Netanyahu resiste
Laura F. Palomo
Jerusalén | Marzo 2015
“¡Quien votó a Naftali Bennett va a apoyar a Netantanyahu!” Oghen y sus amigos corean la consigna a las puertas de un colegio de Sederot, a poco más de un kilómetro de la frontera con Gaza. “Son hermanos”. Efectivamente, el partido Hogar Judío, representante de los colonos israelíes, es decir la extrema derecha antipalestina, encabezado por Bennett, es uno de los socios más seguros del Likud, el gran ganador de la jornada electoral.
Ya se da por seguro: el nuevo Ejecutivo lo volverá a encabezar Binyamin Netanyahu, “Bibi”, en lo que será su tercer mandato consecutivo, y el cuarto desde 1996. Oghen y sus compañeros no dudan en pronosticar una nueva guerra,y encomiendan la seguridad de “sus tierras” a los únicos que, consideran, pueden garantizarla.
Netanyahu dominaba el discurso en todos los sectores, ya suscitando admiración, ya odio.
Su intuición sobre la centralización del voto de derechas en “Bibi” no se dejó nublar por la ilusión que generó lo que en Israel se considera la candidatura centroizquierdista, Campo Sionista, ganadora en los sondeos previos y en empate técnico al cierre de la jornada electoral según los datos a pie de urna. Un diagnóstico erróneo.
Betty sonríe, casi con pena. Acaba de depositar su papeleta en un barrio de Jerusalén, Beit Hakerem, para apoyar Yesh Atid (Hay Futuro) del liberal Yair Lapid. “Sin embargo, creo que saldrá Netanyahu, porque de todos mis amigos de izquierdas no conozco a nadie que vaya a votar por la coalición de Herzog y Livni”, observa desdiciendo las encuestas que daban a la centroizquierda una victoria.
Isaac Herzog, laborista, y Tzipi Livni, de Hatnuah, habían conformado la “coalición del cambio”, bautizado como Campo Sionista, la única con capacidad de rivalizar con el único líder que parece haber ahora en Israel. Un líder tanto para simpatizantes como detractores: Netanyahu dominaba el discurso en todos los sectores, ya suscitando admiración, ya odio.
Negociar con los ultraortodoxos no depende de la línea ideológica, sino de mantener sus privilegios.
Hasta última hora de la noche electoral, los sondeos, que predecían un empate entre Campo Sionista y Likud, hacían prever largas negociaciones poselectorales con un resultado incierto. La ley otorga al presidente, Reuven Rivlin, la potestad de decidir a qué líder político encarga la formación de gobierno, para lo que dispondrá de 42 días. El resultado era todo menos claro, porque si bien Netanyahu podía contar seguro con Naftali Bennett de Hogar Judío, y con Avigdor Lieberman, el dirigente del ultraderechista Yisrael Beitenu, se quedaba lejos de la mayoría absoluta de 61 escaños sobre el total de 120 de la Knesset. Aún ahora, la fórmula no da más que 44 diputados. El también derechista Eli Yishai con su formación Yachad se quedó fuera del Parlamento al no superar el recien instaurado umbral electoral del 3,25 por ciento de los votos.
Un probable apoyo – pero que en caso de empate también podría haber elegido el campo de Herzog y Livni – es el Moshe Kahlon con sus 10 diputados de Kulanu, antiguo miembro del Likud. Quizás, Netanyahu consiga incluso los 11 diputados de Yesh Atid, aunque ideológicamente su telegénico líder Yair Lapid se sitúe más hacia el centro y parecía uno de los aliados probables – pero nunca seguros – de Herzog.
Finalmente están los 7 diputados del partido Shas, representantes de los muy conservadores judíos orientales y los 6 de Judaismo de la Tora, voz de los ultraortodoxos. Ambos se han mostrado siempre dispuestos a formar coalición con cualquiera que les garantice su cuota de poder económico: negociar con los ultraortodoxos no depende de la línea ideológica, sino de mantener los privilegios que tienen como ciudadanos israelíes exentos del servicio militar y apoyado por una generosa política de subvenciones para que dediquen su vida al estudio religioso.
Herzog, en cambio, sólo puede contar seguro con el laico Meretz y sus 4 escaños, así como con el apoyo tácito de la Lista Unida, el bloque de los partidos árabes, que con 14 escaños es la gran novedad en estas elecciones.
El resultado refleja las preocupaciones de los israelíes. Quienes temen por la seguridad de Israel votaron a Netanyahu. Quienes estaban más preocupados por la economía, a Campo Sionista.
De hecho, todos coinciden en que el Gobierno de Netanyahu no ha contribuido al desarrollo económico y ha generado muchas de las desigualdades sociales que sufren los israelíes, como reconoce inluso Ido, votante que se define “más a la derecha de Netanyahu”. Pero sólo le exige que no ofrezca concesiones a “los terroristas”. Con ese objetivo asistió a la manifestación que la derecha celebró en el feudo de la izquierda en Tel Aviv, la plaza Isaac Rabin, dos días antes de las elecciones en la que Netanyahu terminó por definir su cuota de votantes.
Quienes temen por la seguridad de Israel votaron a Netanyahu. Por la economía, a Campo Sionista
Muchos sienten que la carestía de la vida ahoga a la clase media israelí. Laora trabajó por 400 shekels (95 euros), “mucho dinero”, calcula, en un colegio electoral. Pero tampoco vota con el bolsillo. “No estoy de acuerdo con que hayan adelantado las elecciones siquiera”, medita con los ojos puestos en las cajas de cartón, azul israelí, que recogen la voluntad de la sociedad. “Pero votaré a Netanyahu porque no hay alternativa. Hay muchos problemas a nuestro alrededor. Sabes cuáles son nuestras amenazas”.
La política de seguridad en la que ha insistido el jefe del Ejecutivo saliente, entre el acuerdo nuclear de Irán y la cuestión palestina, y que según los analistas le llevaban a perder apoyo, ha vuelto a calar. Los resultados son una palmada en la espalda a la política derechista del primer ministro que incluso se radicalizó durante los últimos días de campaña. No sólo anunció, como tantas veces, la construcción de nuevos asentamientos en Jerusalén Este, sino que fue tajante respecto al futuro del conflicto: Con él en el poder no habrá Estado palestino, prometió.
Los aires de derechización que se palparon en el país durante la última guerra contra Gaza hacían prever esta tendencia en alza, pero la movilización de la izquierda una semana antes de los comicios parecía mostrar una sociedad polarizada. Sin embargo, con una participación del 71,8 %, una de las más altas de la última década, el mensaje ha sido claro y cualquier diálogo con los palestinos ha quedado enterrado.
Los aires de derechización se palparon en el país durante la última guerra contra Gaza
Eso sí, la jornada, un aparente plebiscito de condena o apoyo a la política de Netanyahu, fue tensa, y no faltaban acusaciones de juego sucio. El primer ministro recibió una multa de 4.730 euros de la Comisión Electoral israelí por difundir como si fuera actual una antigua grabación del líder del partido Kulanu, Moshe Kahlon, un antiguo miembro del Likud que formó un nuevo partido y ahora es contrincante, pero un socio necesario para mantenerse en el poder. Netanyahu ya le ha ofrecido la cartera de Finanzas.
La Comisión Electoral también canceló una comparecencia en directo que Netanyahu tenía previsto ofrecer, por considerarla un acto de propaganda. Netanyahu utilizó las redes sociales para agitar los miedos y movilizar electorado. “El Gobierno de derechas está en peligro”, reconocía mientras insistía en la financiación extranjera que según él ha recibido la actual campaña israelí que trata de derribarlo.
La lista árabe
Las encuestas no han fallado al situar como tercera fuerza la Lista Común, una coalición de partidos árabes israelíes: Balad; la Lista Árabe Unida, de tendencia islamista; el Movimiento Árabe por el Renacimiento (Taal), laico; y Hadash, el partido comunista judeo-árabe. Ha alcanzado 14 escaños. Ayman Odeh, candidato de la lista árabe unificada, respaldaba a un futuro Gobierno de Herzog, aunque no su integración en él.
Fatma y su madre, de Abo Ghosh, un pueblo árabe de Israel hoy integrada en Jerusalén, no tuvieron dudas en contrarrestar con su voto las amenazas del ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, quien alentó durante la campaña a instaurar la decapitación de los árabes “no leales”. Como Azmi, casado en Estados Unidos con una judía estadounidense, no espera que esta apuesta traiga grandes cambios, pero “es lo poco que hay que puede representarme”.
Ninguno de los grandes partidos apuesta por una descolonización completa y todos parten de posturas sionistas
Para la minoría árabe de Israel ninguna de las opciones, ni la reelección de Netanyahu, ni una jefatura del candidato de Campo Sionista, Isaac Herzog, “supone un cambio sustancial en lo que a la cuestión palestina se refiere”, reconoce Azmi. Pero en esta ocasión y por primera vez han tenido la oportunidad de votar a la Lista Común, que desde diferentes sensibilidades, priorizan en sus programas el fin de la discriminación social de esta minoría, que supera el 20% de la población.
La Lista Común consiguió animar a la movilización de esta minoría, de 1,8 millones que quedó dentro de las fronteras de 1948, que registra los más altos niveles de pobreza y es tratada como ciudadanos de segunda. “Los votantes árabes están acudiendo en manada a las urnas. Las organizaciones de izquierdas los están transportando”, denunciaba Netanyahu durante la jornada en un polémico mensaje de Facebook, calificado de racista por la oposición.
La ocupación es otra historia. Ninguno de los grandes partidos apuesta por una descolonización completa y todos parten de posturas sionistas. Hasta la Lista Común árabe prefiere dejar el debate en profundidad del derecho al retorno, el derecho a la identidad nacional palestina, o la residencia de los árabes israelíes en una futura, y cada vez menos probable, solución de dos estados. La ocupación es, sin embargo, parte de la historia de la política israelí, donde los votantes de izquierdas y de derechas se diferencian esencialmente por alentarla o suavizarla, pero siempre supeditada al Estado judío.
Netanyahu tendrá mayoría para sacar adelante la Ley Judía y mantener la brusca política sobre los palestinos
Así, el vigésimo parlamento israelí en poco se distinguirá del anterior. Ha dado resultado la jugada de Netanyahu de destituira sus socios Tzipi Livni y Yair Lapid en diciembre pasado, con motivo de su oposición a la Ley Judía, un proyecto legal ultranacionalista, y así precipitar una crisis de gobierno que obligaba a disolver la Knesset y convocar elecciones anticipadas.
Pareció un farol arriesgado entonces, y hasta la misma noche electoral, no faltaban analistas que suponían a Netanyahu arrepentido del paso y a punto de perder el poder. Pero salvo sorpresas mayúsculas en la negociación poselectoral, acertó. Ahora tendrá mayoría para sacar adelante no sólo la Ley Judía sino también una política aún más brusca con los palestinos. Israel se ha pronunciado.
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