Ruinas olímpicas
Andrés Mourenza
“Esto antes era como un paraíso y mira en lo que se ha convertido”, se lamenta una vecina de la villa olímpica de Atenas. De hecho, el inmenso complejo construido para los Juegos de 2004 podría parecer un jardín de Edén: se plantaron 5 millones de árboles y plantas.
Precisamente, una de las promesas del gobierno durante las Olimpiadas fue aumentar las zonas verdes de Atenas. Pero las de la villa olímpica se secan pues no se riegan desde 2007. Latas y plásticos se amontonan entre las malas hierbas de lo que antes fueron jardines así que los pastores del cercano monte Parnés a veces se acercan para apacentar a sus ovejas.
“Un aspecto clave del diseño de la Villa Olímpica fue asegurar el adecuado servicio a las necesidades de los futuros residentes y su incorporación al entorno cercano, creando un proyecto modelo de estructura bioclimática organizada”. Así describe la Villa Olímpica el estudio de arquitectura Takis Gavrilis, encargado del proyecto por 346 millones de euros.
La Villa costó 346 millones de euros, pero hoy es un gueto donde pastan las ovejas
Pero nada más lejos de la realidad. Después de las Olimpiadas, el complejo fue otorgado como viviendas sociales a familias sin recursos y, ocho años después, se haya convertido en un gueto muy lejos del centro de Atenas. Las placas que recuerdan las Olimpiadas están cubiertas de graffiti, las fuentes secas, el piso de las calles se deshace, las casas tienen goteras y grietas y las instalaciones de entrenamiento están en malas condiciones. “Nos dieron las casas, pero luego se olvidaron de nosotros”, critica Christos Vassilopoulos, que dirige la asociación de vecinos.
La principal queja es la falta de servicios. Si durante los Juegos había 30 tiendas para los atletas, ahora sólo hay un par de panaderías, una taberna y dos colmados para una población de 10.000 personas. Los servicios de limpieza pasan rara vez, en la escuela no hay sitio suficiente para todos los alumnos y el suministro eléctrico falla.
Testigo por excelencia de la mala planificación, el centro de convenciones —un inmenso edificio de cemento y cristal que cobija 600 despachos y un anfiteatro— guarda la entrada del recinto. Jamás ha sido abierto. La anciana María se desespera: “No tenemos ni papelerías, ni otras tiendas básicas. Aquí no hay nada, así que los chavales se nos van”.
Y si viene alguien de fuera, se queda desconcertado. Cuatro turistas rumanos dan vueltas al edificio del Pabellón Cubierto, uno de los más grandes del mundo en su categoría según presume el Gobierno griego. «¿Por dónde se entra?», preguntan. No se entra, está cerrado. Estos turistas son de las pocas personas que se atreven a violar la soledad y el silencio del lugar para admirar el faraónico Centro Deportivo Olímpico de Atenas (OAKA), una de las varias sedes que acogieron los Juegos de 2004 y que fue remodelada por el arquitecto español Santiago Calatrava en medio de fuertes polémicas por el retraso y el elevado coste de la obra.
Apenas hay tiendas ni escuelas ni recogida de basuras; el centro de congresos nunca abrió
Las instalaciones se oxidan, algunos asientos han desaparecido del complejo de natación y el tiempo y el sol borran lentamente la inscripción Atenas 2004 y los anillos olímpicos de los carteles. Y eso, a pesar de que OAKA es una de las sedes olímpicas que al menos está abierta al público y se utiliza de vez en cuando para competiciones deportivas.
Ocho años después de los Juegos de Atenas, la mayoría de estadios e instalaciones —con la contada excepción de las de fútbol, baloncesto y la de bádminton, que ha sido convertido en teatro— vegetan vacíos tras vallas y guardas de seguridad que impiden el paso al público. Por ejemplo el de vóley playa (¿a quién se le ocurre construir un estadio para un deporte que es tan fácil de jugar al aire libre?): las pistas de arena donde un día las estrellas hicieron las delicias de los espectadores son ahora un desierto en el que crecen pequeñas palmeras y arbustos.
«Todos recordamos los Juegos como uno de los momentos más brillantes de la historia moderna de Grecia», dice Serafim Kotrotsos, exportavoz del comité organizador de unos JJOO que volvían a su tierra natal. Era el momento de demostrarse un país moderno y de vanguardia.
Y se construyó, vaya si se construyó. Además de los nuevos estadios, se edificó un nuevo aeropuerto (el antiguo aún yace abandonado sin saber qué hacer con él), varias líneas de metro y tranvía, autopistas, carreteras. «Durante los primeros años no hicimos nada, pero después se hizo en tres años lo que deberíamos haber hecho en siete», añade Kotrotsos. Y claro, al construir todo a la vez, los precios se dispararon.
Aún se desconoce el coste de las Olimpiadas en Grecia. La cifra oficial es de 9.000 millones de euros, cuatro veces lo presupuestado, pero el pasado 5 de agosto, 10 parlamentarios pidieron al Gobierno una investigación sobre el coste real. «Fuimos el único partido que votó contra la celebración de los Juegos Olímpicos en Atenas y nos acusaron de antipatriotas, pero sabíamos que Grecia no podía asumir su coste», explica Yula Dusiku, de Syriza, el partido de izquierda radical.
La mala planificación elevó el coste de las Olimpiadas a 9.000 millones, 4 veces lo presupuestado
Además, eran las primeras Olimpiadas tras el 11-S y Estados Unidos presionó mucho por la seguridad. Se eligió como concesionaria a la empresa Siemens —que ya había sobornado a varios ministros griegos en otras licitaciones— y los sistemas de seguridad costaron 1.200 millones de euros. «De aquellos gastos vienen los problemas actuales», añade.
«Entre el 2001 y el 2004 la deuda griega creció unos 30.000 millones de euros. Con ello se inició la tendencia a tener que financiarla pidiendo prestado más dinero. Ya en el 2004, los niveles de déficit y deuda se situaron muy por encima de las exigencias de la Unión Europea», explica el periodista griego Nick Malkutzis. «Hicimos un gran esfuerzo por las Olimpiadas pero la imagen que proyectamos de un país moderno fue inmediatamente dilapidada».
«Es ridículo construir grandes instalaciones permanentes para deportes como pimpón o béisbol femenino que no tienen casi federados en Grecia, o inmensos estadios de fútbol en ciudades pequeñas. Además no se hizo un plan para su uso postolímpico», se lamenta Christos Hadjiemmanuel. Entonces, ¿por qué se hicieron? Hadjiemmanuel se retrae: «Preferiría no contestar a eso… por deseo de grandeur, quizás».
Este hombre, que dirigió la empresa estatal encargada de comercializar las instalaciones olímpicas tras las Juegos, asegura que era «imposible recuperar el dinero invertido», pero aún así su organismo logró firmar seis concesiones con empresas privadas interesadas en reconvertir las instalaciones, lo que hubiese significado unos ingresos extras y que el Estado no tuviese que pagar su mantenimiento, de unos 100 millones de euros anuales. Sin embargo, la burocracia estatal, los intereses partidistas y las desavenencias entre autoridad central y municipios impidió que llegasen a buen puerto.
Ahora, con la crisis, se habla de privatizar instalaciones pero no hay mercado
Ahora que la crisis y Bruselas aprietan, el nuevo Gobierno conservador pretende privatizar las instalaciones olímpicas pero todos los analistas coinciden en que Grecia solo conseguirá una fracción del precio que podía haber obtenido en el 2004. «La situación está fuera de control. Actualmente no hay mercado», se quejó recientemente Kostas Mitropulos, al presentar su dimisión como presidente del ente estatal encargado de las privatizaciones.
Con todo, otro antiguo miembro del comité organizador, que pide el anonimato, recuerda que —quizás con la excepción de Barcelona— ninguna sede ha conseguido sacar provecho económico de unos Juegos Olímpicos. «Las Olimpiadas son siempre una buena oportunidad para las irracionalidades», se lamenta Hadjiemmanuel.
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