Valentía política, pobreza artística
Alejandro Ávila
Dirección: Mohammad Rasoulof
Género: Drama
Título original: Sheytan vojud nadarad
Intérpretes: Ehsan Mirhosseini, Shaghayegh Shourian, Kaveh Ahangar, Alireza Zareparast
Produccción: Cosmopol-Film / Europe Media Nest / Filminiran
Duración: 150 minutos
Estreno: 2020
País: Irán
Idioma: farsi
Cualquier estado represivo tiene una larga lista de herramientas para oprimir a sus ciudadanos, que van desde el arresto domiciliario hasta la pena de muerte, pasando por la reclusión dentro de las fronteras del país.
Todo esto lo sabe bien el cineasta Mohammed Rasoulofof, que no pudo recoger el Oso de Oro a la Mejor Película de la 70º edición de la Berlinale por There Is No Evil (No hay maldad), ya que su propio país, el régimen autoritario de Irán, le tiene prohibido abandonar el país.
Tanto él como Jafar Panahi, que ganó el Oso de Oro por Taxi a Teherán hace cinco años, han sufrido los rigores del régimen persa. Rasoulof conoce, por tanto, de primera mano lo que es sufrir la represión política y, por esa razón, se lanza con ferocidad en su película contra uno de los pilares fundamentales de todo estado represivo, la pena de muerte, que en el caso de Irán deja más de 250 víctimas cada año.
En There Is No Evil no hay ni rastro de esa crítica sutil o incluso críptica que los cineastas iraníes han ido puliendo, tras décadas de enfrentamientos con la censura. “No hay ley en Irán”, llega a decir uno de los personajes, que parece hablar por boca de todos esos artistas silenciados por uno de los gobiernos más represivos del mundo.
La obra de Rasoulof es, por tanto, de una valentía inusitada, pero lamentablemente sufre de unas graves carencias artísticas. O, por decirlo de otra manera: la osadía política no se corresponde con la artística.
La obra está compuesta por cuatro historias, con la pena capital como denominador común, y están unidas por un hilo tan fino, que podrían funcionar perfectamente como cortometrajes independientes. Quizás no habría sido mala idea, dada su desigual calidad.
There Is No Evil arranca con la mejor historia. Es el día a día de un funcionario, que recoge del trabajo a su mujer, va al colegio de su hija, cena tranquilamente con ellas y se levanta temprano, para volver al tajo. Todo transcurre con normalidad hasta que en el último suspiro, se nos revela la dura realidad, con un final estremecedor y magistralmente ejecutado.
La segunda historia, sin llegar al nivel de la primera, nos plantea la resistencia de un joven, que se encuentra prestando el servicio militar, a ejecutar a un reo condenado a muerte. De nuevo, hay un arranque elaborado, con una buena dirección de actores y con un giro de guion inesperado. Hasta ahí todo bien. Rasoulof demuestra que ha visto El verdugo de Luis García Berlanga y que, como en la obra maestra del director valenciano, el funcionario camina por el corredor de la muerte con la desazón de un condenado a la pena capital.
Sin embargo, la banda sonora, una versión acelerada de la música de percusión iraní tradicional, termina desembocando en una versión del Bella Ciao, más propio de la serie La Casa de Papel que del cántico antifascista italiano, y augura los derroteros narrativamente simplistas que van a seguir las siguientes historias, que se desmoronan en clichés manidos y terminan perdiendo la tensión narrativa.
Es una verdadera lástima, dado el enorme potencial del tema y el esfuerzo de un cineasta, que, al igual que compatriotas como Panahi, tienen sus movimientos limitados por un gobierno que no solo vigila las películas que se proyectan en los festivales internacionales, sino que acude a los coloquios posteriores, para informar, llamar a filas y reprimir a su cineastas.
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