Indígenas
Alberto Arricruz
Hace once años, me mudé a una calle de París que resultaba ser vecina – sin que me haya fijado en ello – de la calle “Grupo Manouchian”. Missak Manouchian, obrero armenio inmigrado a Francia, lideraba un grupo de francotiradores clandestinos contra la ocupación nazi. Cayeron en 1943 (con Joseph Epstein, comunista judío polaco, brigadista internacional en España y eficaz organizador de la resistencia clandestina en París). Los nazis pusieron por todo París carteles con las fotos de 10 de los 23 integrantes del grupo: inmigrantes armenios, polacos, españoles, italianos, húngaros, judíos. El cartel, rojo, pretendía infundir rechazo a terroristas inmigrantes, pero dio un resultado contrario: por las mañanas aparecían pintadas glorificándolos (“Muertos para Francia”) y flores al pie de los carteles. Todos fueron fusilados en febrero de 1944.
En febrero 1955 se cambió el nombre de aquella calle, en honor al grupo. El escritor oficial comunista Louis Aragon declamó un poema suyo, compuesto a partir de la carta de despedida que Manouchian escribió a su esposa. Versos militantes pero hermosos que alcanzaron la fama como canción interpretada por Leo Ferré: “L’affiche rouge”.
Me interesé por la fecha del próximo homenaje que se solía dar cada año al pie de la placa conmemorativa. Tenia previsto participar, cuando me enteré que el discurso no correría a cargo de un portavoz del partido comunista o de una asociación de combatientes, como solía ser. Esta vez hablaría un portavoz de un grupo llamado “Partido de los Indígenas de la República” (PIR). Eso me pareció un absoluto disparate, y no entendía como lo que quedara del partido comunista podía prestarse a eso. Por supuesto, decidí no ir: 65 años después de que fueran fusilados, no quedaba bastante gente con memoria para impedir que el PIR se apodere de l’Affiche rouge.
Ese partido nació en reacción a la ley de 2004 que prohibía los signos religiosos en las escuelas, ley denunciada por el PIR como expresión del racismo de Estado antimusulmán. El PIR reclama que Francia “cuestione su Ilustración”. Pretende luchar contra “todas las formas de dominación imperial, colonial y sionista que fundamentan la supremacía blanca a escala internacional”.
Ya no es la Clase Obrera frente a la Burguesía o el Capital: la oposición histórica ahora es de razas
Como los integrantes del grupo Manouchian, miles de militantes de origen inmigrante lucharon por la liberación de Francia y marcharon al paredón cantando la Marseillaise. Manouchian escribió en su ultima carta “Muero sin odio en mi hacia el pueblo alemán”. Y se le entrega el símbolo a un partido que considera el Estado-nación como estructuralmente colonial –con el sionismo como su mayor expresión– y que denuncia la democracia, la igualdad y la laicidad como una trampa blanca contra la pureza indígena.
El PIR lo ha fundado Houria Bouteldja. Esta persona, que pretende asumir el papel de “pasionaria”, no esconde sus opiniones. Abiertamente defensora del patriarcado, razona en términos de raza y, simplemente, es fascista. Basta con leerla.
En marzo 2016, Bouteldja publicó su manifiesto político personal: “Los Blancos, los Judíos y Nosotros”. Frente a los blancos y sus siervos, los judíos, están esos “nosotros”: los no-blancos. Ya no son “los de arriba” frente a “los de abajo”, tampoco “el Pueblo”o la Clase Obrera frente a la Burguesía o el Capital: el enfrentamiento histórico, según Bouteldja, es de razas.
Su libro empieza recogiendo el llamamiento a fusilar a Jean-Paul Sartre: ese era el lema de los fascistas opuestos a la independencia de Argelia. Bouteldja prefiere al dramaturgo Jean Genet, que utiliza como paramento para opinar sobre el nazismo: celebra que Genet se felicitara de la derrota militar francesa de 1940. La que lleva a la ocupación de Francia por el ejército alemán y a millones de desplazados. Dice: “Lo que me gusta de Genet es que no le importa Hitler.” Toma homenaje, grupo Manouchian.
Luego habla de los blancos: “La blanquitud es una fortaleza, todo blanco es albañil de esa fortaleza.” La lucha para la igualdad es un lema blanco, porque la posibilidad de la igualdad en las sociedades occidentales resulta del colonialismo y de la explotación racista de los “indígenas”: los “no-blancos”. Todo avance en Occidente hacia la libertad, la igualdad y la fraternidad solo se consigue ahondando en la opresión de los demás pueblos.
La integración cultural, la laicidad y el ateísmo son estrategias del blanco para destruir la fuerza indígena
El universalismo es blanco. Y un Estado-nación en el que las leyes y los derechos son los mismos para todos es mucho peor que un Estado de apartheid como lo fueron Africa del Sur o el Estado francés de Vichy a mano de los nazis. El universalismo produce, dice Bouteldja, un racismo “impensado”, lo que convierte al blanco antirracista en un racista que no lo sabe. El racismo es la verdad de la Ilustración.
La emancipación es entonces un trabajo para despojarse de todo lo que sea “blanco”: la integración cultural, la laicidad y el ateísmo son estrategias del blanco para destruir la fuerza antirracista y anticolonialista indígena.
Frente a la terrible amenaza de la “impiedad colectiva” por culpa del ateísmo y de la laicidad, dice Bouteldja, ser revolucionario es luchar contra las “teorías blasfematorias” y promover a Alá, quien “escapa a la razón blanca”, porque “de su fe, el indígena saca su fuerza”.
Cuatro meses después de los atentados islamistas del 13 de noviembre 2015 en París, cuando fueron asesinadas 130 personas en varios bares de la ciudad y en la sala de espectáculo Bataclan al grito de “Alahu akbar”, Bouteldja escribe: “¡Alahu akbar! Aterroriza a los vanidosos que ven en ese grito un proyecto de humillación. Con razón han de temerlo, pues su potencial igualitario es real: volver a colocar los hombres, todos los hombres, en su sitio, sin ninguna jerarquía. Solo una entidad está autorizada a dominar: Dios. (…) Se puede considerar eso una utopía y utopía es. Pero re-encantar el mundo va a ser una tarea difícil. (…) Entonces, empecemos por donde hay que empezar. Repitámoslo tantas veces como sea necesario: ¡Alahu akbar!”
Pero cuidado: Bouteldja subtitula su libro/manifiesto “Hacia una política del amor revolucionario”. Dice que cuando habla de blancos y judíos no habla de la gente de verdad, solo son conceptos teóricos… Así lo arregla todo: encubriendo cada afirmación en una fraseología “de filosofo”, para poder afirmar que no has leído bien lo que has leído.
“Mi cuerpo no me pertenece. Pertenezco a mi familia, a mi barrio, a mi raza, a Argelia, al islam”
A Bouteldja a menudo se la presenta como “feminista racializada” o “interseccional”. Pero ella lo tiene claro: el feminismo es “un fenómeno europeo exportado”. “Mi cuerpo no me pertenece. Ningún magisterio me hará compartir un lema concebido por y para feministas blancas”. “Pertenezco a mi familia, a mi clan, a mi barrio, a mi raza, a Argelia, al islam” (escrito en 2016: habla de la Argelia ultracorrupta de Bouteflika, donde los asesinos islamistas viven impunes después de años cometiendo atrocidades contra el pueblo).
Si una mujer negra es violada por un negro, el deber de esta mujer, según Bouteldja es no denunciarlo porqué ayudaría al racismo blanco. Mensaje nítido para las mujeres “no blancas” de barriadas populares: han de someterse al control social patriarcal integrista y a los hombres de “su raza”. Bouteldja feminista…
Los hombres también deben, por supuesto, luchar contra la blanquitud. Para eso, deben ser machotes de verdad. Sobre todo, no hacerse gay: “Nuestros hombres no son maricones”. “Como todo el mundo sabe, la maricona no es totalmente un hombre. Así pues, el árabe que pierde su potencia viril ya no es un hombre”. “Los blancos, cuando se alegran de que salga del armario un indígena, muestran a la vez homofobia y racismo”. Es decir: defender a los homosexuales duramente reprimidos en países donde el islam es la religión de Estado, es racismo y homofobia; te lo dice con toda la cara.
Escuchando al líder iraní Ahmadinejad declarar ante la asamblea general de la ONU “No hay homosexuales en Irán”, Bouteldja confiesa: “Me quedé petrificada. Hay gente que queda fascinada de forma duradera ante una obra de arte. Eso me ha ocurrido con él: Ahmadinejad, mi héroe (…) indígena arrogante”.
No nos olvidemos del Judío. Un capitulo entero del panfleto de Bouteldja. “Un judío no se reconoce porque declara serlo, sino por su ansia de querer fundirse en la blanquitud, plebiscitar a su opresor y querer encarnar los cánones de la modernidad.” “Os reconoceré entre mil. (…) Vuestro fervor es traición.”
A Bouteldja se la invita a conferencias organizadas por partidos de izquierda, sindicatos, Podemos
Cuatro años después de que el islamista Mohamed Merah matara a niñas y niños judíos en la puerta de una escuela filmándose con una GoPro, Bouteldja (que entonces escribía un columna titulada “Soy Merah”) confiesa: “Lo peor es la mirada mía cuando veo en la calle un niño pequeño llevando kipá. Ese momento fugaz en donde me paro para mirarlo. Lo peor es la desaparición de mi indiferencia hacia vosotros, posible preludio a mi ruina interior” (recuerda, lector: ella solo piensa asesinar a un concepto filosófico del niño judío. Todo tranquilo).
El “filosemitismo de Estado” forma parte de la opresión que sufren los indígenas: no poder odiar tranquilamente a los judíos, todos sionistas. La conmemoración de la Shoah es “la religión civil europea” y “un ateísmo”. Rechazarla es, entonces, antirracismo.
Curiosamente, Bouteldja denuncia el sionismo sin interesarse para nada por las reivindicaciones nacionales y democráticas del pueblo palestino. Ella solo habla del sionismo como la esencia actual del Ser judío. “El antisionismo será, con la impugnación del Estado-nación, el lugar principal del desenlace.”
Al leer ese Mein Kampf de Bouteldja, cabe inmediatamente preguntarse: ¿Cómo pueden los partidos y militantes progresistas considerar a Bouteldja una progresista, feminista y antirracista, y abrirle sus puertas?
Porque ese es el problema. Bouteldja y el PIR son un reducto de fanáticos, para nada un movimiento de masas. Como los maoístas en las décadas sesenta y setenta, consiguen ser visibles a base de agitación y verborrea, pero no constituyen una fuerza política de base amplia. Como los maoístas entonces, consiguen influenciar a muchos intelectuales, sociólogos, filósofos, etnólogos, que contribuyen a la decadencia de amplios sectores de la universidad francesa.
Pero a Bouteldja se la invita a conferencias organizadas por partidos de izquierda o sindicatos, se la entrevista en el periódico del partido comunista L’Humanité, se le dan tribunas en la fiesta popular anual de ese periódico, se comparten con ella peticiones y manifiestos. Bouteldja tiene el mismo tratamiento que hasta hace poco se le daba a Tarik Ramadan, hasta que cayera acusado de violaciones y agresiones sexuales múltiples.
El lenguaje estigmatizando el Hombre Blanco lo utiliza incluso Macron cuando tumba un programa social para las barriadas populares (programa diseñado por “viejos machos blancos”, dice) o el alcalde verde de Grenoble cuando tuitea que convertir el centro en zona peatonal es para todos y deja atrás “la ciudad de ayer hecha para el hombre blanco corriendo al volante de su coche”.
En una columna, Bouteldja nos explica por qué el hombre blanco es ontológicamente racista
A Bouteldja se le invita incluso a alguna tertulia de Podemos Madrid, partido en el que tienen ahora una área de feminismo “interseccional”… En 2018 aparecieron en España artículos y libros con traducciones de Bouteldja, en un esfuerzo editorial para importar el “pensamiento descolonial” y su lenguaje especial en el seno de la izquierda española, específicamente en los movimientos feminista y antirracista.
En Facebook, una amiga con responsabilidades en Podemos Madrid nos rebota un articulo presentando la carismática diputada progresista del Bronx Alexandria Ocasio-Cortez como líder “racializada”. Cuando miro las intervenciones de Ocasio-Cortes en la cámara de diputados, veo alguien que defiende a su país y al pueblo americano sin discriminarlo por razas. No entiendo cómo ni por qué identificarla por su “raza”: salvo si consideramos que la política norteamericana ha de ser de “blancos” contra las demás “razas”.
Hace unas semanas, iba en el metro de París con un compañero diputado de Podemos, un joven estupendo, dedicado y muy preparado. Me enseñó un libro que iba leyendo en el que había extractos de Bouteldja: “Mira que interesante”. Se creía que eso le ayudaba a entender Francia que –al igual que muchos progresistas de fuera– ve como un país azotado por el racismo de masas (exactamente lo que la propaganda del gobierno de Macron impone como interpretación del movimiento popular de los chalecos amarillos…). Le contesté que Bouteldja es una perfecta fascista. Él seguía interesado por la crítica de la naturaleza del Estado occidental, sintiéndose de acuerdo con el imperativo de reevaluar la Ilustración por el papel que habría tenido en el colonialismo y la opresión de los pueblos por Occidente.
Al hilo de la conversación vino la lucha de las mujeres iraníes contra el velo obligatorio y el patriarcado: él pensaba que había que llevar ese tema con cuidado, porque defender la lucha de las mujeres iraníes podría darle argumentos al imperialismo norteamericano. No nos olvidemos que a Ahmadinejad, el presidente iraní de extrema derecha, Hugo Chávez lo consideraba un gran amigo y un gran aliado frente a Estados Unidos…
Esa forma de razonamiento la conozco de antiguo. En el movimiento comunista se impedía toda mirada critica hacia el ”socialismo real” porque la prioridad era la relación de fuerzas para vencer al Capitalismo occidental. No se debía criticar tampoco a los países gobernados por dictadores nacionalistas árabes, ni siquiera cuando masacraban a “sus” comunistas, porque luchaban contra el imperialismo y su buque insignia: el sionismo. Tampoco había que pararse en los discursos enloquecidamente antisemitas de algunos, de Nasser a Gadafi, porque el antiimperialismo era más importante que el antirracismo, y porque siendo representantes de pueblos oprimidos, ellos sufrían del racismo primero. Es decir: los intereses geopolíticos de Rusia acabaron sustituyendo al internacionalismo de clase, pero disfrazándose con los términos del antiimperialismo.
Cuando Jomeini emitió su fetua para asesinar a Salman Rushdie hubo justificaciones “de izquierda”
Cuando Jomeini impuso el velo obligatorio a las mujeres de Irán, las voces que denunciaron esto quedaron en minoría y fueron acalladas por la “inteligentsia” progresista –incluso acallaron a la mismísima Simone de Beauvoir– porqué la lucha antiimperialista tenía la primacia. Más tarde, cuando Jomeini emitió su fetua para asesinar a Salman Rushdie, empezaron a aparecer justificaciones “de izquierda” para acallar toda critica al islam, por ser la religión de los oprimidos. Después de la matanza de Charlie Hebdo en enero 2015, tal idea resultó haberse expandido desde el referente intelectual francés Emmanuel Todd (tratando de “católico zombie” al pueblo francés que salió masivamente a la calle) hasta el Papa Francisco – quien no dudo en justificar el crimen por blasfemia… y hasta Bouteldja, también.
Recuerdo, hace ya veinte años, una discusión con un responsable comunista francés después de que la Autoridad Palestina de Arafat se convirtió en la fuerza al mando de algunos territorios en aplicación de los acuerdos de Oslo. Venían noticias de “crímenes de honor”, ese permiso dado a padres y hermanos de matar a su hermana para “salvar el honor de la familia”. Yo pensaba que habría que indignarse, pues ¡era indignante! Pero iba a ser que no: primero hay que liberar al pueblo del imperialismo, lo demás vendrá naturalmente después.
Recuerdo cuando la presidencia de la República de África del Sur estaba en manos de Tabo Mbeki, sucesor de Nelson Mandela. La epidemia del sida corría como un incendio por ese país, mientras las multinacionales farmacéuticas pretendían prohibir que empresas estatales fabricaran las medicinas de triterapia indispensables para millones de personas contagiadas. El Estado surafricano ganó en 2001 una gran batalla judicial para obtener el derecho de fabricar esas medicinas: fue un logro inmenso, de un gobierno progresista tercermundista, que abría nuevos derechos contra el poder de las multinacionales y daba esperanzas de salvar millones de vidas.
La ceguera ideológica de la izquierda occidental da la bienvenida al monstruo del fascismo
Pero entonces Mbeki y su gobierno impidieron que se dieran las triterapias a los enfermos de su país. Para Mbeki, el sida era una enfermedad blanca, la medicina occidental era blanca y su difusión iba a comprometer la esencia del pueblo negro. Hasta consideró que no había virus del VIH… exactamente como cuando, en tiempos de Stalin, un dirigente comunista tenia autoridad para decidir si una verdad científica era burguesa o proletaria. Su ministra de Sanidad desarrolló programas de lucha contra el sida a base de dieta sana auténticamente africana.
En 2006, solo ciento cincuenta mil personas accedían al tratamiento contra el sida cuando se contabilizaban oficialmente 5,3 millones de surafricanos seropositivos, más de 10% de la población total del país. Mientras ese gobierno mataba a su pueblo, los hijos e hijas de los dirigentes y de la nueva alta burguesía negra iban, por supuesto, a curarse en hospitales occidentales. Hubo que esperar a 2008, cuando Mbeki dejó la presidencia, para cambiar de política.
Eso ha sido un crimen de lesa humanidad. Esa gente debería estar sentada en un banquillo ante jueces de la Corte Penal Internacional. Yo que estuve en manifestaciones contra el apartheid, incluso participando en destrozar representaciones del Estado surafricano en París, esperaba manifestaciones frente a tal escandalo. Pero nada. Incluso cuando Mandela lideró un movimiento para reclamar que se cambiara esa política del Gobierno en manos de su propio partido ANC, nadie le hizo caso.
La ceguera de la izquierda “blanca” es resultado de su evolución ideológica. La ideología es como unas gafas que modelan tu vista, dan colores propios a las cosas, enfocan algunas y dejan fuera de la mirada a otras. La ceguera ideológica de la izquierda occidental lleva hoy a un mayoría de activistas sinceramente progresistas a mirar el monstruo del fascismo creyendo ver progresismo, y a darle la bienvenida. También porque esa izquierda se cree que el monstruo no viene a por ella.
El lema del partido de los indígenas de la República, PIR, es “Le PIR est avenir”: es un juego de palabras con los significados “El PIR es el porvenir” y “Lo peor está por venir”.
A lo peor.
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© Alberto Arricruz | Marzo 2019 · Especial para M’Sur
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