Umbral o la invención de Madrid
Alejandro Luque
Dirección: Charlie Arnaiz, Alberto Ortega
Género: Documental
Guion: Óscar García Blesa · Emilio González · Álvaro Giménez Sarmiento
Produccción: Dadá Films · Por amor al arte Prod. · Malvalanda · TVE
Duración: 90 minutos
Estreno: 2020
País: España
Idioma: español
Primeros años 90. En los cursos de verano de El Escorial, que era el lugar donde los periodistas en ciernes podíamos tener más a mano a nuestros ídolos de las artes y de las letras. Mi compañero Ilya U. Topper pidió una entrevista al vuelo con Paco Umbral, a quien veneraba. “Disculpe, señor Umbral, antes de empezar me gustaría concretar cuántos libros ha escrito usted: ¿50, 60, 70…?”. “CIEN”, respondió el escritor, remarcando las mayúsculas con esa voz tronante que le caracterizaba.
Cuando murió, unos doce años después, Umbral había superado holgadamente el centenar de títulos de su bibliografía, y el número de los artículos que firmó era casi insondable. Reencontrarse ahora con él en este pulcro documental de Charlie Arnaiz y Alberto Ortega supone una buena excusa para evaluar su legado y el de su generación, ya fallecida casi en su totalidad, y con los óxidos del olvido subiéndoles por los perniles —a unos más que a otros, todo hay que decirlo—.
La cinta, estructurada en capítulos, recoge muy bien el periplo vital de aquel escritor, de verdadero nombre Francisco Alejandro Pérez Martínez; el mismo que partió de su Valladolid natal a la conquista de la capital y acabó inventando un Madrid imperecedero ya en el imaginario de los españoles. Pasa con elegancia por algunos pasajes delicados, como las pesquisas en torno a la identidad del padre de Umbral —un hermano del poeta Leopoldo de Luis y tío del escritor Jorge Urrutia, según todos los indicios— o el inevitable episodio de la muerte del hijo, que dio pie a Mortal y rosa.
El relato se aviene al personaje que Umbral quiso forjarse para navegar en las aguas del Café Gijón y otros cenáculos, pero no elude la misión de rascar esa superficie para tratar de entender al ser humano que había detrás. En este cometido resulta proverbial la aportación de la viuda del escritor, María España, aquella fotógrafa del Interviú que lo dejó todo para apoyar la carrera de su esposo. Como dije al referirme al documental Menese y la presencia de la viuda del cantaor, creo que a los talentos de aquel tiempo no se les entiende, no del todo, sin las mujeres que tenían al lado. Habría que detenerse muy minuciosamente en las esposas, en las compañeras, para llegar a la esencia de aquellos señores y acaso de sus obras.
Es el retrato del explosivo perfil público y del vulnerable ser humano en privado
Interesantes son también los testimonios de los periodistas (del malogrado David Gistau a Ángel Antonio Herrera o Pedro Jota, pasando por el ubicuo Juan Cruz) y de los compañeros de correrías (Raúl del Pozo, Manuel Vicent, Rosa Montero), así como los bien montados fragmentos de entrevistas ¿Algo que echar de menos? Si acaso un poco más de contexto, porque Umbral no fue ni mucho menos un astro aislado, sino parte de una enorme constelación de escritores, la mayoría de ellos de provincias, que antes y después de la Transición lo hicieron todo para quitarle el polvo a la literatura española y contribuyeron, en grado no menor, a que el país ingresara en la modernidad. Claro que eso hubiera dado para mucho metraje, y sin duda los directores han preferido no perder de vista demasiado los pasos del protagonista.
Como conclusión, Anatomía de un dandy es el retrato del explosivo perfil público y del vulnerable ser humano en privado, de un grafómano que descifró muy bien el funcionamiento de la sociedad y la cultura de su tiempo, que reivindicó desde múltiples cabeceras la mejor tradición de la prosa periodística —probablemente lo mejor de su legado, y por definición lo más perecedero— y que entendió como nadie el poder de la televisión para criar fama y, si no echarse a dormir, sí al menos pescar lectores. Eso aunque, al final, para la masa informe quedara como el hombre que había venido a hablar de su libro, y no como el autor de un montón de ellos, y algunos muy buenos. “CIEN”, solía decir.
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