¿Judíos olímpicos?
Uri Avnery
La escena en el aeropuerto de Ben Gurion esta semana fue un tanto sorprendente.
Más de mil hombres jóvenes fans fueron a recibir a los dos judokas israelíes –una mujer y un hombre- que han ganado una medalla de bronce cada uno en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
Fue una bienvenida muy ruidosa. La multitud se volvió loca, gritaba, empujaba, levantaba los puños.
Sin embargo, el judo no es un deporte muy popular en Israel. Los aficionados israelíes llenaron los estadios de futbol y las canchas de baloncesto. Pero en estos dos deportes, Israel está lejos de ganar ninguna medalla.
Y de repente, el público israelí se hizo seguidor de los judokas (algunos lo llaman “judíokas”). Los que no se volvieron locos con el entusiasmo fueron considerados traidores. No hemos escuchado nada sobre los campeones de judo que ganaron una medalla de oro o plata. ¿Había alguno?
Solo podemos imaginar qué habría pasado si la delegación olímpica israelí hubiese incluido atletas árabes. ¿Árabes? ¿En nuestra delegación?
Israel se considera a sí mismo, en cierto modo, el cuartel central de “los judíos del mundo”
Es cierto que los árabes constituyen alrededor del 20% de la población israelí, y algunos son muy activos en el deporte. Pero Dios -o Alá- nos salvó de este dolor de cabeza. Ninguno llegó a Río de Janeiro.
Pero hay otra cuestión que debería haber llamado la atención. Israel es –por su propia definición oficial- un “Estado judío”. Se considera a sí mismo, en cierto modo, el cuartel central de “los judíos del mundo”.
Entonces, ¿por qué nadie en Israel tiene el más mínimo interés en las medallas obtenidas por judíos y judías en otras delegaciones nacionales? ¿Dónde está la solidaridad judía? ¿Dónde está el orgullo judío?
Bueno, simplemente no existe cuando se le necesita. En los Juegos Olímpicos, un evento muy nacionalista, nadie en Israel se preocupa por los judíos de la diáspora. Al infierno todos ellos.
Parece que en el deporte, más que en cualquier otra cosa, la distinción entre los israelíes y los judíos es fundamental. Tan fundamental, de hecho, que la cuestión ni siquiera se ha planteado. ¡A quién le importa!
La pregunta se planteó durante un debate que surgió recientemente.
Los emigrados no se consideran miembros de la comunidad judía sino de una diáspora israelí
Empezó con un pequeño artículo mío en el periódico israelí liberal Haaretz. Dije que algunos de los mejores y más brillantes jóvenes israelíes han emigrado y echado raíces en otros países. Por muy extraño que parezca, su más popular nueva patria es Alemania, y la ciudad preferida es Berlín. Les pedí educadamente a los emigrantes que volvieran y formaran parte de la lucha “para salvar a Israel de sí mismo”.
Algunos de los israelíes en Berlín se negaron amablemente. No, pero gracias, dijeron. Se sienten en casa en la antigua Reichshauptstadt (capital del Reich) y no tienen absolutamente ninguna intención de volver a Israel.
Me llamó la atención el hecho de que ninguno de los escritores ha mencionado nunca a la comunidad judía en Berlín o en cualquier otro lugar. No se consideran miembros de la comunidad judía en el mundo, sino más bien de una independiente, una nueva diáspora israelí. Como la mayoría de los israelíes, albergan un desprecio secreto por la diáspora judía.
Pero esto no se puede mantener. A excepción de los pocos que están completamente liberados de la religión y la tradición, los israelíes en el extranjero todavía necesitarán ser casados por un rabino, sus hijos recién nacidos ser circuncidados por un rabino, y al final ser enterrados en un cementerio judío. Muy pronto, van a ser miembros de pleno derecho de las comunidades judías locales.
Theodor Herzl era una persona ingenua que sabía muy poco sobre los judíos
Para estos judíos, todo el proceso se habrá completado dentro de seis o siete generaciones, de la diáspora judía a la israelí, de la israelí de vuelta a la diáspora judía.
El fundador del sionismo político, Theodor Herzl, creyó que tras la creación del “Estado judío” (no necesariamente en Palestina), todos los judíos del mundo irían y se establecerían allí. Los que no, se integrarían en los países en los que viven y dejarían de ser judíos.
Esta era una idea simple, ya que Herzl era una persona ingenua que sabía muy poco sobre los judíos. Por eso no concibió una futura diferencia entre los judíos en un Estado judío y todos los demás, que se quedarían donde estaban o emigrarían a otros países, como Estados Unidos. El término “judío” llegó a significar muchas cosas diferentes.
Los judíos estaban orgullosos de hablar de un “pueblo judío”, un pueblo único repartido en todo el mundo. A decir verdad, no había nada único en él: esta era la situación normal en el imperio bizantino y más tarde en el califato otomano. Algunos aspectos del mismo se mantuvieron durante el mandato británico, y existen incluso a día de hoy en las leyes de Israel.
Bajo este sistema, llamado “millet” por los turcos, los pueblos no son unidades territoriales sino comunidades religiosas geográficamente dispersas que se rigen por sus propios líderes religiosos, sometidos al emperador o sultán. Los judíos no se diferenciaban en este aspecto de los helenos, las diversas ramas cristianas o, más tarde, los musulmanes.
Como comunidad dispersa, los judíos no se diferenciaban de los helenos o las ramas cristianas
Solo con la llegada de las naciones modernas, basadas en territorios, los judíos llegaron a ser casi únicos. Otros pueblos religiosos se reformaron y se convirtieron en naciones modernas. Los testarudos judíos rechazaron el cambio y siguieron siendo una entidad étnico-religiosa dispersa.
Herzl y sus seguidores querían cambiar esto y hacer de los judíos -con retraso- una nación moderna, con su propia “patria”. Ese fue el significado del sionismo.
Entonces, ¿por qué no hicieron una clara distinción entre los miembros de su nueva nación y los judíos alrededor del mundo? Bueno, nunca hubo una definición clara de la ideología sionista, como de la marxista. Además, temían que una clara separación de la religión judía perjudicaría su causa. Así que lo dejaron confuso: religión judía, diáspora judía, pueblo judío, Estado judío, todo en el mismo saco.
La idea era que no distinguir entre un judío en Berlín y un judío en Tel Aviv le pondría más fácil a los judíos alrededor del mundo ir a Israel. Nadie pensó en el hecho de que este puente tenía dos sentidos. Si era fácil ir de Berlín a Tel Aviv, será igual de fácil pasar de Tel Aviv a Berlín. Y eso es lo que está pasando ahora.
Esto bien se podría haber evitado, si se le hubiese asignado otro nombre a la nueva nación creada por el sionismo.
El 20% de los ciudadanos israelíes son árabes. ¿Están incluidos en el concepto de nación israelí?
Un pequeño grupo de intelectuales propuso una vez precisamente eso. Quería llamar “hebreos” a los miembros de la nueva nación en Palestina, sin dejar de llamar “judíos” a los miembros de la diáspora. Esto fue fuertemente condenado por los sionistas. Aunque el argot popular ha adoptado inconscientemente esta distinción, no obtuvo un respaldo oficial.
Con la creación del Estado de Israel, parecía haber una solución natural: estaba la diáspora judía y estaba el Estado de Israel. Los judíos en Israel se convirtieron en israelíes y estaban orgullosos de ellos. Cuando se les preguntaba en el extranjero qué eran, respondía con naturalidad “Soy israelí”, nunca “Soy judío”. Tengo una firme sospecha de que un joven emigrante israelí en Berlín todavía daría la misma respuesta.
Pero hay un problema: más del 20% de los ciudadanos israelíes son árabes. ¿Están incluidos en el concepto de nación israelí? La mayoría de ellos, y casi todos los israelíes judíos, responderían con un No. Se consideran una minoría palestina en Israel.
La solución más sencilla sería reconocer a los “árabes israelíes” como una minoría nacional, con los derechos plenos de las minorías. Sin embargo, los líderes israelíes son incapaces de hacer eso. Por tanto, tenemos una situación bastante grotesca: la autoridad gubernamental israelí de registros, que emite la “nacionalidad” del individuo, se niega a registrar “israelí” e insiste en “judío” o “árabe”. (En Israel, nacionalidad no significa ciudadanía).
Pregunté a Sharon: “¿Qué eres primero, israelí o judío?” Respondió: «Ante todo soy judío»
Un grupo de ciudadanos israelíes (yo incluido) hizo una apelación a la Corte Suprema contra esta decisión, pero fue rechazada.
Una vez tuve una discusión sobre esto con Ariel Sharon. Le pregunté: “¿Qué eres primero, un israelí o un judío?”. Respondió sin dudarlo: “Ante todo soy un judío, y después soy israelí”. Mi respuesta fue todo lo contrario: “Soy primero israelí, después judío”.
Sharon nació en un pueblo comuna y no sabía casi nada sobre judaísmo. Pero fue formado en el sistema de educación sionista, que está totalmente comprometido con la producción de judíos.
Si él estuviese aún vivo, Sharon habría felicitado sin duda a los judokas israelíes. No se le habría pasado por la cabeza preguntar sobre las estrellas olímpicas judías.
¿Te ha interesado esta columna?
Puedes ayudarnos a seguir trabajando
Donación única | Quiero ser socia |