Varujan Vosganian
«Los emigrados son una herida para nosotros y una ganancia para ustedes»
Alejandro Luque
Alto, corpulento y bronceado, Vosganian posa con la naturalidad de quien está familiarizado con las cámaras, y siempre tiene un comentario ingenioso para quien acude a pedirle una firma. De momento ha dejado los despachos por las ferias del libro, aunque conserva una mezcla de diplomacia y populismo que invita a preguntarse si está de promoción o de campaña.
Nacido en Craiova (Rumanía) en 1958, en el seno de una familia armenia, Varujan Vosganian creó en 1990 la Unión Armenia de Rumanía, que preside desde entonces, y tras la caída del comunismo representó en el Parlamento a la minoría armenia en varias legislaturas. Su salto definitivo vino cuando, después de desempeñar diversos cargos como senador, fue nombrado en 2006 ministro de Economía y Comercio del gobierno de Taricenau, para asumir poco después la cartera de Economía y Finanzas hasta 2008. Su reciente visita a Sevilla, sin embargo, no se produjo en calidad de político, sino de escritor. Después de publicar algunos poemarios y narraciones, así como ensayos económicos, Vosganian ha desembarcado impetuosamente en el mercado español gracias a El libro de los susurros (Pre-Textos), su título más celebrado hasta la fecha.
El volumen narra básicamente la historia de su familia en Rumanía, sin ahorrar al lector los atroces sufrimientos que padeció el pueblo armenio al ser deportado del Imperio Otomano a los desiertos mesopotámicos, lo que se conoce como el genocidio de 1915. Acompañado por su traductor español, Joaquín Garrigós, el autor comparte su mirada sobre la evolución del pueblo armenio, desde su niñez hasta nuestros días.
“La gran diferencia entre la percepción que teníamos en casa durante mi infanciay ahora, es que antes Armenia era sólo una melancolía, mientras que ahora es un estado miembro de las Naciones Unidas. Si observa el libro, se habla más de Armenia como una región de la memoria y de la esperanza. Hoy hablamos sobre Armenia como un país que tiene producto interior bruto, inflación, paro, problemas con los vecinos…”, enumera con satisfacción. “Y, sin embargo, creo que, más allá de los mapas del mundo, hay un mapa que es como una especie de córtex cerebral que reproduce el mundo según lo que querríamos, o lo que entendemos. Existe otro mapa del mundo que no tiene a otro descubridor más que a ti mismo. Tú eres el único Cristóbal Colón”.
Uno de los grandes orgullos que Vosganian comparte con sus hermanos armenios viene motivado por la Historia. Asentada en Rumanía al menos desde el siglo XIV, la comunidad armenia contaba con 40.000 habitantes en 1940. La llegada del comunismo clausuró susescuelas y negó su etnicidad, pero ello no ha impedido que actualmente se mantenga una población estable, se conserve el idioma armenio e incluso se publique algún periódico en esta lengua. “En Rumanía, los armenios tienen la comunidad más antigua de Europa”, proclama.
“Llegaron hace 1.000 años, y en la actualidad se conservan iglesias de los siglos XIII y XIV. Cuando vino nuestro nuevo obispo, después de que muriera el anterior el año pasado, dijo: ‘Tengo una sensación completamente insólita’. El ave de plata con el que derrama el óleo, el San Gregorio el Iluminador, son del siglo XV. La Biblia que lee es del siglo XVII, uno de los cinco ejemplares que quedan de la Biblia de Amsterdam, la primera biblia armenia que salió de la imprenta. El paño del altar es del siglo XVIII. A mi alrededor sólo hay historia…”, dice con una sonrisa enmarcada entre el bigote y la perilla canos, minuciosamente recortados.
Pero la historia dio un vuelco inesperado tras la caída del Muro de Berlín. “A partir del año 1989, los armenios hemos decidido meternos en política, porque teníamos un derecho arraigado y entendíamos que podíamos obtener de manera estable lo que deseamos. Ahora tenemos un diputado en el parlamento, y puedo decirle que en ninguna parte del mundo la comunidad armenia tiene derechos políticos ni recursos presupuestarios como tiene en Rumanía. Sin embargo, hay otra explicación: no hay en la historia moderna de los rumanos un momento importante donde no haya ningún armenio. Ser armenio en Rumanía es un título de nobleza. Quizá por eso, El libro de los susurros tuvo una aceptación tan extraordinaria. Recibió casi todos los premios literarios de 2009, es el libro que más ha vendido en los últimos años…”, agrega.
No obstante, Vosganian tuerce el gesto cuando se le pregunta qué actitud cree que tendría que adoptar Turquía respecto al genocidio. “Yo he venido como escritor, no como político, ¿con cuál de los dos quieres hablar?”, pregunta. Se le explica que en España se sabe tan poco, en general, de rumanos y armenios, que las preguntas que surgen son de toda índole.
Después de dudar un instante, declara: “Turquía debe abandonar la política del negacionismo. Tiene que saber que su acceso al mundo civilizado de Europa no puede hacerse sin reconocer el genocidio armenio. Y ya han cambiado las cosas. Si gente como Orhan Pamuk fue condenada por el artículo 301 del Código Penal [que castiga las ofensas y el debilitamiento de la identidad turca], este año el día de conmemoración del genocidio cientos de turcos se dieron cita en una gran plaza de Estambul”. Y añade, triunfal: “No se extrañe si dentro de unos años mi Libro de los susurros es un best-seller en Turquía”.
Tampoco le hace mucha gracia a Vosganian que se insista en el tema y se le pida su opinión sobre la entrada de Turquía en la Unión Europea. Uno de sus acompañantes lanza un audible suspiro, pero él blande en el aire el índice erguido y afirma con determinación: “Cualquier país europeo que llegue a los niveles de democracia y que asuma el pasado a la luz de los principios europeos, es bienvenido a la Unión Europea. Tenemos el caso de Serbia, que ha asumido su pasado reciente y ha entregado al último gran criminal contra la Humanidad a la Corte Internacional de La Haya. El caso de Serbia tiene que ser un ejemplo para Turquía. Desde el punto de vista político, entre Varujan Vosganian y las autoridades estatales turcas no hay ningún obstáculo insuperable. Como ministro de Economía y Finanzas, fui presidente de la comisión mixta de colaboración económica entre Rumanía y Turquía, firmé documentos que promovían la cooperación entre ambos países”.
“Última pregunta”, advierte, impaciente. No parece que le incomode demasiado hablar de política, pero tampoco le divierte. Y, sobre todo, un buen número de amigos y compatriotas le está esperando para ir a cenar algo. Se le plantea la cuestión de la inmigración rumana en España, que casi siempre se identifica exclusivamente con la comunidad gitana rumana, y con mucha frecuencia en un registro xenófobo.
Vosganian aborda el tema, pero elude referirse a los gitanos: “En países como España o Italia tenemos un deber mayor de promover la cultura rumana. Entre los cientos de miles de inmigrantes existen profesores, médicos, arquitectos, y he de decirle que muchos niños de los que han venido aquí son estudiantes de las universidades españolas. Para nosotros, en Rumanía, la marcha de estas personas es una herida que no se va a cicatrizar nunca. Y si para nosotros es un dolor, para ustedes es una ganancia. Hay casos extremos, es cierto, pero a la vez hay miles de hombres que trabajan de modo honrado, y han venido aquí para comportarse como es debido. Su presencia en España es una oportunidad para ser mejores, lo que significa que también es una oportunidad para España. En la medida en que consigamos traer la poesía rumana, la música rumana, la cultura, ayudaremos a los españoles a que nos conozcan mejor, y los ayudaremos a ellos también para que sigan siendo rumanos. Creo que un hombre tiene que tener fe en sí mismo si es auténtico. Por eso no ganaréis nada si ellos pierden su identidad”, apostilla.