Espiral de violencia y represión
Ana Alba
Jerusalén | Octubre 2015
«No sé si el alcalde se parece más a un sheriff del lejano oeste o a un matón de película mala”. Uri Uri, un estudiante universitario de 22 años que trabaja en un supermercado de Jerusalén, no disimula su aversión hacia Nir Barkat. El alcalde de Jerusalén salió en el Canal 1 de la televisión israelí con un fusil en la mano, paseando por un barrio de la ciudad que pertenece Jerusalén Este, la parte palestina ocupada por Israel.
El propio alcalde se encargó de subrayar que quería dar ejemplo. “Cada vez que hay tensión, doy instrucciones a la gente que tiene permiso de armas y cuenta con experiencia en su uso para que las lleve consigo”, indicó en una entrevista en la radio. “Creo que llevar una pistola con licencia y saber qué hacer con ella es un imperativo”.
“Llevar una pistola con licencia y saber qué hacer con ella es un imperativo” dice el alcalde
Tensión no falta. Desde inicios de octubre, más de 60 palestinos han muerto a manos de las fuerzas israelíes (un tercio de ellos autores de apuñalamientos y otras agresiones, según Israel) y han perdido la vida diez israelíes en ataques, así como un eritreo al que mataron guardias de seguridad.
Una jornada cualquiera puede dar un listado de ataques extenso. 8 de octubre: En Jerusalén, un palestino apuñaló a un israelí en una estación del tranvía y fue arrestado. En Tel Aviv, un palestino de Jerusalén hirió levemente a cinco personas con un destornillador y un soldado le disparó y lo mató. En Afula (norte de Israel), un soldado sufrió heridas moderadas cuando lo acuchilló un palestino, luego arrestado. En el asentamiento judío de Kiriat Arba, cerca de Hebrón (territorio palestino ocupado de Cisjordania), un palestino apuñaló a un hombre y le provocó heridas graves.
Según medios de comunicación israelíes, cerca del 80% de los que han cometido ataques en las primeras dos semanas de octubre son palestinos de Jerusalén Este. El 13 de octubre, Bahaa Allyan, de 23 años, arremetió junto a un compañero contra un grupo de israelíes en un autobús en el asentamiento de Armon HaNetziv, en Jerusalén Este. Murieron tres personas. La policía disparó y mató a los dos asaltantes. Poco después, Alaa Abu Jamal, de 33 años, lanzó su coche contra una parada del autobús en el vecindario de Geula y mató a un hombre. Luego apuñaló a diversas personas y fue abatido a tiros.
El día antes, la policía había acribillado a Mustafa Khatib, de 17 años, en la Ciudad Vieja de Jerusalén cuando intentó acuchillar a un agente, según la versión policial. Hay testigos que la contradicen. También los padres del chico la niegan. Han solicitado el vídeo de los hechos –la zona está llena de cámaras – pero la policía lo ha rechazado. “Estamos indignados, los israelíes nos humillan diariamente”, dice Maisa Khatib, la madre de Mustafa, en su casa en el barrio de Yebel Mukaber, en Jerusalén Este. “Mi hijo era inocente, tenía muchos sueños, quería ser ingeniero”, asegura llorando.
El barrio palestino está sitiada por la policía, con los accesos sellados por bloques de hormigón
Los Khatib tienen una casa que denota una buena posición. El padre de Mustafa, Adel, trabaja en una agencia de la ONU. Los Abu Jamal son más humildes y guardan las tradicionales costumbres beduinas. Alaa, que trabajaba en la compañía telefónica israelí Bezeq, era tío de Udai y Ghasan Abu Jamal, que en el 2014 mataron a cinco personas en una sinagoga (hace unos días murió una sexta víctima que estaba en coma). Una de sus casas fue demolida y la otra, sellada. A la esposa y los hijos de Ghasan les retiraron la residencia en Jerusalén.
Ahora, Yebel Mukaber está sitiado por la policía, con los accesos sellados por bloques de hormigón y controles permanentes. Los vecinos están acostumbrados a la presencia policial porque tienen un puesto militar en medio del barrio, dividido por el muro que Israel levantó en Cisjordania. Los que están en la parte jerosolomitana disponen de tarjeta israelí y pueden visitar a sus exvecinos o familiares dando un rodeo de una hora en coche. Los de Cisjordania no pueden hacer el camino inverso sin un permiso israelí.
A mediados de octubre, la policía instaló otro muro más de 10 metros de largo para separar Yebel Mukaber del asentamiento de Armon HaNatziv. La policía aseguraba que era una “solución táctica” y “temporal” para proteger a los colonos israelíes que, según afirma una vecina que regresa con sus dos hijos del colegio, sufren “el lanzamiento de piedras y de cócteles molotov”. “Llevamos mucho tiempo así y el Gobierno no ha hecho nada. Ahora nos ponen este muro ridículo que no va a solucionar el problema y es solo una medida para que la gente no proteste. La presencia de la policía, en cambio, sí me tranquiliza. Hace unas pocas noches que duermo porque están aquí cerca”, añade la colona.
“Llevamos mucho tiempo así y el Gobierno no ha hecho nada. Ahora nos ponen este muro ridículo que no va a solucionar el problema y es solo una medida para que la gente no proteste. La presencia de la policía, en cambio, sí me tranquiliza. Hace unas pocas noches que duermo porque están aquí cerca”, añade la colona.
A menos de cien metros de su casa hace guardia la policía de fronteras. Más abajo hay un férreo control policial: los agentes, entre bloques de hormigón, dan el alto a casi todos los vehículos. “Llegamos a Jerusalén hace dos meses, vivíamos en México. No sabíamos que este barrio estaba junto a un vecindario palestino difícil ni que lo consideran un asentamiento”, explica Yosef, judío religioso nacido en Chile y padre de dos niñas.
“En Palestina hay cada vez más indignación; vivimos en un sistema de apartheid»
Pero el muro temporal provocó polémica –ni durante la II Intifada (2000-2005) se había tomado una medida similar – e incluso algunos ministros de ultraderecha, se oponían porque “no da buena imagen”. El Gobierno desistió finalmente de ampliarlo para separar totalmente el barrio palestino y el asentamiento. Pero según el diario Yedioth Aharonoth tiene el plan -de momento congelado- de instalar un muro de 1,5 kilómetros y 9,5 metros de altura en el barrio palestino de Isawiyah, que lo dejaría totalmente aislado.
La sensación de estar encerrados en un territorio rodeado de muros y salpicado por asentamientos judíos – auténticas fortalezas, algunas – sólo es uno de los factores que alimentan la desesperación en la población palestina. “En Palestina hay cada vez más indignación, vivimos en un sistema de apartheid. Todo esto explotará un día”, afirma Mohamed Azza, del Centro Lajee, un espacio cultural del campo de refugiados Aida en Belén. “Israel nos quita más y más tierra, y nadie le dice nada”, lamenta.
“Lo que veis estos días es la ira popular provocada por la violencia de los colonos: es la reacción a la ocupación israelí. Se necesita una solución política, pero si Israel no quiere solventar la situación, el círculo de violencia continuará”, recalca Isa Qaraqe, jefe de la Comisión de asuntos de los prisioneros de Palestina. “Israel tiene que controlar a sus colonos; mientras no lo haga, los palestinos se defenderán”, insiste.
“El efecto psicológico que pesaba en la generación de Mahmud Abbás (el actual presidente de la Autoridad Palestina, de 80 años), ha desaparecido. Los jóvenes han perdido el miedo: no tienen esperanza y quieren un cambio. Ven que hay otra vida en el mundo y quieren vivirla, pero los israelíes se lo impiden”, reflexiona el activista Mohamed Khatib.
«Esto es el principio de una intifada en la que lucharemos con piedras, como en la primera”
“No tenemos miedo a morir, queremos hacer algo por nuestro país, tener una vida mejor. Esto sí es el principio de una intifada en la que lucharemos con piedras, como en la primera”, señala Abdulrahman, un chico de 15 años de Belén que protesta contra la ocupación israelí.
Las represalias israelíes no han tardado y tienen atemorizados a los palestinos. “El clima es más asfixiante, hay mucha más policía. Me da miedo que alguien grite que soy un terrorista y me maten. Aquí no preguntan, disparan”, afirma Ziad, vecino de la Ciudad Vieja, donde la policía ha instalado detectores de metal en las puertas de acceso de Damasco y Jafa.
El 14 de octubre, el Gobierno adoptó medidas adicionales. A partir de ahora, se confiscarán las propiedades de los atacantes (al menos, de los palestinos) y si son de Jerusalén, se revocará su derecho de residencia en la ciudad. Si son de Israel, se les podría retirar la ciudadanía. Las casas de los atacantes palestinos se demolerán y en su lugar no se podrá reconstruir nada. Esta segunda medida castiga a toda la familia, dado que normalmente las casas no son individuales y no es raro que los atacantes jóvenes vivan con sus padres. La directora local de Human Rights Watch, Sari Bashi, respondió que “exacerbar la política punitiva de la demolición de las casas es una respuesta ilegal y apresurada”.
La primera medida tampoco es nueva: diversas ONGs denuncian que Israel retira el permiso de residencia a los palestinos de Jerusalén si residen en el extranjero más de tres años, por mucho que sean nativos del lugar. Salvo si solicitan la nacionalidad israelí – a lo que la mayoría se niega para no legitimar la ocupación -, los jerosolimitanos no judíos sólo disponen de una tarjeta azul de residencia que, eso sí, les da derecho a viajar por Israel, cosa no permitida a los palestinos de Cisjordania, con carné verde. Pero entre 1967 y 2014 se revocaron más de 14.000 tarjetas azules.
El comunicado del Gobierno no especifica a quién se aplicarán las medidas. ¿Qué ocurrirá si los asaltantes son judíos? Porque ya ha ocurrido este mes: un ciudadano israelí judío acuchilló a tres palestinos de Cisjordania y un beduino de Israel en Dimona y un joven apuñaló a otro judío al que confundió con un árabe, en la localidad de Kiriat Ata, en el norte de Israel.
El fruto de la ocupación
Las soluciones de las autoridades “no van a llevar a nada salvo a meternos más en el pantano porque la policía no es parte de la solución sino del problema”, asegura Meir Margalit, director del Center for Advancement of Peace Activities (CAPI) y exconcejal de Jerusalén Este en el Ayuntamiento por el partido de izquierdas Meretz.
“El Gobierno todavía no entiende que esto es un problema político, no de seguridad. Cerrar Jerusalén Este es imposible; solo la gente que no conozca esa zona piensa que sí. Las medidas no sirven para nada, pero el Gobierno las ha decretado para que la gente crea que hace algo para salvar la situación”, opina Margalit. “El grado de humillación que viven los palestinos en Jerusalén es tan alto que la gente ha explotado. Son 48 años de ocupación y de políticas opresivas de toda índole”, recuerda.
“El grado de humillación que viven los palestinos en Jerusalén es tan alto que la gente ha explotado»
“Las provocaciones de los derechistas en las últimas fiestas hebreas han sido el detonador. Pero las razones, mucho más profundas, tienen que ver con la ocupación. Mientras continúe, seguirá habiendo resistencia, más pacífica o más violenta”, subraya Margalit. Lo corrobora Mariam, una palestina cristiana de la Ciudad Vieja de Jerusalén: “Nos imponen brutalidad policial y castigo colectivo. La ocupación es la mayor violencia”.
Esta violencia golpea a menudo a inocentes, aunque desde el bando israelí se intenta retratar a los más de 60 muertos palestinos como resultado de la reacción israelí a los ataques. Una de las víctimas más jóvenes de este mes es Abderrahman Obeidalah, de 13 años. Lo mataron de un disparo cuando volvía del colegio y acababa de entrar en en el campo de refugiados de Aida, incrustado en Belén.
“Mi hijo iba con su mochila, no llevaba armas, no tiraba piedras, pero le dispararon en el corazón con una bala silenciosa”, se lamenta su madre Dalal, de 40 años. El chico pasó cerca de un lugar donde había disturbios entre palestinos y soldados israelíes. El Ejército calificó su muerte de “accidental” y culpa de una bala perdida.
Hay vídeos en los que se enseña a asesinar judíos o a apuñalar y se usa un ‘me gusta’ con cuchillo
Incidentes como éste han espoleado los sentimientos palestinos. Algunos vídeos que recogen escenas de este tipo se han vuelto virales en internet. Como el de la muerte del palestino Fadi Alun, que según la policía apuñaló a un israelí. En la grabación, el chico -que no parece armado- está acorralado por extremistas judíos que gritan que es un terrorista. La policía llega y lo acribilla a tiros sin preguntar.
Las reacciones son viscerales. Abundan los comentarios indignados, los insultos y los mensajes a favor de la violencia. Se difunden vídeos en los que se enseña a asesinar judíos o a apuñalar, y en Facebook se coloca un icono de “me gusta” en el que la mano sujeta un cuchillo. También hay grabaciones de grupos palestinos como Hamás o la Yihad Islámica en que se insta a una tercera intifada o a la violencia contra israelíes.
“Los palestinos han entendido el poder de los medios. Intentan explicar su versión de la historia, a menudo ignorada o marginada por los principales medios de comunicación”, afirma Rania Zabaneh, analista de redes sociales. “Las redes sociales añaden leña al fuego, pero no lo encienden”, concluye.
Israel ha exigido a Facebook y YouTube que retiren estos vídeos y la policía israelí abrió una unidad de ciberseguridad en árabe para vigilar las redes, después de que algunos atacantes anunciaran sus intenciones en Facebook. No obstante, familiares y amigos de presuntos agresores aseguran que los mensajes fueron introducidos por hackers después de los ataques.
Los muros de Facebook de muchos jóvenes israelís también rebosan violencia: abundan los mensajes de “muerte a los árabes”, llamadas a agredir o a “matar árabes”, a dispararles, así como insultos al islam y a Mahoma. Grupos judíos como Lehava incitan al odio desde hace años, y la actual ministra de Justicia israelí, Ayelet Shaked, escribió en Facebook en 2014: “Detrás de cada terrorista hay decenas de hombres y mujeres. Israel debe declarar la guerra a todo el pueblo palestino”.
Incluso la mayoría de israelíes sin afiliación extremista hacen gala de una postura tajante. “Los palestinos deben tener su Estado, pero Jerusalén no se puede dividir y es israelí. Los palestinos pueden vivir aquí, pero cometen ataques y la policía busca soluciones”, refleja Jana, profesora de inglés de 30 años, que expresa una idea muy difundida entre los ciudadanos israelíes.
“Si alguien viene a atacarte con un cuchillo, debes poder defenderte” opinan muchos judíos
A Neta, una israelí religiosa de 19 años que vive en Jerusalén, le parece “lógico” que el alcalde anime a sus conciudadanos a pasearse armados por la calle, una llamada secundada por Noam Shekel, el jefe de policía de Ashdod , en el sur de Israel. “Si alguien viene a atacarte con un cuchillo, debes poder defenderte”, asegura. Lo mismo piensa Charly, propietario de un quiosco en la céntrica calle Yafa de Jerusalén. “Tengo licencia de armas. Pero devolví mi pistola a la policía. Ahora estoy pensando en recuperarla. Tendré que examinarme otra vez y pagar”, explica.
Se nota incluso cierta psicosis. “Reconozco que estoy algo asustada. Es jueves por la tarde, empieza el fin de semana. Y el centro no está muy lleno. La gente empieza a tener miedo de salir de casa”, cree Neta. “Muchos están asustados. Hoy he tenido menos clientes. Este ambiente para los comerciantes es fatal”, apunta el quiosquero Charly.
Pero Barkat parece apostar por contestar con fuego graneado a cualquier presunto intento de ataque. Ir armado por la calle “es como llevar a cabo los deberes de reservista”, subrayó el alcalde en la radio. “Si lo comprueban, verán que en muchos casos, los que han neutralizado ataques de terroristas son ciudadanos que no eran oficiales de policía”. Hay licencia para matar.
¿La tercera intifada?
Algunos palestinos ya hablan de la tercera intifada. Otros subrayan que la espiral de ataques, protestas y brutalidad militar y policial, que desde el 1 de octubre se ha cobrado más de 70 muertos y más de 2.000 heridos, no es más que otro pico de violencia cíclica causado por la ocupación israelí.
“Ahora no hay un movimiento organizado ni una intifada, pero puede llegar a serlo, esto puede ser un período de prueba. Que continúe o no dependerá del sentir de la gente”, cree el activista Mohamed Khatib. Podría tildarse, cree, de “un ensayo” o embrión de la tercera intifada.
De momento, las acciones palestinas no estan organizadas ni articuladas por ninguna facción. Los brazos armados de algunos movimientos políticos han quedado prácticamente desmantelados y una parte de los de la órbita de Fatah se integraron en los servicios de seguridad palestinos, dependientes de la Autoridad Nacional Palestina y, según Khatib, “no impiden los disturbios”.
“Las protestas populares son demasiado fuertes para que las repriman los cuerpos policiales de la Autoridad que fueron diseñadas, según los acuerdos de Oslo, como fuerzas subcontratadas de la ocupación. Tienen muy poca credibilidad entre los palestinos”, afirma el analista palestino Omar Barghouti. Cree que “la ola de amplia resistencia popular palestina, sea una intifada o no, indica que una nueva generación de palestinos está dispuesta a descolonizar su mente y a reavivar la esperanza del pueblo por la libertad, la justicia y la autodeterminación”.
Una encuesta del centro palestino Policy and Survey Research (PSR) de septiembre muestra que el 65% de los palestinos quiere que dimita el presidente de la Autoridad, Mahmud Abbas. “No somos los guardianes de la ocupación y las fuerzas palestinas no van a impedir que la gente se exprese”, vaticina Isa Qaraqe, jefe de la Comisión de asuntos de prisioneros palestinos.
“No sabemos si esto acabará siendo la tercera intifada, pero si lo es, nos habrá venido impuesta. La ocupación nos hace la vida imposible”, concluye Um Mohamed, una madre de familia de Beit Yala.
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