Barenboim quiere más
Alejandro Luque
Sevilla | Enero 2014
Por el modo en que se mueve en el podio y da instrucciones a la orquesta, entre bromas, no cabe duda: el maestro está contento. Al terminar el ensayo en el hotel Vértice-Aljarafe de Bormujos (Sevilla), conversa sonriente con algunos de los jóvenes músicos de la formación, los abraza efusivamente. Tiene motivos para la satisfacción, pues no siempre es posible sacar adelante un proyecto de las dimensiones de la Fundación Barenboim-Said durante diez años, y llegar a ese punto en plena forma y con la estabilidad garantizada. Para celebrarlo, la Orquesta West-Eastern Divan ofrecerá estos días sendos conciertos en Andalucía: el día 19 en el sevillano teatro de la Maestranza, y el 21 en el teatro Falla de Cádiz.
“No es una fundación con fines políticos, como tampoco los tiene la Orquesta”, subraya Barenboim apenas comienza a dirigirse a la prensa convocada al ensayo. “De hecho, la filosofía que siempre compartí con Edward Said es que este maldito conflicto no es político, ni militar, sino humano. Un conflicto entre dos pueblos convencidos de tener el derecho de vivir en el mismo pedazo de tierra, pero sin el otro. Hay que buscar compromisos, y estamos muy lejos de eso si no se admite el derecho de existir del otro. Por eso no han funcionado los intentos anteriores de paz, y no creo que funcione ahora. Con un poco de dinero no se compra la justicia de los palestinos, y tampoco es lo que buscan los israelíes”, asevera.
Por otro lado, Barenboim aprovecha la ocasión para recordar el germen de la Orquesta y de la Fundación, tratando de no adornar el relato con mitos o exageraciones. “La leyenda dice que Said y yo queríamos una orquesta: no es verdad. Cuando Weimar fue designada en 1999 Capital Europea de la Cultura, ambos concebimos un proyecto cultural y humano con talleres que integraran a jóvenes músicos árabes e israelíes. Pero nadie, ni siquiera Said, tenía conocimientos precisos de la cantidad y la calidad del talento musical que podía haber en el mundo árabe. Cuando contamos más de 200 aplicaciones, la palabra sorpresa se quedó corto. El nivel era diverso, pero el de los mejores músicos árabes era igual que el de los mejores israelíes. Ahí supimos que un taller de cámara no era suficiente, teníamos la obligación de lanzarnos a una aventura mayor”, evoca el director.
Pero la continuidad dio lugar a nuevos problemas, el principal de los cuales fue el de financiar el proyecto sin el paraguas de la capitalidad europea de Weimar. El primer paso fue acudir a Chicago en 2001, donde el consejo de Administración de la Sinfónica de la ciudad consiguió los medios para seguir adelante. “Muchos de nuestros músicos nunca habían visto antes una gran orquesta. Asistir a los ensayos, estar en contacto con un nivel altísimo, fue algo muy enriquecedor”, recuerda Barenboim. Sin embargo, ese entusiasmo topó pronto con una coyuntura adversa, con el desencuentro entre Ehud Barak y Yasir Arafat que derivó en la segunda intifada. “Yo estaba de capa caída, pensando que quizá debería hacer una pausa de un año, o algo así”, cuenta Barenboim.
Entonces sonó el teléfono de la providencia: Bernardino León, entonces director de la Fundación Tres Culturas, se citó con el maestro en Chicago para hacerle una propuesta. “Como buen diplomático, él tiene una gran capacidad de seducción intelectual. Un mes después, en enero de 2002, vine por primera vez a Sevilla, miramos el sitio donde podría desarrollarse nuestro proyecto, y la Junta de Andalucía nos hizo su primera invitación”. Un año después fallecía Edward Said, y dos más se creaba la Fundación Pública Andaluza Barenboim-Said.
La batuta incansable
2014 no pudo empezar mejor para Barenboim: su concierto de Año Nuevo en Viena, retransmitido en directo para televisiones de 90 países, fue un rotundo éxito. Pero este director nacido en Buenos Aires en 1942, poseedor de la nacionalidad española, israelí y la palestina al mismo tiempo, lleva muchos años cosechando aplausos clamorosos al frente de los más variados proyectos. Hijo de pianistas, debutó a muy temprana edad en su ciudad natal antes de instalarse con su familia en Israel. Estudió en Salzburgo y realizó sus primeras grabaciones con apenas 12 años. Pero aún deberían pasar algunos años antes de su debut como director de orquesta, concretamente en 1967 al frente de la Filarmónica de Londres.
Este fue solo el comienzo de una carrera imparable que le llevó a recorrer el mundo. Mientras se hallaba al frente de la Orquesta Sinfónica de Chicago, donde estuvo 15 años, fundó junto a Edward Said la orquesta del West-Eastern Divan, que les valió el premio Príncipe de Asturias 2002. Después de su experiencia como director de La Scala de Milán, actualmente preside el podio de la Ópera de Berlín, ciudad en la que reside, pero sigue impulsando proyectos relacionados con la música y la convivencia entre los pueblos, como un centro musical en Ramala que lleva el nombre de Said.
“Estoy profundamente agradecido a la Junta de Andalucía”, recalca el director. “Andalucía, e indirectamente España, son los únicos que claramente hacen una contribución clara y concreta para el desarrollo de formación cultural y musical en Palestina”. Y añade la anécdota de cierto palestino que se le acercó después de un concierto en Gaza y le dijo: “El mundo se olvidó de nosotros. Los pocos que se acuerdan, nos mandan comestibles y medicinas, eso se haría también con animales. Que venga usted con una orquesta nos hizo reconocer que somos seres humanos”.
Respecto al repertorio escogido para este aniversario, Barenboim vuelve una vez más a defender a Wagner. “Después de años de tocar música exclusivamente sinfónica, hemos pasado del Fidelio al primer acto de La Valkiria, y llegamos al Tristán, una obra maestra”, explica. “La música puede colaborar con la literatura, pero no necesita de nadie para tener un contenido. Un cantante habla del amor y de la muerte; en la música todo eso ya está. No se puede explicar con palabras. Hoy digo que una sinfonía me parece melancólica, y al día siguiente pienso, en cambio: ¡qué energía tiene! Un día una pieza me parece filosófica, y otra se me antoja erótica. Todo eso no habla de la música, habla de nuestra relación con ella. Es la posibilidad de tener sentimientos contradictorios continuamente. Yo no puedo reír y llorar al mismo tiempo, la música sí”.
«Quienes arman escándalo por Wagner no es que tengan la mente cerrada, es que son hipócritas»
Claro que Tristán e Isolda no es una obra cualquiera para Barenboim. En 2001, dirigió esta obra para la Staatskapelle de Berlín en Jerusalén, lo que le valió numerosas descalificaciones de pronazi y fascista. ¿Qué otra cosa puede ser quien dirige e interpreta al compositor favorito de Hitler? “No es que tengan la mente cerrada, es que son hipócritas”, dice serenamente Barenboim. “Arman escándalo porque dirijo a Wagner, pero en Israel se venden sus discos, y los teléfonos móviles tiene la música de La Valkiria, y en las bodas se tocan excerptos de Wagner. La trompa, los trombones, tienen que tocar forzosamente con Wagner, así que no me vengan con esas tonterías. Como suele decir un amigo francés, digamos las cosas con claridad, no tengamos miedo de las palabras”.
Antes incluso de soplar las velas de este décimo aniversario, Barenboim finge extrañarse cuando se le pregunta por los planes de la Fundación para la próxima década. “¿Solo diez años? ¡Yo ya tengo planes para mucho más tiempo!”, exclama, para agregar más serio: “La dimensión total de la fundación no será realizada hasta que no sonemos en todos los países representados en la Orquesta. El día que toquemos en Beirut, damasco, El Cairo, Amman y Tel Aviv, nos daremos por satisfechos. Pero seguimos siendo un proyecto en el exilio”, apostilla.
Atriles compartidos
La orquesta del Divan, como se la conoce popularmente, tal vez no logre acabar con los enfrentamientos entre palestinos e israelíes, pero desde luego desmiente la idea de que judíos y árabes no pueden convivir en armonía y respeto. Nassib Ahmadieh, libanés de 1977, lleva más de diez años bajo la batuta de Barenboim. Llegó siendo un niño y hoy es un acreditado solista de violonchelo. “Este proyecto me ha dado mucho. Es algo más que crear para hacer música”, afirma. A su lado, Meirav Kadichevski, oboísta israelí un año más joven, asegura que el verdadero fundamento del proyecto es “sentir a la gente como lo que son, otros seres humanos. Esta experiencia me ha cambiado, porque a menudo creemos que lo que vemos y pensamos es la única realidad. Y hay muchas realidades”.
También hay, claro, españoles en las filas de la orquesta. Jorge Monte de Fez es de Oviedo, lleva en el Divan desde 2010 y es trompa en la Filarmónica de La Scala de Milán. “Cada vez que vengo, para mí es como volver a casa”, celebra. “Esto es como una familia diferente, muy diversa pero en la que todos somos iguales a nivel humano y artístico. El maestro nos valora a todos de idéntica manera, y nos da las mismas oportunidades”. Y lo mismo opina Cristina Gómez Godoy (Linares, 1990), quien se formó en la academia de la Fundación Barenboim-Said, milita en el Divan desde hace seis años y trabaja como solista en corno inglés y oboe en la Staatskapelle de Berlín. “Los andaluces tenemos un papel importante en la orquesta, aportamos la visión diferente, distanciada, de quien no tiene ningún problema en compartir atril con cualquiera. Eso les sirve mucho a los demás”.