Opinión

Volver a lo esencial

Aïcha Zaïmi Sakhri
Aïcha Zaïmi Sakhri
· 4 minutos

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Hace poco una amiga, cuyo hijo va a casarse, me comentaba que los preparativos de la ceremonia y las obligaciones sociales que la pedida de mano oficial conlleva son una verdadera pesadilla. Una odisea repleta de obligaciones recientes y tradicionales, desde el encuentro entre los padres de los novios hasta la ceremonia propiamente dicha, complica hasta la saciedad la relación de la nueva pareja y a veces incluso amenaza su formación. Hay familias que se pelean a cuenta de los preparativos y las apariencias sociales, dejando en la estacada a los novios, ¡que dejan de serlo!

La boda es siempre un asunto de familia y de padres. Una vez que se ha pedido la mano oficialmente, madres y suegras entran en escena con sus exigencias, y a menudo los jóvenes ceden ante la ofensiva… Mientras que la dote, por desgracia, sigue siendo obligatoria para el contrato matrimonial, han aparecido nuevas “obligaciones materiales”: las flores tienen que ser de esta forma, la presentación y cantidad de chocolate, de esta otra; el novio tiene que regalar tal clase de joya, su madre también tiene que hacer un regalo… Se trata de nuevas obligaciones para alardear de estatus social, lo que perjudica a veces a los novios.

La boda se convierte en una necesidad enfermiza de exhibición social que se justifica con la tradición

¿Qué ha ocurrido estos últimos años? Si antes la ceremonia del matrimonio era una obligación religiosa y social de hacer “ruido” –una manera de anunciar públicamente a los parientes y vecinos la feliz noticia– ahora se ha convertido para algunos en un verdadero evento de comunicación. Con pantallas gigantes, posado fotográfico y cientos de invitados. Las apariencias están por encima de todo. Una necesidad enfermiza de exhibición social que se justifica con el trasfondo de la tradición.

De esta necesidad, inherente a nuestro narcisismo social cada vez más insano, se benefician, en primer lugar y ante todo, los comerciantes que se aprovechan de esta institución sagrada e ineludible. Han surgido nuevas profesiones: desde la tradicional negafa [mujer encargada de vestir a la novia] a la wedding planner, pasando por los chocolateros, floristas y demás participantes. Una multitud de proveedores que pasan a ser indispensables para responder a esta necesidad de ostentación.

A menudo olvidamos que, antes de ser asunto de todos, el matrimonio es la elección de dos individuos de pleno derecho que deciden unirse para lo bueno y no para lo malo.

La dote es obligatoria para el contrato matrimonial. Pero no debe ser el precio para comprar una esposa

Es cierto que la celebración es un momento importante. Queremos que sea bonito, perfecto, para que se convierta en el día “más bonito de nuestra vida”. ¡Pero no a cualquier precio! Y menos aún si está por encima de lo que nos podemos permitir. La ceremonia y los regalos que la rodean no son un fin en sí mismos, sino el comienzo de una historia que deberá construirse entre dos.

No hay que olvidar que la igualdad no es todavía una realidad jurídica, dado que el estatus de una mujer soltera no está reconocido. Pero esta igualdad debería comenzar, al menos, desde el encuentro, en la práctica. El hombre no es un monedero ambulante y la mujer no es un bien que pueda comprarse.

Es cierto que la dote es obligatoria para validar el contrato matrimonial. Pero en ninguna parte está escrito que sea el precio para comprar una esposa y que tenga que pagarse en dinero contante y sonante. Son las tradiciones las que han decidido que esto sea así, y no la religión. La dote puede ser simbólica o puede sustituirse por intercambios mutuos de regalos hechos con el corazón y según las posibilidades de cada uno. Una relación armoniosa y duradera se apoya, en primer lugar, en este principio de igualdad y reciprocidad. Sin olvidar lo esencial: el amor, que es la base de un compromiso sincero. Esta es la mejor inversión del día D. Keep calm y ¡mabruk!

Primero publicado en illi | 3 Feb 2015  | Traducción: Idaira González León

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