Esa mujer
Uri Avnery
“Lo único que Golda sabe hacer es odiar”, dijo Ben Gurión de ella.
Golda Meir no me odiaba. Eso sería quedarse corto. Me detestaba.
Mi forma de hablar, de vestir, mi aspecto… Todo.
En cierta ocasión durante un debate en la Knesset, creo recordar que era sobre permitir que los Beatles actuaran en Israel, interrumpí mi intervención y dije: “Quisiera responder a la diputada Meir”.
“¡Pero si la diputada Meir no ha dicho nada!”, objetó el presidente de la Cámara.
“No voy a responder a sus palabras”, expliqué. “¡A lo que voy a responder es a sus muecas!”
Efectivamente, cada músculo de su rostro proclamaba su repugnancia.
El tercer capítulo de la interesante serie de Raviv Drucker sobre los primeros ministros israelíes está dedicado a Golda Meir.
Levi Eshkol murió en febrero de 1969 de un repentino ataque al corazón. Los chistosos dijeron que eso es lo que sucede cuando un hombre de 74 años se casa con una mujer 40 años más joven.
El poder de Golda fue ilimitado: dominaba el Estado con la fuerza de su personalidad
Había muchos candidatos populares para sucederle, pero, qué lástima, ninguno pertenecía al Partido Laborista, el Mapai, que gobernaba en aquel momento. Así que de golpe y porrazo eligieron a Golda, que por entonces no era ni siquiera ministra.
Entonces ocurrió un milagro. Antes de su acceso al poder, su popularidad en las encuestas era cero. De la noche a la mañana subió a más del 80%.
Durante los años siguientes, su poder fue ilimitado. No había explicación para ello. No tenía una base electoral propia, ni el respaldo de una organización política personal. Dominaba el estado solo con la fuerza de su personalidad.
Hay una escena que se me ha quedado grabada en la memoria. En 1973 había que elegir a un nuevo presidente del Estado. Golda quería que saliera su candidato, un brillante catedrático universitario llamado Ephraim Katzir. El candidato oponente era también una persona de valía.
Al mismo tiempo, la Knesset estaba a punto de aprobar una ley referente al método por el cual los resultados electorales se traducían en el número de escaños que se asignaba a cada facción política. La llamábamos conspiración Bader-Ofer y estaba diseñada para beneficiar a las facciones de mayor tamaño y perjudicar a las más pequeñas, uno de las cuales era la mía.
Organicé una coalición de los partidos minoritarios, de izquierdas, religiosos y laicos, y juntos reunimos poder suficiente para decidir quién sería el presidente. Así que le lanzamos un ultimátum al ministro de Hacienda, Pinhas Sapir, que era el hombre fuerte del Partido Laborista. Si anulaba el proyecto de ley apoyaríamos a Katzir, de lo contrario votaríamos al otro candidato.
Golda dijo: “No permitiré que Uri Avnery decida quién va a ser presidente de Israel”
Sapir sacó su legendario cuadernillo, sumó los números y llegó a la conclusión de que así era, el poder estaba en nuestras manos. “Esperen aquí”, nos dijo. “Voy a hablar con Golda”.
Lo que siguió fue asombroso. Lo vimos entrar en el despacho de Golda. Cuando salió diez minutos después era otro hombre. El todopoderoso Sapir, al que apodaban “el director del Estado”, salió hecho un enano, evitó mirarnos a la cara y se fue directo al teléfono. Se puso en contacto con la sede de una facción ultraortodoxa, les prometió un escaño y se hizo con sus votos. Golda le había dicho: “No permitiré que Uri Avnery decida quién va a ser presidente de Israel”.
Todo esto son minucias comparado con el gran evento de su vida, y de la vida de la nación: la Guerra de Yom Kippur.
En la Guerra de los Seis Días de 1967, con Eshkol, Israel conquistó enormes territorios, especialmente la península del Sinaí. Nuestro ejército estaba atrincherado a lo largo del Canal de Suez.
El nuevo presidente egipcio, Anwar Sadat, estaba decidido a recuperar el Sinaí. Envió unos discretos mensajes con una oferta increíble: si los israelíes se retiraban a las fronteras anteriores a la guerra, Egipto estaba dispuesto a firmar la paz. Golda rechazó la propuesta con desprecio.
Una vez más, Drucker saca a la luz todos los datos, muchos de ellos desconocidos hasta hoy. Sin embargo, me da la sensación de que no ha entendido a Golda.
Golda nació en Ucrania y emigró con su familia a los Estados Unidos cuando tenía siete años, después de presenciar, o eso decía ella, un importante pogromo. Creció como judía americana, se casó y emigró a Palestina con 26 años. La joven pareja fue a vivir a un kibutz y Golda se convirtió en una activista del Mapai.
Si bien nunca fue una mujer demasiado atractiva, parece ser que tuvo numerosas aventuras con líderes del partido de más edad. Recuerdo los rumores y entiendo por qué Drucker les dedica tanto tiempo, aunque personalmente no me interesan lo más mínimo.
Golda no estaba dispuesta ni en sueños a devolverle el Sinaí a Egipto
El caso es que Golda siempre sintió un inmenso desprecio por los árabes. Como sus predecesores (excepto Moshe Sharett, como comentaba en otro artículo), nunca tuvo contacto real con los árabes, era una absoluta ignorante en materia de cultura árabe y los odiaba de todo corazón.
La facilidad con la que el ejército israelí había aplastado a los tres ejércitos árabes en 1967 solo sirvió para aumentar su despreció. Golda no estaba dispuesta ni en sueños a devolverle el Sinaí a Egipto, un despreciable estado árabe.
Especialmente cuando el que estaba al mando era Sadat, al que incluso su gran predecesor Gamal Abd-al-Nasser consideraba un alfeñique.
De haber sabido algo sobre el mundo árabe, Golda habría sido consciente de que el egipcio es un pueblo orgulloso que, aunque esté sumido en la pobreza, es consciente de ser heredero de una cultura ocho veces milenaria. El canal es parte de ese orgullo. La idea de que Egipto renuncie al Canal de Suez es tan infantil como la idea de que el pueblo palestino renuncie a Jerusalén.
¿El pueblo palestino? Golda se mofaba de semejante concepto. “¡El pueblo palestino no existe!” afirmó en la Knesset una vez que yo saqué el tema.
Así era la mujer que dirigía Israel durante uno de sus momentos más importantes.
Justo antes de la Guerra de Yom Kippur, en 1973, el jefe de los servicios secretos israelíes viajó a Londres para reunirse con su espía más importante, un egipcio traidor, a la sazón yerno de Nasser. Volvió rápidamente con la noticia de que el ejército egipcio se preparaba para atacar durante el Yom Kippur.
Golda se describe a sí misma como una anciana indefensa rodeada de jóvenes generales
Golda ni se inmutó. ¿Los egipcios? ¿Qué podían hacer los egipcios? Convocó a sus generales y surgió una intensa discusión. ¿Era necesario movilizar a los reservistas? Y en tal caso, ¿a cuántos? El jefe de Estado Mayor, David Elazar, propuso 200.000. Moshe Dayan creía que con 50.000 sería suficiente. Golda, como buena política, optó por la vía de en medio y se movilizó a 100.000.
Más tarde tal decisión se convertiría en el quid de muchas discusiones. “¿Por qué no se ha movilizado a los reservistas?”, bramaba una y otra vez Menachem Begin, el líder de la oposición.
En el documental de Drucker, Golda se describe a sí misma como una anciana indefensa rodeada de jóvenes y dinámicos generales. La verdad es muy otra. En las discusiones previas al conflicto Golda fue la personalidad dominante y tiránica. En su presencia, los generales eran como niños.
Cuando los despreciados egipcios cruzaron el Canal de Suez y rompieron las famosas defensas israelíes, Israel quedó mudo de asombro. El idolatrado Moshe Dayan, siempre incompetente, se dedicó a profetizar la “destrucción del tercer templo” (después de los dos templos de la antigüedad). Afortunadamente, Elazar, al que llamaban Dado, demostró su eficacia y al final Israel recuperó la iniciativa.
El final fue rápido. Una comisión de investigación condenó a Dado y absolvió a Golda y a Dayan, pero el país estaba indignado. Golda y Dayan tuvieron que dimitir.
Sadat viajó a Israel a firmar la paz y se organizó un encuentro entre él y Golda. Una sonriente Golda le estrechó la mano y se describió a sí misma como “la anciana”. Los muertos de la guerra se removían en sus tumbas.
¿Son más sabios que Golda los actuales líderes de Israel? ¿Tienen más respeto por los árabes? ¿Están dispuestos a devolver los territorios ocupados?
No. Y no. Y no.
© Uri Avnery | Publicado en Gush Shalom | 5 Mayo 2017 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente
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