Francia este tema ha sido secuestrado por una parte de la derecha y de la izquierda. Yo quería evitar caer en eso. Hay que parar de intentar probar constantemente que la colonización tuvo cosas buenas, hay que contar qué pasó con esas trayectorias múltiples que no fueron una prueba de un amor sin obstáculos, como se quiere hacer creer en Francia.
¿Y hasta qué punto cualquier lucha anticolonial enaltece, para justificar una identidad nacional anticolonialista, lo peor de las tradiciones tribales?
«El FLN defendía una identidad árabe y musulmana excluyente para otros pueblos de Argelia»
Esa ha sido una de las grandes preguntas en la lucha por la independencia de Argelia. ¿Qué se estaba defendiendo? Es cierto que muy rápidamente, entre los distintos movimientos por la independencia, el que se impuso, el FLN, defendía una identidad árabe y musulmana que era excluyente para otros pueblos de Argelia. Por eso hoy día movimientos como los bereberes de la Cabilia o los tuareg no se reconocen en el gobierno. Hay una lucha que sigue contra otras formas de opresión.
Sin cuestionar el derecho de un pueblo a rebelarse contra el yugo colonial ¿no ha empobrecido la independencia a los países norteafricanos que han perdido a una variedad cultural –judíos en Argelia, griegos y levantinos en Egipto…– y se han reducido a una estricta identidad cultural “árabe-musulmana”?
Sí. Es algo que en mi novela se ve en la tercera parte, en el personaje del viejo pintor. Un combatiente por la independencia que piensa que lo que era un sueño mientras uno lucha, cuando se hace real siempre nos quedamos decepcionados, y los ideales de libertad y revolución se ven tirados a la basura por hombres autoritarios. Es el lado trágico de las revoluciones.
En los años sesenta, Argelia eligió ser “árabe” para oponerse al colonialismo. Hoy, muchos movimientos que dicen luchar contra lo que llaman “Occidente” reivindican el islam como bandera. ¿Cómo explica este cambio de una supuesta identidad étnica a una religiosa?
Eso ya empezó con el FLN, que ya había reivindicado el islam como parte constituyente de su identidad, y excluyendo otras religiones, como ese chamán que practica formas de magia y que también es amenazado por el FLN cuando está a favor de la independencia, como el que recojo en mi libro. Argelia vivió una guerra civil contra los islamistas, y en su oposición a los islamistas el gobierno ha ido haciendo cada vez más concesiones a los islamistas, abandonando el ideal socialista laico sobre el cual se construyeron los primeros tiempos de la descolonización.
Reivindicar como “identidad” una religión monoteísta, patriarcal como las demás religiones monoteístas, ¿qué consecuencias tiene para la mitad femenina de la población?
«Ahora las únicas que vemos bebiendo una cerveza en Argelia son las viejas»
Precisamente eso es algo que me ha parecido fascinante cuando fui a Argelia, y quería hablar de ello en mi novela, cuando hablo del Argel de ahora. Es sorprendente la diferencia que existe entre mujeres de distintas generaciones, las que han conocido por ejemplo los años 70, con un modo mucho más socialista, con la emancipación de la mujer y las mismas oportunidades entre hombres y mujeres. Pero ahora las únicas que vemos bebiendo una cerveza en la universidad son las viejas. Las jóvenes solo han conocido un país islamizado. No tienen la misma práctica de libertad. Lo dice el personaje de Rachida: estas mujeres han aceptado el hecho de no hacer cosas que la ley tampoco les prohíbe, de manera que su espacio se reduce. Es desesperante para los mayores ver que los jóvenes se imponen prácticas a las que la ley no les obliga.
¿Esto se ve aún más en Francia?
Sí, pero en Francia hay algo diferente. Es la consecuencia de un fracaso de un modelo de integración a la francesa. Las jóvenes generaciones han visto a sus padres intentar confundirse en el mundo francés, renunciar a una parte de costumbres, incluso a la lengua, y esa conducta no les ha permitido una integración, siguen viviendo al margen, en unos barrios concretos. Y se plantean la pregunta, ¿todo ese esfuerzo para esto? Y a la inversa, si olvidando mis tradiciones no lo he conseguido, ¿quizá tenga que reivindicar mi origen para conseguirlo? Hay jóvenes que se han educado sin religión, y “vuelven” a ella proclamando: yo soy argelino a pesar de todo.
¿Incluso aunque lleven el rigor más lejos que sus abuelos?
Sí, efectivamente.
¿Espera que Macron facilite de alguna manera esa integración?
«Los barrios iban a ser de tránsito, pero los inmigrantes, los pobres, se quedaron y los demás se iban»
No tengo grandes esperanzas de que las cosas vayan a cambiar de forma significativa. Cuando se hablaba de ese antiguo modelo de integración a la francesa, era un modelo de mezcla que se basaba en una evolución, en un movimiento. Los barrios no eran sitios donde iban a estar viviendo siempre, eran lugares de tránsito. Pero la población más pobre, la que venía de la emigración, se quedaba en esos barrios y los demás se iban, en las escuelas ya no había mezcla. Ante eso, un gobierno como el que tenemos hoy, propone algo como el lema americano “Si quieres, puedes”. Viene a decirles: “Es tu culpa si no lo has conseguido, eso significa que no eras lo suficientemente bueno”. Es otra forma de desentenderse por parte del Estado.
Le han dado un Goncourt español: ¿Francia mira a la cultura española, como España sigue pendiente de la francesa?
No sé si veo un cambio, creo que hay una tradición cultural común entre ambos países, y un interés por la producción a ambos lados del pirineo. Y hay historias comunes que se han ido tejiendo, como la de los republicanos, que además se cruzan con la de los harki, porque los dos se encontraron encerrados en los mismos campos con pocas décadas de diferencia. Hay un interés por la cultura española en Francia, y espero que siga siendo lo mismo en España
En los últimos años han ganado el Goncourt autores como Mathias Enard o Leila Slimani. ¿Es la prueba de que Francia no se ha olvidado el Mediterráneo, por mucho que mire hacia Europa?
Hay varias cosas que pueden explicarlo: hay una tradición erudita del orientalismo desde el XIX, un interés por el arte, la poesía, la música, que está ahí desde hace mucho. Y luego hay cosas diferentes, como la llegada a la literatura de los emigrantes o sus descendientes. Es algo que toma tiempo, ya que las poblaciones emigrantes son en su mayoría proletarios en Francia, y el acceso a la escritura, a las letras, no es algo habitual en el horizonte de una familia trabajadora con una relativa pobreza. Hay que esperar a los tránsfugas de clase que cambian y, de pronto, piensan que la literatura no tiene por qué ser un lugar prohibido para ellos.
Usted también ha escrito una novela (Sombre Dimanche) sobre Hungría. ¿Qué le costó más como escritora francesa, trazar un perfil psicológico de un personaje húngaro o de uno argelino?
En realidad no creo que el problema sea la nacionalidad, sino cuál es el modo de vida de los personajes que se han creado. En Domingo sombrío describo una familia húngara pero urbana, que vivía en una ciudad donde yo viví tres años, puedo proyectar mis personajes en ese ambiente. Pero escribir la vida de un campesino cabilio en los años 50, en medio de la montaña, alguien que vive en un sistema de clanes y que vive de una agricultura primitiva, ha sido muy difícil. Tenía la impresión de que no podía crear una psicología del personaje sin preguntarme cómo era la geografía del lugar, la sociología, qué me decían los estudios antropológicos, qué ritmo da la tierra, cómo se ponen en común las cosas en una familia…
Su novela se llama El arte de perder. Dijo alguien: “Se gasta mucho más energía intentando ganar que aprendiendo a perder dignamente”. ¿Eso vale también en la vida personal?
Lo que dice el libro es que la pérdida tiene connotaciones negativas en una sociedad que siempre está agresivamente del lado de los vencedores. Pero esa pérdida, en realidad, es totalmente necesaria para moverse. Hay que perder cosas para poder avanzar. Si no, nos quedamos donde estamos, es la vida bajo una burbuja de aire, nos agotamos para lograr que todo siga igual. La pérdida es para mí algo maravilloso: en francés se puede perder una guerra, una llave, la razón, la cara, es un elemento casi cotidiano de la vida, y en vez de verlos como un dolor se puede llevar a un nivel de refinamiento y dignidad.
En España se dice que la única guerra que ganamos, contra el francés, es la que tendríamos que haber perdido. ¿Nos habría ido mejor?
La verdad, ¡no tengo ni idea! [risas]
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