Acoso a las hijas de Eva
Nuria Tesón
Pertenecer a las hijas de Eva y vivir en un país árabe supone haber sido, ser o estar a punto de ser víctima de algún tipo de abuso sexual físico o verbal. La calle, los mercados, los medios de transporte… cualquier lugar es idóneo para un roce leve, un apretón, un pellizco o un toqueteo en toda regla.
Los más sofisticados buscan con el codo los senos al cruzarse con una mujer en la acera, los menos educados susurran frases obscenas o deslizan sus manos a nalgas y pubis. Y no se trata de la excepción, sino de la regla.
A pesar de que no existen estadísticas contundentes al respecto, una serie de estudios realizados por organizaciones locales en los últimos años muestran que son muchos (y cada vez más), los actos de violencia sexual cometidos contra mujeres en su vida diaria. En Yemen hasta un 90% han sido hostigadas alguna vez.
En Egipto, según el estudio llevado a cabo por el Centro Egipcio para los Derechos de las Mujeres (ECWR, en sus siglas en inglés), lo son el 83% de las egipcias y el 98% de las extranjeras y hay un incidente de acoso sexual o violación cada 30 minutos y 20.000 víctimas al año, según el Centro Nacional de Estudios Sociales y Criminológicos. Mientras, en otros países como Líbano la cifra es sólo del 30%
Esta situación, se agrava cuando se produce sobre mujeres o niñas que viven en países donde hay conflictos como Irak o Palestina. “En las zonas de enfrentamiento armado, el acoso puede estar acompañado de violencia sin que sea considerado una violación. Incluso, algunas veces, son ellas las detenidas como culpables”, denuncia Sondos Abas, directora de la Academia de la Mujer Dirigente en Irak. Y en los lugares en los que existe separación entre hombres y mujeres como en Arabia Saudí, la tecnología (internet y el móvil), son las herramientas del acosador.
El 83% de las egipcias y el 98% de las extranjeras sufren acoso a diario
Los niños pueden llegar a convertirse en enjambres de moscones repugnantes que cuelan sus manitas por cualquier lugar antes de echar a correr. Suzy, una cristiana copta de 28 años trabaja como profesora de inglés en Shobra, un barrio periférico de El Cairo. Camina siempre con la mirada fija frente a ella o en el suelo: “Tengo miedo a preguntar por una dirección o a cruzarme con un grupo de chavales”, afirma.
La media de edad de los acosadores en Egipto, según el ECWR, se sitúa, de más a menos, en los varones de entre 19 y 24 años, 25 y 40, menores de 18 y mayores de 41. Y el 61% de los hombres reconoce haberlo sido en alguna ocasión. “Unos me dicen que vaya a su casa y lo que van a hacerme, otros insisten en pedir mi número de teléfono”, lamenta Suzy que está casada y tiene una hija de tres años. Su marido, también profesor, la insta a no llegar tarde a casa, para evitar encuentros indeseados y ella acostumbra a “pedirle permiso”, si debe ausentarse.
Vestimenta «indecorosa»
Las mujeres son aún reprimidas y tratadas en condiciones de desigualdad en la región en muchos aspectos: acceso a la educación, libre circulación, la posibilidad de ocupar ciertos puestos de trabajo (el Consejo de Estado egipcio rechazó pasado año nombrar como juez de ese órgano a una mujer por el hecho de serlo), y participación en la vida política así como en el ejercicio de muchos de los derechos humanos que la mayoría de las sociedades modernas ni se plantea. Además, según la tradición musulmana, se les supone el deber de ser recatadas en su indumentaria y no provocar los instintos masculinos.
Suzy lleva el pelo descubierto y recogido en una coleta, manga larga y un jersey amplio por debajo de las nalgas que disimula su pecho. Pero el asedio no es una cuestión de religiones, ni de indumentaria. Una extranjera con atuendo modesto, conforme a las costumbres del lugar o una ferviente musulmana cubierta con niqab (ropa que permite ver sólo los ojos y cubre las manos con guantes), tendrían exactamente el mismo problema.
Y es que aunque más de la mitad de los hombres encuestados en el estudio del ECWR cree que son las mujeres las que les provocan con su “vestimenta indecorosa” o mostrando su disposición sexual volviendo a casa “después de las 8 de la tarde”, lo cierto es que a la vista de los porcentajes nada disuade al hostigador: el 72% de las egipcias acosadas llevaba velo islámico.
“Nos enfrentamos a un fenómeno que está limitando el derecho de la mujer a moverse y pone en peligro su participación en todos los ámbitos de la vida”, explica Nehad Abul Komsan, abogada y consejera del ECWR. En Bahrein o en Yemen, donde las mujeres se cubren por completo, o en Siria, ya son los hombres los que acuden a mercados y tiendas para evitar a sus esposas el bochorno de estas situaciones.
El acoso ha sido siempre un problema en las naciones de Oriente Medio , pero no había sido apenas discutido hasta que hace tres años empezaron a aparecer en blogs vídeos de una multitud de hombres atacando a mujeres en el centro de El Cairo durante el Eid al-Fitr, una importante festividad musulmana. Komsan reconoce que las cosas han mejorado en el último año y la sociedad y las autoridades están más concienciadas y las mujeres hablan con mayor libertad sobre este tema, incluso han empezado a denunciar las agresiones. Pero el hostigamiento persiste porque las leyes no lo castigan y no existe una verdadera conciencia del problema.
Asedio en el trabajo
Los expertos reconocen que en algunos lugares el hostigamiento parece a veces ser un modo de venganza de los hombres que culpan a las mujeres de las oportunidades de trabajo que no consiguen. Las árabes han abandonado paulatinamente en los últimos años la seguridad del hogar para incorporarse al mercado laboral en bancos, empresas, restaurantes y cafeterías. Acceden a puestos importantes y no es difícil verlas abrirse paso entre una marea de hombres maletín en mano, veladas o vestidas al estilo occidental.
Los papeles han cambiado pero no al ritmo de las tradiciones, ni del pensamiento. “Hemos registrado varios casos de mujeres con hiyab que trabajan en fábricas fuera de El Cairo y que han sido acosadas por sus jefes o compañeros”, denuncia Mona Mohamed, del Centro Egipcio para los Derechos de la Mujer (CEDM).
Iman Wabil, directora de actividades del centro cultural Zaad Zaghloul de El Cairo, matiza. “No todos los hombres son así. Trabajo con veinte varones y todos muestran respeto y compañerismo con nosotras. Empezando por mi jefe”. Y cuenta que también son muchos los que recriminan a los acosadores su comportamiento.
Sin embargo Wabil, soltera de 29 años, teme la hora de tener que coger el metro al salir del trabajo: “Hay dos vagones reservados sólo a mujeres pero los hombres hacen caso omiso y cada día tenemos que soportar que suban y nos digan de todo mientras los guardias miran a otro lado o les ríen las gracias. Consideran que si no estamos en nuestras casas antes de que se haga de noche es porque somos unas putas y pueden hacernos y decirnos lo que quieran”.
“A veces son los propios policías los que comenten el abuso”, cuenta Fayza
Wabil ha aprendido también a no salir de su lugar de trabajo a la hora del almuerzo, cuando los hombres salen a comer, o a no frecuentar las salas de cine sin su prometido o hermanos. “Su presencia les disuade, porque los árabes no toleran que se falte a sus mujeres, pero en el caso de las extranjeras no es así. Piensan que si van con algún hombre es porque es su amante”, concluye.
“A veces son los propios policías, los que deben protegernos, los que comenten el abuso”, cuenta Fayza Yunis, profesora de Derecho en Libia, quien aboga por el endurecimiento de las sanciones para proteger a las víctimas aunque asegura que “eso sólo no basta”. Juicios rápidos, aplicación de la condena y privacidad de la víctima para preservar su honor, serían indispensables, según las expertas. “La mujer debe tomar conciencia de que no es culpable y debe denunciar, olvidando el miedo o la vergüenza”, explica, una de las lacras con las que aún cargan las árabes y que las lleva a ocultar estos hechos.
Aunque la mitad de los países árabes han legislado desde hace cinco años para tipificar como delito este comportamiento, apenas hay avances en la práctica por la dificultad de que las mujeres denuncien las agresiones. A ello ayudaría la creación de comisarías con mujeres policías donde les resultaría más fácil hablar y sentirse comprendidas, añade Yunis. Para Iman Wabil lo importante sería poder caminar sola a casa después del trabajo y saber que no llegará “atemorizada ni avergonzada”.