Entrevista

Maram al Masri

«Hice mi primera revolución por la libertad de amar»

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 19 minutos
Maram al-Masri (Granada, 2016) | © Ilya U. Topper / M'Sur
Maram al-Masri (Granada, 2016) | © Ilya U. Topper / M’Sur


Granada | Mayo 2016

Tiene un aire de adolescente frágil, quizás de princesa perdida en un mundo que no es el suyo. Maram al Masri (Latakía, 1962), habla en voz baja ante el micrófono, como si estuviera haciendo confidencias personales. Y quizás sea cierto: también sus poemas, aunque los lea ante una sala repleta, tienen cierta cualidad de emoción íntima que hace al lector sentir que se ha metido dentro de la casa de la poeta, que la vislumbra en pijama, quizás en su cocina, donde descubre una Cereza roja sobre losas blancas.

Es el título del poemario, publicado en Túnez en 1997, cuya traducción al español en 2002 dio fama a Maram al Masri en España… y poco después en el resto de Europa: apareció en 2003 en Francia, donde vive la poeta, y al año siguiente en Inglaterra. Sin embargo, en el mundo árabe, su literatura sigue siendo poco conocida: aún antes de la guerra, sus libros no se vendían en su Siria natal. Un país del que la escritora habla con una emoción apenas contenida, tomando partido de forma rotunda. Pero el dolor que expresa en estos momentos puede dar paso en otras ocasiones a una desbordante y cariñosa felicidad.

M’Sur – que el año pasado publicó muestras de la poesía de Masri en la revista Caleta – habló con la poeta durante el TresFestival, un encuentro literario organizado por la Fundación Tres Culturas en Granada.

Parece ser que usted es la poeta árabe más conocida en España. ¿Cómo ha ocurrido?

[Risas] Es un milagro. Cereza roja sobre losas blancas se ha editado seis veces. Y Te miro (2005) estuvo durante un mes entre los diez libros de poemas más vendidos en España. Y la editorial no es de las grandes. No lo sé.

¿Sería por la figura de José María Álvarez?

«Las chicas son todas guapas; yo ¿cómo voy a llamar la atención? Pues yo escribo poesía»

Exacto. Él me ayudó mucho cuando lo encontré en mi primer encuentro internacional; a causa de este libro luego me tradujeron al inglés y francés. Me encontré con poetas españoles, con Carlos Marzal, Felipe Benítez Reyes… toda ese gente. Es Álvarez quien me llevó a esto.

La poesía en su vida ¿estaba presente desde pequeña, o fue un descubrimiento?

No sé por qué milagro me puse a escribir poesía. Creo que fue por el milagro del amor. Sentí que era como si quisiera embellecerme, era algo instintivo, quería distinguirme de las demás chicas de mi generación, y me dije que escribir poesía era una manera de salir de ahí, de decir: mira, soy poeta. Porque las chicas son todas guapas, todas tienen melena larga, yo ¿cómo voy a llamar la atención? Pues yo escribo poesía.

Usted es de Latakía, ciudad costera y de fama alegre. ¿Estudió allí?

No. Estudié en Damasco. Literatura Inglesa, pero lo interrumpí para trabajar. Estaba enamorada de un cristiano y quería tener dinero para irme a vivir con él. Por eso dejé de estudiar, luego me llamaron de los servicios secretos sirios para trabajar con ellos. Mi novio me dejó, por eso me sentí muy mal en este país y me fui.

Una fuga más bien personal, pues. ¿Cuándo fue?

Fue en 1982, y era una fuga, sí, por motivos personales.

Aquel año tuvo lugar la rebelión y represión de los Hermanos Musulmanes en Hama. ¿Influyó en la decisión de irse?

«No se tenía el derecho de ir con un chico por la calle sin tener detrás la policía de la moral»

No. En aquella época, sin internet, no había tanta comunicación. No se sabía lo que pasaba en otros sitios. Yo me enteré cuando estaba en Francia. Pero se sabía que pasaba algo: cuando rechacé trabajar con los servicios secretos, me amenazaron con enviar a mi novio a la frontera sirio-israelí, me dijeron que si hablaba, mi familia acabaría en la cárcel… Había presiones muy fuertes y todo el mundo les tenía miedo. Se vivía en un estado de miedo, de inseguridad sentimental y de cuerpo. No se tenía el derecho de ir con un chico por la calle sin tener detrás la policía de la moral.

Pensábamos que en ese sentido, Siria era más abierto que otros países.

Qué va. Hablo de hace 35 años.

Hace 35 años, en Egipto era más fácil hacer eso que hoy.

En Siria no era así. No se podía ir con un chico por la calle si no era tu hermano o tu padre. Bueno, se podía, pero si alguien te quería buscar las vueltas podía hacerlo.

¿Incluso en Latakía? ¿No había grandes diferencias entre las regiones?

Sí, incluso en Latakía. Claro que había grandes diferencias. En Damasco era diferente porque era una gran ciudad.. Pero en los pueblos pequeños, a la gente se le conoce. A mí me conocían porque mi madre era directora de un colegio de Latakía, activa a favor de los derechos de las mujeres, todo el mundo la conocía, y era: La hija de Khadiye hace eso, hace lo otro…

Usted se enamoró de un cristiano. Esto ya era una transgresión ¿no? Porque usted no es cristiana.

No soy cristiana, no. Mi abuela sí era cristiana, en cambio, pero una mujer musulmana no se puede casar con un chico cristiano. Es la ley. Al revés sí, una cristiana puede casarse con musulmán sin cambiar su religión, lo dice el Corán. Yo hice lo contrario, hice mi primera revolución contra la discriminación de la mujer, a favor de la libertad de amar. Lo gracioso es que mi familia lo aceptó, y en cambio la familia de él no. Por eso, él me abandonó. Luego, la familia musulmana me trató mal, porque para ellos yo habia sido utilizada. Era impura, ya no habría ningún hombre que se quería casar conmigo. Si no se hubiera sabido tanto, pues igual sí, pero todo el mundo lo sabía, y me dijeron: A tus hijos les van a decir: Tu madre está enamorada de un cristiano.

El estigma.

«Me casé con un chico sirio en Francia, diciéndome que el amor ya vendría. Pero el amor no vino»

Sí. Por eso me encontraba encajonada entre un trabajo con los servicios secretos, que me seguían, y una sociedad que me rechazaba, y me dije que yo ya no podía vivir allí. Así que me casé con un chico sirio que estaba estudiando en Francia y fui a vivir allí, diciéndome que el amor ya vendría. Pero el amor no vino. Me divorcié con un hijo en brazos. No quería volver a Siria, porque tras haber estado con un cristiano, encima divorciada y ahora con un hijo… ¿quién me iba a querer? Iba a ser un trapo. Me quedé en Francia.

¿París era la libertad?

París no era la libertad en absoluto, era… el sueño de la libertad. Me casé con un francés, tuve un matrimonio que al principio iba bien, porque yo no hablaba francés, y cuando te sientes inválida, esto te induce a ser dócil: yo tenía miedo, no sabía dónde ir. Hice todo lo posible para estar bien con él. Y luego, cuando volví a empezar a escribir – porque había estado tres años sin escribir – ellos no me aceptaron.

¿Los franceses?

«Los franceses no me aceptaron porque me tomé una libertad que no tenía en Siria»

Sí, los franceses. No me aceptaron porque me tomé una libertad que no tenía. Empecé a desatender mis obligaciones de tareas domésticas, a desatender mi deber de ocuparme de mi marido, no les pareció bien que yo viajara: no está bien que una mujer viaje: se va a encontrar con hombres. La duda se instala, los celos se instalan, llega la violencia… Poco a poco me trataron como a una inmigrante.

El patriarcado parece ser muy similar en Siria y en otras partes ¿Ni Francia se libra?

No se libra para nada. Es lo mismo. Me han hecho pagar el aire que respiraba en Francia. Me preguntaron: ¿Tú podrías vivir así en Siria? ¿Entonces por qué quieres vivir así aquí? Si alguien no se ha tomado su libertad en su tierra, ¿por qué debería hacerlo aquí? Como si yo no tuviera este derecho.

El mito de la Francia que da la libertad a la humanidad, no se sostiene, pues.

No. Dejé la casa, dejé a mis hijos. Porque no tenía opción. Sí tenía opción: podría haber sido… no malvada, pero podría haber recurrido a la ley francesa, obligado a mi marido a dejar su casa, pero era yo la que había llegado, no iba a echar a un francés de su casa. Yo yo pude irme, porque no tenía nada, salvo una pequeña maleta. Él tenía su coche, su oficina, su vida… y es el padre de mis hijos. Me aceptó con un hijo cuando yo no tenía a nadie, eso se lo reconozco.

Y conquistó su libertad.

«Conquisté mi libertad… y abandoné a mis hijos. Me veo frente a las dudas, al miedo, a la soledad»

Muy tarde. Conquisté mi libertad… ¿soy libre ahora? Para conquistarla, abandoné a mis hijos. Me veo frente a las dudas, al miedo, a la soledad. Al mismo tiempo tengo la esperanza. No es fácil asumir todo eso. Sobre todo porque hay otros que no asumen nunca nada. Al estar casada, mi marido me apartaba del ejercicio de la libertad. Yo no tenía coche, ni tarjeta de banco, no sabía hacer nada, nunca firmé un cheque ni rellené una declaración de la renta, nunca pagué una factura de la luz. Y de repente todo eso lo tuve que hacer por mi cuenta. Sin tener experiencia.

Para su marido francés, usted era como imaginamos como la mujer árabe típica: encerrada en casa…

Encerrada no, eso no, pero sí, una mujer tradicional. Pero yo no era una mujer tradicional. No pensé que ser escritora impediría que fuera una mujer así, pero aparentemente sí: no hice lo que tenía que hacer, no estaba a servicio de él las 24 horas del día.

¿Con él tuvo usted dos hijos?

Si, dos. En total tengo tres hijos, tres chicos. Mi primer hijo… no me gusta este capítulo.. como me divorcié y me volví a casar, mi exmarido sirio secuestró al niño. Tenía 18 meses, se lo llevó a Siria, y me prohibió verlo durante trece años. Ahora de vez en cuando voy a verle, me quedo un cuarto de hora, pero es difícil rehacer una relación de madre e hijo. Ni él es muy expresivo, ni yo tampoco. Mostrarle mi amor me da miedo. Es mejor para él si no me quiere. Porque si no me quiere, no me necesita. Solo se necesita a la gente a la que se quiere. Acepto que no me quiera para que así él sea libre.

El secuestro de los hijos compartidos parece ser una reacción frecuente.

«Cuando empezó la revolución en Siria, todo era bello. La gente no paraba de cantar y bailar»

En mi último libro, El rapto, que está en francés y árabe, y ha sido traducido al italiano, hablo de esta historia, de la relación madre-hijo, de este secuestro, este rapto, porque creo que hay muchas madres que han tenido la misma experiencia que yo: las que han perdido a sus hijos en un accidente, eso es un rapto también, las que los han perdido por la ideología, por los yihadistas. Para mí es un rapto todo lo que se hace sin estar de acuerdo.

Tener un hijo yihadista debe de ser una experiencia muy frecuente ahora en Siria.

Sí, pero también en Europa. Lo mismo el alcoholismo, las drogas, los accidentes… también son raptos, que nos arrebatan a quienes queremos.

Siria era un país bajo un control estricto; nos costaba imaginar que allí estallara una guerra civil.

¡Y a mí! Siria estaba muy controlada, y durante la Primavera Árabe la gente decía que allí nunca iba a pasar, lo decían con pena. Había cerrojos por todas partes. Y luego, cuando empezó era bello. Bello. Era increíble, para llorar. Esto duraba ocho meses. La gente no paraba de cantar y bailar. Yo lo llamaba la revolución de los bailes.

¿Y luego?

«Tenemos esperanza porque creemos que el bien vencerá al mal. Eso es lo que nos mantiene»

Luego, Asad hizo aumentar su represión, bombardeaba, aumentaba la presión, bombardeaba más… Y al final esto desencadenaba las cosas, salieron los yihadistas, la guerra dura más de cinco años ahora y la gente sigue muriendo. Es horrible.

¿Hay aún esperanza?

Si se perdiera la esperanza sería terrible. ¿Te imaginas vivir sin esperanza? ¿Qué se podría esperar? ¿Con qué se podría soñar? Tenemos la esperanza porque creemos que el bien vencerá al mal. Eso es lo que nos mantiene.

¿Pero existe aún el bien en Siria, en la guerra civil? ¿En qué bando?

El bando que va a ganar. El de los hijos de Siria. Ganará la esperanza de los sirios de construir un país civil, cívico, laico, democrático. Hará olvidar los sufrimiento. Porque hay gente que ha vuelto a bajar a la calle, que ha vuelto a cantar, a bailar… Cuánta gente hay que ha perdido a sus familiares y siguen cantando, mira: [muestra un vídeo en el teléfono móvil]

Cantan consignas por la libertad pero que acaban en cánticos religiosas.

¡Pues claro, querido! Necesitan un apoyo moral. Son gente sencilla. No son intelectuales.

¿Y dónde están los intelectuales?

«No les voy a quitar la única morfina que les hace dormirse en su sufrimiento: que Dios los va a vengar»

¡Pues están en la cárcel! Los que han salido son el pueblo. ¡Tienen derecho! no dejan de tenerlo porque sean creyentes. Yo soy atea. Pero respeto a esta gente, no les voy a quitar la única morfina que les hace dormirse en su sufrimiento. Las madres que han perdido a todos sus hijos, sus familias, que han visto como han matado a sus hijos delante de ellas… ¿qué les puedes decir si no tienen esta creencia que Dios los va a vengar, que Dios les dará el paraíso? ¿Qué les puedes dar si no es eso?

El Frente Nusra y Daesh han conseguido secuestrar la revolución basándose justo en estas emociones ¿no?

Eso seguro que sí, pero ¿después de qué?

Después de la violencia del Gobierno.

Eso: después de que la gente haya perdido todo. Lo han robado todo, la gente se ha visto obligada a irse con Nusra. Han quitado toda la esperanza al pueblo, toda, y han puesto todo, todos los microbios, las enzimas, para que tenga lugar esta fermentación. ¿Qué le queda, salvo esperar algo de Dios? ¿Quién va a morir si no tiene esta esperanza? ¿Quién aceptará la muerte?

Después de eso ¿se podrá regresar a una sociedad que acepte también a quienes no son creyentes?

¿Puede la sociedad recuperarse? Sí, con certeza. Eso espero, al menos. E incluso si no lo consigue, eso no es un motivo para que se quede Asad. La revolución francesa duró cien años. En una revolución todo se destruye. Hay que tener indulgencia ante esta revolución y creer que ganará. Porque el bien debe vencer al mal.

En Egipto parecía más fácil, sin guerra civil, pero la revolución incluso ganando acabó perdiendo.

Sí, hay otra dictadura. Pero es la estructura de la sociedad, y también el interés de una comunidad internacional que llega a esta partida, y como aún eres débil, pillas mucho más fácil una enfermedad…

A perro flaco todo son pulgas.

Si la vaca se cae, los cuchillos se multiplican, decimos nosotros. Lo que me vuelve triste, triste a morir, es el sufrimiento infinito de los padres, las madres, los hijos, sus rostros… Cada día, cuarenta muertos, sesenta muertos. Son seres humanos, tirados por el suelo. ¿Qué haríamos si fueran nuestros hijos?

Los intelectuales, los escritores y cineastas sirios, ¿han hecho lo han tenido que hacer?

«Obama no debería haber aceptado la legitimidad de Asad, ni que se quedase como presidente»

Hay escritores que están con la revolución y los hay que están en contra. Pero no hay ningún ser humano bueno que no esté con la revolución. No se puede uno no adherir a esta revolución, porque es justa. El problema es que llega un momento en que pasa como con la vaca y los cuchillos: ¿quién va a salvar la revolución? ¿Quién va a salvar el pueblo? La gente sencilla dice: Dios nos salvará. Alahu Akbar. Para aliviarse un poco, tener un poco de ayuda.

Los refugiados sirios me preguntaban por el silencio de Estados Unidos. ¿Debería haber intervenido?

Desde el principio. Estoy muy muy decepcionada con Obama. No debería haber aceptado la legitimidad de Asad, ni que se quedase como presidente. Tendría que haber obligado a crear una zona segura para el pueblo. Haber puesto fin a los bombardeos. No se puede vencer al terrorismo bombardeando a la gente.

En Libia han intervenido y ¿qué ha pasado?

Pero ¡cómo han intervenido! Han bombardeado y se han ido, no han hecho nada. Hay que tener un plan. Tras la operación, hay que meter a la gente en una unidad de cuidados intensivos. Y lo mismo pasa con la revolución. Un país débil, tras una guerra, debe estar en urgencias, debe recibir cuidados. No se puede abandonar así. Hay varias maneras de ganar la paz, si se quiere. No venderles más armas. Aceptar no enriquecerse haciendo negocios con los cadáveres de las personas.

La poesía ¿puede hacer algo?

«Mis poemas no son para el público árabe: mi lengua no se parece a su lengua, ni mis ideas a las suyas»

¿Qué podrá hacer la poesía? Yo he leído poesía hoy, he hablado. He descrito el sufrimiento de este pueblo. Seguro que la gente ha sentido empatía, y eso ya es algo. Si piensas que una pequeña ola contra una roca no hace nada, vale, pero hay rocas que han acabado por derrumbarse ante la insistencia. Yo siempre digo que sí, porque a mí la poesía me ha cambiado. Un poema de amor me ha hecho más plena, más bella. Otros también pueden sentirse tocados por la poesía.

Tras 30 años en Francia ¿todavía escribe en árabe?

El árabe es más fácil para mí, pero escribo en los dos idiomas. Y escribo para el lector francés. Para el árabe, poco, muy poco… Sé que mi lengua no se parece a su lengua, mis ideas no se parecen a las suyas. No, mis poemas no son para el público árabe.

Sin embargo, su primer libro, Cereza roja sobre losas blancas, se editó en Túnez, en árabe.

Sí. Era el primero. Sí hay un público, cierto. Cuando lo recité, me pasó una cosa extraordinaria. Un chico me escribió una carta que me hizo llorar. Esta es la sensación que te hace pensar: sí, vale la pena escribir.

Cereza roja… fue prohibido en Siria. ¿Por qué?

Por el erotismo de la cereza roja. Era demasiado fuerte para ellos. Para los tunecinos no. Ahí lo pudimos publicar.

Sin embargo, la poesía árabe clásica siempre ha sido erótica, es toda una tradición.

«El erotismo de la cereza roja era demasiado fuerte para Siria; no para Túnez»

Pero no las mujeres, no las poetas mujeres.

Entonces ¿ser mujer ya es una revolución?

Ser mujer ya es una revolución, sí.

Dijo ayer que España es tanto familiar como exótica.

Es muy familiar. Una vez que volví a España, invitada por la Universidad de Granada, me me llevaron al Carmen de la Victoria, y algunos profesores abrieron una sala en la que nunca se entra para hacerme fotos, para un proyecto de fotografía y poesía. Me dijeron: La reina ha vuelto a su palacio. Y dije sí: ¿Si Wallada volviera a su palacio? Porque Wallada es el símbolo de la mujer árabe, libre y emancipada. Si Wallada viniera ahora y viera Andalucía, el precio de la libertad, el precio de la soledad, el precio de estar fuera de su reino… Tal vez yo sea Wallada, la reina que tuvo que irse de Andalucía y ha vuelto. Pero Wallada no quiere conquistar Andalucía. Quiere vivirla, amarla.

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