Dos protestas
Uri Avnery
En este momento, dos encierros tienen lugar en Jerusalén, separados por dos kilómetros de distancia. En Jerusalén Oeste, la familia Shalit está haciendo una sentada de protesta y ha acampado frente a la residencia del primer ministro, jurando permanecer allí hasta el regreso de su hijo. En Jerusalén Este, tres miembros del Parlamento palestino se han refugiado en el edificio de la Cruz Roja Internacional.
La palabra que los conecta es: Hamás.
La familia Shalit está exigiendo la liberación de su hijo, el sargento Gilad Shalit, después de cuatro años de cautiverio. A tal efecto, han emprendido una marcha de 200 kilómetros bajo el sol abrasador, manifestándose desde su hogar en Galilea hasta Jerusalén, seguidos por decenas de miles. Éste es un movimiento popular casi sin precedentes en Israel: militantes de izquierda y de derecha marcharon junto a la gente corriente que se sintió conmovida y unida en su preocupación por el joven.
Es posible dialogar con Hamás, su postura es mucho menos extrema de lo que puede parecer
La petición popular era que el primer ministro, Binyamin Netanyahu, aceptara la propuesta de intercambio de prisioneros con Hamás.
Los tres miembros del Parlamento palestino protestan en contra de la orden de abandonar la ciudad en la que han vivido sus antepasados durante cientos, tal vez miles, de años. Su pecado es haber sido candidatos de Hamás y elegidos diputados al Parlamento palestino en unas elecciones democráticas cuya limpieza fue certificada por el ex presidente Jimmy Carter y su equipo.
Israel ‘anexionó’ de hecho formalmente Jerusalén Este pero, según los acuerdos de Oslo, sus habitantes conservan el derecho a participar en las elecciones al Consejo Legislativo palestino. Hamás ganó las últimas elecciones.
Los cuatro miembros jerosolimitanos del Parlamento de Hamás fueron detenidos inmediatamente tras la captura de Gilad Shalit, para hacer de ‘moneda de cambio’, una práctica ya reprobable de por sí. Un tribunal militar los condenó a cuatro años de prisión. (Se ha dicho que “un tribunal militar es a la justicia lo que una marcha militar a la música».) Hace unas semanas se les puso en libertad, tras cumplir su condena completa, sólo para informarles de que se habían cancelado sus permisos de residencia en Jerusalén y que tenían que abandonar la ciudad y trasladarse a Gaza o Cisjordania en un plazo de 40 días.
Los cuatro se negaron, por supuesto. El más conocido de ellos, Muhammad Abu Ter (también puede escribirse ‘Abu Tir’), fue arrestado de nuevo y ahora está en prisión. Los otros tres evitaron que los arrestaran refugiándose en el edificio de la Cruz Roja Internacional, en el barrio de Sheikh Jarrah. El edificio no goza de inmunidad extraterritorial, pero una invasión por parte de la policía israelí podría provocar una ola de protestas a nivel internacional y, por tanto, se ha evitado hasta ahora.
Decidí ir a visitar las dos protestas para expresar mi solidaridad con ambos grupos.
No existe derecho legal ni moral a expulsar a nadie de su ciudad por sus opiniones políticas
En primer lugar, visité a los miembros del Parlamento en el edificio de la Cruz Roja. No era nuestra primera reunión: hace cuatro años, visitéa Muhammad Abu Ter en su casa, en el barrio de Tsur Baher. Nos reunió Ahmad Attoun, uno de los otros tres (los dos restantes son Muhammad Totah y Khaled Abu Arafa.)
En esa ocasión, yo era miembro también de una delegación de Gush Shalom. La conversación fue amistosa, pero de carácter completamente político. Nuestro objetivo era explorar las posibilidades de diálogo entre Israel y Hamás, como parte del esfuerzo por la paz entre israelíes y palestinos.
Abu Ter, una persona amable por naturaleza, es muy conocido en Israel. Todo el mundo puede reconocerlo fácilmente por su barba, que lleva teñida de un color rojo fuego, siguiendo la costumbre del profeta Mahoma, que también se teñía la barba con henna.
Tuvimos la clara impresión de que es posible dialogar con Hamás, y de que su postura es mucho menos extrema de lo que puede parecer.
Inmediatamente después, los cuatro fueron detenidos. Durante su ‘juicio’, nos manifestamos frente al campamento militar donde éste se estaba celebrando.
En la reunión de esta semana con los tres hombres amenazados de expulsión, expresé lo evidente: que no existe ningún derecho legal ni moral a expulsar a una persona de su hogar y de su ciudad, y mucho menos por sus opiniones políticas. Jerusalén Este es un territorio ocupado, y el derecho internacional prohíbe expresamente la expulsión de personas de los territorios ocupados.
No pude evitar recordar las palabras del alemán Martin Niemoeller,capitán de un submarino de la Primera Guerra Mundial que más tarde se convirtió en sacerdote y fue a parar a un campo de concentración nazi. «Cuando se llevaron a los judíos, guardé silencio. Al fin y al cabo, yo no era judío. Cuando se llevaron a los comunistas, guardé silencio. Al fin y al cabo, yo no era comunista. Cuando se llevaron a los socialdemócratas, guardé silencio. Al fin y al cabo, yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a por mí, ya no quedaba nadie para protestar.»
“Ahora”, dije, “expulsan a los miembros de Hamás. Luego expulsarán a la gente de Fatah. Luego expulsarán a todos los árabes de Jerusalén Este. Luego se retirará la ciudadanía de los activistas israelíes por la paz y nos expulsarán a nosotros también. Esto debe ser una lucha unida de todos nosotros: israelíes y palestinos, Fatah y Hamás y los grupos pacifistas israelíes».
El intento de expulsar a miembros de Hamás es parte de la campaña para ‘judaizar’ el este de la ciudad
El intento de expulsar de Jerusalén Este a los miembros de Hamás es, por supuesto, parte de la campaña masiva para ‘judaizar’ el este de la ciudad de mil y una maneras. A la cabeza de esta campaña está el alcalde, Nir Barkat, envuelto en la bandera del ‘amor a Jerusalén’. El amor a Jerusalén es como el amor a los niños. Todo el mundo quiere a los niños, pero no siempre de la misma manera.
Un padre quiere a sus hijos. Un maestro quiere a sus alumnos. Un pedófilo quiere a los objetos de su lujuria. Un caníbal los quiere fritos.
Yo amo Jerusalén. Nir Barkat ama Jerusalén. Pero nuestro amor es diferente.
Soy un telaviví. Es mi hogar. Pero amaba Jerusalén. Amaba. En pasado.
Durante los diez años que fui miembro de la Knesset, he pasado la mitad de cada semana en Jerusalén, tanto antes como después de la Guerra de los Seis Días.
Cada vez que iba a Jerusalén, respiraba hondo. Amaba la ciudad de un modo casi físico; sus casas de piedra, las montañas que la rodean, su ambiente seco. Y cada semana, cuando bajaba a Tel-Aviv, me quejaba de la humedad.
Los siete velos de la unidad comenzaron a caer y lo que quedó fue la fea realidad de la ocupación
Después de la Guerra de los Seis días, llegué a amar Jerusalén aún más. La parte oriental de la ciudad le añadía lo que le faltaba antes: el ambiente oriental, las hermosas mezquitas, el maravilloso muro, la puerta de Damasco, el ruidoso bazar, la increíble mezcla de idiomas, de formas de vivir, de seres humanos.
Conocí a gente fascinante e hice nuevos amigos, Feisal al-Husseini, Anwar Nusseibeh y su hijo, Sari Nusseibeh, y muchos otros. Durante varias semanas, parecía como si Jerusalén estuviera de verdad unida y recuperando su antiguo esplendor.
Y entonces se inició el proceso que lo destruiría todo, la ciudad, su configuración humana, la belleza única de su diversidad.
Los siete velos de la unidad comenzaron a caer, uno tras otro, y lo que quedó fue la fea realidad de la ocupación. La ocupación de Jerusalén Este a manos de Jerusalén Oeste, una historia de anexión, opresión, expropiación, abandono y limpieza étnica progresiva.
La persona que más que nadie simboliza esta realidad es Nir Barkat, el hombre que nunca pierde la oportunidad de provocar una pelea, de atizar un fuego, de destruir y expulsar. Me recuerda a un pirómano que tira cerillas encendidas en una gasolinera.
¿Cómo llega una persona así a ser alcalde? Los habitantes de Jerusalén le votaron por una sola razón: es laico. Cualquier candidato laico les parecía preferible a un ortodoxo. Los ortodoxos están conquistando la ciudad, sin prisa pero sin pausa, calle a calle, barrio a barrio. La opinión pública laica tiene miedo, y con razón. Por miedo, votaron al único candidato laico en escena, aunque éste es mucho más peligroso para el futuro de su ciudad que los más temibles ortodoxos.
No había un candidato laico, liberal, pacifista. La única elección era entre un ortodoxo agresivo y un ultranacionalista. Los votantes (todos ellos judíos, los árabes se mantuvieron al margen) no entendieron a tiempo que un ultranacionalista puede abrazar fácilmente el extremismo religioso. Después de todo, ambas posturas tienen sus raíces en el culto al ‘pueblo elegido’ y el odio a los extranjeros.
La ideología de Barkat le impulsa hacia delante, sin inhibición o freno alguno, hasta que logre destruir la configuración humana de la ciudad, su riqueza y belleza cultural —véanse los monstruosos edificios— y no quede más que un tono monótono; el negro judío-ortodoxo.
Barkat no es el primero ni el único que salió a judaizar Jerusalén Este. Judaizar significa erradicar todos los demás colores, demoler los estratos que dejaron tantas generaciones de amantes de la ciudad, eliminar miles de años de historia y de creación cultural.
Espero que entre todos mantengamos Jerusalén unida, salvaguardando su rico tejido humano
Su predecesor fue Teddy Kollek. Pero Kollek era un genio. Erradicó el barrio Mugrabi, cerca del Muro de las Lamentaciones, expropió y construyó nuevos barrios judíos a un ritmo frenético y, al mismo tiempo, consiguió premios por la paz en todo el mundo. Si hubiera vivido más, seguramente habría recibido también el Premio Nobel de la Paz. Comparado con él, Barkat es un patán primitivo y predecible, que provoca odio en todo el mundo. Sheikh-Jarrah, Silwan, Ramat Shlomo, Pisgat Ze’ev, estos nombres se han convertido en símbolos por todas partes.
El mito de “la ciudad bien compacta y armoniosa” (Salmo 122) está siendo dinamitado todos los días. La ciudad no se ha unido. Las dos partes están unidas como un león se une a la oveja que se ha tragado. Barkat es el alcalde de Jerusalén Oeste y el gobernador militar de Jerusalén Este. Él y su cómplice en la obra santa, el ministro del Interior Eli Yishai, hacen todo lo posible para echar a la población no judía.
Pero no lo consiguen. Barkat y compañía están experimentando con los árabes lo que el Faraón experimentó con los Hijos de Israel: «Pero cuanto más los oprimían, más se multiplicaban y más se extendían» (Éxodo 1:12). A pesar de las demoliciones y la nueva construcción, el equilibrio demográfico de Jerusalén apenas ha cambiado y en todo caso a favor de los árabes.
Les dije a los miembros del Parlamento que, al final, lo que se llevaría a cabo sería la visión de los dos Estados, porque la única alternativa es un Estado de apartheid en el que los árabes serían una mayoría oprimida y los judíos una minoría opresora, hasta que el edificio entero se derrumbara inevitablemente. Dos Estados significa: dos capitales en Jerusalén, la palestina al este y la israelí al oeste. «Espero que todos nos pongamos de acuerdo para mantener Jerusalén unida a nivel municipal, bajo una alcaldía compartida, salvaguardando así el rico y excepcional tejido de su población.»
A pesar de Binyamin Netanyahu, Nir Barkat y sus colegas, destructores de Jerusalén.
(Una versión abreviada de este artículo se publicó el 9 de julio en el suplemento de Jerusalén del diario Ma’ariv.)