Musulmanas por exotismo
Imane Rachidi
El notición de esta semana, aplaudido por todos, es que Arabia Saudí por fin autoriza a sus mujeres a sacarse el carné de conducir y a ponerse delante del volante. Sí, usando el verbo “autorizar”, porque al igual que unos padres que firman un papel del colegio de sus hijos de 8 años permitiendo a estos irse de excursión al parque de atracciones, las mujeres necesitan la autorización del Estado, del padre, del rey, y de la santísima Trinidad, para absolutamente todo. Pero ahora ya son unas auténticas suertudas: podrán irse, sin su chofer, a uno de sus centros comerciales de gigantes dimensiones situados en medio del desierto. Otra cosa es que las dejen entrar sin su marido, o puedan pedir un café en Starbucks sin acabar en prisión por delitos contra la moral pública. Eso será otro debate.
Consideran islamófobos a todos los que critican que una mujer sea lapidada por “adulterio”
La cosa es que están circulando varios textos que me tienen un tanto crispada. Señoras conversas al islam, que desde el sofá de su casa en cualquier lugar de la España libre, moderna y democrática, aplauden la decisión del santo monarca saudí como un “zasca”. Y no solo eso, sino que encima se lo restriegan a Occidente como un “¡Toma, ¿Ahora qué, eh, eh?”. Obviando los nombres, porque precisamente de la publicidad es de lo que viven estas muchachas, quiero decirles una cosa: sois un auténtico peligro para la lucha por las libertades y la dignidad de las mujeres. Todas. Sí, incluso de las que viven “sometidas a los estereotipos occidentales del bikini y la talla 36”.
Decía una de estas conversas que, ahora que las mujeres pueden tener carné de conducir en Arabia Saudí, los “islamófobos colonialistas tendrán que buscarse otra excusa para atacar” (la opresión) en ciertos países arabo-musulmanes.
Estas señoras, que se hacen llamar “femimoras” (sí, ver para creer. Sigamos variando un término que debería ser único: defender la igualdad entre mujeres y hombres), consideran islamófobos a todos los que critican que una mujer sea lapidada hasta la muerte por su “adulterio”, simplemente por hablar con un hombre en la calle. Tampoco ven bien que los “colonialistas” tildan de retrógradas a las autoridades de Arabia Saudí o de Irán por colgar en una plaza pública a un homosexual sentenciado a muerte por verse atraído por los de su mismo sexo.
¿Acaso Arabia Saudí no es ahora un país moderno que permitirá conducir a sus mujeres? Pues ya está, debate terminado. ¿Para qué hablar de que esas mujeres siguen necesitando un tutor para tener un pasaporte, ir al banco…, y hasta probablemente sacarse ese carné de conducir y comprarse un coche?
Arabia Saudí es ahora un país moderno que permitirá conducir a sus mujeres. Debate terminado
Luego también están “las musulmanas por exotismo”, aquellas que viajan a Marruecos una semana al año a ver a su familia, las que pasan unas estupendas vacaciones de boda en bautizo, de cena con la prima Khadiya y comida con la tía Fátima. Son las viva-el-rey, en Marruecos molamos-como-nadie, y las “yo llevo el velo porque en nuestro pelo está la belleza y eso solo lo puede ver mi marido”.
Son las que alertan de que el derecho a elegir solo le ha traído problemas a las mujeres porque ahora ellas tendrán que trabajar y encargarse de la casa y los niños al mismo tiempo. Eso no es cosa del machismo, ¡no, qué va! Eso es culpa de las feministas petardas (véase la ironía, por favor) que exigen más derechos y libertades para las mujeres.
Muchas de las que se toman la libertad para defender que las mujeres viven mejor oprimidas son las que te llaman “renegada o racista” por criticar lo criticable de Marruecos (un país, por cierto, maravilloso y precioso, pero lejos de perfecto). Son aquellas mismas que jamás harían sus maletas para irse a vivir allí, ni han tenido que lidiar con la corrupción policial, ni buscarse el pan de cada día arriesgando a terminar trituradas por un camión de basura como le pasó al pescadero rifeño Mohsin Fikri.
Esas mujeres son del estilo Saphia Azzeddine, una escritora que yo no conocía pero que últimamente está siendo muy entrevistada en la prensa. En una conversación con La Vanguardia, dice que la mujer “es más libre en un país islamista que muchas mujeres aquí… que han de ser guapas, jóvenes siempre, sensuales, madres, putas… Todo a la vez. Y al final, se obligan a sí mismas a vivir en una prisión de autoexigencias estresante”. Opina la actriz franco-marroquí, desde su acomodada vida en Francia.
No me vengan a vender la moto cuando nunca han experimentado lo que es la verdadera opresión
Me frustra mucho ver cómo algunas mujeres son más peligrosas para las mujeres que la propia policía de la moral. Que las conversas se hayan convertido al islam, o al pastafarismo, no es asunto mío, ni de absolutamente nadie. Cada cual le reza a quien quiera y a lo que quiera, en su casa y sin hacer pedagogía de ello porque en eso debería consistir esto de la religión, si queremos vivir en paz. Y que Azzeddine se sienta más cómoda y feliz sin salir de casa –esto lo ha dicho ella misma- y sin ir al gimnasio ni ponerse a dieta, me parece estupendo. Comer es un placer y el netflix&chill ya ni te cuento. Pero que no me vengan a vender la moto cuando nunca han experimentado lo que es la verdadera opresión.
El problema no es lo que hagan con su vida. El dolor de cabeza comienza cuando los que gobiernan La Meca, las que consideran ser marroquí como un hecho exótico (desde su posición privilegiada de tener nacionalidad francesa y no tener que afrontar la realidad de ese país), y las que viven vendiendo su conversión al islam como una iluminación divina, empiezan a hacer propaganda dañina. Abren la boca para atacar la lucha de las mujeres por los derechos humanos, por la dignidad y especialmente por la libertad, incluida la de estas señoras a convertirse a la religión que quieran, a ponerse un velo o un bikini, a viajar, a estudiar para ser lo que quieran (y no para ser más valiosas en el mercado de esposas), a decidir sobre su cuerpo, su vida y su corazón, y a salir a la calle sin ser acosadas ni violadas, en El Cairo, o en Pamplona. Porque al final, en eso consiste el feminismo sin apellidos, en igualdad.
¿Sabéis cuáles la diferencia? Que por usar una talla 40 nadie me va a lapidar.
Uno de los argumentos que más utilizan estas señoras varias es que las mujeres occidentales no tienen ningún derecho a criticar a las que se ven obligadas a esconderse debajo de un trapo negro porque las chicas en Europa también viven oprimidas y sometidas a los estereotipos de la mujer perfecta. ¿Sabéis cuáles la diferencia? Que por usar una talla 40 nadie me va a lapidar. Que por conducir, nadie me va a decir que mis ovarios ya no van a tener la utilidad que biológicamente les fue asignada (como predicaba un jeque saudí para argumentar la prohibición). Tampoco me van a condenar a muerte por no depilarme o por estar un mes sin quitarme el bigote. Que la gran diferencia es que lo que está “mal visto” por muchos (aquí en este opresor Occidente) es una cuestión social, y lo que un Gobierno (como el saudí) considera haram es una cuestión de legalidad, de vida o muerte.
Un cesión en las leyes viales en Arabia Saudí es una victoria para varias mujeres saudíes que habían reclamado su derecho a ponerse al volante, y que han acabado en prisión en varias ocasiones por no recuerdo qué acusaciones. Pero esa victoria solo nos recuerda lo mal que sigue estando el mundo musulmán para las mujeres. Ganar una batalla no hará que ignoremos que una mujer saudí sigue sin poder enamorarse de un francés cristiano porque ese sería su fin, social y legal. Ni que una española de 80 kilos no pueda presentar los informativos de la televisión porque no está lo suficientemente buena. Pero no mezclemos churras con merinas.
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