Ciudades de desheredados
Javier Calero
Marsella · Niza · París | Mayo 2017
Toni, taxista de la estación de trenes de Niza, tiene memorizada la ruta a la casa de Mohamed Lahouaiej Bouhlel. «¿La casa del terrorista? Otro periodista más. He llevado a noruegos, ingleses, americanos…». Bouhlel era el tunecino de 31 años, residente en Francia, quien mató en julio de 2016 a 84 personas arrollando con un camión una muchedumbre en la Promenade des Anglais, tristemente célebre ahora en esta ciudad turística de la costa mediterránea francesa.
Pero el taxista se sorprende al oir el nombre de Omar Diaby: no conoce a este personaje de Niza, aunque refleja mejor que la acción solitaria de Bouhlel la evolución que ha tenido lugar en los últimos años en muchas ciudades francesas, especialmente en los suburbios, la ‘banlieue’. Como el barrio de L’Ariane, cuatro kilómetros tierra adentro de las famosas playas.
«L’Ariane es peligroso, de noche no van taxis ni la policía. Está lleno de árabes, chechenos y africanos»
«Oye tío, L’Ariane es la cité (barriada), es peligroso, de noche no van taxis ni la policía. ¿Sabes? Está lleno de árabes, chechenos y africanos. Los dos primeros están en guerra. De noche es cuando actúan. Soy de Niza y sé lo que te digo», advierte Toni. Y es precisamente ahí donde vivía Diaby, más conocido como Omar Omsen, quizás el reclutador de yihadistas más exitoso de Francia. Consiguió enviar a la guerra a 20 jóvenes del mismo edificio, según la prensa francesa.
Diaby, de 41 años, nacido en Senegal, llegó con su familia a Niza a los 5 años. Tenía su cuartel general en la barriada de Bon Voyage, pasado Saint Joseph, en L’Ariane. El reclutador se dedicó a la propaganda ideológica, subrayando la importancia de que las mujeres también se sumaran a la «guerra santa». La policía le siguió la pista hace unos años por estar detrás del envío de jóvenes a la yihad, pero quedó en libertad por falta de pruebas y viajó a Siria, donde se alistó en las filas del Frente Nusra, filial de Al Qaeda.
Cuando once miembros de una misma familia, con niños incluidos, atravesaron Europa para intentar unirse a la yihad, la ciudad entera fue consciente del poder de Diaby, que tal vez también tuviera contacto, a través de otras personas, con Bouhlel, según la prensa francesa. La región de Niza es, después de París, la que más yihadistas ha enviado a Siria e Iraq en los últimos años. Más de un centenar franceses, la mayoría jóvenes, lo dejaron todo para hacer la yihad.
Entre naves industriales y pequeños núcleos de casas, en L’Ariane pocos reconocen haber conocido a Diaby. Son pocas las palabras. Ambiguos, tratan de defender su barrio, donde viven. «Sí, sabemos que hay radicales aquí, que hay reclutadores de yihadistas entre nosotros. Pero no los vemos, no sabemos quiénes son ni dónde se esconden», se escuda Hadji, oriundo de las Islas Comores, en el sureste de África. Cinco de sus compatriotas, musulmanes todos, hablan entre ellos mientras su ‘portavoz’ responde a las preguntas.
«Esos jóvenes se han radicalizado en internet, en Facebook y con gente indeseable»
Ni en los escasos kebabs, ni cerca de la mezquita, donde cuelga un cartel en francés y árabe en el que se advierte de que está «prohibido permanecer hablando frente a la puerta», dicen ser conscientes de que la zona ha sido el principal caladero yihadista de la ciudad. «Esos jóvenes se han radicalizado en internet, en Facebook y con gente indeseable, quienes van a buscarlos para enviarlos a la guerra», asegura el presidente de la Unión de Musulmanes local, Otmane Aissaoui. «Desde la asociación tratamos de ir a verles, de hablarles, de informarles; porque con la propaganda de Daesh muchos están desinformados», agrega. Pero sí admite que «la situación ha mejorado desde 2013 y 2014: sin Diaby la captación ha bajado notablemente». El reclutador «manchó el nombre de Niza, enviando a la yihad a jóvenes desamparados, frágiles, con problemas familiares, sin trabajo ni estudios», sentencia Aissaoui.
El proselitismo de Daesh en Facebook y Twitter no es la única vía de radicalización en Niza. Tras la guerra civil de Argelia de los años noventa, grupos de islamistas contrarios al régimen argelino se organizaron y emigraron a Niza. «Cuando perdieron toda esperanza de ganar la batalla, estas mismas células se han ‘convertido’ en una forma de ‘prosélitos’, que los franceses llamamos ‘tablighis’. Desde el año 2000 se han acercado a los jóvenes de los ‘quartiers de banlieue’, contribuyendo así a esta radicalización», explica Barah Mikail, fundador de la consultora de seguridad Stractegia.
Algo similar ocurre en Marsella, la metrópoli del sur de Francia, que ya se conoce como «la pequeña Argelia». Aquí viven más de 250.000 musulmanes, casi la mitad de la población total, pero también se encuentra la segunda comunidad judía de Francia, con más de 70.000 almas. El presidente del consistorio israelí de Marsella pidió en el aniversario del atentado contra el supermercado kosher en París que sus correligionarios no porten la kipá por precaución.
«No me parece bien, pero es para proteger a los niños, yo no me la voy a quitar y a ellos los taparé con una gorra porque otra cosa es darle la razón al agresor», dice el dueño de una tienda judía, que prefiere mantener el anonimato. «Algo se ha roto desde los atentados, pese a que la mayoría de musulmanes no esté de acuerdo con este odio. Ahora, cuando llevo los niños al colegio o cuando voy sola, miro siempre a mis espaldas de forma casi obsesiva», añade su mujer.
Marsella encabeza el mapa de homicidios en Francia, tras Córcega, y seguido de Niza
En la misma calle pueden verse un supermercado kosher, un colegio judío y una sinagoga. En la tienda se venden libros, que «compran muchos musulmanes», y todo tipo de kipás, desde la negra clásica para los más religiosos y las que tienen grabado balones de fútbol y baloncesto, para los niños. «Todos los jóvenes tienen miedo y quieren irse a Israel a estudiar y quedarse allí, adonde ya se han marchado familias enteras», dice la dueña. Hay barrios que nunca pisaría en la ciudad. «Al 13º y 14º nunca vamos». Son distritos con un gran número de inmigrantes, en los que gobierna desde hace dos años el xenófobo Frente Nacional (FN).
El grafiti y el rap esculpen calle a calle la capital de la pobreza en Francia, con 4 de los 6 distritos más pobres del país, donde el 43% de sus habitantes vive por debajo del umbral de pobreza y en los que más de una de cada tres personas está en paro (la media nacional es poco más del 10%). «Queriendo hacer dinero, a mi hermano le da igual el resto, los balazos son el sonido del Consejo de Guerra, los chavales solo buscan la pasta, la vida de ensueño, jugar en el Barça, traficar y Western Union, milagros y destinos olvidados», denuncia en la canción ‘Marsella’ a ritmo de hip hop la rapera local Keny Arkana. Con 3,8 homicidios por cada 100.000 personas al año, el departamento de Bouches du Rhône (la región de Marsella), encabeza el mapa del crimen de Francia, solo superada por Córcega, y seguido estrechamente por Alpes-Maritimes, el distrito de Niza, con una tasa de 3,6, calculada como media entre 2012 y 2015.
«Piensan que solo hay asesinatos, drogas y terrorismo, y eso solo favorece la exclusión»
Ocho distritos de Marsella, situados al norte de la ciudad, forman parte de las más de 750 ‘zonas urbanas sensibles’ de Francia. Allá donde no aconsejan ir al turista: barriadas de viviendas sociales, calles desiertas al mediodía, moles grises de hormigón y hasta campamentos donde viven familias de gitanos. Aquí se sitúa el barrio de La Castellane, cuna del héroe nacional del fútbol Zinedine Zidane, apenas conectado con el centro.
“Desde el siglo XIX todos los proyectos urbanos en esta ciudad han tratado de que la burguesía se estableciera en centro pero no lo ha conseguido, se han ido a pequeñas urbanizaciones de alrededor. En Marsella puedes ver barrios populares cerca del puerto, es una excepción francesa”, afirma Claire Carroué, doctoranda en Estudios Urbanos por la Universidad París-Nanterre.
«Con tanto paro, los jóvenes quieren irse de aquí. Aquí se siente todo el racismo y la islamofobia que vive Francia, especialmente después de los atentados», apunta uno de los educadores de la calle que ayudan a los jóvenes a escapar de la violencia ofreciéndoles otro futuro más allá de la droga y la delincuencia. «Piensan que solo hay asesinatos, drogas y terrorismo, y eso solo favorece la exclusión. Yo soy tunecino y digo que este barrio es mucho más que todo eso», asevera. La “pequeña Argelia” no ha sufrido ningún atentado como los de París, Niza o Toulouse, pero en las elecciones estuvo cerca, según la policía, que en abril detuvo a dos sospechosos.
En 2014 este distrito eligió a un alcalde del Frente Nacional, Stephane Ravier, algo que parece contradictorio. «Hay mucho miedo, muchos los votan, alguno incluso aunque vaya en su contra». La abstención en estos barrios alcanza el 50%. Según el diario ‘Libération’, quienes hicieron ganar a Ravier fueron «los racistas y los chibanis» (‘viejos’, nombre que se da a los inmigrantes magrebíes de primera generación).
También en París ha cundido el miedo. Incluso en La Défense, el centro financiero de la capital. Un grupo de militares fuertemente armados patrulla la calle, días antes de las elecciones presidenciales. «No exactamente. Hace dos años eran patrullas de tres, hace unos meses pasaron a cinco y ahora a siete», asegura el banquero Jean-Pierre. A unos 15 kilómetros de distancia a noreste se halla la barriada Las 3.000, en el norte del suburbio parisino Aulnay-sous-Bois, una de las zonas que son motivo de tanta precaución.
Karim, argelino, teme que a sus hijos adolescentes les metan «ideas malas» en la cabeza
Esta barriada, levantada en 1969 para los obreros de Citroën, que «importó» a muchos trabajadores provenientes de África, se ha ido degradando con las décadas. Fue escenario de violentas protestas en 2005, que desembocaron en una oleada de coches quemados. Hubo nuevos enfrentamientos en los últimos meses, cuando la policía violó con una porra a un joven negro de 21 años llamado Théo. También es negro el joven que preside toda la fachada de un inmenso centro comercial: «Moussa Sissoko. Habitante de la Rosa de los Vientos de 1989 a 2001», señala el cartel. Es una de las estrellas de la selección francesa de fútbol.
En Las 3.000, entre bloques de vivienda grises, unas señoras veladas eligen ropa de los puestos de un mercadillo lleno de percheros con túnicas de colores alegres. Varios hombres conversan sobre atentados y seguridad. «¿Más policías? No por favor, mira lo de Théo. Se pueden pedir los papeles de otra forma, no se puede llegar hasta ese punto», dice Karim, un argelino con dos hijos adolescentes., que vive desde hace años en el barrio, pero no tiene la nacionalidad francesa. Teme que a sus hijos adolescentes les metan «ideas malas» en la cabeza. De este barrio procedía precisamente la mujer radicalizada que murió junto a los atacantes de Bataclan en la intervención policial en un piso refugio de Saint-Denis. «Hasna Aitboulahcen vivía por aquí, estaba loca. No podemos culpar a todo el mundo por lo que hizo esa tía», agrega Karim.
“Los habitantes de los barrios populares sufren especialmente el estado de emergencia. Un amigo tenía hace unos días una entrevista de trabajo en el centro de París. Llegó tarde. ¿Por qué? ‘He tenido siete controles de policía’, me respondió», cuenta Claire Carroué. «Hay delincuentes, sí, pero nosotros somos los primeros en sufrirlos”, dice Lamence Madzou, un antiguo integrante de una de las bandas juveniles de la periferia en los 80 y hoy mediador de jóvenes con problemas del Ayuntamiento de Aulnay.
«El racismo sutil de no aceptarte en un trabajo es mucho más dañino que el que te griten negro»
“¿Miedo a la ultraderecha? Sí, pero no solo al FN sino a la izquierda y derecha que sigue su agenda de golpear a los suburbios, a los inmigrantes, o franceses de origen distinto», dice Mazdou. Aunque llegó a Francia desde el Congo con seis años, no tiene la nacionalidad y no puede votar. Sus hijos sí son franceses, situación muy común en la banlieue. «El racismo sutil de no aceptarte en un trabajo o que te digan que no vales para estudiar, que no está hecho para ti, es mucho más dañino que el que te griten negro. Mejoraría mucho si más jóvenes de la ‘banlieue’ llegaran a la ENA o Sciences Po (universidades de la élite política francesa)», señala el mediador.
Quienes acaban dando clase en los institutos de los suburbios son a menudo jovenes españoles, que han encontrado trabajo en Francia tras una estancia de Erasmus. Más de una vez tienen que ejercer de psicólogos. «Recuerdo que uno de mis alumnos, de 15 años, vino a mi despacho para contarme que tomaba pastillas contra la angustia y dormía en el coche, harto de escuchar los maltratos de su padre a su madre», afirma una profesora de 25 años. Desde 2005, el estigma territorial es cada vez más fuerte y los suburbios parecen ser una fábrica de terroristas, opina.
En este tiempo, recuerda Claire, los barrios no solo se han islamizado: «Nadie habla de las muchas iglesias evangélicas que se están instalando en los barrios populares de París. Nadie se pregunta por qué cada vez más se refugian en la religión».
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