Lina Meruane
«Al decir que iba a Palestina, pensaba que estaba volviendo»
Alejandro Luque
Sevilla | Marzo 2016
Nacida en Santiago de Chile en 1970, descendiente de palestinos e italianos, Lina Meruane pertenece a la pléyade de nuevas voces latinoamericanas que están animando el panorama literario desde puntos muy diversos: la novela, el ensayo, la dramaturgia, el relato de viajes… Y jugando a menudo a desdibujar las fronteras entre unos y otros.
La autora de obras tan celebradas como Fruta prohibida o Sangre en el ojo atiende a M’Sur por teléfono desde Barcelona, esta vez para hablar de Volverse palestina (Random House), uno de esos relatos híbridos donde explora sus raíces y el concepto actual de otredad, y que le valió el Premio Instituto de Cultura Chileno-Árabe.
Palestina, para usted, ¿es una cuestión de territorio, de nación, de origen, de sangre, de todo a la vez?
«Aunque uno no haya estado en un lugar, puede sentirse parte de él si tiene una raíz familiar»
La palabra Palestina es una palabra grande, que en lo personal me remite a un territorio con un conflicto político vigente. Pero también a un origen familiar, antiguo, deslavado, que intento recupera y repensar en Volverse Palestina. Hay una mitad de sangre, una reflexión sobre lo que significa ser originario de ese lugar, y en qué medida eso tiene límites, y también por supuesto hay una reflexión sobre los dilemas que ahora mismo significan ese territorio.
En el libro habla de “regresar a un sitio en el que nunca se ha estado”, ¿cómo se cuadra eso?
Por supuesto, ese regreso es la paradoja que anima la primera parte del libro. Me interesó la idea de que, previo al viaje, cada vez que decía que iba a Palestina, en el fondo decía y pensaba que estaba volviendo. Yo misma me daba cuenta de que ahí había una paradoja, pero no podía evitar que ese fuera el verbo. Al final lo resolví concluyendo que, aunque uno no haya estado en un lugar, puede sentirse parte de él si tiene una raíz familiar. Es un darle vueltas a la idea del regreso, y también problematizar las ideas del regreso, porque finalmente tenemos a dos comunidades en las antípodas políticas, que supuestamente regresan y reclaman el mismo lugar como suyo.
La dedicatoria es para su padre, “que nunca quiso regresar”. ¿Ha hablado alguna vez con él de los porqués de esa negativa?
«En Chile la comunidad palestina es enorme, la Chilestina. A mí me llamaban turca en el colegio»
Lo interesante de este libro es que nunca habíamos tenido una conversación sobre el pasado palestino de la familia de forma muy directa, más allá de las anécdotas de sobremesa. Cuando regresé de mi viaje a Palestina e Israel lo hice, y me permitió entender muchas de las cosas que no entendía, que estaban como suspendidas en el aire en nuestra relación. Le pregunté por qué no quería ir, y la respuesta elusiva de mi padre, que es una persona muy controvertida, fue que a él le generaba muchísima violencia pasar por los controles, que pueden ser muy humillantes, muy duros. Una persona que pertenece al territorio palestino tiene allí que dar cuenta de quién es, de por qué quiere regresar. Ahí siempre hay un interrogatorio muy duro. También lo violenta volver a ese lugar donde podría haber crecido, y en el que no creció, encontrarse con la gente que se quedó. Además, su padre, mi abuelo, intentó regresar en el año 67, pero cuando volvía estalló la Guerra de los Seis Días y al final no lo pudo hacer. Creo que mi padre, y esto es una interpretación, sentiría que traiciona a su padre sin que mi abuelo pudiera hacerlo.
A propósito de esto, sospecho que parte de ese Volverse palestina pasa porque Israel te trate como tal, ¿no?
Así es. Ahora, tengo que decir que en Chile la comunidad palestina es enorme, y yo siempre he tenido conciencia de esa comunidad que llaman a veces Chilestina. A mí me llamaban turca en el colegio. Ahora, eso no tenía ya las connotaciones que tenía cuando mi abuelo llegó hace un siglo. La Chilestina está de todas maneras muy asimilada, nunca había sentido la violencia de ese reconocimiento. Es cuando llego al aeropuerto, a la zona reservada para la línea aérea israelí, me someten a un interrogatorio infinito y siento que ser palestina es un estigma. Eso activa una palestinidad política, una noción de la violencia del presente. No es un volverse palestina nostálgico, recuperar las historias más o menos deslavadas del pasado, sino volverse palestina en el presente.
¿Cree que puede haber un paralelismo entre aquellos judíos a los que no les dejaban olvidarse de que lo eran, y esa imposibilidad de ir por Israel sin que le subrayen la identidad?
Bueno, lo que pasa es que ese recordar la identidad que ha mantenido el pueblo judío le ha permitido consolidarse como una comunidad fuerte. Los palestinos, en cambio, quisieron asimilarse, y un poco lo olvidó, y es ahora cuando empieza a activarse el componente político de esa identidad. Eso me parece importante, interesante y necesario en este momento de tensión en ese territorio. De hecho, la comunidad local en Palestina le pide a los palestinos de afuera constantemente que se hagan cargo de lo que está ocurriendo. Pedían, por ejemplo, que se invirtiera en los territorios ocupados, para apoyar la economía de la zona. Ahora bien, creo que esa identificación mía por parte de los israelíes tiene más que ver con recordarme que no soy de allí, que no soy bienvenida.
¿Qué lugar tiene el inmigrante sirio, palestino o libanés, ese que llaman ‘turco’, en la literatura latinoamericana?
«El migrante de principios del s. XX quería asimilarse y construir una vida mejor para su descendencia»
Mira, están presentes en la literatura, no solo porque hay una gran cantidad de escritores de origen árabe en América Latina, sino también porque se ha escrito mucho. La figura más visible ha sido hasta ahora Gabriel García Márquez, que tiene a los ‘turcos’ metidos por todas partes en sus libros, y de forma concreta a uno como protagonista en Crónica de una muerte anunciada.
En esas novelas, la familia árabe se presenta como unos vecinos más, ¿no?
Exactamente, y creo que eso ocurrió no solo con los árabes, también con todos los migrantes de principios del siglo XX. El migrante de entonces quería asimilarse y construir una vida futura mejor para su descendencia. Esta reivindicación actual de las identidades me parece un fenómeno mucho más contemporáneo. No es que esas comunidades se olvidaran de donde venían: mantuvieron sus tradiciones culinarias, en algunos puntos conservaron su lengua, en otros lo olvidaban… Pero en todo caso se hacía de una forma mucho menos politizada.
El hecho de que haya tantos ciudadanos de origen palestino en Chile, ¿ha implicado una sensibilidad especial a nivel estatal frente a Israel?
«Los países de verdadera izquierda, que no es el caso de Chile, han apoyado mucho la causa palestina»
Eso es un tema por trabajar. Chile, como tantos países latinoamericanos, tiene una embajada palestina, y en algunas consultas de la ONU y la Unesco ha votado a favor. Pero al mismo tiempo, en los últimos bombardeos de Gaza, se le pidió al estado que rompiera relaciones con Israel, y el gobierno de Chile no lo hizo. Hay una predisposición positiva, y al mismo tiempo hay una cierta ambigüedad, porque los gobiernos piensan en términos económicos, negocios… Y con Israel ha habido una relación de este tipo durante décadas.
Quizá Brasil, que sí plantó cara, tenga una posición más fuerte, ¿no?
Claro, todos los países de verdadera izquierda, que no es el caso de Chile (ha tenido gobiernos de centro izquierda que en la Economía han funcionado como derecha), como Venezuela, Nicaragua, Cuba, han apoyado mucho más la causa palestina.
En lo personal, ese origen palestino, ¿puede llegar a ser una carga? ¿Ha sentido alguna vez envidia de la gente que puede contemplar ese conflicto con distancia, sin sentirlo como algo propio?
Siempre he sido una persona con intereses políticos, me comprometo con las situaciones de violencia en general por empatía, y con la palestina porque me toca. No lo siento como carga,. Es una responsabilidad que asumo con gusto y que me ha obligado a reflexionar y pulir ideas que no tenía antes de emprender este camino; que, naturalmente, es un camino en términos geográficos y también literarios, intelectuales. No es una carga, es un desafío.
¿Durante cuántas generaciones sigue una familia siendo palestina? ¿En qué momento sus descendientes tendrán esa identidad desdibujada?
«La reivindicación de los palestinos es de carácter territorial, nacionalista, y la considero justa»
La cuestión de las identidades me parece que también es muy voluntaria. Uno puede ser un palestino o chileno de primera generación, y renunciar a esa identidad y buscar otra. Al mismo tiempo, en cualquier generación alguien puede activar esa célula de afecto y simpatía y solidaridad con algo que le parece que es propio. Yo además no tengo descendencia, no puedo responder por los hijos que no tengo.
¿Qué piensa cuando se presenta el conflicto palestino como una guerra de los musulmanes contra Occidente, e incluso cuando es objeto de reivindicación islamista?
Me parece que ambas posiciones están completamente desinformadas, porque la realidad es que el pueblo palestino es diverso. Hay un componente cristiano y otro musulmán que por supuesto es mucho más grande, pero la reivindicación de los palestinos es de carácter territorial, nacionalista, y la considero justa. Tendemos a asociar esa reivindicación con la de otros grupos musulmanes terroristas, como Al Qaeda o ISIS. Si miramos a ISIS, es una reivindicación panarabista y expansionista, que no tiene nada que ver con la de los palestinos. No me parece que se haga justicia cuando se mete a todos los musulmanes en el mismo saco. De hecho, los palestinos estarían bastante contentos de recibir más apoyo de Occidente.
En efecto, a menudo olvidamos la cantidad de palestinos cristianos que hubo, y sin embargo algunos nos preguntamos si no es otra forma de robarle esta tierra a sus habitantes asimilarla exclusivamente al islam.
Esto también es muy antiguo, siempre a los palestinos se los quiso asimilar a los árabes en general, porque la idea era que podían vivir en cualquier parte del mundo árabe. ¿Por qué no viven en el Líbano, en Jordania? Y ellos lo que quieren es recuperar su tierra y dejar de ser refugiados. La comunidad palestina es la comunidad de refugiados más grande del mundo, no se nos puede olvidar. Lo que pasa es que es una situación histórica larga, y siempre hay refugiados nuevos, porque siempre pasan cosas en esa zona. Ahora la situación en Siria es tan grave que nos olvidamos de que hay una comunidad que vive desde hace décadas en refugios, y que no es jordana, ni libanesa, ni quiere un Estado palestino.
En su libro habla del lenguaje como campo de batalla, un terreno de manipulación. ¿De qué modo ha podido comprobarlo?
«Es en el lenguaje donde se manifiestan ciertos ejercicios de borradura y refundación de la realidad»
Todos los conflictos se libran en territorios geográficos y en territorios lingüísticos. Es en el lenguaje donde se manifiestan ciertas tensiones, ciertos ejercicios de borradura de la realidad y de refundación de la realidad. Cuando cambiamos una palabra eliminamos una realidad anterior y creamos una nueva, ocultando ciertas partes de la realidad. Como escritora que soy, me interesaba observar ese proceso y comprobar no solo que antecede a las guerras, sino que durante las guerras se exacerba. Me parece interesante ver dónde nos posiciona decir “muro” o “valla de seguridad”, “refugiado” o “gente de los campamentos”… Hay conceptos que tienen dos palabras para describir una misma realidad, se ilumina un elemento y se oscurece otro.
Hay una señora en su relato que habla del Holocausto como algo que se ha convertido en la excusa universal para justificar cualquier desmán. ¿La Shoah es una forma de librar la batalla no ya en el lenguaje, sino en la Historia?
«La palabra Holocausto ha permitido tapar la violencia política que ejerce el gobierno de Israel»
En efecto, la palabra Holocausto es muy importante porque funda en el imaginario colectivo mundial la presencia de un pueblo perseguido, y casi exterminado por los nazis. Por supuesto, se viene a sumar a los pogroms y a la violencia de siglos que sufrió el pueblo judío. El momento de la instalación de esa palabra en el imaginario tiene un peso muy profundo y a la vez, y lo examino a partir de esta conversación, lamentablemente la palabra Holocausto ha permitido tapar otros modos de violencia política que ejerce el propio gobierno de Israel. Un pueblo que fue víctima de los horrores más grandes de la Historia, y pudo poner esa palabra como piedra de toque, como hito de transición hacia otras cosas, una palabra que permitió reivindicar el hogar seguro que el mundo les concedió… Y al mismo tiempo, ¿en qué medida Israel no se ha hecho cargo de que tiene una deuda con la gente que vive a su alrededor, y con la gente que vive en sus territorios ocupados? Por supuesto, no es lo mismo que el Holocausto, para nada, pero son formas de violencia muy acendradas, y que ya llevan demasiadas décadas.
Ser palestina y mujer, ¿es tener un doble problema?
Para mí ser palestina no es un problema, ser mujer tampoco. Eso sí, para quienes están allí, habría que preguntárselo a ellas, pero sospecho que las respuestas serían bastante diversas. A las que he conocido, llevan con bastante orgullo su palestinidad y su ser mujer. Habría que mirar también qué sucede en el mundo musulmán, no podemos olvidarnos que los musulmanes son muy diversos. He conocido también las que reivindican su pañuelo, su pañoleta, su situación social.
Europa, ¿es vista con cierto reproche por quienes tienen implicación personal con Palestina? ¿Nos tienen por corresponsables de lo que está sucediendo allí?
Es una pregunta complicada… Creo que todos compartimos una responsabilidad. Algunos países de Europa han sido muy, muy solidarios con el pueblo palestino, puede que Suecia el que más. También en América Latina, sus propios árabes tendrían que estar más involucrados y presionar. Y creo que Europa, por estar más cerca de Estados Unido en términos de relación y de intereses económicos, debería presionar con más fuerza, intervenir de manera más directa en la situación. Los que tienen más, también tienen más responsabilidades. Quizá deberíamos pensarlo todo, ahora mismo, en términos muchos más globales.
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