El futuro es de los optimistas
Uri Avnery
Si yo fuera un caricaturista, dibujaría Israel como un trozo de manguera.
En un extremo, los judíos entrando, animados por los antisemitas y un gran aparato sionista.
En el otro extremo, los jóvenes israelíes desilusionados saliendo y estableciéndose en Berlín y otros lugares.
Por cierto, el número de los que entran y los que salen parece ser aproximadamente el mismo.
Desde hace algunas semanas, me siento como un niño que ha lanzado una piedra a un estanque. Los círculos de agua formados por el chapoteo se hacen cada vez más grandes y se expanden más y más.
Ha perdido la esperanza en Israel y sus eternas guerras. Quiere que sus hijos crezcan en un país normal
Todo lo que hice fue escribir un breve artículo en el diario Haaretz instando a los emigrantes israelíes en Berlín y otros sitios a que vuelvan a casa y formen parte de la lucha para salvar a Israel de sí mismo.
Reconozco que cada ser humano tiene derecho a elegir dónde quiere vivir (siempre que las autoridades locales se lo permitan), pero les pedí que no renuncien a su país de origen. Volved y luchad, les supliqué.
Un israelí que vive en Berlín, el hijo de un conocido profesor israelí (al que aprecio mucho) respondió con un artículo titulado “¡No, gracias!”. Alegó que al final ha perdido la esperanza en Israel y sus eternas guerras. Quiere que sus hijos crezcan en un país normal y pacífico.
Esto dio inicio a un intenso debate, que aún sigue dando de qué hablar.
Lo novedoso de esta pelea verbal es que ambas partes han renunciado a las apariencias.
Desde los primeros días de Israel, siempre ha habido israelíes que han preferido vivir en cualquier otra parte del mundo. Pero siempre han fingido que su estancia en el extranjero era temporal, solo para terminar los estudios, solo para ganar algo de dinero, solo para convencer a su cónyuge no israelí. Pronto, muy pronto, volverían y serían israelíes de pleno derecho.
Ya no. Los emigrante de hoy en día proclaman con orgullo que ellos no quieren vivir ni criar a sus hijos aquí, que finalmente han perdido la esperanza en Israel, que ven su futuro en sus nuevas patrias. Ni siquiera fingen tener alguna intención de volver.
Rabin llamó a los emigrantes “la mugre de los débiles”, pero hoy ya no se les desprecia
Por otro lado, los israelíes han dejado de tratar a estos emigrantes como traidores, desertores, escoria de la sociedad. No hace mucho tiempo que Isaac Rabin, que tuvo el talento de acuñar frases en hebreo, llamando a los emigrantes “la mugre de los débiles” (en hebreo suena mucho más insultante).
La designación casi oficial de los emigrantes era “yordim”, aquellos que descienden. Los inmigrantes seguían llamándose “olim”, los que ascienden.
Hoy en día, a los emigrantes ya no se les desprecia, algo que sería difícil porque muchos de ellos son hijos e hijas de la élite israelí.
Hubo un tiempo en el que estaba de moda en Israel, especialmente entre los historiadores, trazar analogías entre Israel y el reino medieval de los cruzados.
La mayoría de la gente cree que el Reino Cruzado de Jerusalén existió durante unos cien años y fue destruido por el gran Saladino en la batalla histórica de los Cuernos de Hattin, cerca de Tiberias.
Pero ese no fue el caso. El reino se mantuvo durante otros cien años, sin Jerusalén, con su capital en Acre. No fue destruido en la batalla, sino por la emigración. Había un flujo constante de cruzados (incluso hijos e hijas de la sexta y séptima generación) que tiraron la toalla y “volvieron” a Europa, después de perder toda la esperanza en la aventura.
¿Podrían los cruzados haber hecho las paces para convertirse en una parte del Oriente medieval?
Por supuesto, las diferencias entre los dos casos son inmensas (otros tiempos, distintas situaciones, diferentes causas). Sin embargo, para mí, un estudiante aficionado de las Cruzadas, las similitudes son significativas. Estoy preocupado.
Entre los historiadores, hubo un debate sobre la cuestión racial: ¿Podrían los cruzados haber hecho las paces con los musulmanes y haberse convertido en una parte integral del Oriente medieval?
Al menos un cruzado prominente, Raymond de Trípoli, parece haber abogado por un curso de este tipo, pero la naturaleza misma del Estado de los cruzados lo impidió. Después de todo, los cruzados habían venido a Palestina para luchar contra los infieles (y quitarles sus tierras). Salvo algunos armisticios cortos, lucharon desde el primer hasta el último día.
Los sionistas, hasta ahora, han seguido el mismo camino. Estamos comprometidos en una guerra perpetua. Algunos esfuerzos débiles por parte de unos cuantos sionistas locales, justo al principio, para forjar una alianza con los árabes contra los turcos otomanos (que gobernaban el país en ese momento) fueron ignorados por los líderes sionistas y aquí seguimos luchando. (Hoy mismo, mientras leo el periódico de la mañana, me doy cuenta una vez más de que un 70% de las noticias tienen que ver, directa o indirectamente, con el conflicto sionista-árabe).
Es cierto que, desde la fundación de Israel hasta hoy, siempre ha habido algunas voces (la mía entre ellas) defendiendo nuestra integración en la región, pero han sido ignoradas por todos los gobiernos israelíes. Los líderes siempre han preferido un estado de constante conflicto, el cual permite a Israel expandirse sin límites.
¿Eso quiere decir que debemos hartarnos de nuestro Estado, al igual que hicieron los jóvenes en Berlín?
Mi respuesta es: para nada. No hay nada predestinado. Como he intentado decirle a nuestros amigos Unter den Linden, todo depende de nosotros.
Pero antes de nada debemos preguntarnos: ¿Qué tipo de solución queremos?
El ideal de los Dos Estados está vivo porque es la única solución viable que hay
Mis amigos y yo conseguimos una victoria histórica cuando nuestro concepto –dos Estados para (los) dos pueblos- se convirtió en un consenso mundial. Pero ahora algunas personas han decretado que “la solución de los Dos Estados está muerta”.
Esto siempre me sorprende. ¿Quién es el médico que ha emitido el certificado de defunción? ¿Por qué motivos? Hay muchas formas distintas para llevar a cabo esta solución, en lo que se refiere a los asentamientos y a las fronteras, ¿quién ha decidido que son todas imposibles?
No, el certificado de defunción es una falsificación. El ideal de los Dos Estados está vivo porque es la única solución viable que hay.
Hay dos tipos de luchadores políticos altamente motivados: los que están buscando soluciones ideales y los que se conforman con las realistas.
Los del primer tipo son admirables. Creen en las soluciones ideales que se pueden poner en práctica por personas idóneas en circunstancias ideales.
No subestimo a esa gente. A veces les preparan el camino teórico a otros para ver su sueño hecho realidad después de dos o tres generaciones.
(Un historiador escribió una vez que toda revolución se ha vuelto irrelevante en el momento en el que alcanza sus objetivos. Sus fundamentos los establecen unos cuantos teóricos en una generación, gana adeptos en la siguiente generación, y en el momento en el que la tercera generación la lleva a cabo, ya ha quedado obsoleta.)
La solución de un único Estado es ideal pero irreal: funcionaría si judíos y árabes fueran todos gente agradable
Me conformaré con una solución realista: una solución que pueda ser implementada por personas reales en un mundo real.
La solución de un único Estado es ideal pero es irreal. Podría funcionar si todos los judíos y los árabes fueran gente agradable, se abrazaran, olvidaran sus agravios, desearan vivir juntos, saludaran la misma bandera, cantaran el mismo himno nacional, sirvieran en el mismo Ejército y Policía, obedecieran las mismas leyes, pagaran los mismos impuestos, adaptaran sus narraciones religiosas e históricas, preferiblemente se casaran unos con otros. Sería bonito. Tal vez incluso posible, en cinco o diez generaciones.
Si no es así, la solución de Un Estado significaría un Estado de apartheid, de guerra interna perpetua, mucho derramamiento de sangre, quizás al final un Estado de mayoría árabe con una minoría judía reducida por la emigración constante.
La solución de Dos Estados no es la ideal, sino la real. Esto significa que cada uno de los dos pueblos puede vivir en un Estado que llaman propio, bajo su propia bandera, sus propias elecciones, Parlamento y Gobierno, policía y sistema educativo, su propio equipo olímpico.
La desesperación es fácil, cómoda y también lógica, pero corrompe y no permite crear nada
Pero la desesperación corrompe.
Los dos Estados tendrán, por elección o necesidad, instituciones comunes que evolucionarán con el transcurso del tiempo y por libre voluntad desde unos mínimos necesarios hacia unos óptimos mucho más amplios. Tal vez se acerquen a una federación, cuando aumenten las relaciones mutuas y se profundice el respeto mutuo.
Una vez que se fijen las fronteras entre los dos Estados, el problema de los asentamientos será soluble (algunos se pueden unir a Israel por intercambio de territorios, otros serán parte de Palestina o serán disueltos). Las relaciones militares y la defensa conjunta estarán conformadas por realidades.
Todo esto va a ser inmensamente difícil. No nos hagamos ilusiones. Pero es posible en el mundo real, llevado a cabo por personas reales.
Es por esta lucha por lo que insto a los hijos e hijas en Berlín y en todo el mundo, la nueva diáspora israelí, a que vuelvan a casa y se unan a nosotros de nuevo.
La desesperación es fácil. Es también cómoda, ya sea en Berlín o en Tel Aviv. Mirando a nuestro alrededor en este momento, la desesperación también es lógica.
Pero la desesperación corrompe. Las personas desesperadas no crean nada, y nunca lo hicieron.
El futuro pertenece a los optimistas.
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