Crítica

La insoportable levedad del estar

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 6 minutos

Mektoub, my love: Canto uno
Dirección: Abdellatif Kechiche

Género: Largometraje
Intérpretes: Shaïn Boumedine, Ophélie Bau, Salim Kechiouche, Lou Luttiau, Alexia Chardard, Hafsia Herzi
Guión: Abdellatif Kechiche, Ghalia Lacroix
Produccción: Quat’sous Films
Duración: 175 minutos
Estreno: 2017
País: Francia
Idioma: francés

 

Recuerdo el cine de Abdellatif Kechiche por la primera obra que lo proyectó más allá de los círculos cercanos: Cuscús (2007). Recuerdo haber hecho al salir algún comentario sobre las tortugas, que son animalicos encantadores, pero lentas son un rato. Hay que ser amante de los galápagos para que te guste el filme, dije: dos horas y treinta minutos para contar una historia, por entrañable que sea. Eso sí, entrañable era. Me gustó.

Con cierta aprensión empiezo el visionado de Mektoub my love: Canto uno, en cartelera esta semana en el Festival de Cine Europeo de Sevilla. Esta vez, Abdellatif Kechiche se supera. En largura, digo. Dos horas y cincuenta y cinco minutos. Ya puede ser buena la historia.

Es bueno el polvo que echan dos de los protagonistas al poco de empezar la película. Pero si un polvo de dos jóvenes apasionados – guapa ella, guapo él – se te hace largo como espectador, es mala señal. He venido a disfrutar, pero un poco de variedad.

La secuencia siguiente se hace más larga que el polvo: un diálogo en tiempo real entre ella – Ophélie, una chavala de ese pueblo de pescadores del sur de Francia que es fácil asimilar al Séte donde transcurrió Cuscús – y el verdadero protagonista, Amin, estudiante en París, que ha vuelto a su tierra en vacaciones de verano y resulta ser primo del fogoso amante, que se llama Tony. Nos damos cuenta de inmediato que a Amin le gusta mucho, pero mucho, Ophélie, que es amiga de infancia y confidente suya de toda la vida, y lo entendemos: está para comérsela.

Estos son los mimbres: Ophélie, pese a tener un novio en la mili, está liada con Tony, que liga en la playa con la primera que encuentra, que es Charlotte, y cuya amiga Céline, bastante linda por cierto, intentan emparejar con Amin. El escenario lo conforman el restaurante de la madre de Tony, que es tunecina, como toda la familia, que es muy familia y mucha familia, pero todo de muy buen rollo, la granja de ovejas de la familia de Ophélie y las discoteas del lugar. Bien.

Lo que no entendemos es por qué Amin no hace nada por liarse con Céline. Ni – parece – con la tal Anastasia que se encuentra luego. Ni con la amiga de esta cuando le tira los tejos descaradamente. ¿Con nadie? En una película que arranca con una escena de sexo a tutiplén, si luego no vemos ni un tímido morreo estamos por pensar que aquí no hay tema. O sea, que el tal Amin no folla.

Si un polvo de dos jóvenes guapos se te hace largo como espectador, es mala señal

¿Porque solo le gusta Ophélie? No sé si a mí, ni a cualquiera de mis colegas a los 22 años, un amor idealizado –—lo tuve, lo tuvimos todos— nos habría impedido enrollarnos con cualquiera en una noche de playa. Bueno, sí lo sé: No. Y si Amin es diferente, el filme debería transmitirnos los motivos.

No lo hace. He visto cortometrajes que cuentan una historia más rica, amplia, argumentada y reflexionada en los 7 minutos que Kechiche dedica a enseñar como pare una oveja. O en los 10 minutos que dura una secuencia de discoteca. Y si en la segunda hora, Amin por fin se atreve a decir a Ophélie que le quiere hacer unas fotos de desnudo artístico, y ella en la tercera le dice que sí, que vale, el filme, perdón por el spoiler, se acabará antes de que el chaval enarbole la cámara.

Tampoco se esperen una mirada de crítica social o antropológica sobre el aspecto tunecino de la familia de Tony y Amin. No hay nada que parece distinguirla —la madre cariñosa, la tía soltera y muy disfrutona, el tío salido y plasta— del resto de la sociedad, o al menos no desentonaría en ningún puerto de pescadores andaluz. Esto está bien: no hay que buscar todo el rato segregación, racismo, discriminación, lucha con la tradición patriarcal. No hace falta; está bien mostrar que también se puede ser magrebí así. Putamadre. Pero que todo va bien no es motivo para hacer tres horas de película. [El filme se sitúa en 1994; no quiero pensar que Francia hoy sea distinta].

Los planos medios obligan a mantener la cámara en constante movimiento

Tampoco se cuenta nada en Belleza Robada, es cierto, pero Bertolucci aprovechó para convertir cada fotograma en una fotografía enmarcable en la pared, y no porque Liv Tyler sea más guapa que Ophélie Bau, que no lo es. Pero Kechiche no busca la belleza del encuadre: marea al espectador con planos medios que obligan a mantener la cámara en constante movimiento para no perder los personajes. Se ha dicho que esta cercanía hace al espectador estar con los personajes, en lugar de contemplarlos, y es verdad, pero ¿es suficiente con estar?

Al acabar la película, lo que más deseamos es hacer un crowdfunding para regalarle al director un trípode y un programa de edición cinematográfico, de esos que permiten recortar escenas. Quizás así pertrechado sea capaz de contarnos en la siguiente entrega —porque Mektoub, my love: Canto uno amenaza con ser solo la primera— qué pinta el destino (mektub, en magrebí) en esto de no querer ligar con las chicas.

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