Abdelaziz Baraka Sakin
«En Sudán, a cada rato alguien se proclama Mesías»
Ilya U. Topper
Estambul | Mayo 2021
“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un yanyawid entre en el reino de los cielos”. Esta frase es el hilo rojo de El Mesías de Darfur, novela publicada en 2012 y este año por fin traducida al español en la editorial Armaenia. Su autor, Abdelaziz Baraka Sakin (Kassala, Sudán, 1963), sabe de qué habla: fue formador en derechos de infancia y leyes de guerra en Darfur, donde los yanyawid arrasaban con pueblos y masacraban a la población, un conflicto que arrancó en 2003 y pese a haber ido olvidándose no ha acabado aún.
La novela no solo le trajo a su autor los problemas de sus anteriores obras como El margen de las aceras (2005) o Django, los clavos de la tierra (2009), todas publicadas en Egipto y prohibidas en Sudán, sino también tal cantidad de amenazas que tuvo que exiliarse a Austria. Y es desde donde interviene en un encuentro con la prensa española, mediante videoconferencia organizada por Armaenia. Pese a lo desconocida que es la literatura de este país africano en España y en Europa en general —aunque gracias al Mesías, que ya se enseña en las universidades galas, Francia ha declarado 2023 Año de la literatura sudanesa—, un nutrido grupo de periodistas culturales se ha dado cita. Baraka Sakin, gafas, camisa negra floreada y amplia sonrisa, atiende a todos en árabe fus·ha, asistido por el traductor del Mesías, Salvador Peña Martín, en una charla que se alargará dos horas para no dejar aspecto sin tocar.
En la novela, usted describe a los yanyawid no como una etnia o una tribu, sino como un conglomerado de hombres que se juntan para la guerra. Estamos dados a pensar que los conflictos de África son étnicos, cuando no son religiosos ¿Darfur nos rompe los esquemas?
La guerra en Darfur la empezó el Gobierno central. En los años 80, el Gobierno civil, el que dirigía Sadiq al Mahdi, es el primero que ensaya convertir a los árabes nómadas en una milicia, entregándoles armas de fuego. Eso empezó en los 80 por decisión de Mahdi. Luego llegó el Gobierno de los Hermanos Musulmanes, que estuvo en el poder 30 años: continuó por esta vía y armaba a tribus árabes. No a todas: algunas tribus se negaban a tomar las armas. El propio gobierno difundió el concepto de que se trataba de una guerra entre árabes y ‘zurqa’ es decir entre blancos y negros, entre pastores y campesinos. Y eso no es verdad. Porque ¿quiénes son los blancos en Sudán? Los árabes son negros, los ‘zurqa’ son negros, los africanos son negros. Somos todos negros.
¿No se distinguen unos de otros?
«El Gobierno decidió definir a algunas tribus como árabes y a otras como negras»
No hay diferencias grandes. Y cuando un árabe sudanés va a Egipto, Túnez o Argelia, lo consideran negro. La diferenciación de que este es árabe y aquel no se creó de forma muy organizada: el Gobierno decidió definir a algunas tribus como árabes y a otras como negras. La tribu de los fulani, por ejemplo, muy conocida en el oeste de África, una tribu de pastores, africana, es negra. Cuando el Gobierno necesitaba a esta tribu para el combate, los definía como árabes. Así funcionaba.
Pero los yanyawid son tampoco una tribu en concreto ¿no?
Es importante entender que el colectivo de los yanyawid de hoy día incluye a algunos elementos de grupos a los que antes combatían. Hay personas procedentes de las tribus fur y y las zaqawa, tribus a las que antes combatían los yanyawid. Y hay otro punto: ahora también vienen enormes colectivos de tribus árabes de Camerún, Chad y Níger y se asientan en Darfur. Son tribus nuevas, no son los árabes que están de toda la vida, aquellos que llegaron tras emigrar de Al Andalus hace siglos, y que vivían en paz y tranquilidad con la gente. No, estos vienen ahora, en estos últimos años, para combatir, matar y esclavizar.
Entonces ¿la guerra sigue?
Continúa hasta hoy. Hace dos días hubo una manifestación pacífica y mataron a dos personas en Darfur, con armas militares. Sigue habiendo muertos y sigue habiendo tribus árabes recién llegados que crean muchos problemas en el oeste de Darfur con las tribus africanas asentadas allí. Hay que subrayar también que la guerra en Darfur no es una guerra religiosa, porque todos se llaman musulmanes, aunque no sepan gran cosa del islam. Ni tampoco se puede llamar una guerra de tribus árabes contra tribus africanas. No se puede categorizar fácilmente.
La novela hace una dura crítica a todos los actores que participan, sin dejar títere con cabeza. ¿Nos tenemos que quedar con la impresión de que el único que puede salvar Darfur es un mesías?
«Algunos grupos rebeldes en Darfur habían combatido antes junto al Gobierno contra Sudán del Sur»
Voy a contar una historia: cuando escribí la novela estaba en Darfur y trabajaba como formador en derechos de la infancia, derechos de las mujeres y leyes de la guerra para la organización Save the Children. Un día fuimos a una pequeña fiesta en un zona de Darfur, un viaje corto. Resulta que todos los que estaban en la fiesta eran miembros de los grupos armados rebeldes o víctimas de la guerra. Al poco rato se nos unió un grupo de yanyawid, que había combatido contra los que estaban allí. Y empezaron a hablar con toda franqueza, como si fueran amigos, hablaban de la guerra, de los últimos enfrentamientos, de la gente a la que habían matado… y se reían, bebían vino y fumaban hachís.
Es decir que no veían esta guerra como algo personal…
Hay otro aspecto: muchos miembros de los grupos armados que combatían contra el Gobierno en Darfur para ayudar a la población eran los mismos que habían combatido junto al Gobierno contra Sudán del Sur, es decir luchando contra los cristianos del sur a favor del Gobierno de los Hermanos Musulmanes en Sudán. En otras palabras: Esto no es un caso de ética o moral. Primero combaten a favor del Gobierno, luego se le vuelven en contra. No tienen conciencia… no hay conciencia de paz. Por eso yo estoy en contra de todos.
En una situación tan grave como es la guerra de Darfur ¿cómo se puede mantener la ironía?
Sí, se puede resistir mediante el humor. La guerra es dolorosa, pero si miras los detalles, sí hay cosas de las que reírse.
La figura del mahdi, el mesías musulmán, es común en el islam, pero Sudán es el único país donde en el siglo XIX hubo un mahdi que llegó a gobernar. ¿Hay reminiscencias de ello en El Mesías de Darfur?
«El concepto del mahdi o mesías siempre está presente en la cultura popular sudanesa»
En Sudán hay muchísimos mahdis. Este concepto viene originalmente del ideario chií. Pero en Sudán es muy frecuente, a cada rato aparece alguien que se proclama mahdi o aparece alguien que se proclama mesías. Lo curioso es que poco después de escribir el libro El mesías de Darfur apareció alguien que se proclamó como mesías de Darfur. Era un hombre muy anciano que combatía contra el Gobierno y lo mataron o se fue a vivir a no se sabe dónde. El concepto del mahdi o el mesías siempre está presente en el patrimonio, en la cultura popular sudanesa. Sin embargo, el mesías en mi libro no tiene una relación nítida con el mahdi del siglo pasado que combatía contra los ingleses, no es algo intencionado. Está más cerca de otras personalidades, como Mahmud Mohamed Taha, que era pacifista, mientras que el mahdi Mohamed Ahmed del siglo XIX era guerrero.
¿Qué peso tiene la tradición narrativa de Sudán en su estilo literario?
Siempre experimento. Mi idea de la novela no es qué se cuenta sino cómo se cuenta. Por eso siempre busco nuevas técnicas. En mis últimas novelas, como El Mesías de Darfur o Django, los clavos de la tierra, o Samahani, ensayo cómo aplicar las formas locales tradicionales a la escritura para construir mi libro. Por eso no hay un héroe central, principal, ni tampoco una trama principal. En Sudán, cuando la gente se junta… antiguamente había una tradición de juntarse para beber vino, se conocía como indayat, aunque los Hermanos Musulmanes acabaron con eso. Se sentaban todos en el suelo y todos hablaban a la vez. Y todos escuchaban a los demás, conversaban… y ya se sabe, cuando la gente se emborracha, cada uno se cree héroe y no reconoce el protagonismo de los demás. Aplico esta manera tradicional de los indayat a mi obra. Y luego hay otro rasgo: el uso de los idiomas.
El Mesías de Darfur está escrito íntegramente en árabe estándar ¿no?
Sí. En eso, el Mesías es muy distinto a Django. En Django utilicé el árabe sudanés en todos sus niveles. Utilicé también otros idiomas, porque como transcurre en una zona entre Etiopía y Eritrea también salen palabras en amhárico y tigriña y otros idiomas locales; todo ello por la razón artística narrativa de conseguir que los personajes fuesen naturales. En Sudán tenemos unas 120 lenguas, no hablo de dialectos. Y además está el árabe. Pero en la narración, si uso la lengua árabe fus·ha, aplano los personajes, porque no expresa realmente el personaje.
¿Por qué?
«Si uso la lengua árabe estándar, aplano los personajes: no expresa realmente el personaje»
Porque para la composición del personaje, uno de los elementos más importantes es cómo habla. Si pongo un diálogo en el que un personaje pregunta ¿Eres hombre? y lo pongo en fus·ha, no sería un personaje sudanés. Hay cinco maneras diferentes en árabe sudanés para decirlo y cada uno indica una procedencia regional o unos rasgos determinados de personalidad. Como ha dicho usted en su crítica, el idioma estándar no es la lengua de Abderrahman, la chica de la novela, aunque sí puede ser la de un profeta. Por eso escribo los diálogos a menudo en árabe sudanés.
Pero en el Mesías no lo hace.
Porque en el Mesías, todos los diálogos se producen en lenguas locales, y son lenguas muy complicadas: está el fur, el zaghawa, el dayo, el tungur, el masalí… Si las empleo todas, la historia se vuelve difícilísimo de leer. Por eso traduzco todos los diálogos al árabe, apuntando de vez en cuando: “Dijo en su idioma materno”. Además, tampoco conozco todos estos idiomas.
¿Qué piensa del movimiento a favor de estandarizar las lenguas locales árabe como lenguas de enseñanza y literatura?
Ya existen algunas novelas escritas enteramente en árabe local egipcio, como Qantara aladhi kafar [de Mustafa Mustafa Mosharafa, 1940/1960]. Yo mismo he escrito una colección de cuentos cortos enteramente en árabe sudanés. Es algo totalmente natural. Ahora mismo, la lengua árabe fus·ha no la habla ahora ni una sola persona en el mundo excepto para cosas oficiales, en la literatura, en la correspondencia… y está en los libros. Pero en ninguna parte del mundo árabe, en ninguna ciudad, al menos hasta donde yo haya viajado, el pueblo habla el árabe fus·ha en la calle. Es un idioma de oficina. La literatura se puede escribir en cualquier idioma del mundo, en dialecto o en estándar, no es ningún problema, porque la literatura es arte, y el arte puede escoger muchísimos instrumentos, puede escoger el fus·ha o el árabe local, eso no afecta a la literatura como arte. Le da más vida.
Entonces ¿por qué se usa tan poco el habla local?
«Los movimientos derechistas en los países árabes consideran la lengua un ente rígido, congelado»
Porque los movimientos derechistas en los países árabes consideran la lengua un ente rígido, congelado. Dicen que la gente debe usar la lengua como en el primer momento. Pues no: la lengua evoluciona para perdurar y se enriquece con los dialectos locales con los que convive y hasta con las lenguas con las que convive, como ocurre en Sudán, donde hay 120 idiomas. ¿Por qué no se va a enriquecer el árabe con estos idiomas? ¿Qué lo impide? Lo veo totalmente natural. Algún día, no sé cuando, quizás en mil años, habrá una lengua argelina, o mejor dicho magrebí, Egipto tendrá su lengua, cada país tendrá la suya, como ocurrió con el latín en Europa: hay español, francés, italiano… dialectos que se han convertido en lenguas. Y eso mismo pasará con el árabe.
¿La evolución va lenta?
Existe ya una lengua llamada árabe-yuba, es el árabe que se habla en el sur de Sudán, en Yuba. Se usa para escribir poesía y otros textos. Luego está el idioma suahili, que se basa también en la lengua árabe. Luego está el árabe de Chad, un idioma completamente distinto, pero es árabe. Existe el árabe kanubi en Kenia, que es de un colectivo nuba de Sudán que migró a Kenia hace mucho. Es árabe pero totalmente fuera de las normas del árabe. Hay una gran variedad de árabes locales.
¿Es difícil difundir literatura sudanesa en el extranjero?
Tenemos varios problemas. Por una parte está la identidad del escritor sudanés: somos africanos, pero escribimos en árabe. Por eso no encajamos muy bien en las instituciones para promocionar literatura africana subsahariana. Pero las instituciones de literatura árabe tampoco nos hacen ningún caso. Por otra parte, los Gobiernos sucesivos de Sudan tienen un problema con la cultura y las artes. No les importan. Les importa el oro, buscar petróleo, comprar armas, hacer genocidios, el poder político… La literatura no les importa. Al contrario: hay leyes que limitan la literatura.
¿Es un país con poca literatura?
Sí que hay grandes escritores. Pero solo hay unos pocos afortunados, como Tayeb Saleh [1929-2009], que tiene formación británica, algo que también facilita las cosas. Tenemos a Ibrahim Ishaq [1946-1921] un escritor excelente, pero poco conocido hasta en Sudán. Para difundir literatura, los traductores tienen un papel crucial: eligen a quién trasladar a otro idioma. Hay quien elige traducir a Ana María Matute, hay quien elige a Gabriel García Márquez… Hasta ahora, en toda la historia de Sudán quizás solo siete libros sudaneses se hayan traducido a otros idiomas. Yo estoy entre los afortunados.
¿Cuál es el motivo de que prohibieran su novela en Sudán?
«Hay una ley de normas literarias y artísticas que determina lo que puede escribir un autor y lo que no»
El Gobierno sudanés empezó en 2005 a confiscar mis libros, cuando se publicó en Egipto Al margen de las aceras. Lo escribí y se publicó en Egipto. En 2010 confiscaron Django. Y cuando salió El Mesías de Darfur [2012], lo confiscaron directamente y prohibieron todos mis demás libros; ya no pueden venderse en Sudán. Me convertí en víctima de mis libros. Empecé a temer por mi vida y huí. Hay una ley sobre normas literarias y artísticas, y lo curioso es que determina lo que puede escribir un autor y lo que no. La gente puede coger un libro ya publicado, mirarlo y decir: esto está prohibido, eso va contra el Gobierno, eso va contra la religión o contra las leyes, es una ley cultural policial.
Los cambios políticos acaecidos en los últimos meses en Sudán ¿cambiarán su situación? ¿Podrá volver ahora a su país o publicar allí?
Solo han cambiado las formas. Es verdad que el presidente, Omar Bashir, se ha ido, pero los dirigentes en las que se apoyaba Omar Bashir para esclavizar el pueblo de Sudán, para matar al pueblo, son quienes ahora dirigen el nuevo Gobierno. Hubo una revolución y han muerto muchos jóvenes en esta revolución, pero ahora mandan los militares, eso sí, compartiendo el poder con los civiles, pero los civiles son el socio débil. Oficialmente ya no tienen nada contra mí, pero la ley que decide qué se puede publicar no se ha abolido. Cualquiera puede ir al juzgado, decir: ‘Este libro está prohibido’ y buscarme un problema, porque la ley sigue ahí.
Entonces ¿no da mucha esperanza la revolución de Sudán de 2019 que acabó con Bashir?
El presidente del Consejo Soberano de Sudán ahora es Abdelfatah Burhan, es militar, ese hombre es quien organizaba el suministro de armas a los yanyawid. Es quien está en el origen de los yanyawid e incitaba a la guerra. Qué cambio es este? El vicepresidente del Consejo es Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemetti: es uno de los dirigentes de las yanyawid que combatían en Darfur. Es analfabeta, no tiene más de tres años de educación primaria. Empezó en Darfur como ladrón de burros. Luego se metió en las milicias, se convirtió en un combatiente experimentado y finalmente lo llamó Omar Bashir y le dio un cargo de máximo rango en el Estado Mayor. Ni Gabriel García Márquez habría inventado un personaje así.
¿Cómo sabe que una historia es lo suficientemente buena para que merezca invertir el esfuerzo en escribirla?
«Empezó como ladrón de burros y llegó a vicepresidente. Ni García Márquez habría inventado un personaje así»
Es una pregunta difícil. Voy a contar el ejemplo de mi novela Samahani, que es suahelí para ‘Perdóname’. Surgió porque estaba leyendo literatura omaní. Leí el libro de una hija de uno de los sultanes de Omán, el sultán Bu Said, que reinaba sobre Zanzíbar; la dinastía dominaba esta isla durante 200 años. Acababan con casi el 90 por ciento de los habitantes; o los mataban o los vendían como esclavos. Y el resto tenía que trabajar para los árabes omaníes. Era una colonización muy cruel, una esclavización de toda la isla. En el libro leí una frase: “Los africanos son vagos. No les gusta trabajar”. Vale. Al mismo tiempo describe que los omaníes viven en África como reyes. Los africanos les sirven. Cultivan sus campos. Los alimentan. Les lavan la ropa. Les construyen la casa. Crían a sus hijos. Hacen todo, absolutamente todo, y el omaní no hace más que tumbarse en su casa y se encuentra todo hecho, como si estuviera en el paraíso, mientras que para los africanos es un infierno. El mismo lugar es un infierno para el africano y un paraíso para el colonizador árabe omaní. Esto me impulsó a escribir Samahani.
Las consecuencias de publicar el Mesías de Darfur han sido duras para usted: ahora vive en el exilio. ¿Cree que ha valido la pena?
La pregunta es por qué escribí este libro. Estaba trabajando con las fuerzas extranjeras en Darfur como formador en derechos civiles y derechos de la infancia. Vivía con mi hermano. Cada día que salía de casa para ir al cuartel militar a trabajar, veía a una mujer a la puerta de un colegio. Yo salía temprano y veía a esa mujer allí y cuando volvía, la veía ahí en el mismo lugar. Luego salía a comprar y la seguía viendo allí, siempre en el mismo sitio. Pregunté a mi hermano qué pasaba con esta mujer y me dijo: Los yanyawid le mataron a tres hijos que iban a este colegio. También mataron a su marido y a su madre, se quedó sola. Ahora acude todos los días al colegio para recoger a los niños. Están muertos, pero ella va igual para esperarlos. Ahí me dije: si no escribo de esto ¿de qué escribo? Conté las lágrimas de esta mujer en el Mesías. Eso es lo que importa. Lo que haya pasado después no importa. Todo lo que me haya pasado por escribir el libro no se puede equiparar ni de lejos a lo que ha pasado a esta mujer.
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