Opinión

El fundamentalismo mata

Laura F. Palomo
Laura F. Palomo
· 5 minutos

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En agosto, horas después de difundir en Facebook una caricatura antifundamentalista, el conocido escritor jordano, Nahed Hattar, tuvo que borrarla. El dibujo se mofaba de la utilización del nombre de Dios por parte de los extremistas islámicos. No había sido su autor. Tan sólo le dio a compartir en la red social, pero la presión en los comentarios que generó le llevó a retractarse y pedir perdón.

Para entonces, páginas y líderes islamistas radicales en Jordania habían replicado el post acusando a Hattar de “blasfemo”. El Ministerio del Interior recibió decenas de mensajes y llamadas que clamaban por su “muerte”. El revuelo público en vísperas de las elecciones parlamentarias del día 20 de septiembre fue tal, que al Ejecutivo no se le ocurrió mejor idea que arrestarlo, según dijo en petit comité, “para protegerlo de los ataques radicales”. La decisión no vino de ningún Tribunal, sino del primer ministro, Hani Mulki, que ordenó su detención.

En vez de perseguirse las amenazas de los extremistas, el escritor se vio entre rejas, como salvación

Y así comenzaron las incoherencias. En vez de perseguirse las amenazas de los extremistas, este prominente intelectual se vio entre rejas, como salvación. Para evitar las tensiones sectarias, el Ejecutivo apostó por legitimar su arresto al “haber ofendido la religión” y tras, unos días de sosiego, fue puesto en libertad el 8 de septiembre bajo fianza.

Ayer, tres tiros propinados por Riyadh Ismail Ahmed Abdullah, imam despedido por la autoridad estatal, terminaron con su vida frente a la misma corte de Justicia, una zona céntrica de Ammán atestada de fuerzas de seguridad y cercana a la Academia militar de la capital. Había ido a prestar declaración por “insultar al islam” en una investigación justificada por el Gobierno, que a su vez asegura luchar contra el fundamentalismo. La acera se encharcó de sangre.

“Daesh – acrónimo en árabe del Estado Islámico – arrestó a Nahed”. Fue uno de los eslóganes elegidos para la campaña de un grupo de activistas y periodistas que pidieron su liberación durante los días de arresto. Algo no les cuadraba. El Gobierno jordano, que había lanzado en verano un plan estratégico para contener el extremismo en Jordania después de que miles de ciudadanos hayan cruzado la frontera siria para unirse a grupos radicales, estaba rindiendo pleitesía a las más peligrosas narrativas. Se optó por contener la crítica al fundamentalismo en vez combatirlo.

Durante aquellos días, me reuní
con su familia a condición de no difundir ninguna de sus declaraciones. Tenían miedo y estaban siendo amedrentados. Además, no querían espolear la división sectaria. Hatter es cristiano, y eso alimenta a quienes buscan la división. Pero Hatter criticaba con la misma convicción a párrocos que a sheijs cuando la confesión suponía una cortapisa a la libertad. Era, ante todo, laico. Tras su muerte, su hermano Jaled aceptó hablar: “Las autoridades fracasaron a la hora de garantizar su seguridad”.

“Cristianos y musulmanes siempre hemos convivido aquí en Jordania, pero ahora es diferente”

La conmoción saltó a las calles, y se registraron manifestaciones de condena al asesinato en Fuheis, barrio de mayoría cristiana en la periferia de Ammán, de donde era originario. Pero los vecinos de Jabal al Webdeh, vecindario capitaliano donde Hatter residía y cercano al área donde fue asesinado, pedían mantener el anonimato afligidos por los riesgos de una creciente “desavenencia” sectaria que “es reciente”: “Cristianos y musulmanes siempre hemos convivido aquí en Jordania, pero ahora es diferente”, coincidían.

La mayoría conviene en que la reacción del Gobierno ante este acontecimiento será determinante para contener la deriva del extremismo. Sin embargo, no confían en que pueda ser contundente, conocedores de los malabarismos del régimen jordano para satisfacer tantos actores sociales que van desde los islamistas moderados, como representan los Hermanos Musulmanes que han condenado el asesinato, hasta los movimientos salafistas – tendentes a vincularse a los grupos terroristas en la región como Al Qaeda o Estado Islámico– , además de líderes tribales y liberales.

Es más, Hattar tenía otro ‘pecado’: apoyar a Bachar Asad, un criminal de guerra que ahogó una revolución hasta convertirla en una cruenta guerra civil. Pero sus dudas, argumentadas en sus escritos, no representan más que el debate que se mantiene en la región dentro de quienes temen más la alternativa de los grupos armados, ahora radicalizados, que al dictador.

Una disyuntiva abierta entre simpatizantes de ambos bandos, que tan sólo representa la lucha dialéctica en Oriente Medio, pero no necesariamente la justificación de la violencia, como los detractores intentan hacer creer. Y que ha llevado a parte de la población a justificar este asesinato haciendo un favor al fundamentalismo islámico. Porque lo que ha quedado claro en Jordania con este crimen es que tanto mata el extremismo como las ínfulas de una falsa libertad.

La viñeta mortal

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(Traducción del árabe: M’Sur | Clic en la imagen para ampliar)

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