Opinión

«¡Expulsar la oscuridad!»

Uri Avnery
Uri Avnery
· 13 minutos

opinion

 

Es fácil desesperarse ante la ola de racismo asqueroso que nos envuelve.

El remedio para esta desesperación: el creciente número de jóvenes, hijos e hijas de la nueva generación israelí, que se están uniendo a la lucha contra el racismo y la ocupación.

Esta semana, varios cientos de ellos se reunieron en una sala en Tel Aviv (que pertenece, irónicamente, a la Federación Sionista Americana) para presentar un libro publicado por el grupo «Rompiendo el Silencio».

En la sala había algunos veteranos del bando pacifista pero la gran mayoría de los presentes eran jóvenes de veintitantos años, hombres y mujeres, que han terminado el servicio militar.

El libro es deprimente porque arroja luz sobre la rutina de la ocupación

La ocupación de los territorios es un libro de 344 páginas que contiene cerca de 200 testimonios de soldados sobre la vida diaria y nocturna de la ocupación. Los soldados proporcionaron los testimonios y la organización, compuesta por ex soldados, los verificó, comparó y tamizó. Al final, 183 de los cerca de 700 testimonios fueron seleccionados para su publicación.

El portavoz del ejército no negó ni uno siquiera de estos testimonios y eso que, por lo general, se apresura a contradecir las versiones reales de lo que está sucediendo en los territorios ocupados. Dado que los editores del libro han servido como soldados en estos lugares, les era fácil distinguir entre la verdad y la falsedad.

El libro es una lectura muy deprimente, no porque detalle atrocidades horripilantes. Por el contrario, los editores se propusieron no incluir los incidentes especialmente brutales cometidos por sádicos, que se pueden encontrar en cada unidad del ejército de Israel y de todo el mundo. Más bien, querían arrojar luz sobre la gris rutina de la ocupación.

Hay informes de incursiones nocturnas a modo de maniobras en aldeas palestinas tranquilas ―irrumpiendo en casas al azar, donde no había «sospechosos», aterrorizando a niños, mujeres y hombres y sembrando el caos en el pueblo― todo esto para «entrenar» a los soldados. Hay historias sobre las humillaciones a los transeúntes en los puntos de control («¡Limpia el puesto de control y se te devolverán las llaves!»), a veces acoso («Empezó a quejarse, así que le golpeé en la cara con la culata de mi arma»). Cada testimonio está meticulosamente documentado: el momento, el lugar, la unidad.

Hay historias sobre las humillaciones y acoso a los transeúntes en los puntos de control

En la presentación del libro, algunos de los testimonios se mostraban en una grabación, y los testigos se atrevían a mostrar la cara y a identificarse por su nombre completo. No se trataba de personas excepcionales, ni fanáticos o defensores de causas perdidas. No eran llorones de la escuela del «pego el tiro y luego me echo a llorar». Eran simplemente jóvenes normales que han tiempo de enfrentarse a sus experiencias personales.

Hay incluso golpes de humor ocasionales. Como el relato del soldado que se encargó durante mucho tiempo de un control de carretera entre dos pueblos palestinos sin entender su objetivo o su valor de seguridad. Un día, apareció de pronto una excavadora de la nada, arrancó los bloques de hormigón y se los llevaron, una vez más sin ninguna explicación. «¡Me han robado la barricada!», se queja el soldado, que está ya acostumbrado al lugar.

Los títulos de los testimonios hablan por sí mismos: «para producir insomnio en el pueblo», «solíamos enviar vecinos para desactivar cargas explosivas», «el comandante de batallón nos ordenó disparar a cualquiera que tratara de retirar los cuerpos», «el comandante de batallón le puso a un hombre el cañón del fusil en la boca», «nos dijeron que disparáramos a cualquiera que se moviera por la calle», «puedes hacer lo que te apetezca, nadie va a decir nada», «disparas al televisor por deporte», «no sabía que existían carreteras sólo para judíos», «una arbitrariedad absoluta como otra cualquiera», «los muchachos [colonos de Hebrón] golpearon a la anciana», «¿Arrestar a los colonos? El ejército no puede hacer eso». Y así sucesivamente. Rutina y punto.

La intención del libro no es descubrir las atrocidades y mostrar a los soldados como monstruos. Su objetivo es presentar una situación: la dominancia sobre otra gente, con la prepotente arbitrariedad que ésta necesariamente implica, la humillación de los territorios ocupados, la corrupción de las fuerzas de ocupación. Según los editores, es casi imposible que un solo soldado pueda hacer una diferencia. Es sólo un engranaje en una máquina que es inhumana por su propia naturaleza.

Grupos de jóvenes que simplemente están hartos están despertando a la vida en el país. Son signos de un despertar que encuentra su expresión en la lucha diaria de cientos de grupos dedicados a diferentes causas. Sólo que aparentemente diferentes  ya que estas causas están ligadas en esencia entre sí. La lucha contra la ocupación, por los refugiados que buscan refugio en este país, contra la demolición de las casas de los beduinos en el Negev, contra la invasión de los colonos a los barrios árabes en Jerusalén Este, por la igualdad de derechos para los ciudadanos árabes en Israel, contra las injusticias sociales, por la preservación del medio ambiente, contra la corrupción gubernamental, contra la coerción religiosa, etcétera, etcétera. Tienen un denominador común: la lucha por un Israel diferente.

Los jóvenes voluntarios por cada una de estas luchas (y por todos ellos) hoy son más que nunca necesarios, en vista del racismo que está asomando su horrible cara en todo Israel; un racismo al descubierto, descarado e incluso orgulloso de sí mismo

.Los racistas gritan su mensaje en cada esquina de la calle y se ganan el aplauso de políticos y rabinos

El fenómeno en sí no es nuevo. Lo que es nuevo es la pérdida de cualquier vestigio de vergüenza. Los racistas gritan su mensaje en cada esquina de la calle y se ganan el aplauso de políticos y rabinos.

Todo comenzó con la avalancha de proyectos de ley racistas diseñados para deslegitimar a los ciudadanos árabes. «Comités de admisión», «juramentos de lealtad», y mucho más. Luego vino el edicto religioso del rabino jefe de Safed, prohibiendo a los judíos que alquilaran apartamentos a los árabes. Esto aún causó conmoción y vergüenza. Desde entonces, sin embargo, se han roto todas las presas. Una pandilla de chicos de 14 años tendieron una emboscada a unos árabes en el centro de Jerusalén, con una niña de catorce años como cebo, y los golpearon hasta dejarlos inconscientes. Cientos de rabinos de todo el país firmaron un manifiesto que prohíbe el alquiler de apartamentos a «extranjeros» (es decir, a los árabes que han vivido en el país durante siglos). En Bat Yam, una ciudad que hace frontera con Tel Aviv, una escandalosa manifestación llamaba a la expulsión de todos los árabes de la ciudad. Al día siguiente, una manifestación en Hatikva, barrio miserable de Tel Aviv, exigió la expulsión de los refugiados y los trabajadores extranjeros del barrio.

Aparentemente, las manifestaciones en Bat Yam y Hatikva tenían objetivos diferentes: el primero contra los árabes, el segundo contra los trabajadores extranjeros. Pero los mismos bien conocidos activistas fascistas aparecieron y se dirigieron a ambos, llevando las mismas etiquetas y gritando las mismas consignas. La más conspicua de ellas fue la afirmación de que los árabes y los extranjeros están poniendo en peligro a las mujeres judías: los árabes se casan con ellas y se las llevan a sus pueblos; los trabajadores extranjeros coquetean con ellas. «¡La mujer judía es para el pueblo judío!», exclamaban los carteles, como si las mujeres fueran propiedad.

«¡La mujer judía es para el pueblo judío!», claman, como si las mujeres fueran propiedad

La conexión entre racismo y sexo siempre ha intrigado a los investigadores. Los racistas blancos de Estados Unidos extendieron el rumor de que «los negros» tienen penes más grandes. Entre los periódicos nazis alemanes, el más sensacionalista era Der Stürmer, una publicación pornográfica llena de historias sobre inocentes chicas rubias seducidas por el dinero de los feos judíos de nariz torcida. Su editor, Julius Streicher, fue condenado y ahorcado en Nuremberg.

Algunos creen que una de las raíces del racismo es un sentimiento de inadecuación sexual, la falta de confianza en sí mismos de los hombres que  tienen miedo a la impotencia sexual y/o a competir; todo lo contrario a la imagen del hombretón machote y racista. Basta con mirar a los manifestantes racistas para sacar conclusiones.

Jean Paul Sartre dijo la famosa frase de que todas las personas son racistas. La diferencia está entre los que lo admiten e intentan luchar contra ello y los que no.

Eso es indudablemente cierto. Tengo una prueba sencilla para demostrar el poder de racismo: estás conduciendo y alguien te corta el paso. Si es un conductor negro, dices: «¡Maldito negro!» Si es una mujer, gritas: «¡Vete a la cocina!» Si lleva una kipá, chillas: «¡Puto Dos!» («Dos» es un término despectivo hebreo para un judío religioso) Si es un conductor sin características especiales, sencillamente gritas: «¡Idiota! ¿Dónde te ha tocado el carnet?»

Los rabinos citan los textos sagrados y afirman que éste es el espíritu del judaísmo

El odio a los extranjeros y la aversión a todo el que no se parezca a nosotros son, por lo que parece, los rasgos biológicos, restos de la época del hombre antiguo, cuando todo extraño era una amenaza para los recursos limitados de los que dependía la tribu. Esto pasa también con muchas otras especies animales. No es nada de lo que estar orgulloso.

El ser humano civilizado, y más aún la sociedad humana civilizada, tiene el deber de luchar contra estos rasgos, no sólo porque sean feos de por sí sino también porque obstaculizan la modernización del mundo globalizado, en el que la cooperación entre los pueblos y entre las gentes es imprescindible. Esto nos devuelve a la edad de piedra.

La situación aquí se está moviendo en dirección opuesta: el país está adoptando al demonio racista. Después de milenios como víctimas del racismo, parece como si los judíos fueran felices pudiendo hacer a los demás lo que les hicieron a ellos.

Es imposible ignorar el papel central que desempeñan los rabinos en este sucio lío. Se suben a la ola y afirman que éste es el espíritu del judaísmo. Se citan los textos sagrados una y otra vez.

La verdad es que el judaísmo, como casi todas las religiones, incluye elementos racistas y antirracistas, humanistas y bárbaros. Los cruzados, que masacraron a los judíos en su camino hacia la Tierra Santa y que masacraron a los habitantes de Jerusalén (musulmanes y judíos por igual) cuando conquistaron la ciudad, gritaban: «¡Es la voluntad de Dios!» Uno puede encontrar en el Nuevo Testamento magníficos pasajes predicando el amor junto a secciones muy diferentes. Así, en el Corán también hay suras llenas de amor a la humanidad y peticiones de justicia e igualdad, así como otras llenas de intolerancia y odio.

Lo mismo ocurre también con la Biblia hebrea. Los racistas citan al rabino Maimónides, que interpretó dos palabras bíblicas como un mandamiento para no dejar residir a no judíos en el país. Todo el libro de Josué es un llamamiento al genocidio. La Biblia ordena a los israelíes que asesinen a toda la tribu de Amalek («hombres y mujeres, niños y lactantes») y el profeta Samuel destronó al rey Saúl porque le salvó la vida a los presos amalecitas (1 Samuel 15).

El libro de Josué es un llamamiento al genocidio

Pero la Biblia hebrea es también un libro de una humanidad sin igual. Comienza con la descripción de la creación del hombre y la mujer, haciendo hincapié en que todos los seres humanos son creados a imagen de Dios y por lo tanto iguales. «Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó.» La Biblia exige en repetidas ocasiones que se trate a los «gerim» (los extranjeros que viven entre los israelíes), como israelíes, «porque vosotros fuisteis extranjeros en tierra egipcia».

Como Gershom Schocken, propietario y durante mucho tiempo editor en jefe del diario Haaretz, señaló en un artículo republicado esta semana en el 20 aniversario de su muerte: Esdras efectivamente expulsó a las esposas no judías de la comunidad pero, antes de eso, las mujeres extranjeras desempeñaron un papel central en la historia bíblica. Betsabé fue la esposa de un hitita antes de casarse con el rey David y se convirtió en la madre del linaje del que el Mesías vendrá a su debido tiempo (o de la que, como creen los cristianos, ya vino Jesús, que nació hace 2010 años hoy). David mismo fue descendiente de Ruth, una mujer moabita. El rey Acab, el más grande de los reyes israelíes, se casó con una mujer fenicia.

Cuando nuestros racistas presentan la cara más fea del judaísmo, ignorando su mensaje universalista, hacen un gran daño a la religión de millones de judíos de todo el mundo. Los rabinos judíos más importantes guardaban silencio esta semana ante la llama racista encendida por los rabinos, o murmuraban algo sobre «los caminos hacia la paz», refiriéndose a la regla que prohíbe la provocación de los gentiles, ya que podrían tratar a los judíos en sus países como los judíos tratan a las minorías en su propio Estado. Hasta ahora, ningún sacerdote cristiano ha llamado a su rebaño a no alquilar apartamentos a judíos, pero podría pasar.

El silencio de los «sabios de la Torá» es atronador. Más aún el silencio de los líderes políticos del país: el Premio Nobel de la Paz Shimon Peres no rugió de indignación y Binyamin Netanyahu se contentó con un llamamiento a los racistas «a no tomarse la justicia por su mano». Ni una sola palabra en contra del racismo, ni una sola palabra acerca de moralidad y justicia.

Cuando escuché a los ex soldados en la reunión «Rompiendo el Silencio», me llené de esperanza. Esta generación entiende su obligación de curar el Estado en el que van a pasarse la vida.

Como dice la canción de Jánuca, que se está convirtiendo rápidamente en el himno de las manifestaciones en contra del racismo: «¡Venimos para expulsar la oscuridad!»