Salario de miedo
Alejandro Luque
Hicham Houdaifa
A la mujer y la mula, vara dura.
Las olvidadas del Marruecos profundo
Género: Ensayo
Editorial: Oriente y Mediterráneo
Páginas: 128
ISBN: 978-84-9465-644-6
Precio: 12 €
Año: 2015 (2017 en España)
Idioma original: francés
Idioma original: Dos de femme, dos de mulet. Les oubliées du Maroc profond
Traducción: Ana García Jiménez
Después de leer el último libro de Leila Slimani traducido al español, Sexo y mentiras, me hice la siguiente pregunta: Si follar está así de duro para las mujeres marroquíes, ¿cómo será trabajar? La respuesta se halla en este impactante libro de Hicham Houdaifa. Son solo 120 páginas, pero si algún lector perezoso quiere que se la resumamos en dos palabras, estas son: Difícil, muy difícil.
A la mujer y a la mula, vara dura es el terrible refrán que sirve como pórtico para narrar las condiciones en las que se ganan la vida nuestras vecinas del otro lado del Estrecho. Pero no se refiere, claro, a las profesionales cualificadas e independientes que cada vez cotizan más alto en el mercado laboral marroquí, que por supuesto las hay, sino a esa inmensa mayoría de desgraciadas pertenecientes a las capas inferiores de la sociedad, a las que la suerte siempre depara las faenas más ingratas.
Houdaifa pertenece a esta estirpe de informadores que miran allí donde nadie mira
Antes de continuar, debo señalar que se trata de un reportaje. Un reportaje de investigación realizado por un periodista del citado país, dato que solo sorprenderá a quienes ignoren que en Marruecos, a pesar de todas las eventuales restricciones y cortapisas, y dejando a un lado la prensa más cortesana, ha habido y hay un periodismo valiente y riguroso. Houdaifa pertenece a esta estirpe de informadores solventes, siempre dispuestos a contar la verdad pese a quien pese, y a mirar allí donde nadie mira: por ejemplo, al medio rural y a esas “olvidadas”, como él las llama, que solo son noticia cuando ocurre algún accidente mortal, o ni siquiera eso.
Las obreras clandestinas de Mibladen, mineras que descienden por las galerías en busca de plomo sin equipo ni prevenciones, a veces solo pertrechadas con velas; las mujeres de Ksar Sountate, las que a principios de los años 70 sufrieron las torturas y los abusos a manos del ejército, y que todavía hoy padecen los ecos de aquella represión; o las mujeres ninja de Berkane, así llamadas por su forma de vestir cuando se dirigen a la recolección en los campos de clementinas, remolacha, judías o patatas en las llanuras de la región Oriental por entre 60 y 80 dirhams al día, lo que atrae a muchas trabajadoras de toda la zona y más allá, aunque sean frecuentes los palos de los patrones y los estupros.
Las barmaids de Casablanca, – muchas, madres solteras- ponen de manifiesto la hipocresía reinante
También se nos da a conocer a las mujeres “prestadas” de Kalaat Sraghna, donde parecían celebrarse matrimonios de menores por contrato, realidad que han denunciado reiteradamente voces tan respetables como las de Soumaya Naamane Guessous o Sanaa El Aji, y que inexplicablemente no ha sido erradicado aún por la Mudáwana. O las sin papeles del Atlas, víctimas cotidianas de situaciones similares. O las barmaids de Casablanca, muchas de ellas madres solteras, prostituidas y alcoholizadas, que ponen de manifiesto desde muchos ángulos la enorme hipocresía reinante en el país…
Sí, la recurrente comparación con la mula (Lomo de mujer, lomo de mula, reza otra voz popular, que sirve como título original) no solo se refiere a la desquiciada relación entre salario y esfuerzo. Hay en el sistema sociolaboral marroquí una profunda perversión intrínseca, donde la injusticia asegura de paso el dominio sobre las mujeres, su neutralización como posibles agentes transformadores. Como pone de relieve este estudio, existe una relación directa entre violencia física y violencia económica, traducible en feroces discriminaciones, desequilibrios e indefensión jurídica o fiscal.
Sí, ser mujer y pobre en Marruecos es una mierda. Si no quieren creer al periodista, tal vez lo hagan con los recientes informes de ONGs como Save the Children. Las posibilidades de ser violada, explotada o prostituida se multiplican allí respecto a las europeas. Todo ello lo radiografía Hicham Houdaifa con atención y seriedad, interrogando a todas las fuentes a su alcance, fijando los oportunos antecedentes históricos cuando procede y, sobre todo, poniéndole la cara colorada a las autoridades responsables de que las cosas sean de otro modo.
Sin embargo, conforme avanzamos en la lectura, reparamos en que la situación real es aún peor de lo que se cuenta, por una razón muy simple: el periodista –y él mismo lo reconoce– queda muy lejos de hacer un barrido exhaustivo, o al menos panorámico, de las trabajadoras más humildes de este territorio norteafricano. No aparece, por ejemplo, un fenómeno tan clamoroso como el de las mujeres mula que cruzan cada día las fronteras de Ceuta y Melilla, varias de las cuales se han dejado la vida en el intento en los últimos años, para vergüenza de los gobiernos de ambos lados. Tampoco las criaditas rurales que terminan siendo esclavizadas en las casas burguesas de las grandes ciudades.
No basta con invertir en turismo si no hay coraje de emprender reformas valientes en las leyes de familia
Sea como fuere, este documento es un necesario punto de partida para seguir reivindicando avances en la igualdad en el seno de la sociedad marroquí, empezando justamente por sus puntos más débiles. La conclusión final es que ese desarrollo de Marruecos al que venimos asistiendo con asombro desde la última década, y que los poderes políticos y económicos del país no paran de pregonar a boca llena, no será completo mientras no se resuelvan algunos problemas de raíz como los que el libro refleja. A ello están colaborando, con admirable denuedo y contra viento y marea, las organizaciones sindicales y las asociaciones feministas y defensoras de los derechos humanos marroquíes, que también las hay.
No basta, pues, con lavar la cara del régimen, con anunciar reformas cosméticas e invertir millonadas en turismo o infraestructuras si no se tiene el coraje de emprender reformas valientes en las leyes de familia, por ejemplo, o dotar de medios y exigir una labor intachable a los inspectores de trabajo. Solo así se evita que el visitante de Marruecos, al cruzar la frontera, lo primero que reciba no sea la belleza de los paisajes del Atlas, la dulzura de la música bereber o los sabores especiados de su gastronomía, sino la imagen brutal de una mujer que se rompe el espinazo por un salario de miedo.
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