Opinión

Odio sin límites

Uri Avnery
Uri Avnery
· 12 minutos

opinion

 

Un muchacho palestino entra en un asentamiento, irrumpe en la primera casa que encuentra, apuñala a una niña de 13 años mientras ella dormía y lo matan.

Tres hombres israelíes secuestran al azar a un chico palestino de 12 años, lo llevan a un campo abierto y lo queman vivo.

Dos palestinos de un pequeño pueblo cerca de Hebrón entran a Israel de forma ilegal, se toman un café en un parque de atracciones de Tel Aviv y disparan a todos los que les rodean antes de ser capturados. Se han convertido en héroes nacionales.

Un soldado israelí ve a un atacante palestino gravemente herido tirado en el suelo, se acerca a él y le dispara a bocajarro en la cabeza. La mayoría de los israelíes le aplauden.

Estas no son acciones “normales” ni siquiera en una guerra de guerrillas. Son manifestaciones de un odio inagotable, un odio tan terrible que supera todas las leyes de la humanidad.

Esto no ha sido siempre así. Pocos días después de la guerra de 1967, en la que Israel conquistó Jerusalén Éste, Cisjordania y la Franja de Gaza, viajé solo por los territorios recién ocupados. Me dieron la bienvenida en casi en todas partes, la gente estaba dispuesta a venderme sus mercancías, contarme sus historias. Tenían curiosidad por los israelíes, tanta como la que teníamos nosotros por ellos.

Árabes e israelíes utilizan diferentes carreteras, pero es mucho peor que el apartheid de Sudáfrica

En ese entonces, los palestinos no esperaban una ocupación eterna. Odiaban a los gobernantes jordanos y se alegraban de que los hubiéramos expulsado. Creían que nos iríamos pronto, permitiéndoles, al fin, gobernarse a sí mismos.

En Israel, todo el mundo hablaba sobre una “ocupación benévola”. El primer gobernador militar era una persona muy humana, Chaim Herzog, un futuro presidente de Israel y el padre del actual presidente del Partido Laborista.

En muy pocos años, todo eso ha cambiado. Los palestinos se dieron cuenta de que los israelíes no tenían intención de irse, sino que iban a robarles sus tierras, literalmente, y cubrirlas con sus asentamientos.

(Algo parecido ocurrió 15 años más tarde en el sur del Líbano. La población chií recibió nuestras tropas con flores y arroz, pensando que íbamos a echar a los palestinos e irnos. Cuando no lo hicimos, se convirtieron en una guerrilla de combatientes y al final fundaron Hizbulá).

Por ahora, el odio está en todas partes. Árabes e israelíes utilizan diferentes carreteras, pero es mucho peor que el apartheid de Sudáfrica porque los blancos allí no tenían interés en expulsar a los negros. Es también mucho peor que muchas formas de colonialismo porque los poderes imperiales, generalmente, no sacaron a los nativos de sus tierras para asentarse allí.

Los colonos aterrorizan a sus vecinos árabes, los chavales árabes tiran piedras a coches de judíos

Hoy en día, reina el odio mutuo. Los colonos aterrorizan a sus vecinos árabes, los chavales árabes tiran piedras y bombas improvisadas al paso de coches de judíos por la carretera, por la que ellos mismos no tienen permitido pasar. Hace poco, el coche de un alto oficial del Ejército fue apedreado. Se bajó del coche, persiguió a un chico que iba corriendo, le disparó por la espalda y le mató, en una grave violación de las normas del Ejército por abrir fuego.

Hoy, unos 120 años después del comienzo del experimento sionista, el odio entre ambos pueblos es abismal. El conflicto domina nuestras vidas. Más de la mitad de todas las noticias en los medios de comunicación son sobre este conflicto.

Si el fundador del sionismo moderno, el periodista vienés Theodor Herzl, levantara cabeza, se quedaría totalmente sorprendido. En la novela futurista que él escribió en Alemania a principios del siglo pasado, titulada Altneuland (“La vieja nueva tierra”), describió los detalles de la vida en el futuro Estado judío. Los habitantes árabes están representados como ciudadanos felices y patrióticos, agradecidos por todo el progreso y las ventajas que trajeron los sionistas.

A principios de la inmigración judía, los árabes eran, de hecho, sorprendentemente sumisos. Quizás creían que los sionistas eran una nueva versión de los inmigrantes religiosos alemanes que llegaron unos años antes y que, de hecho, trajeron consigo progresos para el país. Esos alemanes, que se hacían llamar templarios (ninguna relación con los grupos de cruzados medievales), no tenían aspiraciones políticas. Establecieron pueblos modelo y barrios urbanos y vivieron felizmente desde entonces, hasta que los nazis alemanes los contagiaron. En el estallido de la Segunda Guerra Mundial, los británicos los deportaron a todos a la lejana Australia.

El pueblo modelo que esos templarios construyeron cerca de Jaffa, Sarona, es ahora un parque de atracciones en Tel Aviv, el mismo lugar donde tuvo lugar el último escándalo terrorista.

Un pueblo árabe y un asentamiento israelí, a 1 km, bien podrían hallarse en dos planetas distintos

Cuando los árabes se dieron cuenta de que los nuevos inmigrantes sionistas no eran lo mismo que los templarios, sino que eran una nueva implantación de agresión colonialista, el conflicto se hizo inevitable. Se hacía peor año tras año. El odio entre los dos pueblos parece que cada vez alcanza nuevas alturas.

Por ahora, los dos pueblos parecen vivir en dos mundos diferentes. Un pueblo árabe milenario y un nuevo asentamiento israelí, localizado a un kilómetro de distancia, bien podrían hallarse en dos planetas distintos.

Desde que ven la luz, los niños de los dos pueblos escuchan historias totalmente distintas contadas por sus padres. Y después, esto sigue en el colegio. Cuando se hacen mayores, tienen muy pocas ideas en común.

Para un joven palestino, la historia es muy simple. Esto fue una tierra árabe durante más de 14 siglos, como parte de la civilización árabe. Para algunos, su control del país se remonta a miles de años, dado que el islam no desplazó a la población cristiana existente cuando conquistó Palestina. El islam era, por ese entonces, una religión mucho más progresista. Por eso, los locales cristianos también adoptaron el islam, poco a poco.

Cada niño judío en Israel aprende desde muy pequeño que esta tierra la entregó Dios a los judíos

Desde el punto de vista palestino, los judíos gobernaron Palestina en la antigüedad solo durante unas décadas. Los judíos reclaman ahora el país, basándose en una promesa que les dio su propio Dios judío privado: es un táctica colonialista evidente. Los sionistas vinieron al país en el siglo XX como aliados del poder imperialista británico, sin ningún derecho a ello.

La mayoría de los palestinos están ahora dispuestos a hacer la paz e incluso a vivir en un Estado palestino reducido lado a lado con Israel, pero son rechazados por el Gobierno israelí, que quiere mantener “toda la tierra de Israel” para la colonización judía, dejando únicamente algunos enclaves aislados para los palestinos.

Un árabe palestino que cree que esto es una verdad evidente, puede vivir a unos cientos de metros de un judío israelí que cree que todo esto es un montón de mentiras inventadas por unos árabes antisemitas (una contradicción) para arrojar al mar a los judíos.

Cada niño judío en Israel aprende desde muy pequeño que esta tierra la entregó Dios a los judíos, que la dominaron durante muchos siglos, hasta que ofendieron a Dios y los expulsó como un castigo temporal. Ahora, los judíos han vuelto a su país, que estuvo ocupada por gente extranjera que ha venido de Arabia. Esa gente tiene ahora el morro de reclamar el país como suyo.

Según la doctrina oficial israelí, no hay solución posible y la paz es una ilusión muy peligrosa

Siendo esto así, dice la doctrina oficial israelí, no hay solución posible. Solo debemos estar preparados para una época muy larga (prácticamente, para la eternidad) para defendernos y defender nuestro país. La paz es una ilusión muy peligrosa.

Al punto de vista ingenuo de Herzl se opuso el líder sionista de extrema derecha Vladimir (Zeev) Jabotinsky. Declaró –con razón- que en ningún país del mundo el pueblo nativo ha entregado su tierra a extranjeros de forma pacífica. Por lo tanto, dijo, tenemos que construir un “muro de hierro” para defender nuestro regreso al país de nuestros antepasados.

Jabotinsky, que estudió en la Italia liberal del post-Risorgimento, tenía una visión liberal del mundo. Sus actuales seguidores son Benjamin Netanyahu y el partido Likud, que son cualquier cosa menos liberales.

Aplaudirían hasta con las orejas si Dios hiciera desaparecer a todos los palestinos de la noche a la mañana de “nuestro” país. Pueden, incluso, considerar echarle una mano a Dios.

De hecho, Dios juega un papel cada vez mayor en este conflicto.

Al principio, Dios jugaba un rol más pequeño. Casi toda la primera generación de sionistas, incluidos tanto Herzl como Jabotinsky, eran ateos incondicionales. Se decía que los sionistas eran gente que no creía en Dios, pero que creía que Dios nos ha prometido una tierra.

Esto ha cambiado radicalmente, en ambos bandos.

El islam estaba siempre ahí, pero no era la fuerza motriz. Los héroes árabes eran nacionalistas

En los inicios del conflicto, a principios del pasado siglo, el mundo árabe por completo estaba contagiado con el nacionalismo de estilo europeo. El islam estaba siempre ahí, pero no era la fuerza motriz. Los héroes árabes nacionales, como Gamal Abdel Nasser, eran nacionalistas fervientes que prometieron unir a todos los árabes y convertirlos en una potencia mundial.

El nacionalismo árabe falló miserablemente. El comunismo nunca echó raíces en los países musulmanes. El islamismo político, que había vencido a los soviéticos en Afganistán, está ganando terreno en el mundo árabe.

Curiosamente, lo mismo ocurrió en Israel. Después de la guerra de 1967, en la que Israel terminó su conquista de la Tierra Santa, y especialmente el Monte del Templo y el Muro de las Lamentaciones, el sionismo ateo perdió terreno progresivamente, y una especie de sionismo religioso violento tomó el control.

En el mundo semita, la idea europea de separación entre Estado e Iglesia nunca echó raíces realmente. Tanto en el islam como en el judaísmo, la religión y el Estado son inseparables.

En Israel, el poder está dominado por la ideología extremista de la derecha religiosa

En Israel, el poder está ahora en manos de un Gobierno dominado por la ideología extremista de la derecha religiosa, mientras que la izquierda laica lleva mucho tiempo en franca retirada.

En el mundo árabe, ocurre lo mismo, solo que peor: Al Qaeda, Daesh y los de su calaña están triunfando en todas partes. En Egipto y otros lugares, la dictadura militar intenta parar este proceso, pero tiene los pies de barro.

Algunos de nosotros, ateos israelíes, hemos estado advirtiendo de este peligro durante décadas. Hemos dicho que los estados nacionalistas pueden alcanzar compromisos y hacer la paz, mientras que para los movimientos religiosos esto es casi imposible.

Los gobernadores laicos pueden ser asesinados, como Muamar al Gadafi en Libia y Isaac Rabin en Israel. Los movimientos religiosos sobreviven cuando a sus líderes les pasa esto.

(La palabra asesino es una corrupción de la palabra árabe hashishin. El fundador en siglo XII de esta secta, el Viejo de la Montaña, solía darle hachís a sus emisarios y enviarles a misiones increíblemente arriesgadas. El gran Salah al Din (Saladino) se encontró una vez, al despertarse, una daga en la cama, y se dio prisa para llegar a un acuerdo con el líder de los asesinos).

Estoy convencido de que es de vital interés para Israel llegar a un acuerdo de paz con el pueblo palestino, y con el mundo árabe en general, antes de que esta peligrosa enfermedad hunda a todo el mundo árabe y musulmán.

El Cuarteto culpa de la misma manera al opresor y al oprimido, un obra maestra de la hipocresía

Los líderes del pueblo palestino, tanto en Cisjordania como en la Franja de Gaza, son todavía –y en comparación- gente moderada. Eso es válido incluso para Hamas, un movimiento religioso.

Sugeriría que para Occidente en general, apoyar la paz en nuestra región es también de una importancia primordial. Las convulsiones que ahora afectan a muchos países árabes no son tampoco un buen presagio para ellos.

Leyendo un documento como el informe del Cuarteto de esta semana sobre Oriente Medio, estoy sorprendido por su cinismo autodestructivo. Este documento ridículo del Cuarteto -compuesto por EEUU, Europa, Rusia y la ONU- pretende crear un equilibrio (culpando de la misma manera al conquistador y al conquistado, al opresor y al oprimido) ignorando la ocupación por completo. En verdad, una obra maestra de hipocresía, alias diplomacia.

A falta de oportunidades para un esfuerzo serio por la paz, el odio seguirá creciendo más y más, hasta que nos hunda a todos.

A menos que no pongamos manos a la obra para frenarlo a tiempo.

¿Te ha interesado esta columna?

Puedes ayudarnos a seguir trabajando

Donación únicaQuiero ser socia



manos