El pavo bajo la mesa
Uri Avnery
Cuando existe un conflicto entre dos partes, hay una forma clara de resolverlo: se las mete en la misma habitación, se las deja discutir largo y tendido sobre sus diferencias y se sale con una solución razonable, aceptable para ambas partes.
Por ejemplo, un conflicto entre un lobo y un cordero. Póngalos en la misma habitación, déjelos discutir a fondo sobre sus diferencias y salga con…
Un momento. El lobo saldrá. Pero ¿qué ha sido del cordero?
Si se tiene un conflicto entre dos partes que son como un lobo y un cordero, hay que contar con un intermediario en la habitación, solo para asegurarnos de que la parte 1 no se merienda a la parte 2 mientras están llevando a cabo las negociaciones.
El equilibrio de poder entre Israel y las autoridades palestinas es como el existente entre un lobo y un cordero. En casi todos los aspectos −económico, militar, político− Israel tiene una ventaja inmensa.
El equilibrio de poder entre Israel y Palestina es como el que hay entre un lobo y un cordero
Es una realidad incuestionable. Corresponde al intermediario equilibrar esto de alguna forma.
¿Se puede hacer? ¿Se hará?
Siempre me ha gustado John Kerry. Irradia un halo de honestidad y sinceridad que parece verdadero. Sus obstinados esfuerzos exigen respeto. El anuncio esta semana de que al fin ha logrado sentar las bases para la reanudación de las negociaciones entre las partes puede dar cabida al optimismo.
Como dijo Mao: un trayecto de mil millas comienza con un solo paso.
Los dos bandos han acordado celebrar un encuentro entre sus representantes para discutir previamente los detalles. El encuentro tendrá lugar la semana que viene en Washington. Hasta ahí, todo bien.
La primera cuestión es: ¿Quién será el intermediario? Se ha filtrado que el principal candidato para esta delicada tarea es Martin Indyk, un veterano exfuncionario del Departamento de Estado.
Es una elección problemática. Indyk es judío y está muy involucrado en actividades relacionadas con el judaísmo y el sionismo. Nació en Inglaterra y creció en Australia. Ha sido dos veces embajador de Estados Unidos en Israel.
Los israelíes de derechas se oponen a él porque participa en instituciones israelíes de izquierda. Es miembro del consejo del Fondo Nueva Israel, que apoya económicamente a organizaciones israelíes moderadas en pro de la paz, una institución demonizada por los extremistas de derecha en torno a Netanyahu.
Casi todos los funcionarios estadounidenses encargados del problema árabe-israelí son judíos
Los palestinos podrían muy bien preguntar si entre los 300 millones de ciudadanos estadounidenses no hay uno solo que no sea judío, que pueda ocuparse de esta tarea. Se da el caso de que desde hace años casi todos los funcionarios estadounidenses encargados del problema árabe-israelí han sido judíos. Y casi todos ellos permanecieron después en altos cargos en centros de estudios sionistas y otras organizaciones.
Si se pidiera a los Estados Unidos que actuara como arbitro en las negociaciones entre, digamos, Egipto y Etiopía, ¿nombrarían a un estadounidense de origen etíope?
Me he encontrado con Indyk en varias ocasiones, generalmente en recepciones diplomáticas (no se trataba de recepciones en la embajada estadounidense. A esas no estaba invitado). Una vez, le envié una carta hablándole de su nombre.
Todo aquel versado en el folclore judío conoce bien la historia del indyk. Proviene de un rabino judío muy influyente, Najman de Breslev (1772-1821), que tiene muchos seguidores en Israel incluso hoy en día.
Había una vez un príncipe que, padeciendo de ideas delirantes, creía ser un indyk (“pavo” en yidis, del hebreo “gallina india”). Sentado desnudo bajo una mesa, solo comía las migas de pan que le lanzaban.
Todos los médicos habían fracasado en el intento de curarlo, hasta que un sabio rabino asumió la tarea. Se quitó la ropa, se sentó desnudo bajo la mesa y comenzó a actuar también como un pavo. Poco a poco convenció al príncipe de que un pavo puede usar ropa, comer comida normal y, finalmente, sentarse a la mesa en vez de debajo de ella. De esta forma, el príncipe se curó.
Algunos podrían decir que esta historia está directamente relacionada con el futuro trabajo de Indyk, si es que es elegido. Ahora mismo dos pavos desnudos están sentados bajo la mesa y su labor consistirá en hacer que se sienten a la mesa y hablen seriamente de paz.
Sin duda, los palestinos están acostumbrados a que les tiren migajas, pero puede que ahora exijan comida de verdad.
Las probabilidades de éxito de cualquier negociación de paz pueden valorarse en base al ambiente reinante en ambas partes, la terminología que usan y las discusiones internas que llevan a cabo.
Estas no son muy alentadoras.
Un 69 % de los israelíes votaría a favor de un acuerdo de paz y un 31% en contra
En Israel, casi nadie usa la palabra “paz”. Incluso Tzipi Livni, encargada de las negociaciones de nuestro bando, habla solo de un “acuerdo sobre la situación final” que podría “poner fin al conflicto”, no poner fin a la ocupación.
La mayoría de los israelíes no presta ninguna atención a lo que está pasando, ya que creen que el único objetivo de Netanyahu y Mahmoud Abbas es abortar las negociaciones de tal manera que el otro cargue con la responsabilidad. La mayor parte de los palestinos piensan lo mismo. Definitivamente, no se respira la paz en el ambiente.
Sin embargo, una encuesta llevada a cabo esta semana muestra que un gran número de israelíes, el 55 por ciento frente al 25 por ciento –lo cual se traduce, descartando a los indecisos, a un 69 frente a un 31 por ciento− votaría en un referéndum a favor de un acuerdo de paz logrado por el primer ministro. Nunca he dudado de ello.
Ahora es la derecha la que está proponiendo la idea de realizar un referéndum sobre un tratado de paz, mientras que la izquierda se resiste a ello. Yo estoy a favor. Sin una mayoría solida, sería casi imposible para cualquier gobierno acabar con los asentamientos. Y creo que cualquier acuerdo bien definido aceptado por líderes palestinos con credibilidad y que contara con la recomendación de los Estados Unidos recibiría un “sí” rotundo en un referéndum.
No se puede cruzar un abismo en dos saltos ni tampoco parar en el medio
La mayor parte de los expertos afirman que Israel no debería esforzarse por alcanzar un acuerdo final, sino por lograr un mucho más modesto acuerdo provisional. Aluden al viejo refrán judío: “Quien mucho abarca, poco aprieta”.
Permítanme que discrepe.
En primer lugar, como bien dice la sabiduría popular, no se puede cruzar un abismo en dos saltos. Tampoco parar en el medio. Le citamos este dicho a Yitzhak Rabin después de Oslo.
El principal fallo de los acuerdos de Oslo fue su provisionalidad. No se puso de manifiesto cuál era el objetivo final. Para los palestinos estaba claro que se trataba del establecimiento del Estado de Palestina en todos los territorios ocupados, incluyendo Jerusalén Este. Por parte de los israelíes, esto no estaba claro en absoluto. Al no haber un acuerdo en ese punto, todos los pasos intermedios se convirtieron en cuestiones controvertidas. Si se quiere ir en tren desde París a Berlín, las estaciones intermedias son distintas de las que se encuentra uno camino de Madrid.
Oslo sucumbió al desaliento y se rindió en algún punto del camino ante la interminable disputa en torno al “paso seguro” entre Cisjordania y la Franja de Gaza, la “tercera retirada” y demás.
El único modo de hacer las cosas es llegar primero a un acuerdo en las “cuestiones esenciales”. Estas se pueden llevar a la práctica con algún margen de tiempo, aunque no es lo que yo recomendaría.
La paz entre israelíes y palestinos es un paso enorme en la historia de estos dos pueblos. Si tenemos el coraje de hacerlo, hagámoslo, por el amor de dios, sin pararnos a descansar por el camino y sin lloros.
De momento el gran enigma es: ¿Qué le ha prometido Kerry en secreto a cada una de las partes?
El método parece sensato. Ya que los dos bandos no podían ponerse de acuerdo en nada, y los dos exigían que el otro comenzara las negociaciones “sin condiciones previas” mientras que ellos mismos proponían un montón, Kerry se decidió por una forma distinta de hacer las cosas.
Estados Unidos ha roto promesas similares con anterioridad sin el menor sonrojo
Se trata de simple lógica: en el triangulo formado por estadounidenses, palestinos e israelíes, casi todas las decisiones tendrán que tomarse dos a uno. En la práctica, cada bando necesita el apoyo de Estados Unidos para que sus exigencias se acepten.
Así que, en vez de intentar conseguir lo imposible, es decir un acuerdo entre israelíes y palestinos en la base de las negociaciones, Estados Unidos ha prometido a cada bando apoyarlo en ciertos puntos.
Por ejemplo, según creo, Estados Unidos ha prometido que apoyará a los palestinos en las cuestiones fronterizas. La frontera se basará en la Línea Verde con razonables intercambios de territorios. También ha prometido que contrarrestará la influencia de los colonos a medida que avancen las negociaciones. Por otra parte, Estados Unidos apoyará a Israel en la definición de Israel como un estado “judío” y en el (no) retorno de refugiados palestinos.
Estados Unidos ha roto promesas como estas con anterioridad sin el menor sonrojo. Por ejemplo, antes del encuentro de Camp David, el presidente Clinton prometió a Arafat que no culparía a ninguno de los bandos, si la negociación fallaba. (Puesto que el encuentro se convocó sin la menor preparación, el fracaso era predecible). Después de la conferencia, Clinton le echó la culpa directamente, y de forma equivocada, a Arafat, un acto vil de oportunismo político, con el fin de ayudar a su esposa a ganar las elecciones en Nueva York.
A pesar de experiencias como esta, Abbas ha depositado su confianza en Kerry. Parece que Kerry tiene el don de inspirar este tipo de confianza. Esperemos que no acabe con ella.
Con o sin un pavo que impida que el lobo devore al cordero, y a pesar de todas las anteriores desilusiones, esperemos que esta vez se pongan en marcha negociaciones de verdad y nos conduzcan a la paz. La alternativa es demasiado triste para ser considerada.
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