Opinión

Gracias, Smotrich

Uri Avnery
Uri Avnery
· 8 minutos

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Le estoy muy agradecido a Bezalel Smotrich. Sí, sí, al ultraderechista de Smotrich, al fascista de Smotrich.

No hace mucho, Smotrich pronunció un discurso ante sus seguidores con la intención de que fuera un suceso de nivel nacional, un nuevo hito en la historia judía. Tuvo la deferencia de mencionarme en su mensaje monumental.

Dijo que después de la guerra de 1948, en la que se fundó el Estado de Israel, Uri Avnery y su banda crearon la ideología de los “dos Estados para dos pueblos”, y que a lo largo de los años han conseguido convertirla en una opinión general en el país, de hecho en un axioma, gracias a su perseverante labor. Smotrich les dijo a sus seguidores que ellos deberían formular igualmente su ideología y trabajar con paciencia durante muchos años, hasta que se convirtiera al final en consenso nacional, en lugar de la de Avnery.

¿Es posible convencer a un pueblo entero de abandonar su tierra natal a cambio de dinero?

Los cumplidos de los enemigos siempre saben mejor que los de los amigos. En mi caso mucho más, ya que nunca he recibido muchos cumplidos de mis amigos. En realidad, gran parte de los políticos que ahora dicen luchar por conseguir “dos Estados para dos pueblos” intentan dejar de lado el hecho de que mucho antes de que ellos se convirtieran a la idea yo fui el primero en proclamarla.

De modo que gracias, Smotrich. ¿Me permite expresar, a la par que mi agradecimiento, el deseo de que adopte usted un nombre hebreo, como corresponde a alguien que aspira a convertirse en el Duce hebreo?

Después de dedicarme semejante cumplido, Smotrich pasó a explicar su plan para el futuro de Israel.

El plan en cuestión se basa en la exigencia de que los árabes que viven entre el río Jordán y el mar Mediterráneo escojan una de las tres siguientes opciones:

Primera, aceptar una compensación monetaria y abandonar el país.
Segunda, convertirse en súbditos del Estado de Israel, sin estatus de ciudadanía ni derecho a voto.
Tercera, declarar la guerra y ser derrotados.

Esto se llama lisa y llanamente fascismo. Excepto que Benito Mussolini, que inventó el término a partir de los fasces, un haz de varas que simbolizaba la autoridad en la antigua Roma, nunca abogó por la emigración masiva de nadie. Ni siquiera de los judíos italianos, muchos de los cuales fueron devotos fascistas.

Analicemos el plan. ¿Es posible convencer a un pueblo entero de abandonar pacíficamente su tierra natal a cambio de dinero?

Los individuos dejan su hogar en épocas difíciles y emigran a pastos más verdes. Durante la gran hambruna, miles de irlandeses e irlandesas abandonaron su isla esmeralda y emigraron a América. En el Israel de hoy, buen número de israelíes están emigrando a Berlín o a Los Ángeles.

¿Pero es posible hacer que millones de personas emigren? ¿Voluntariamente? ¿Por dinero? Además, con cada emigrante que partiera, el precio se incrementaría. Simplemente, no habría suficiente dinero en el mundo.

La mayoría árabe crecerá por su natalidad, y recreamos el apartheid sudafricano

Yo le aconsejaría a Smotrich que releyera una canción escrita por Nathan Alterman, uno de los poetas nacionales, mucho antes de que él naciera. Durante la “Rebelión Árabe” de 1937, Alterman ensalzaba a las unidades de las fuerzas clandestinas ilegales hebreas con estas palabras: “Los pueblos nunca se baten en retirada de las trincheras de su vida”. De ninguna manera.

La segunda opción sería más sencilla. Los árabes, que ya son una ligera mayoría de la población que habita entre el río y el mar, se convertirán en un pueblo paria al servicio de sus amos israelíes. La mayoría árabe crecerá rápidamente debido a la mayor tasa de natalidad palestina. Estaríamos recreando deliberadamente el apartheid sudafricano.
La historia, tanto la antigua como la moderna, demuestra que semejante situación conduce inevitablemente a la rebelión y después a la liberación.

Así que ya solo queda la tercera alternativa. Mucho más acorde con el temperamento israelí: la guerra. No hablamos aquí de uno de esos interminables conflictos que venimos librando desde los inicios del sionismo sino de una guerra grande y decisiva que solucione definitivamente la cuestión. Los árabes serán inevitablemente derrotados y aniquilados. Punto final.

Cuando llegué en 1949 a la conclusión de que el único modo de acabar con el conflicto era ayudar a los palestinos a establecer su propio Estado codo con codo con el Estado de Israel, mi línea de pensamiento partía de una premisa muy original: la existencia del pueblo palestino.

Para ser sincero, la idea no se me ocurrió a mí. Ya la había enunciado antes Aharon Cohen, un brillante intelectual sionista de izquierdas. Los sionistas siempre han negado rotundamente tal premisa. “El pueblo palestino no existe”, declaró Golda Meir en cierta ocasión.

¿Quiénes son entonces esos árabes que vemos todos los días? Muy fácil, son una chusma procedente de las áreas vecinas venida a este país después de que nosotros lo hiciéramos florecer. Y ya se sabe, lo que fácil viene, fácil se va.

Smotrich propone la tercera solución: matarlos o expulsarlos a todos, así de simple

Se podía pensar así cuando Cisjordania estaba bajo dominio jordano y la Franja de Gaza era un protectorado egipcio. “Palestina” había desaparecido. Entonces llegó un hombre llamado Yasser Arafat y la volvió a colocar en el mapa.

En la Guerra de 1948 la mitad de la población palestina fue expulsada del territorio que habría de convertirse en Israel. Los árabes lo llaman la nakba, la catástrofe. Por cierto, en contra de la creencia popular, no fueron expulsados de Palestina. Muchos hallaron refugio en Cisjordania y en la Franja de Gaza.

La realidad es que desde 1949 en este pequeño país viven dos pueblos.

Ninguno de los dos se va a marchar. Ambos creen fervientemente que este país es su patria.
Este sencillo hecho me condujo a la conclusión lógica de que la única solución es una paz basada en la coexistencia de dos estados nacionales, Israel y Palestina, en estrecha cooperación, unidos quizá en alguna forma de estructura federal.

Otra solución sería un estado unitario en el que ambos pueblos convivieran en paz. Como ya he señalado varias veces últimamente, no creo que esta opción sea viable. Ambos pueblos son ferozmente nacionalistas. Además, la diferencia entre sus niveles de vida es enorme. Son completamente distintos en aspecto y carácter.

Y entonces llega Smotrich y propone la tercera solución, una solución en la que muchos creen en secreto: matarlos o expulsarlos a todos, así de simple.

A Smotrich hay que tomárselo en serio: expresa lo que muchos israelíes piensan en secreto

Esto es mucho peor que el programa de Mussolini. Me recuerda más bien a otro personaje de la historia reciente. Además, conviene tener presente que a Mussolini lo mató a tiros su propio pueblo para después colgarlo boca abajo de un gancho de carne.

A Smotrich hay que tomárselo en serio no porque sea un genio sino porque expresa abiertamente lo que muchos israelíes piensan en secreto.

Tiene treinta y siete años, es bien parecido, lleva una barba muy cuidada. Nació en los Altos del Golán ocupados, creció en un asentamiento en Cisjordania y ahora vive en otro asentamiento, en una casa construida ilegalmente en tierra palestina. Hijo de un rabino, recibió su educación en escuelas religiosas de élite y es abogado. Además, actualmente es diputado en la Knesset.

Una vez lo arrestaron en una manifestación contra los homosexuales y estuvo tres semanas detenido. Afirmó sentirse orgulloso de ser homófobo, aunque después se disculpó. Cuando su esposa dio a luz a uno de sus seis hijos, se negó a que compartiera sala de maternidad con una mujer árabe. También se niega a que se vendan casas a árabes en barrios judíos y está a favor de que se dispare a los niños palestinos que lancen piedras.

Otro poeta sionista escribió que no seríamos un país normal hasta que no tuviéramos criminales judíos y putas judías. Gracias a Dios hoy en día hay abundancia de ambos. Y hoy en día también tenemos al menos un fascista judío de pura cepa.

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 23 Sep 2017 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente.

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