Luis Miguel Madrid
Bomarzo
M'Sur
Queremos tanto a Bomarzo
Siguiendo la senda abierta por la novela Bomarzo de Manuel Mújica Láinez, el poeta Luis Miguel Madrid se adentró en el parque rocoso del palacio del Duque de Orsini, el llamado Bosque de los Monstruos, en el pequeño pueblo de la provincia italiana de Viterbo que da nombre a la novela. En este lugar maravilloso, poblado de enormes esculturas, criaturas y voces saltaron a su encuentro peregrino, provocando una serie de correspondencias entre seres y tiempos inciertos que ha acabado por decantarse en estas páginas, una suerte de cartografía poética del fantasmal suceso. Un poemario que comienza con un reconocimiento -“Así somos Bomarzo y yo, así es”- y de su mano nos conduce por una fronda de cesuras, entre la locura y la razón, la sabiduría y la duda, el sueño y la vigilia, el derecho y el revés, el delante y el atrás. Así nos mantiene en vilo, entre tropos y figuras, contemplando por un instante la inspiración que lo transporta, el acaecimiento asombroso de sus representaciones.
El poeta habla de su sosias, Pier Francesco Orsini, citándolo de forma directa o indirecta, a veces con la traza de un diálogo diferido; otras es el propio personaje la voz propia del poema, o el lugar del que es epítome: Bomarzo, un paisaje abierto a los sentidos por el que dejarse resbalar a placer hasta arribar, incluso, a Madragoa, el barrio de Lisboa adonde no se llega si no es amando “por los costados de los cuatro gigantes / que llevamos dentro”. Tal es la alquimia de Bomarzo, la de los nombres y los lugares que regresan de o se precipitan por un tiempo inexplicable, dejándonos la huella física y sensible de su presencia fulgurante. En ocasiones adopta el tono elegíaco del recuerdo, que nos brinda la ausencia que le aflige, la amada si falta o “el trozo de beso que casi no nos dimos”. Como el del sueño, su arte es el de la desaparición. Antes ha tenido que perder el miedo para aprender a morir con inocencia: “que muera yo, que desaparezca el mapa de Bomarzo / descrito en los peces que habitamos”. Sólo así vuelve Bomarzo inmortal, como un resto entre las esculturas monstruosas que emergen de la floresta encantada y calla.
Que no revele la contraseña de su sueño es su salvoconducto. Como la giba de su figura maltrecha, apenas se ve en los espejos si no es del revés. Con su soledad se la lleva a sus espaldas. A cambio nos deja a la vista “un mundo sin voz ni sitio”, en el follaje del parque, las piedras, una imaginación de paradojas e ironías distraídas como quien no quiere la cosa que a veces, menos mal, nos da risa. Bomarzo es entonces ese lugar imposible de olvidar, la poesía, los versos escondidos de su apariencia manifiesta e indecible, el pensamiento convertido en sobresalto, el sueño que centellea en la testa al despertar. Es la voz de Luis Miguel Madrid, el poeta de las pasiones cotidianas y asombradas, el amigo que tiene un perro fiel en su corazón, al que ríe y canta: “Que el mundo asuste por lo nuevo / que lo aguante quien lo entienda”.
[Sigfrid Monleón]
…
…
Bomarzo
Digo que pienso pero el asunto
está más próximo al sentir.
Sólo sé que la vida es una roca,
que los días piedras y las horas duran un tiempo inexplicable.
Esa es la situación, no puedo meditar
porque las razones han quedado
como agujeros del espíritu, o como metáforas arcaicas
que sólo el que las calla reconoce. Así somos Bomarzo y yo, así es
nuestra composición molecular,
tan iguales que parecen al juntarlas
menos que ninguna.
Tampoco descansamos,
viajamos a ciegas por el tiempo,
Bomarzo hacia delante, yo para atrás
hasta que un día, sin vernos
nos reconozcamos.
Un gran tipo
Lo soy, pensaba Orsini,
a pesar de la joroba y otros rasgos del temperamento.
“No hay en la familia un tipo tan noble como yo”, pensó
doscientos años después de aquel debate,
y lo siguió pensando hasta antes de ayer,
cuando me dijo que eso de ser un “tipo”
no cuadraba con su edad.
Le engañó la ironía,
los demonios de la infamia o alguno de sus muertos
queriéndole desprestigiar.
Monstruos
No los hubo, ni más grandes o pequeños.
Fue más bien algún tipo de batalla
entre la conciencia y la belleza,
en la que la imaginación tomó partido
por el camino del medio.
Amada mía
“Paciencia, amada, templar los bichos de la curiosidad es necesario.”
Orsini no tenía más remedio que repetir frases
que tranquilizaran a su esposa. Ella,
que tanto escuchó la cantinela,
terminó por convencerse y dibujó
los trabajos del conde imaginando
un homenaje al matrimonio,
o a la tenue hermosura que aún guardaba
o quizás a la fe, o a los dioses de las cosas bellas.
Cuando Orsini acabó, llamó a su esposa:
“Amada mía, ahora verás en qué gasté mi tiempo,
y el dinero sin esfuerzo. Acompáñame.”
La esposa miró aquellas figuras
recién sacadas del corazón de los pedruscos,
y aunque quedó pasmada, no se desmayó,
había tenido la precaución de llevarse las sales.
Doy miedo
Cuando digo que perdí el sueño
como si fuera un anillo resbalado que quedó
en el foso de los cocodrilos.
No suelo contar mi lucha con las fieras de la noche,
ni cómo descubrí la cueva entre las aguas
donde archivan la respiración y el sentido que consiste
en cerrar los ojos.
Jamás revelaré la contraseña
que descifra el sueño de Bomarzo.
Decidí tomar partido hace unos siglos
a favor del terror de los gigantes
que no tienen ni piden el perdón. Soy uno más de los forajidos
que asesinan a los ignorantes.
Acepté la locura, que duerma
el que tenga en uso la razón.
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© Luis Miguel Madrid · De Bomarzo (El Blanco de tus Ojos, 2019) · Cedido por el autor (Dic 2015)