«¡No fueron bastantes!»
Uri Avnery
Israel no tiene pozos de petróleo. No tiene minas de oro. ¿Qué tiene? El título de propiedad del Holocausto.
Es un activo de gran valor. Todo el que quiera limpiarse la mancha necesita un certificado del Estado de Israel. El precio de dicho documento es altísimo. Y cuanto mayor la culpa del solicitante, mayor el precio de la dispensa.
¿A qué nos recuerda esto?
Durante siglos, la Iglesia Católica se dedicó a la venta de “dispensas”. Las dispensas eran documentos firmados por el Papa y la curia que eximían al beneficiario del cumplimiento de determinadas obligaciones religiosas o bien le permitían hacer ciertas cosas prohibidas por la Iglesia.
El caso más famoso es el de Enrique VIII de Inglaterra. En virtud de una dispensa papal, se le permitió contraer matrimonio con Catalina de Aragón, a pesar de la lejana relación de parentesco que les unía, lo cual era contrario a la doctrina de la Iglesia. Sin embargo, el Papa le negó la dispensa necesaria para divorciarse de ella y casarse de nuevo con la hija de un noble inglés. El resultado fue el cisma entre la Iglesia Católica y la Anglicana, en la que el o la monarca actúa como una especie de papa.
El problema fue que con el tiempo, la emisión de dispensas acabó por convertirse en un lucrativo negocio para el Papa y algunos sacerdotes. Esta situación provocó la rebelión de Martín Lutero y los reformistas, que crearon nuevas iglesias independientes.
Los líderes de Israel, con Binyamin Netanyahu a la cabeza, se comportan hoy en día como los papas de antaño: venden dispensas del Holocausto.
Ben Gurión sancionó la existencia de una “nueva Alemania”, totalmente kosher, y los alemanes pagaron tres mil millones
Netanyahu no ha sido el inventor del negocio. Lo ha heredado de sus predecesores. Todo empezó cuando poco después de la II Guerra Mundial, David Ben Gurión llegó a un acuerdo con el entonces canciller alemán Konrad Adenauer. Ben Gurión sancionó la existencia de una “nueva Alemania”, totalmente kosher, y a cambio los alemanes pagaron tres mil millones de marcos al Estado de Israel en concepto de compensaciones, así como pensiones individuales a los supervivientes del Holocausto.
Yo mismo recibí una pequeña compensación por mi “educación perdida” y a mis padres se les concedió una pensión mensual con la que se mantuvieron el resto de su vida.
A ojos de Ben Gurión el asunto era puramente económico. El recién nacido Estado de Israel no tenía dinero y las compensaciones alemanas lo ayudaron a sobrevivir los primeros años.
No obstante, detrás del acuerdo se ocultaba una decisión de otro tipo. Israel, es bien sabido, es un “Estado Judío”. El gobierno de Israel ostenta dos coronas: por un lado, la del gobierno de un Estado soberano y por otro, la de líder de la Diáspora judía mundial. La premisa ideológica es que ambas son una sola y la misma.
Pero semejante premisa es una ficción. De vez en cuando surge un problema que pone de manifiesto la discrepancia entre los intereses de Israel y los de la Diáspora. En semejantes ocasiones los intereses de Israel tienen prioridad.
Últimamente ha surgido una de tales situaciones.
Benjamín Netanyahu, rey de Israel y aspirante a emperador del pueblo judío, ha firmado una declaración conjunta con el gobierno polaco que absuelve al pueblo de Polonia de toda responsabilidad por los sucesos del Holocausto y condena de un solo plumazo el antisemitismo y el antipolonismo.
El documento ha desatado un huracán que se centra en dos cuestiones: 1ª. La exactitud de dicha declaración. 2ª. Los motivos que han llevado a Netanyahu a firmarla.
Netanyahu cree que su alianza con los regímenes europeos de extrema derecha frenará a los merkelistas
La segunda tiene una respuesta más fácil: Netanyahu mantiene una profunda amistad con los regímenes de Europa Central, que en la actualidad forman un nuevo bloque encabezado por Polonia que incluye a Hungría, la república Checa y Eslovaquia.
Dichos regímenes son de extrema derecha, cuasi totalitarios y antirrefugiados. Se les podría calificar de fascistas light.
Todos ellos se oponen al liderazgo de la canciller alemana Angela Merkel y a sus aliados, que son más o menos liberales, aceptan a los refugiados y condenan la ocupación y los asentamientos israelíes en territorio palestino. Netanyahu cree que su alianza con la oposición europea frenará a los merkelistas.
A lo largo y ancho del mundo, las instituciones judías ven todo el asunto bajo un prisma completamente distinto. No han olvidado que esos partidos ultraderechistas no son más que los descendientes de los partidos filonazis de la era de Hitler. Interpretan el cinismo de Netanyahu como una traición a las víctimas judías del Holocausto.
La exactitud de la declaración conjunta es una cuestión mucho más acuciante.
En Israel ha habido una amplia condena de la absolución de Polonia por parte de Netanyahu. En Israel se odia a Polonia mucho más de lo que se odia a Alemania. Es una historia larga y compleja.
En tiempos anteriores al Holocausto, Polonia albergaba a la mayor comunidad judía del mundo. Son muy pocos los judíos que se preguntan el porqué.
La sencilla y frecuentemente olvidada razón es que Polonia fue durante siglos el país más progresista de Europa. Mientras en la mayoría de los países europeos (Inglaterra, Francia y Alemania incluidas) a los judíos se los perseguía, se los mataba y expulsaba, la monarquía polaca los recibía con los brazos abiertos. Un rey tuvo una amante judía; los nobles y terratenientes recurrían a los judíos para la gestión de sus posesiones; los judíos se sentían protegidos.
Durante la ocupación de Polonia no hubo una sino dos organizaciones clandestinas que combatieron a los nazis
Con el paso del tiempo, las cosas cambiaron por completo. Entre los polacos surgió una profunda animadversión hacia la enorme minoría que vivía entre ellos y tenía un aspecto distinto, se vestía de manera diferente, hablaba otra lengua (el yidish) y practicaba otra religión. La competición económica exacerbó el resentimiento. Durante los largos períodos de ocupación rusa y de otros vecinos, los polacos se volvieron ferozmente nacionalistas y su nacionalismo excluía a los judíos. El antisemitismo se convirtió en una fuerza tremenda.
Los judíos reaccionaron con un profundo odio a los polacos y todo lo que tuviera que ver con Polonia.
La invasión nazi de Polonia complicó más aún la situación. Después de la guerra, para la mayoría de los judíos no cabía duda de que los polacos habían cooperado en el exterminio. Se hizo habitual hablar de “campos de concentración polacos”.
Esto siempre ha enfurecido a los polacos. Polonia ha promulgado recientemente una ley que convierte en delito el uso de esa expresión y otras similares.
Ese es el motivo de la oleada de rabia que ha recorrido tanto Israel como el mundo judío tras la firma de Netanyahu de la declaración que absuelve a los polacos de toda responsabilidad en el exterminio de los judíos en Polonia.
Hará unos doce años visité Polonia por primera vez con el fin de recabar información para mi nuevo libro Lenin ya no vive aquí, publicado en hebreo, en el que se describe la situación de Rusia y varios otros países inmediatamente después de la caída del comunismo.
Ningún otro país me sorprendió tanto como Polonia. Descubrí que durante la ocupación no hubo una sino dos organizaciones clandestinas polacas que combatieron a los nazis. Millones de polacos cristianos fueron ejecutados junto a los judíos.
(Cuando volvimos a Tel Aviv, mi esposa Rachel, que me había acompañado en el viaje, oyó a una tendera hablando en polaco. Aún impresionada por lo que nos habían contado, la interrumpió para preguntarle: “Sabía usted que los alemanes mataron también a tres millones de polacos cristianos?”. “¡Pues no fueron bastantes!”, replicó la tendera).
Durante el Holocausto, las primeras informaciones fiables acerca de los campos de exterminio que recibieron los aliados y las instituciones judías procedían del gobierno polaco en el exilio, con base en Londres. Una vez acabado el conflicto, Israel condecoró a miles de polacos que habían ayudado a los judíos, a menudo poniendo en peligro su propia vida y la de sus familias.
Es cierto que muchos otros polacos ayudaron a los nazis a matar judíos, tal y como sucedió en todos los países ocupados. Además, una vez terminada la ocupación nazi tuvo lugar al menos un pogromo. Pero nunca hubo un político colaboracionista polaco al estilo del noruego Vidkun Quisling. En comparación con otros países ocupados, Polonia sale bastante bien parada.
¿Por qué estaban los campos de exterminio en Polonia? Porque allí se encontraba el grueso de la población judía y porque lo más sencillo era transportar hasta allí a los judíos de otros países. Pero eso no los convertía en “campos de exterminio polacos”.
En la declaración Netanyahu-Polonia hay ciertas exageraciones. Por ejemplo, en un párrafo se menciona el antisemitismo y el antipolonismo, signifique lo que signifique ese término. A pesar de todo, el vendaval que se ha desatado es excesivo.
Hace muchos años leí un relato de un escritor israelí. Describía la invasión de Oriente Medio por un pueblo mongol que sentía un odio obsesivo por los árabes. Los ocupantes pedían ayuda a los judíos para exterminar a los árabes con la promesa de todo tipo de prebendas.
¿Cuántos colaboraron? ¿Qué habría hecho usted?
·
© Uri Avnery | Publicado en Gush Shalom | 14 Julio 2018 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente
¿Te ha interesado esta columna?
Puedes ayudarnos a seguir trabajando
Donación única | Quiero ser socia |