Dr Valentín y Mr Machismo
Ilya U. Topper
Ya me conocen. Saben que hoy no voy a comprar flores. Ni chocolates. Ni tarjetitas de corazones. Ni toda esa parafernalia (miren la palabra bienes parafernales en el diccionario). Y no porque sea un invento empresarial para subir las ventas. Que ya sé que el capitalismo fagocita todo y lo utiliza en su beneficio. Ese no es el problema.
El problema es que el capitalismo, tras fagocitarlas, vuelve a escupir ciertas ideas que no nos tragaríamos en crudo, pero así, envueltas en lacito rojo con tarjeta de corazones, nos parecen de lo más cuqui. Sí, hablo de machismo.
San Valentín pudo ser una idea excelente en el siglo XVIII, cuando dicen que se empezó a celebrar de forma más rutinaria en Inglaterra como día en el que los enamorados se expresaban mutuamente su amor. En una sociedad en la que casarse era en principio y a efectos prácticos un acuerdo comercial entre dos familias en el que poco contaban los sentimientos del hombre y mucho menos los de la mujer, proclamar en público la existencia del amor pudo ser hasta revolucionario. Una cosa es que abundaran lírica amorosa y dramas de Shakespeare y otra distinta que esto pudiera manifestarse en la vida privada.
Es el modelo: el caballero regala flores a la damisela para conquistar su corazón
No hace falta irse tan lejos en el tiempo ni en el espacio: hoy mismo, siglo XXI, celebrar San Valentín puede ser un acto de liberación y reivindicación en un país tan cercano como Marruecos. ¿Por qué, si no, hay tanto imam suelto que arremete contra este rito del 14 de febrero como propio de “infieles” y malos creyentes? Obviamente porque al hablar de amor y romanticismo nos acercamos peligrosamente a hablar de besos, de tocarse y Dios no lo quiera, ojú, de sexo.
Pero en la España del siglo XXI, el sexo ya no es delito en el Código Penal y ni siquiera es pecado ya (aquí follan hasta las católicas practicantes). Y si saben de alguien a quien están casando sin amor y sin preguntar por sus sentimientos, acudan urgentemente a comisaría. Celebrar San Valentín ya no es rebelarse contra un sistema que silencia todo lo que tenga que ver con amor y sexo.
En una sociedad en la que se da por hecho que nadie se empareja sin querer, celebrar un día del emparejamiento no es rebelarse: es promover la pareja como modelo social supremo. Porque en San Valentín cada uno regala esa tarjetita de flores con la caja de bombones no a cualquiera sino exclusivamente a la chica de su corazón. La elegida.
Digo la chica, porque por mucho que la publicidad en España hoy día se cuida mucho de no caer en discursos gramaticalmente y políticamente incorrectos y escribe con arroba, la realidad es que en general se espera de él que le haga el regalo a ella. Es el modelo. El caballero regala flores a la damisela para conquistar su corazón. Pero incluso si llegáramos a superar ese modelo de soborno sentimental y estableciéramos la plena reciprocidad estadística de los regalos, San Valentín seguiría siendo el abanderado del patriarcado.
Una mujer necesita a un hombre para cumplir su destino; eres lo que vale tu peso en chocolate
Porque aquí hablamos de amor cuando queremos decir sexo. Se puede sentir amor por muchas personas y regalar chocolatinas también; incluso flores algunas vez. Aparecer con un ramo de flores y una caja de chocolate en la puerta de una chica (o en su pantalla de ordenador) un 14 de febrero tiene un significado inequívoco: sexo. Y no sexo del aquí te pillo aquí te mato (de gusto) porque nos ha dado por ahí hoy y a nadie le amarga un dulce (ni una chocolatina) sino sexo del correcto, sancionado por juramentos de amor y promesas de un futuro venturoso.
Recibir una tarjeta un 14 de febrero se convierte así en una confirmación de ser una mujer con los deberes hechos: tiene pareja, tiene quien le trae bombones. Quedarse sin dulces este día es una especie de fracaso: nadie te quiere. Y la publicidad —como es lógico, toda empresa de regalos quiere hacer su agosto en febrero— te lo restregará mil veces: una mujer necesita a un hombre para cumplir su destino en la vida. Eres lo que vale tu peso en chocolate.
La parafernalia (si no lo han mirado en el diccionario: los bienes parafernales son la dote u otros bienes propiedad de la mujer en el matrimonio) de San Valentín proclama y promociona, con mucha inversión publicitaria detrás, este modelo exclusivo del sexo. Por supuesto es exclusivo. A nadie se le ocurriría regalar el 14 de febrero una tarjetita de corazones a más de una persona. Prueben y verán. O prueben a responder, cuando reciben una caja de bombones: “Qué lindo. Es la segunda que me regalan hoy”. Desastre asegurado. Sangre y destrucción.
El 14 de febrero hay que anunciar públicamente la elección mediante un ramo de flores
Sangre y destrucción es una palabra que me suena a drama de cómic, y tendría su gracia si no fuera tan real. Si nuestro modelo de amor romántico no estuviese empapado en sangre —de mujer, siempre de mujer— desde los albores de la lírica romántica hasta el telediario de ayer por la tarde (menos mal que en España nos hemos quitado el hábito de llamarlo “crimen pasional”; en otros países aún lo hacen). Porque es un modelo basado en la posesión, así sea mutua. Y la propiedad es exclusiva: una cosa no puede tener dos propietarios a la vez.
Una persona sí puede amar a dos o tres o cuatro personas a la vez, pero todavía mantenemos la idea de que necesariamente debe elegir de entre todas ellas una sola para lo que antiguamente se llamaba el amor físico. Y el 14 de febrero hay que anunciar públicamente esta elección mediante un ramo de flores y una tarjeta con corazones.
En lugar de alentar la libertad del amor, frente al contrato comercial del matrimonio, San Valentín hoy nos vigila, no vaya a ser que esta libertad se vaya derramando por ahí y todos seamos libres de amar a quien o a quienes se nos antoje. No vaya a ser que socavemos el modelo establecido por el patriarcado: el sexo dentro del marco de la pareja, ecuación imprescindible para la familia nuclear decente.
Si le levantamos la túnica a Dr Valentín, por debajo aparece Mr Machismo de toda la vida de dios. De ese Dios que creó a Adán y Eva y les prohibió comer de la caja de bombones de Lilith.
Como si una caja de bombones no se pudiera compartir.
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© Ilya U. Topper | Especial para MSur · 13 Febrero 2020
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