Distancias cortas
Ilya U. Topper
Llevan un mes de campaña. Las del ¡No basta pero sí! y las del ¡Claramente, no! Por Istiklal ―algo así como la Calle Ancha de Estambul― marchan las primeras con banderas azules, tambores y silbatos; desde las ventanas de un quinto piso donde se intuye la oficina del partido CHP ―socialista― las segundas les tiran a la cabeza sus folletos, en la acera se atrincheran tras un cordón policial y sus carteles del No las del partido comunista, aunque las trotskistas blanden el último número del Obrero Socialista en la marcha del Sí.
Si lo digo en femenino es porque ellas dominan en ambos bandos: forman la fila tras la pancarta azul y reparten, en tirantes y shorts, las hojas de hoz y martillo. Sólo en el puesto del CHP y sus bailes callejeros abundan los chicos.
Faltan dos días para el referéndum sobre la reforma de la Constitución de Turquía y las quinielas van por un 53 contra 47 por ciento, ganando el Sí. La equilibrada cantidad de folletos que salpican el pavimento confirma los sondeos. En medio, algunas pegatinas a favor del boicot: cosas de vivir en el barrio kurdo de Estambul.
Si se aprueba la reforma de la Constitución, se abrirán las puertas a la islamización, temen
Tras la pancarta del Sí hay algunos pañuelos islamistas. No los suficientes como para construir una noticia del “islamismo contra laicismo”. Precisamente lo que intenta hacer el CHP, el mayor partido de la oposición, defensor de una visión kemalista, es decir republicana y laica, de la sociedad. Si se aprueba la reforma de la Constitución, advierten, se abrirán las puertas a la islamización de la sociedad.
Quien firma esta columna no es sospechoso de simpatizar con el islamismo. Ni siquiera con la así llamada libertad de las mujeres para llevar hiyab. Pero el argumento no hay por donde agarrarlo. Entre las 26 reformas no hay ninguna mención a la religión. Nada que haga prever que, ganado el referéndum, el Gobierno pueda abolir la ley que hoy por hoy prohíbe a las chicas ponerse el velo en la Facultad.
El campo del No adolece de mala prensa. Mientras que los diarios cercanos al Gobierno explican de forma exhaustiva las ventajas de la reforma, los de la oposición no aportan argumentos clave: se limitan a tachar la reforma de juguete del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, aseguran que no mejorará la situación de las clases obreras y presentan el referéndum como un plebiscito a favor o en contra del Gobierno.
Algunas mejoras son obvias: mayores derechos de huelga, negociación colectiva para los funcionarios, más derechos para los niños, permiso para medidas de discriminación positiva… Otras las aplaudirá cualquier demócrata: Los militares podrán ser juzgados en tribunales civiles, ningún civil podrá ser juzgado en un tribunal militar y se abolirá el artículo 15 que permite suspender las libertades y derechos básicos en caso de guerra o emergencia. Si eso permitirá juzgar a los autores del golpe de Estado de 1980 es una cuestión que divide a los juristas.
Luego está el asalto a la Judicatura, o lo que la oposición ve como tal: los miembros del Consejo General del Poder Judicial ya no colocarán a sus acólitos en el poder como hasta ahora (son nombrados por el presidente de entre los jueces del Tribunal Supremo y el Consejo del Estado, cuerpos cuya composición ellos mismos eligen). El organismo se abrirá a una mayor diversidad; un tercio será elegido por las asambleas generales de jueces y fiscales. Algo dificil de criticar.
Queda el Tribunal Constitucional: sus miembros serán nombrados por el presidente (14) y el Parlamento (3), en lugar de ser elegidos, como hasta ahora, por el presidente y diversas altas instituciones del Estado, entre ellos dos organismos militares. ¿Es el fin de la separación de poderes? No. El presidente —elegido por el pueblo independientemente del Parlamento — sólo podrá elegir entre los miembros de los altos tribunales, propuestos por éstos.
La oposición presenta la reforma como un plebiscito a favor o en contra del Gobierno
Ahora mismo, Turquía es una ‘judicracia’, en la que el Constitucional emplea su poder para cerrar numerosas iniciativas gubernamentales. Quien cree que el actual Gobierno es un peligro para el futuro de Turquía, al que sólo los jueces podrán poner freno, tendrá motivo para votar No.
¿Es un peligro? Las especulaciones sobre la agenda secreta de Erdogan y su visión de una Turquía islámica se han quedado, de momento, en eso: especulaciones. Cierto: empieza a abundar el burkini en la playa y el niqab en ciertos barrios de clase media pero es difícil culpar al Gobierno. Cierto: suben los impuestos al alcohol, pero se sigue bebiendo en las terrazas, día y noche, aun en pleno ramadán. Cierto: si no fuera por el Constitucional, ahora estaría permitido llevar hiyab en la universidad.
¿Defender el status quo? Si Turquía realmente fuera una república laica… Pero no lo es. Lo que se llama laicidad no es más que un disfraz para un islam suní tradicional convertido en religión de Estado. Con clases de religión islámica obligatorias en los colegios, también para los millones de alevíes que no tienen Corán en casa. Con la negativa, confirmada por el Constitucional, de reconocer los templos alevíes como centros religiosos. Con una dejadez frente a las históricas minorías cristianas que está condenando a desaparecer a éstas y que es difícil de justificar con el laicismo, cuando la autoridad religiosa gasta millones en construir mezquitas. Y es precisamente el AKP, el partido religioso-conservador de Erdogan, el que más ha hecho para dar cancha a la minoría cristiana.
Con otros dos colectivos, la ofensiva de encanto del AKP no ha funcionado: pese a que 7 años de gobierno de Erdogan han devuelto a la población kurda unos derechos que militares y Judicatura les habían arrebatado ―como el de hablar en su idioma en la calle, o celebrar sus fiestas tradicionales―, el BDP, el partido kurdo, pide el boicot al referéndum. Tiene su razón: es urgente una reforma que introduzca la palabra ‘kurdo’ en la Constitución. Ésta no lo hace. No alcanza.
El partido religioso-conservador AKP es el que más ha hecho por la minoría cristiana.
Tampoco votarán a favor los alevíes. El Gobierno ha aplazado para después del referéndum la promesa de reconocer los templos alevíes: aparentemente no se quiere arriesgar frente a sus bases islamistas, que siguen considerando a los alevíes como herejes.
Pero no se puede estar en misa y repicando. A falta de un compromiso claro, los alevíes se mantienen donde siempre: en el bloque kemalista-izquierdista. Y eso que la derecha kemalista (de la que forma parte la Judicatura) que teóricamente debería valorarlos como cimiento del Estado ideado por Atatürk y baluarte contra cualquier deriva islamista, no ha hecho nada por ellos: sigue considerando que para ser ciudadano turco hay que ser turcoparlante musulmán suní. La reforma de la Constitución no cambiará eso. No alcanza.
Y éste es el eslogan del movimiento más amplio a favor de la reforma: No basta pero sí.