Ece Temelkuran
«A las mujeres ya no les da vergüenza tener poder»
Ilya U. Topper
Estambul | Octubre 2019
Por teléfono suena cercana, pero también esforzada en ser precisa, en expresar con claridad sus posturas, inquiriendo el sentido exacto de la pregunta si no le ha quedado claro, subrayando los puntos principales del discurso… como alguien habituado a estar ante los micrófonos en Nueva York, Harvard, Stanford, Londres o Estambul. Es decir, como alguien habituado a ser Ece Temelkuran.
Graduada en Derecho, Ece Temelkuran (Izmir, 1973) ha pasado por los mayores diarios de Turquía, como redactora y columnista y fue presentadora de debates de la popular televisión Habertürk TV hasta 2011. Era cuando en Turquía aún se podían hacer debates políticos independientes, críticos con todos los partidos y, por supuesto, con el Gobierno. Esto se fue acabando: a Temelkuran la despidieron, como a decenas de otros prestigiosos reporteros y analistas en la prensa. Algunos acabaron encarcelados. Conforme se ha ido afianzando en el poder el actual presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, y su partido, el islamista AKP, ha ido retrocediendo la libertad de prensa, que tenía muchas décadas de tradición en Turquía.
En 2016, Ece Temelkuran, ya habituada a ser reportera en el extranjero, pero también ponente invitada en diversas instituciones, prefirió quedarse a vivir en Zagreb. Por si acaso. Autora de una docena larga de obras, entre novelas, ensayos políticos y poemarios, la periodista acaba de lanzar un libro en inglés, traducido ya al español: Como perder un país (Editorial Anagrama) una especie de manual para mostrar cómo se puede llegar de una democracia asentada a una dictadura en siete cómodos pasos. El ejemplo de Turquía estructura la obra, pero su pretensión es universal y analiza desde la ‘posverdad’ al acoso en las redes sociales y a las protestas callejeras que encontraron una de sus expresiones máximas -y más liberadoras en su risa y su humor- en las revueltas de Gezi en Estambul en 2013.
La autora responde en un inglés impecable a las preguntas de M’Sur desde Madrid, donde se halla de gira de promoción para el libro, que acaba de salir a la venta. Eso sí, al haberse dado a la imprenta en inglés en febrero, aún no incorpora un análisis del último suceso de Turquía: la victoria electoral del candidato de la oposición, el socialdemócrata Ekrem Imamoglu, en las elecciones a la alcaldía de Estambul, tras 25 años de gobiernos municipales islamistas. ¿El inicio del fin de la deriva autoritaria que describe la Ece Temelkuran?
En Cómo perder un país, Turquía es un caso paradigmático para cosas que pasan en muchas partes del mundo ¿no?
Sí. Escribí el libro para contar a las democracias occidentales que no deberían perder el tiempo como lo perdimos en Turquía antes de entender qué está pasando de verdad. Las similitudes son llamativas. Lo escribí, para subrayar que pese a las particularidades de cada lugar, el auge del populismo de derechas, la subida del autoritarismo, funciona exactamente igual en todos los países.
¿Y por qué Turquía está en la avanzadilla? ¿Por qué las cosas ocurren aquí antes?
[Ríe] Sí, justo. Por eso pienso que también puede que seamos los primeros en vencer el populismo y revertir la corriente. O eso espero. Y las últimas elecciones municipales en Estambul han sido todo un desafío ante esto y espero que ocurra también muy pronto en otros países afectados por el mismo populismo.
¿Y por qué, cuando el populismo ya estaba avanzando tanto en Turquía, los votantes han cambiado de idea y han derrotado el partido de Erdogan, que iba tan encaminado a convertirse en autoritario?
«En todas partes del mundo donde el porcentaje de votantes baja, el de protestas callejeras sube»
El cansancio. La sensación de estar exhaustos emocional y políticamente era realmente inmensa en Turquía. Las elecciones eran un desafío abierto al régimen. No solo en Estambul sino también en otras dos ciudades grandes, Ankara y Izmir, la gente reaccionó no solo a la extrema polarización del país sino también adoptó una clara postura de proteger la democracia multipartidista. Fue una declaración muy clara a favor de la oposición, que puede ser crucial para el futuro. Turquía ha sido un ejemplo perfecto para lo que le espera al mundo, y en este sentido, las elecciones municipales se deben entender a un nivel global también; el mundo debería aceptarlo como una manera de salir de este bloqueo político que experimenta ahora.
No hubo grandes protestas, no hubo un nuevo Gezi… simplemente funcionó mediante las urnas de siempre y los partidos políticos de siempre. ¿Se esperaba usted que el viejo sistema sería tan resiliente?
Bueno… A nivel global estamos viviendo una transformación de la democracia. El siglo XXI necesita nuevas herramientas de comunicación. Cambian las visiones políticas, hay un cambio climático etcétera. Las necesidades y demandas políticas del XXI solo se pudieron traducir, de momento, en protestas callejeras, no se han traducido aún en instituciones parlamentarias de la democracia. Pero la democracia representativa no ha podido aún acomodar estas demandas, por eso la gente sigue saliendo a la calle en lugar de ir a las urnas. En todas partes del mundo donde el porcentaje de votantes baja, el de protestas callejeras sube. Eso muestra que la fe en la democracia en su estado actual ya no es lo que era.
¿Por qué esa pérdida de fe?
«La experiencia acumulada en las protestas de Tahrir, Occupy, Gezi… debería articularse en una Internacional»
Es natural, porque a la democracia se le ha arrebatado la justicia social. La gente ha perdido la fe en la democracia porque ha visto que la democracia en su forma actual no les otorga la posibilidad de ser un sujeto político con voz y con el poder de cambiar el sistema político a través de esa voz. Esto era obvio en la invasión de Iraq de 2003: todo el mundo salió a la calle para decir que no querían la guerra contra Iraq, pero la elite política decidió de todas formas invadir Iraq. Pienso que desde entonces, los sujetos políticos del mundo se han cansado de salir a la calle y de ver que nada cambia de verdad. Pero confío en que muy pronto encontraremos una manera de inventar nuevas herramientas políticas para satisfacer las demandas de la humanidad del siglo XXI y que sabremos cómo transformar la democracia acorde a estas necesidades.
Al describir las revueltas de Gezi de 2013, usted recuerda las risas y los chistes, pero subraya que con ello no bastaba para cambiar la política. ¿Tenía alguna idea de qué se podría haber hecho para que tantas ganas de cambio desembocaran en algo concreto?
Debemos ver todas esta revueltas y protestas a nivel global. Gezi no era un ejemplo individual. Era parte de una oleada global de protestas callejeras que empezaba en Seattle en 1999. Luego vino Tahrir, Túnez, el movimiento Occupy, España, Grecia… y luego Gezi. Cada vez, la gente llevaba algo nuevo a la calle, mejoraba cada vez, políticamente. Pero sería poco realista esperar de estos movimientos dispersos que se convirtieran del tirón en herramientas políticas institucionales. No ha pasado tanto tiempo desde Seattle. No podemos esperar que las masas formen entidades políticas de inmediato. Pero creo que está ocurriendo.
¿Llegamos a tiempo?
Desafortunadamente, el clima no nos deja mucho tiempo y tenemos que ser más rápidos para inventar nuevas herramientas políticas. Pero no podemos analizar las protestas callejeras preguntándonos qué se podría haber hecho sino qué hicimos y qué funcionó. Creo que toda la experiencia acumulada en estas protestas debería articularse en una Internacional, para llamarla así. Para dejar anotado lo que hemos vivido, lo que ha sido nuestra experiencia, la repercusión política que conseguimos crear. Esta experiencia acumulada en las protestas todavía no se ha analizado ni juntado para saber dónde estamos ahora.
En el libro destaca España como uno de los dos países donde la experiencia callejera dio lugar a un partido: Podemos. Ahora usted está en Madrid, hubo elecciones, habrá elecciones de nuevo… ¿cree que Podemos haya decepcionado a muchos manifestantes de Sol?
«Sería maravillosa si los políticos en España, especialmente los de izquierdas, se dieran cuenta de su responsabilidad»
La política española… sería maravillosa si los políticos, especialmente los de izquierdas, pudieran darse cuenta de la responsabilidad que tienen en estos momentos. Porque es la primera vez, junto a Grecia, que estas protestas callejeras, los movimientos de Occupy, se han convertido en una entidad política para operar dentro de un marco político convencional. Estamos ahora experimentando, a través de Podemos y Syriza, cómo estas entidades se adaptan a las instituciones democráticas convencionales. Y mientras están en este proceso también tienen la responsabilidad de transformar la democracia. Así que la izquierda española y la griega han asumido la misión global de no decepcionar al pueblo [ríe].
Qué responsabilidad…
Sé que es una carga muy pesada. Pero esto es donde estamos, como pueblos del mundo. Son los únicos dos movimientos que se han convertido en partidos para operar en sistemas democráticos. Y deben mostrarnos no solo cómo pueden funcionar sino también cómo pueden transformar las instituciones convencionales de la democracia. Esto es mucho trabajo. Pero sí creo que no hay tiempo ni espacio para sentirse exhaustos o deprimidos, o ni siquiera confusos, no tenemos ese lujo. Tenemos que actuar todos con responsabilidad. Porque el planeta tal y como lo conocemos, con la crisis climática, no tiene mucho tiempo, y si queremos revertir la corriente de esa demencia política y moral, solo tenemos estas dos herramientas, estos dos actores políticos, Syriza y Podemos. Por eso realmente deberían hacerlo mejor, porque están haciendo algo en nombre de la humanidad, aunque no se den del todo cuenta.
En Gezi siempre me ha llamado la atención la presencia de las mujeres en primera fila y como iconos de las revueltas. No es algo universal: en Tahrir dejó de haberlas tras los primeros días. ¿Cuál es el factor mujer en estos movimientos contra el populismo derechista?
No estoy de acuerdo en que es la primera vez que vemos a las mujeres en primera fila. A lo largo de la Historia, cuando había una verdadera crisis social, política, de la naturaleza, las mujeres siempre eran las primeras en hablar. Tal vez la razón por la que no recordemos la Historia de esta manera es porque más tarde, cuando se construye el nuevo status quo, ellas son casi invisibles: siempre son los hombres los que construyen el nuevo status quo cuando la crisis termina.
¿No dejaron más huella en Gezi que en Tahrir?
«Por primera vez, las mujeres tienen tanta experiencia política y ya no les da vergüenza tener poder»
Esta vez, lo que es diferente es que cuando se construya el nuevo status quo, las mujeres seguirán estando ahí y las veremos, no solo somos los canarios en la mina que avisan del peligro, sino también como constructoras del futuro. Porque es la primera vez que las mujeres tienen tanta educación, tanta experiencia política y es, que yo sepa, la primera vez que a las mujeres no les da vergüenza de tener poder. Esto por una parte; por otra hay una preocupación seria, y muy lógica, por el planeta.
Gezi nació como protesta ecologista, sí… pero ¿cuál es el vínculo con la mujer?
El planeta ha sido violado, para decirlo así, con esa mentalidad competitiva de la vida, con este neoliberalismo. Las mujeres responden a eso y la propia Tierra responde a esto. Es llamativo que las mujeres y la naturaleza ambas se defienden por primera vez, la Madre Naturaleza envía tormentas, inundaciones, olas de calor, para decir que las cosas no pueden seguir así, y las mujeres salen a la calle para decir, que no podemos seguir así. Veo ahí una conexión entre el cuerpo del planeta y el cuerpo humano, y responden ahora mismo de forma muy sincronizada.
También hay mujeres en el otro bando: en todos los partidos de la derecha populista, en el AKP turco también… Incluso los partidos de la derecha religiosa en el mundo musulmán tienen a menudo más diputadas que los de la izquierda clásica. ¿Cómo se explica eso?
Las mujeres también tienen derecho a ser malas personas… [ríe] Bueno, eso lo digo de broma. Pero para decir la verdad, todos los proyectos ideológicas de la Historia moderna han usado a las mujeres como decoración, como los maniquíes del régimen. Así no puede sorprender que el populismo de derechas también use muñecas, maniquíes, para decorar su escaparate. Siempre es el cuerpo de la mujer el que se considera un juguete; el régimen, todo régimen, siempre piensa que es más fácil remodelar a las mujeres y lo hacen como un maquillaje para presentar al régimen de su mejor lado.
¿Y ellas lo aceptan?
Desafortunamente en el mundo siempre hay mujeres que aceptan jugar ese papel. Me gustaría que todas las mujeres supieran que cuando se les usa como maniquíes se espera de ellas que se queden ahí y sigan siendo obedientes hasta el final.
En Turquía y otros países musulmanes, la derecha populista promueve el velo entre las mujeres para identificarlas como afiliadas a su bando. Sin embargo, en Europa es la izquierda la que incorpora el velo a sus bancadas como señal de “tolerancia”.
«Lo que convierte a alguien en un ‘buena ciudadana’ para el neofascismo o el régimen en Turquía no es el velo»
Es verdad que el AKP ha utilizado el velo como instrumento político, eso seguro. Pero sería muy injusto decir que todas las mujeres con velo apoyan este régimen; sería un gran error. Lo que convierte a alguien en un ‘buena ciudadana’ para el fascismo, el neofascismo o para el régimen en Turquía, no es el velo. También puedes ver a una drag queen, una diva, cenando con Erdogan en su palacio. Puedes ver a mujeres que no se tapan en absoluto y que tienen una muy buena relación con el régimen. Y hay muchas mujeres con velo que son desobedientes con el régimen, como las del grupo Musulmanes Anticapitalistas, y algunas han sido encarceladas, aunque llevaran velo.
Pero ¿qué opina del debate sobre el velo en Europa?
El uso del velo como herramienta en la política en Europa es distinto a esto. Cuando las personas, no solo las mujeres, usan una imagen están obligadas a ser bidimensionales. Y quienes aceptan ser considerados como personajes de dos dimensiones, como caricaturas de una viñeta, siempre se equivocan de alguna manera al entender la humanidad, el mundo, la política. Desafortunadamente, eso siempre será así. No hay solución para una comprensión tan estrecha de la humanidad. Pero lo que me parece interesante de las mujeres musulmanas, o las mujeres veladas, en Europa, es que aunque, a mi juicio, un velo así es humillante para el cuerpo femenino, y aunque muchos laicos europeos dirían esto, no tienen una respuesta filosófica al núcleo del problema. Esto quedó meridianamente claro en las playas de Cannes cuando un policía francés obligó a una mujer a quitarse el burkini.
¿Qué quedó claro ahí?
Mostraba en qué se ha convertido la civilización occidental. No tiene respuesta filosófica, política ni social para la mujer que se tapa, solo puede ofrecer, a través de la fuerza policial, con una pistola, a que la mujer haga algo contra su voluntad. Esta es la tragedia. Las que usan un velo para convertirse en una imagen y los que apuntan con una pistola a una mujer con burka no se diferencian tanto uno del otro. Y es realmente indigno para cualquier tipo de política considerar a las personas caricaturas de cómic.
Recuerdo muy bien la foto de Cannes. Estaba en portada en toda la prensa. Nunca he visto una portada de prensa sobre las miles de mujeres en Europa a las que sus familias obligan a llevar burka o velo.
«Hitler no es un buen ejemplo para hablar del neofascismo, porque el neofascismo es mucho más colorido»
Esto es por una total ignorancia, si me preguntas. Ahora mismo, en la Unión Europea hay un debate sobre el modo europeo de vida y sobre cómo protegerlo. Es bastante irónico que quien se encargará será el ministro griego, cuando desde la perspectiva eurocentrista a Grecia no se le considera del todo europea [ríe]. Pero todo esto viene, por una parte, de unas políticas horribles, y por otra, de una ignorancia total. Porque Europa nunca ha sido una cosa pura, nunca ha sido una construcción totalmente occidental, y España es muy buen ejemplo. Siempre se ha ido mezclando con ideas orientales. No existiría Europa sin las ideas del Este. Quienes hablan del modo europeo de vida no saben lo que es Europa ni saben la historia de Europa.
De niño leí un libro con chistes clandestinos del Tercer Reich, y muchos se pueden perfectamente contar hoy en Turquía. Pero en su libro nunca compara el creciente autoritarismo a la llegada al poder de los nazis. ¿Es por no comparar siempre todo con los nazis?
Creo que esta comparación sería bastante errónea. Si queremos comparar con un momento histórico, la época anterior a la I Guerra Mundial sería un mejor ejemplo. Estamos en un momento de una crisis política e institucional, y eso se corresponde más a a la fase previa a la guerra mundial. Hitler no es un buen ejemplo para hablar del neofascismo, porque el neofascismo es mucho más colorido y más complicado que la era nazi.
Usted vive ahora en el exilio desde hace dos años…
No utilizaría este término, no me siento exiliada. Rechazo la palabra, porque es un fardo muy pesado.
Aún así: los escritores que viven fuera de su país a menudo echan mucho de menos su idioma, su ambiente lingüístico. ¿Le ocurre o se adapta fácilmente a escribir en inglés y tener un nuevo público?
Considero que mi lengua es mi país. Mientras tenga las palabras de mi lengua materna, siento que no he perdido mi país. Por otra parte, una echa de menos su idioma, echa de menos las emociones en su lengua materna, porque las lenguas no son iguales una a otra. Hay una teoría sin demostrar según la que todas las lenguas son equivalentes, pero no es así. En todo idioma hay emociones que no se pueden traducir a ninguna otra. Yo echo de menos las emociones del turco. Pero…
¿Pero…?
Pero por otra parte, el turco ha sido aterrorizado tanto por el régimen que siento que doy un paso atrás y funcionaré un rato en otra lengua. Es como una retirada, una fase de rehabilitación. Ahora mismo, el inglés es una lengua en la que me gusta pensar. No me permite ser emocional, y estamos en un momento en el que siento mucho dolor cuando hablo turco. En inglés no hay tanto espacio para las emociones. Así que es un buen lugar para liberarme de las emociones con las que estoy luchando.
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© Ilya U. Topper | Especial para M’Sur
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