Una revisión general
Uri Avnery
El juez: «Está usted acusadode asesinar a su esposa y a sus dos hijos. ¿Cómo se declara: culpable o no culpable?”
El acusado: «Señoría, yo no trato con el pasado. ¡Yo pienso en el futuro!»
No, no es una escena de una comedia. Algo muy similar sucedió de verdad. Así es como respondieron esta semana Eli Yishai, el ministro del Interior, Binyamin Netanyahu y los otros pánfilos a las acusaciones de negligencia en relación a la inmensa tormenta de fuego sin precedentes que ha asolado gran parte del Monte Carmelo y ha causado la muerte de 42 personas.
El arquetipo del descaro lo personificó Eli Yishai (Shas). Antaño, un ministro japonés se habría hecho el harakiri el primer día de la conflagración. Pero Yishai se dirigió al pueblo el último día y afirmó que había sido víctima de un linchamiento por ser «ortodoxo y sefardí».
Pero, incluso si hubiera sido un asquenazí laico de ojos azules, tenían que haberle tirado por las escaleras del gobierno. Y no sólo por su «responsabilidad ministerial», como lo dijo cortésmente el contralor del Estado.
Si Yishai se hubiera enfrentado al juez que hemos mencionado anteriormente, habría respondido: «Señoría, todos mis predecesores asesinaron también a sus esposas e hijos. Así que, ¿por qué me destaca a mí? ¿Sólo por ser ortodoxo y sefardí?».
Yishai afirmó que había sido víctima de un linchamiento por ser «ortodoxo y sefardí»
Una impactante prueba basta para cargar la culpa en la persona de este individuo. Cuando el incendio se desató, no había en el aeropuerto de Haifa (donde estaban estacionados los aviones de extinción de incendios) ni un kilo de material ignífugo almacenado. Lo que había en todo el país sólo daba para los primeros veinte minutos. Israel tuvo que enviar mensajes de SOS a todos los países de todo el mundo, incluyendo algunos más pequeños y más pobres que nosotros, suplicando el envío de material.
¿Fue aquello responsabilidad de sus predecesores en los años cincuenta o noventa?
Últimamente, Yishai ha destacado como perseguidor compulsivo de niños refugiados para salvaguardar el Estado «judío». Si hubiera invertido en los servicios de extinción de incendios una fracción de la energía y el entusiasmo que invirtió en la organización de los cazadores de hombres de la unidad «Oz» de inmigración, el fuego habría sido sofocado en una hora en lugar de haber ardido con furia sin cesar durante tres días.
En Yishai, se concentran algunos de los rasgos principales que causaron el desastre: un ego superhinchado, una entrega total a los intereses de su partido y una indiferencia absoluta hacia las tareas gubernamentales que se le encomiendan.
Pero, afirmó, «lo advertí». Todos los políticos, “advierten”. Cada uno de ellos lleva en el bolsillo de atrás del pantalón un manojo de cartas que ha escrito en los últimos años para guardarse el culo. Pero el deber de un ministro no es «advertir». Su deber es actuar y, si no puede, dimitir.
La mayor responsabilidad, sin embargo, no recae sobre Eli Yishai sino sobre Binyamin Netanyahu. Es él quien nombró a este pelafustán para este trabajo, al igual que nombró a Avigdor Lieberman ministro de Asuntos Exteriores y a Limor Livnat ministra de Cultura. Y a todos los otros ministros, casi todos ellos bastante inadecuados para sus funciones.
La propia conducta de Netanyahu durante la crisis, en la que todo el país se pegó a las pantallas de televisión durante días, cada hora de cada día, rayaba en la farsa. Mientras que los bomberos estaban ocupados tratando de extinguir el fuego, él estaba igual de ocupado tratando de extinguir las crecientes críticas hacia su persona. Corrió de un lugar a otro, rodeado no sólo por un anillo de guardaespaldas sino por un anillo aún más grande de fotógrafos. Se dejó inmortalizar en cada posible pose, cada una escenificada con mucha pericia, siguiendo el ejemplo del presidente de Chile durante el rescate de los mineros. Hablaba y hablaba y de cada palabra se levantaba un fuerte olor a falsedad.
Nada fue espontáneo, no le salió nada del corazón. Todo una pose, todo poco serio. Un momento cargaba al ministro de Seguridad del Interior Yitzhak Aharonovitch con la responsabilidad de toda la operación, al momento siguiente se olvidaba completamente de él como si nunca hubiera existido. Se llegó al nivel de comedia cuando nombró a la alcaldesa de Netanya, Miriam Feirberg, de apellido muy adecuado («montaña de fuego») comisionada especial encargada del tema de las indemnizaciones. Fue un momento fugaz de inspiración, sin consultar a nadie, sin ningún tipo de trabajo en equipo (no había personal, de todos modos). Incluso sus asesores más cercanos se sorprendieron. Dos días más tarde aceptó la dimisión de la alcaldesa.
Israel envió mensajes de SOS a todo el mundo suplicando el envío de material
Netanyahu también se inventó un sustituto a la comisión de investigación: una conferencia de prensa.
Pero parece que Netanyahu conoce a su pueblo. Las encuestas muestran que una gran parte de la opinión pública se siente profundamente impresionada por su dinámico liderazgo.
Pero, más allá de los fallos que cometen por separado los políticos que pretenden ser líderes, se ha revelado una imagen aterradora de toda la clase gobernante.
Por un momento, se ha levantado la cortina de aduladores de los medios, expertos en relaciones públicas y una gran variedad de lameculos que crean una realidad artificial. La imagen que ha aparecido es la de un caos total. Las llamas sólo arrojan luz sobre una parte accidental ─los servicios de extinción de incendios─ pero no hay duda de que se da una situación similar en casi todos los demás departamentos del gobierno, desde el Ministerio de Defensa hasta el sistema educativo.
Hasta ahora, sólo lo suponíamos. Ahora lo sabemos con certeza.
Lo que se ha revelado esta semana a la vista de todos ha sido un paisaje impactante de incompetencia y de incapacidad, de irresponsabilidad y de guardarse el culo, de falta de planificación y falta de previsión, falta de «trabajo personal» y falta de coordinación entre las diversas oficinas gubernamentales. Los muchos años de corrupción en los partidos han llevado a una situación en la que, en cada momento crucial, la persona equivocada ocupa el puesto incorrecto. El delito de los «nombramientos políticos» ha paralizado la administración pública.
Se ha revelado un paisaje de incompetencia, incapacidad, e irresponsabilidad
La falta de un servicio de extinción de incendios eficiente, como ha descrito esta semana el contralor del Estado, es sólo un síntoma de la enfermedad. No se ha descubierto esta semana ni este año. Hace ya 42 años, el 10 de junio de 1968, advertí a la Knesset sobre esta situación y exigí la creación de una fuerza nacional de lucha contra incendios, como la policía nacional, con un mando único y un estado mayor permanente. Los dirigentes ignoraron la propuesta. Lo mismo hicieron los medios de comunicación. Nada se estaba quemando; hasta que el Monte Carmelo se convirtió en un infierno en llamas.
Ya sabemos que se da la misma situación en el sistema educativo, que está produciendo una generación de ignorantes, como revelaba esta semana el informe PISA, un estudio internacional autorizado. Los alumnos del «Estado judío», hijos e hijas de gente muy leída que siempre se ha enorgullecido de tener un nivel intelectual superior, están ahora muy por debajo de la media de los países desarrollados.
No sabemos qué está sucediendo realmente en el ejército, cuyos oficiales se escudan dentro de un anillo protector de portavoces del ejército y mentirosos del ejército, de censura y periodistas aduladores llamados «corresponsales militares».
La Segunda Guerra de Líbano reveló una imagen de los militares no mucho mejor que la del servicio de extinción de incendios de esta semana. Se sabe que el actual jefe del Estado Mayor, Gabi Ashkenazi, «ha rehabilitado el ejército». Todo el mundo lo sabe. ¿Cómo lo sabe? ¿Lo ha comprobado alguien del exterior?
Con el fin de convertir Israel en un Estado moderno, necesitamos un profundo cambio en toda la clase dirigente. En lugar de estar ocupados inventando lemas vacíos como «un Estado judío y democrático», deberíamos velar por que Israel se convierta, en primer lugar, en un Estado capaz de garantizar la seguridad y el bienestar de sus ciudadanos. De todos ellos.
Eso nos lleva directamente a la cachimba volcada (“nargileh” en árabe de Palestina).
Desde el primer momento, me preocupaba que el fuego enciendiera una enorme conflagración de llamas racistas. Después de todo, el incendio se desató cerca de una localidad árabe (Sí, los drusos son árabes también). Me pregunté: ¿cuánto tiempo pasará hasta que los racistas se desvivan luchando para aprovechar esta oportunidad?
El desastre sacó los aspectos más positivos de la sociedad israelí, ocultos normalmente
Al principio estaba gratamente sorprendido. En muchos aspectos, el desastre sacó los aspectos más positivos de la sociedad israelí, ocultos en tiempos normales. En esta zona, esta vez también se dio una inusual conducta moderada. El sentido común dicta que incluso los terroristas más salvajes no provocan un incendio junto a su propia casa.
Pero la policía, profundamente manchada de discriminación contra los árabes, no pudo contenerse dos días enteros. Así que, en el punto álgido de la catástrofe, cuando todo el mundo estaba pegado a la pantalla del televisor y las emociones estaban al rojo vivo como las llamas en el bosque, la policía lanzó una noticia sensacionalista: habían capturado a dos niños árabes, de catorce y dieciséis años, que eran culpables de iniciar todo el asunto.
Incluso si esta noticia tenía algún fundamento, podría haber esperado tranquilamente dos o tres días, hasta que apagaran las llamas. Pero era la policía la que estaba en llamas.
Anunciaron a bombo y platillo que los dos hermanos estaban pasando un día en el campo y se les había volcado la “nargileh”. Ésta es una historia dudosa, para empezar. Pero incluso si los muchachos habían causado en un descuido el fuego por su negligencia, ¿era necesario tratarlos como criminales, sacarlos brutalmente a rastras de su casa en mitad de su almuerzo familiar, interrogarlos duramente e intentar que se incriminaran el uno al otro? Al final, fueron liberados y la policía cogió a otro chico de dieciséis años. Todo esto fue muy diferente del comportamiento de la policía hace un tiempo, cuando un grupo de estudiantes de la Yeshiva comenzó sin darse cuenta un gran incendio en los Altos del Golán.
El suceso tuvo de hecho un lado racista, pero desde una perspectiva muy diferente. El racismo jugó un papel importante.
El incendio comenzó cerca de Ussafiyeh. En esta localidad drusa, con sus 10.000 habitantes, no había ningún parque de bomberos. Tampoco había ninguno en la localidad vecina de Daliyat al-Carmel, también drusa, que cuenta con 15.000 habitantes. Los ayuntamientos árabes, discriminados en la mayoría de las esferas, se encuentran en desventaja también en este ámbito.
Esta semana, el racismo se ha vengado. Si hubiera habido parques de bomberos en las localidades drusas, el incendio habría podido sofocarse en un pequeño lapso de tiempo, incluso con el viento del este y los árboles secos, antes de convertirse en un desastre. El parque de bomberos de Ussafiyeh podeía haber salvaguardado toda la zona de Carmelo, que siempre es susceptible de arder. Mira el episodio del profeta Elías y los profetas de Baal en el Carmelo (1, Reyes, 18:38): «entonces cayó el fuego del Señor…» Pero tal vez Eli Yishai y su gente no leen la Biblia con la misma frecuencia que este ateo.
El abandono de las localidades drusas tuvo un efecto dramático en nuestra capacidad para extinguir un incendio del Carmelo. Las 42 víctimas pagaron este racismo con sus vidas.
El incendio fue una especie de ensayo general. En Israel, la gente no dice «si estalla una guerra», sino «cuando estalle la próxima guerra». Es muy cierto que, si se desata una nueva guerra, superará con creces el incendio del Carmelo. Miles de misiles caerán por todo Israel causando incendios simultáneos.
Nadie está preparado para eso. El mismo gobierno que está saboteando todos los esfuerzos de paz y nos está conduciendo a la guerra no está preparado para la guerra a cualquier nivel.
Incluso sin este peligro, es evidente que la clase política necesita una revisión general, nada menos. Eso es imposible con tipos como Eli Yishai y su maestro, el rabino Ovadia Yosef, que proclamó esta semana que la valiente oficial de policía, Ahuva Tomer, y los 41 cadetes murieron en el incendio por saltarse el sabbat. Ni con tipos como Binyamin Netanyahu y su gabinete, ni con la llamada «oposición».
Lo que se necesita ahora no es otra cosa que un despertar de la «mayoría silenciosa». Esta mayoría debe entender que, con su indiferencia, no son menos culpables que los políticos, elegidos por ellos al fin y al cabo. Nada cambiará a menos que la opinión pública pasiva se convierta en activa. Protestas masivas, grandes manifestaciones, una acción conjunta de intelectuales y demás. Sólo así puede la sociedad civil imponerse y llevar a cabo la reforma total que se ha convertido en una necesidad candente.