El abismo se ensancha
Uri Avnery
En cualquier lista de las 100 mujeres más importantes de Israel, Ilana Dayan ocuparía un lugar destacado.
Dayan (que pese al apellido no es familiar del famoso general con el parche en el ojo) es la presentadora de uno de los programas de televisión más prestigiosos del país. Mientras que la tele israelí en general se está hundiendo lentamente en los fangos de un espectáctulo de ‘reality’, el programa de Dayan, titulado ‘Uvdah’ (Hechos) destaca como un ejemplo de periodismo de investigación responsable, este tipo de periodismo que hizo famosa mi revista, ya desaparecida.
En general, a Dayan siempre se le ha considerado como moderadamente “de izquierdas”, dado que criticar sin miramientos a los que están en el poder se identifica normalmente con la izquierda.
Ahora se le acusa de favorecer a la extrema derecha, cercana al fascismo. Eso es chocante.
En el furioso debate que se desató, Dayan me citó a mí para defenderse. Durante 40 años, mi revista llevaba en la cabecera el lema: “Sin miedo, sin prejuicio”. Dayan asegura que actuaba acorde a esta máxima.
Eso me impulsa a meterme en el debate… aunque probablemente no debería.
El contexto de este asunto tiene que ver con los fundamentos del conflicto israelí-palestino.
Desde la Guerra de los Seis Días en 1967, Israel ocupa, además de otros territorios, el área que los árabes, muchos israelíes y casi todo el resto del mundo llama “Cisjordania” (por estar situado al oeste del río Jordán), mientras que el Gobierno israelí y los israelíes de derechas lo llaman “Judea y Samaría”, siguiendo la denominación bíblica.
Casi desde los principios de la ocupación, la derecha israelí ha hecho ingentes esfuerzos para “colonizar la tierra”, es decir edificando asentamientos judíos, poblaciones, aldeas y pequeños “puestos de avanzadilla” en todas partes.
¿A quién le pertenecen oficialmente los terrenos en los que se construyen estos asentamientos?
Una gran parte eran “terrenos gubernamentales”. Esto se remonta al Imperio otomano. Las reservas de tierras comunes que no pertenecían a un ‘felahi’ (campesino) individual sino a toda la aldea fueron registradas a nombre del sultán. Bajo el “Gobierno de Palestina” británico, se convirtieron en “tierras gubernamentales”. Cuando el Ejército israelí ocupó estos territorios, el Gobierno israelí se apoderó simplemente de todos estos terrenos. Lo que significa que estas tierras ahora se administran únicamente en beneficio de los colonos judíos.
Otros terrenos han sido simplemente expropiado por el gobierno militar israelí por “motivos de seguridad” o para “fines públicos”… y luego entregados a los colonos.
Muchos de estos asentamientos son manifiestamente ilegales, incluso acorde a la ley israelí en vigor en estas áreas. Pero la ley se aplica muy raramente. El gobierno militar israelí, el Ejército y la policía apoyan de forma bastante abierta a los asentamientos, los protegen y los conectan a los redes de suministro israelíes. Es muy raro que los tribunales intervengan.
Pero ¿qué pasa con los asentamientos que se están creando en terrenos que son propiedad privada de los árabes? Ah, ahí está el asunto. Se están utilizando todos los trucos posibles e imposibles para apoderarse de estas parcelas. Entre otros, el uso de documentos falsos o firmas falsas, a menudo de propietarios ya fallecidos. Pero el método más común es utilizar a intermediarios árabes.
Para el pueblo palestino, esta es una lucha de supervivencia. La derecha israelí, que ahora domina el Gobierno, no oculta su visión de buscar un país sin árabes palestinos (“araberrein” se diría en alemán). Muchos, especialmente en los círculos religiosos, se sienten muy atraídos por la visión de tener un país entero sólo habitado por judíos, sin nadie más por ahí.
Los colonos y sus aliados han creado toda una red para adquirir terrenos de forma “legal”. Contactan con un propietario árabe y le ofrecen un precio enormemente inflado para sus terrenos. El dinero lo donan multimillonarios judíos en Estados Unidos o bien viene de fondos secretos del Gobierno. Para el propietario árabe es una tentación irresistible. Quiere vender, coger el dinero y salir corriendo. Pero tiene miedo a sus vecinos y a los palestinos fanáticos.
Ahí entra en escena el intermediario árabe. Actúa como agente de los colonos y compra el terreno deseado, de una manera que permite al dueño afirmar que ha vendido su parcela a otro árabe.
Para la comunidad palestina, estos intermediarios son peor que traidores. Ponen en peligro la propia existencia de un pueblo palestino. Suscitan una rabia enorme.
Y ahí empieza el reportaje televisivo de Ilana Dayan.
Se centra en un activista por la paz israelí llamado Ezra Nawi, un nombre judeo-iraquí. Es muy activo en el área de Hebrón en el sur de Cisjordania. Conozco su nombre desde hace décadas.
Mi impresión ha sido siempre que Nawi es una especie de tipo solitario, entregado de forma abnegada a ayudar a los palestinos, conectado con algunas de las muchas organizaciones israelíes que trabajan por la paz, especialmente con Ta’ayush.
Hebrón es un centro de los colonos judíos más fanáticos. Es allí que el colono y asesino Baruch Goldstein masacró a decenas de árabes mientras rezaban en la mezquita, y luego murió a manos de los supervivientes enfurecidos. Ahora, los colonos lo veneran como a un santo.
Estos colonos están comprometidos en una prolongada lucha para echar a todos los árabes de las aldeas alrededor. Les destruyen las casas, les talan sus árboles frutales, les llenan los pozos con basura. Ezra Nawi trabaja sin descanso para ayudar a los árabes a resistir.
En el bando de los colonos actúan varias organizaciones judías fascistas (perdonen, pero es que no hay otro término para describirlas) que reciben generosos fondos de multimillonarios estadounidenses judíos.
Ahora resulta que estas organizaciones han construido una red de espionaje para infiltrar a los grupos israelíes que trabajan por la paz y los derechos humanos. Uno de sus agentes logró ganarse la confianza de Nawi, que no sospechaba nada, y que, en un momento de exaltación personal, fardó con que había revelado los nombres de algunos intermediarios árabes de la compraventa de terrenos a las fuerzas de seguridad palestinas, que los ejecutaron por traidores.
La organización fascista entregó la información a Ilana Dayan que la convirtió en el tema central de su programa semanal de televisión. Nawi se fue directo al aeropuerto, pero la policía lo sacó del avión.
Y aquí estamos.
En el encendido debate que se ha desencadenado en los medios, izquierdistas como Gideon Levy acusan a Dayan de haber cambiado de chaqueta y de ayudar a los fascistas. Dayan respondió con un artículo furioso en el que cita mi lema. A ella no le atañe, dice, preguntarse si lo que revela le sirve a la derecha o a la izquierda. Su trabajo consiste en verificar si lo que revela es verdad.
Tampoco, dice Dayan, debe preocuparse en investigar los motivos de la gente que le hace llegar información. Ahí también tengo que estar de acuerdo con ella. Hay informaciones importantes que salen de fuentes bastante detestables. Pero el bien público puede exigir que se publiquen de todas formas.
Estoy contra la pena de muerte de forma incondicional. También estoy en contra de la tortura. Sin embargo, nunca he visto nada que demuestre que los servicios de seguridad palestinos hayan ejecutado a los intermediarios de terrenos árabes, aunque a algunos los pueden haber interrogado de forma bruta.
En esto hay hasta un ángulo cómico. A Nawi se le acusa de tener contacto con agentes extranjeros, un crimen que equivale al espionaje. ¿Con qué agentes extranjeros? Con los servicios de seguridad de la Autoridad Palestina, bajo comando de Mahmud Abbas. Pero hace pocos días, los servicios de seguridad israelíes revelaron que estos dos servicios – el israelí y el palestino – trabajan en estrecha colaboración para prevenir el “terrorismo” árabe y que así se han salvado las vidas de muchos israelíes. Entonces ¿por que ahora los servicios palestinos son enemigos con los que sería un serio crimen tener contacto?
Otra cuestión se refiere a la revelación de las organizaciones de extrema derecha, financiadas por donantes extranjeros (judíos estadounidenses) están llevando a cabo extensas actividades de espionaje contra activistas israelíes. ¿Cómo es que el Shin Bet no sabe nada de esto? O si lo sabe ¿por qué lo ha mantenido en secreto?
Una cosa es segura: la política israelí se vuelve más fea cada día. El abismo entre izquierda y derecha se ha convertido en un mar de odio. Y la derecha utiliza métodos que me recuerdan lo que vi de niño en la Alemania de 1933.
¿Te ha interesado esta columna?
Puedes ayudarnos a seguir trabajando
Donación única | Quiero ser socia |