Opinión

«No te regocijes…»

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

«No te regocijes cuando caiga tu enemigo, y no se alegre tu corazón cuando tropiece; no sea que el Señor lo vea y no le agrade, y aparte de él su ira.”

Este es uno de los más bellos pasajes de la Biblia (Proverbios 24:17-18), y lo es indudablemente en lengua hebrea. Es bello en otros idiomas también, pero ninguna traducción se acerca a la belleza del original.

Por supuesto, es natural alegrarse cuando el enemigo cae, y la sed de venganza es un rasgo humano. Pero regodearse (en alemán schadenfreude: sentimiento de alegría creado por el sufrimiento o la infelicidad del otro) es algo completamente diferente. Está feo.

Una antigua leyenda hebrea dice que Dios se enfadó mucho cuando los Hijos de Israel se alegraron de que sus perseguidores se ahogaran en el Mar Rojo. “Mis criaturas se están ahogando en el mar,” Dios les reprendía, “¿y vosotros estáis cantando?”

Los rostros desencajados de los americanos se parecían al de las multitudes en Sudán

Esto se me vino a la mente cuando vi en las imágenes de televisión a una jubilosa multitud de jóvenes americanos gritando y bailando en la calle. Natural, pero de mal gusto. Los rostros desencajados y el lenguaje corporal agresivo no eran diferentes de los de aquellas multitudes en Sudán o Somalia. El lado oscuro de la naturaleza humana parece ser el mismo en todas partes.

El regocijo puede ser prematuro. Muy probablemente, Al Qaeda no murió con Osama Bin Laden. Las consecuencias pueden ser completamente diferentes.

En 1942 los británicos mataron a Abraham Stern, al que llamaban terrorista. Stern, cuyo nombre de guerra era Yair, se escondía en un armario de un apartamento en Tel Aviv. En su caso también, fueron los movimientos de su mensajero los que le delataron. Tras asegurarse de que era el hombre que buscaba, el oficial de la policía británica al mando le disparó.

Este no fue el fin de su grupo; más bien, un nuevo comienzo. Se convirtió en la pesadilla del gobierno británico en Palestina. Conocido como el “Grupo Stern” (su verdadero nombre era “Luchadores por la libertad de Israel”), llevaron a cabo los ataques más arriesgados a instalaciones británicas y jugaron un papel muy importante en la decisión del poder colonial de abandonar el país.

Hamas no murió cuando Israel mató al jeque Yasin: como mártir fue más efectivo

Hamas no murió cuando la fuerza aérea israelí mató al jeque Ahmed Yasin, el fundador paralítico, ideólogo y símbolo de Hamas. Como mártir fue mucho más efectivo que como líder vivo. Su martirio atrajo a muchos nuevos luchadores a la causa. Matar a una persona no mata una idea. Los cristianos incluso tomaron la cruz como símbolo.

¿Cuál era la idea que hizo de Osama Bin Laden una figura mundial?

Él predicaba la restauración del califato de los siglos de los primeros musulmanes, que no era sólo un enorme imperio, sino también un centro de las ciencias y las artes, la poesía y la literatura, cuando Europa era todavía un continente primitivo y medieval. Todos los niños árabes aprenden estas glorias, y no pueden hacer otra cosa que compararlas con el lamentable presente musulmán.

(De alguna manera, esta nostalgia se parece mucho a los sueños románticos sionistas de un resucitado reino de David y Salomón.)

Un nuevo califato en el siglo XXI es tan improbable como la más salvaje creación de la imaginación. Habría sido diametralmente opuesto al Zeitgeist, si no fuera por sus oponentes: los americanos. Necesitan este sueño —o pesadilla— más que los mismos musulmanes.

El imperio americano siempre necesita de un antagonista junto al que mantenerse y en el que concentrar sus energías. Éste ha de ser un enemigo mundial, un siniestro defensor de una filosofía diabólica.

Esto fueron los nazis y el Japón imperial, pero no duraron mucho. Afortunadamente, estaba entonces el imperio comunista, que hizo un papel admirable.

Había comunistas por todas partes. Todos tramaban la caída de la libertad, de la democracia y de los Estados Unidos de América. Estaban incluso merodeando dentro de EE. UU., como innegablemente demostraron J. Edgar Hoover y el senador Joe McCarthy.

La desaparición de la amenaza comunista dejó un gran vacío en la psique americana

Durante décadas, Estados Unidos prosperó en la lucha contra la Amenaza Roja; sus fuerzas se extendieron por todo el mundo, sus naves llegaron a la luna, sus mejores mentes se enzarzaron en una titánica batalla de ideas, los Hijos de la Luz contra los Hijos de las Tinieblas.

Y entonces, de repente, todo se derrumbó. El poder soviético se desvaneció como si nunca hubiera existido. Las agencias de espías americanas, con sus tremendas habilidades, se quedaron estupefactas. Al parecer, no tenían ni idea de lo destartalada que estaba la estructura soviética en realidad. ¿Cómo podían ver, cegados como estaban por sus propios prejuicios ideológicos?

La desaparición de la amenaza comunista dejó un gran vacío en la psique americana, que pedía a gritos llenarse. Osama Bin Laden amablemente ofreció sus servicios.

Hizo falta, por supuesto, un acontecimiento que sacudiera al mundo para dar credibilidad a una utopía tan descabellada. El atentado del 11-S era ese acontecimiento. Produjo muchos cambios en el estilo de vida americano. Y un nuevo enemigo mundial.

De la noche a la mañana, los prejuicios medievales antiislámicos se desempolvaron para ser exhibidos. El islam terrible asesino y fanático. El islam antidemocrático, anti-libertad, anti-todos-nuestros-valores. Terroristas suicidas, 72 vírgenes, la yihad…

Estados Unidos vuelve a nacer otra vez. Los soldados, espías y fuerzas especiales se dispersan por todo el globo para luchar contra el terrorismo. Bin Laden está en todas partes. La guerra contra el terrorismo es la lucha apocalíptica con Satán.

Las libertades americanas tienen que ser restringidas, la maquinaria militar estadounidense crece a pasos agigantados. Los intelectuales hambrientos de poder dicen sandeces sobre el choque de civilizaciones y venden sus almas por la popularidad instantánea.

Para producir la morbosa pintura que dibuje una imagen tan distorsionada de la realidad, se mete a todos los grupos religiosos islámicos en el mismo bote: los talibánes de Afganistán, los ayatolás de Irán, Hezbolá de Líbano, Hamas de Palestina, los separatistas indonesios, los hermanos musulmanes en Egipto y donde sea, quien quiera que sea. Todos se convierten en Al Qaeda, a pesar de que cada uno tiene una agenda completamente diferente, enfocada a su propio país, mientras Bin Laden pretende abolir todos los estados musulmanes y crear un único imperio santo islámico. Detalles, detalles…

Para crear la morbosa pintura distorsionada, se mete a todos los islamistas en el mismo bote

La guerra santa contra la yihad encuentra guerreros en todas partes. Demagogos ambiciosos, para quienes estas promesas son una manera fácil de enardecer a las masas, emergen en muchos países, desde Francia a Finlandia, desde Holanda a Italia. La histeria de la islamofobia reemplaza al sólido antisemitismo de siempre, usando casi el mismo lenguaje. Los regímenes tiránicos se presentan como baluartes contra Al Qaeda, así como una vez se presentaron como baluartes contra el comunismo. Y, por supuesto, nuestro propio Binyamin Netanyahu explota la situación todo lo que puede, viajando de capital en capital vendiendo sus productos de antiislamismo.

Bin Laden tenía una buena razón para estar orgulloso, y probablemente lo estaba.

Cuando vi su foto por primera vez, bromeaba acerca de que no era una persona de verdad, sino un actor venido directamente del Central Casting de Hollywood. Parecía demasiado bueno para ser verdad, tal y como aparecería en una película americana: un hombre guapo, de barba larga y morena, posando con un kalashnikov. Sus apariciones en televisión fueron cuidadosamente representadas.

En realidad, era un terrorista muy incompetente, un auténtico amateur. Ningún terrorista de verdad habría vivido en una sospechoso chalet, dispuesto en el paisaje como una diana. Stern se escondía en un apartamento de techo bajo en un sórdido barrio de Tel Aviv. Menachem Begin vivió con su esposa e hijo en un apartamento bajo muy modesto, haciendo el papel de un rabino recluido.

Al Qaeda pertenece al pasado; su idea central está obsoleta

El chalet de Bin Laden iba a llamar la atención de vecinos y otra gente. Estarían curiosos de saber quién era el misterioso extraño que había entre ellos. En realidad, debería haber sido descubierto hace mucho. Estaba desarmado y no opuso resistencia. La decisión de matarle allí mismo y arrojar su cuerpo al mar (o hacerlo desaparecer en el mar)  fue evidentemente tomada mucho antes.

Entonces no hay tumba, no hay sepulcro sagrado. Pero para millones de musulmanes, y especialmente para los árabes, él era y sigue siendo una fuente de orgullo, un héroe árabe, el “león de leones” como un predicador de Jerusalén le llamaba. Casi nadie se aventuró a salir y hablar tan abiertamente, por miedo a los americanos, pero incluso aquéllos que pensaban que sus ideas no eran viables y sus acciones dañinas le respetaban con el corazón.

¿Significa eso que Al Qaeda tiene futuro? No lo creo. Pertenece al pasado, no porque Bin Laden haya muerto, sino porque su idea central está obsoleta.

La primavera árabe encarna un nuevo conjunto de ideales, un nuevo entusiasmo, uno que no glorifica ni anhela un pasado lejano sino que mira con valentía al futuro. Los hombres y mujeres jóvenes de la plaza Tahrir, con sus ansias de libertad, han enviado a Bin Laden a la historia, meses antes de su muerte física. Su filosofía tiene futuro sólo si el despertar árabe fracasa completamente y da lugar a un profundo sentimiento de decepción y desesperanza.

En el mundo occidental, pocos le llorarán, pero Dios no quiera que se regodeen.