Opinión

Un relámpago

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

Noche. Oscuridad absoluta. Lluvia torrencial. Visibilidad casi nula.

Y de pronto, un relámpago. Durante una fracción de segundo, el paisaje se ilumina. En el transcurso de este segundo, el terreno a nuestro alrededor se deja ver. Y no es como solía ser.

La operación de nuestro gobierno contra la flotilla de ayuda a Gaza fue como un relámpago.

Normalmente, los israelíes viven en la oscuridad en lo que respecta a ver el mundo. Pero durante ese instante, el verdadero panorama a nuestro alrededor se dejó ver, y tenía un aspecto aterrador. Luego, la oscuridad cayó sobre nosotros, Israel volvió a su burbuja y perdió de vista al mundo.

Esta fracción de segundo fue suficiente para revelar una triste estampa: en casi todos los frentes, la situación del Estado de Israel ha empeorado desde el último relámpago.

Un segundo bastó para revelar que la situación de Israel ha empeorado en todos los frentes

La flotilla y el ataque no crearon este panorama. Existe desde que se creara nuestro gobierno actual. Pero el deterioro no comenzó entonces. Comenzó mucho tiempo antes.

La acción de Ehud Barak y compañía sólo ha iluminado la situación tal como es ahora, y le ha dado un nuevo empujón en la dirección equivocada.

¿Qué tal pinta el nuevo panorama a la luz del ‘barak’ de Barak? (‘Barak’ significa relámpago en hebreo).

La lista la encabeza un hecho del que nadie parece haberse percatado hasta ahora: la muerte del Holocausto.

Con todo el revuelo que este asunto ha causado en el mundo entero, el Holocausto ni siquiera se ha mencionado. Es cierto que en Israel hubo algunos que llamaron a Recep Tayyip Erdogan ‘un nuevo Hitler’, y algunos que odian a Israel hablaron sobre el ‘ataque nazi’, pero el Holocausto prácticamente ha desaparecido.

Con todo el revuelo que ha causado el ataque a la flotilla, el Holocausto ni se ha mencionado

Durante dos generaciones, nuestra política exterior utilizó el Holocausto como instrumento principal. La mala conciencia del mundo determinó su actitud hacia Israel. El sentimiento de culpa (justificado), ya sea por las atrocidades cometidas o por mirar hacia otro lado, provocó que Europa y América trataran a Israel de manera diferente a cualquier otra nación, desde el armamento nuclear hasta los asentamientos. Toda crítica a las acciones de nuestros gobiernos se tachaba automáticamente de antisemitismo y era silenciada.

Pero el tiempo hace su trabajo. Nuevas tragedias han dejado insensible al mundo. Para una generación nueva, el Holocausto es cosa del pasado, un capítulo de la historia. El sentimiento de culpa ha desaparecido en todos los países excepto en Alemania.

La opinión pública israelí no se percató de esto porque en el mismo Israel el Holocausto está vivo y presente. Muchos israelíes son hijos o nietos de los supervivientes del Holocausto y el Holocausto ha marcado su infancia. Por otra parte, un enorme aparato se asegura de que el Holocausto no desaparezca de nuestra memoria, empezando en el jardín de infancia, pasando por ceremonias y días conmemorativos, hasta las visitas guiadas ‘allí’.

Por lo tanto, a la opinión pública israelí le sorprende comprobar que el Holocausto ha perdido su poder como instrumento político. Nuestra arma más valiosa se ha vuelto roma.

El pilar central de nuestra política es nuestra alianza con Estados Unidos. Para utilizar una de las frases favoritas de Binyamin Netanyahu (en otro contexto): es «el puntal de nuestra existencia”.

Durante muchos años, esta alianza nos ha mantenido a salvo de todos los problemas. Sabíamos que siempre podríamos obtener de Estados Unidos todo lo que necesitáramos: armamento moderno para mantener nuestra superioridad sobre todos los ejércitos árabes combinados, munición en tiempos de guerra, dinero para nuestra economía, el veto a todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que fueran en contra nuestra y el apoyo automático a todas las acciones de nuestros sucesivos gobiernos. Todos los países pequeños y medianos del mundo sabían que para ganarse la entrada a los palacios de Washington había que sobornar al portero israelí.

Pero durante el pasado año han aparecido grietas en este pilar. No pequeños rasguños y esquirlas provocadas por el desgaste, sino grietas causadas por movimientos tectónicos. La aversión mutua entre Barack Obama y Binyamin Netanyahu es sólo un síntoma de un problema mucho más profundo.

El jefe del Mossad dijo a la Knesset la semana pasada: «Para Estados Unidos, hemos dejado de ser valiosos para convertirnos en una carga.»

Esto fue expresado de forma tajante por el general David Petraeus, cuando dijo que el conflicto palestino-israelí está poniendo en peligro las vidas de los soldados estadounidenses en Iraq y Afganistán. Los mensajes posteriores, más suaves, no quitan significación a esta advertencia. (Cuando Petraeus se desmayó esta semana en una audiencia del Senado, algunos judíos religiosos lo consideraron un castigo divino.)

Siempre podíamos obtener de EE UU lo que necesitábamos: armamento, munición, dinero, el veto en la ONU…

No sólo la relación israelí-estadounidense ha sufrido un cambio fatídico, sino que la posición de los propios Estados Unidos está cambiando a peor; un mal presagio, de hecho, para el futuro de la política israelí.

El mundo está cambiando lentamente y en silencio. Estados Unidos sigue siendo de lejos el país más poderoso, pero ya no es la superpotencia todopoderosa que había sido desde 1989. China se está entrenando, países como India y Brasil son cada vez más fuertes, países como Turquía ─sí, ¡Turquía!─ comienzan a desempeñar un papel más destacado.

Esto no es cuestión de uno o dos años pero cualquiera que piense en el futuro de Israel en diez o veinte años debe entender que, a menos que haya un cambio fundamental en nuestra postura, nuestra posición también se deteriorará.
Si nuestra alianza con Estados Unidos es un pilar central de la política israelí, el apoyo de la inmensa mayoría de los judíos del mundo es el segundo.

Durante 62 años, podíamos contar con ello con los ojos cerrados. Ante cualquier cosa que hiciéramos, casi todos los judíos del mundo se ponían firmes y saludaban. Lloviera o tronara, ante victorias y derrotas, en los capítulos gloriosos o los oscuros, los judíos del mundo nos apoyaban dándonos dinero, manifestándose o presionando a sus gobiernos. Sin dudas, sin críticas.

Ya no es así. Sin hacer ruido, casi en silencio, han ido apareciendo grietas también en este pilar. Las encuestas de opinión muestran que la mayoría de los jóvenes norteamericanos judíos se están alejando de Israel. No cambiando su lealtad de la clase dirigente israelí al bando liberal de Israel, sino alejándose de Israel por completo.

Esto tampoco se notará de inmediato. El AIPAC sigue infundiendo miedo en los corazones de Washington y el Congreso seguirá bailándole el agua. Pero cuando la nueva generación llegue a las posiciones de mando, el apoyo a Israel se verá socavado, los políticos estadounidenses dejarán de arrastrarse por los suelos y la administración de Estados Unidos poco a poco cambiará sus relaciones con nosotros.

En nuestras inmediaciones también hay en marcha profundos cambios, algunos de ellos bajo la superficie. El incidente de la flotilla los ha dejado al descubierto.

La influencia de nuestros aliados está disminuyendo constantemente. Están perdiendo altura y una vieja nueva potencia se va elevando: Turquía.

Los jóvenes idealistas que en los 60 fueron voluntarios en los kibutz, están ahora en los barcos hacia Gaza

Hosni Mubarak está muy ocupado esforzándose en pasarle el poder a su hijo Gamal. La oposición islámica de Egipto está levantando cabeza. El dinero saudí ha sido derrotado por la nueva atracción de Turquía. El rey jordano se ha visto obligado a adaptarse. El eje de Turquía, Irán, Siria, Hizbulá y Hamás es la potencia en auge; el eje de Egipto, Arabia Saudí, Jordania y Fatah está en declive.

Pero el cambio más importante es el que está teniendo lugar en la opinión pública internacional. Desdeñarlo recuerda a una famosa burla de Stalin («¿Cuántos divisiones tiene el Papa?»).

No hace mucho, un canal de televisión israelí mostró una película fascinante sobre las voluntarias alemanas y escandinavas que irrumpieron en Israel en los años 50 y 60 para vivir y trabajar (y a veces casarse) en los kibutz. A Israel se le veía entonces como una pequeña nación valiente rodeada de enemigos que la odian, un Estado surgido de las cenizas del Holocausto para convertirse en un refugio de la libertad, la igualdad y la democracia, que encontró su expresión más sublime en aquella creación única: el kibutz.

A la generación actual de jóvenes idealistas de todo el mundo, hombres y mujeres, que una vez se ofrecieran como voluntarios en los kibutz, se los puede encontrar ahora en las cubiertas de los barcos navegando hacia la oprimida, asfixiada y hambrienta Gaza, que llega a los corazones de muchos jóvenes. El pionero David israelí se ha convertido en un brutal Goliat israelí.

Ni siquiera un genio de la tergiversación podría cambiar esto. Desde hace ya años, el mundo ve a diario en la pantalla del televisor y en las portadas la imagen de un Estado de Israel con soldados fuertemente armados disparando a niños que arrojan piedras, cañones lanzando proyectiles de fósforo a barrios residenciales, helicópteros llevando a cabo «eliminaciones selectivas», y ahora a piratas atacando a barcos civiles en mar abierto.

Israel sigue siendo un país fuerte pero, como se vio con la flotilla, el tiempo no corre a nuestro favor

Mujeres aterrorizadas con bebés heridos en sus brazos, hombres con miembros amputados, viviendas demolidas.

Cuando se ve un centenar de imágenes como ésta por cada imagen que muestra el otro Israel, Israel se convierte en un monstruo. Tanto más cuando la maquinaria propagandística israelí está suprimiendo con éxito cualquier noticia sobre los grupos pacifistas israelíes.

Hace muchos años, cuando yo quería ridiculizar la adicción de nuestros líderes al uso de la fuerza, parafraseaba un refrán que refleja en gran medida la sabiduría judía: «Si la fuerza no funciona, usa el cerebro.» Para demostrar lo diferentes que somos los israelíes de los judíos, cambiaba las palabras: «Si la fuerza no funciona, usa más fuerza.»

Yo lo veía como una broma. Pero, como sucede con muchas bromas en nuestro país, se ha hecho realidad. Ahora es el credo de muchos israelíes primitivos encabezados por Ehud Barak.

En la práctica, la seguridad de un Estado depende de muchos factores, y la fuerza militar no es más que uno de ellos. A la larga, la opinión pública mundial es más fuerte. El Papa tiene muchas divisiones.

En muchos sentidos, Israel sigue siendo un país fuerte. Pero, como ha demostrado la repentina iluminación del asunto de la flotilla, el tiempo no corre a nuestro favor. Debemos profundizar en nuestras raíces en el mundo y en la región, lo que significa hacer las paces con nuestros vecinos mientras seamos tan fuertes como somos ahora.

Si la fuerza no funciona, más fuerza tampoco funcionará necesariamente.

Si la fuerza no funciona, la fuerza no funciona. Punto.