Opinión

Sigue siendo el rey

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 13 minutos
Opinion Mgf

Estambul | Septiembre 2024

Jerusalen Kipa
Hombre en Jerusalén (2013) | © Ilya U. Topper

«Rey Bibi, rey Bibi», corean sus seguidores cuando aparece en público. Una inyección de moral para Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel. Diez meses después del desastre militar y político causado por el ataque de Hamás, será difícil encontrar un político que menos simpatías suscite: gran parte de la sociedad israelí lo responsabiliza tanto de no haber sabido evitar el asalto como de sabotear las negociaciones para liberar a los rehenes, afronta protestas callejeras y escraches ante su casa, con litros de sangre falsa, una huelga general, criticas cada vez más airadas de sus aliados en Washington y Londres…

Y sin embargo, los últimos sondeos lo dan de nuevo como probable ganador, si convocara elecciones. ¿Cómo es posible?

Simpático no es Netanyahu. El calificativo de rey es un escarnio en boca de sus detractores: alude a su ostentoso estilo de vida, al derroche que lo ha llevado a varias acusaciones de corrupción aún sin sentencia. Y lo de rey queda antiguo: ya es común en Israel tildarlo de dictador en ciernes. Hay quien cree que ya lo sería si el Tribunal Supremo no hubiese anulado la ley que Netanyahu lanzó en julio del año pasado para quitar a los jueces del Tribunal Supremo precisamente la facultad de anular una ley. En un país sin Constitución, el único contrapeso al Parlamento es ese Tribunal, última salvaguardia de la democracia para la mitad de Israel. Un nido de izquierdistas y rojeras que impide hacer Israel grande de nuevo, en opinión de la otra mitad.

«Caquistocracia: el gobierno de los peores». Es la definición dela prensa opositora para calificar a Netanyahu

El choque entre las dos mitades podría haber llevado el país a la guerra civil, si el asalto de Hamás no hubiera unido ambos bandos contra el enemigo común de siempre, la barbarie árabe (no la llaman islamista, sino árabe, porque para los israelíes de a pie, todos los árabes son iguales). Pero ni siquiera en esta contienda civil, Netanyahu es el heróico líder de su bando. Otros campan ahí a sus anchas: barbudos rabinos con sombrero de copa, mesiánicos colonos con kipá y pistola. Netanyahu es apenas un prestidigitador político que consigue mantener unida esa turbia grey, entre ellos exconvictos e iluminados que en otros países estarían en el manicomio o en la cárcel.

«Caquistocracia: el gobierno de los peores». Es la definición que se repite desde hace meses en la prensa israelí opositora para calificar a Netanyahu y su gabinete. Una mayoría de los israelíes estarían de acuerdo, a tenor de unas encuestas publicadas en enero pasado, según la que un 69 % de los israealíes quisiera celebrar elecciones en cuanto termine la guerra de Gaza y solo un 15 % desea ver a Netanyahu en el sillón del primer ministro después. Por supuesto, para el aludido la solución es obvia: no terminar la guerra de Gaza.

Es tan obvia esta estrategia que se le acusa ya rotundamente, en la prensa y en la calle, de torpedear las negociaciones del alto el fuego con exigencias de última hora inventadas —como la repentina, absoluta y vital necesidad de Israel de controlar la frontera entre Gaza y Egipto, el llamado corredor Filadelfia— con el único motivo de impedir un acuerdo. Una franja que acabará «pavimentada con los cuerpos de los rehenes», formula el diario israelí Haaretz. Pero en paralelo a esa obvia estrategia de alargar la guerra, aún a costa de la vida de los rehenes, Netanyahu ha vuelto a subir puntos enteros.

En enero, Benny Gantz, contrincante político de Netanyahu que se apresuró a unirse al «gabinete de crisis» tras el asalto de Hamás, aún conseguía una aprobación del 42 – 51%, frente a un 28-29 % de Bibi; su partido Unidad Nacional, de centroderecha, alcanzaba más de 30 escaños en unas hipotéticas elecciones anticipadas, frente a los poco más de 20 del Likud de Netanyahu. Pero en junio se fueron equilibrando las cifras y el 9 de agosto, el rey volvió a coronarse en los sondeos, con un 42 % frente al 40 de Gantz. La última encuesta, del 30 de agosto, lo vuelve a bajar al 39 %, pero tanto está claro: Bibi ha conseguido salir de la sombra de su rival. ¿Por qué?

Benny Gantz, militar de toda la vida sabia que una guerra no se puede ganar sin tener un objetivo estratégico

Probablemente porque el principal capital político de Benny Gantz, cuyo partido solo había conseguido 12 escaños en 2022, frente a los 23 del Likud, era apoyar a su adversario Netanyahu en los tiempos difíciles de la guerra, un gesto digno de un hombre de Estado, se opinaba. En mayo pasado, Gantz, harto de un gabinete en el que mandan los ultraderechistas Bezalel Smotrich e Itamar Ben-Gvir, puso un ultimátum. Militar de toda la vida, exjefe del Estado Mayor, sabia que una guerra no se puede ganar sin tener un objetivo estratégico. Exigió un plan para conseguir la liberación de los rehenes, derrocar a Hamás, imponer un control militar israel en Gaza y crear un mecanismo de gobierno civil en la Franja con participación estadounidense, europea, árabe y palestina para así ir preparando una administración que no estuviera en manos de Hamás ni de la Autoridad Palestina.

Sonaba casi razonable. Solo casi, porque no se puede liberar a los rehenes sin negociar con Hamás y no se puede negociar con Hamás un acuerdo que incluya su derrocamiento y sustitución por una ocupación permamente israelí.

Netanyahu pasó del todo, y en junio, expirado el ultimátum, Gantz abandonó la coalición, sin que esta cayera: al Likud le quedan cuatro escaños para mantener la mayoría, gracias a sus cinco socios de coalición, todos de extrema derecha o de extremo fundamentalismo, y la mayoría ambas cosas. Y Gantz se ha desinflado. Un bando le reprocha haber abandonado a Netanyahu, el otro, haberlo apoyado durante siete meses. Política. Su colega Yoav Gallant, ministro de Defensa, otro rival de Bibi, aguanta: no podrá derrocar a Netanyahu, pero si otros lo hacen, quizás le pueda suceder a la cabeza del partido. Política.

La solución para el conflicto palestino, eso lo ha dejado claro Naftali Bennett, es no solucionarlo

En lugar de Gantz, otro líder ha surgido en las encuestas: Naftali Bennett, brevemente primer ministro de 2021 a 2022. Medio retirado desde que perdió su escaño en 2022, no ha anunciado aún su regreso al ruedo, solo anticipado por los institutos de sondeo. En una hipotética confrontación de Netanyahu con Bennett, el ‘rey’ pierde con un 35 % contra el 49 % de su antiguo ayuda de cámara.

Porque eso es lo que era Naftali Bennett al inicio de su carrera política, en 2006. Luego tuvo varias carteras ministeriales bajo Netanyahu, como jefe de un partido menor de la coalición: Nueva Derecha. El nombre lo dice todo: Naftali Bennett se sitúa según sus propias declaraciones a la derecha de Netanyahu. Al menos en su discurso. Lo que el rey Bibi no dice en público, para que no le retire la palabra su amigo Joe Biden, lo lleva años diciendo Naftali Bennett: fue jefe del consejo de colonos de Cisjordania, se niega rotundamente a «ceder» ni un palmo de tierra que considera israelí, no permitirá jamás la creación de un Estado palestino… El 60 % de Cisjordania, la llamada zona C, que ya está bajo control militar israelí, simplemente debe anexionarse a Israel, propone, y el restante 40 % mantenerse vallado como coto de mano de obra paras las fábricas israelíes, conectando los islotes por carreteras aisladas del resto. Apartheid es una palabra suave para esta visión, tan inhumana que en 2014, una red de académicos judíos sionistas liberales de Estados Unidos pidió a Washington imponer sanciones a Bennett por impulsar «políticas destructivas en su forma más extrema y peligrosa».

La solución para el conflicto palestino, eso lo ha dejado claro Bennett, es no solucionarlo. Y lo ha dicho con un símil que se ha vuelto famoso: Si en la guerra te han metido un trozo de metralla en el culo, pero la operación para sacarlo es muy arriesgada, es mejor vivir toda la vida con un trozo de metralla en el culo.

Gantz ya adelantó en mayo la ocupación permanente de Gaza como condición para seguir en el Gobierno

Sí, Netanyahu torpedea los acuerdos de liberación de los rehenes, haciendo propuestas de una retirada completa como la de mayo —conocida como el plan de Biden, porque el presidente estadounidense la hizo pública con la expresa intención de evitar que su amigo Bibi la negara luego tres veces— y después sacándose de la manga la necesidad de seguir controlando Filadelfia. «Todos los preguntamos si el primer ministro tiene intención de firmar el plan elaborado por el primer ministro», lo resumió el político opositor Yair Lapid con sorna. Netanyahu contraataca: acusa a sus críticos de no ver que las tropas israelíes no pueden simplemente volver a ocupar la zona, una vez entregados los rehenes. Palabrería, responden sus rivales: Netanyahu simplemente quiere prolongar la guerra.

Eso es cierto. ¿Y qué quieren sus rivales?

Benny Gantz ya adelantó en mayo la ocupación permanente de Gaza como condición para seguir en el Gobierno. Naftali Bennett no ha abierto la boca, pero ya en octubre explicó su plan para ganar la guerra de Gaza «evitando una masacre»: dividir la franja en dos mitades, enviar la población civil a la parte sur e imponer a la mitad norte un estricto asedio de meses o años sin electricidad, agua ni alimentos, con bombardeos e incursiones, hasta que los dirigentes de Hamás aceptaran exiliarse para siempre a otro país, entregando de paso a los rehenes. Si alguno siguiera vivo, claro.

Y Yair Lapid, al que aún llaman líder de la oposición en la prensa, el dirigente de Yesh Atid, el partido de centro que ha ocupado el lugar del Partido Laborista, antaño (mal) llamado de izquierdas y hoy prácticamente desaparecido, ¿qué quiere Yair Lapid?

También alguna vez titular de una cartera en un Gobierno de coalición de Netanyahu —¿quién no lo ha sido?—, Lapid fue primer ministro en 2022, en alianza con Bennett, pero ha resistido la tentación de unirse al gabinete de Netanyahu y parece esperar su oportunidad con más paciencia. Su tasa de aprobación oscila entre el 27 y el 36 %. Tiene imagen de encarnar la oposición de verdad: hace una década apoyaba el establecimiento de un Estado palestino. Al menos de boquilla, o de media boquilla, porque con la otra media añadía que ni estaba dispuesto a ceder Jerusalén Este, ni tampoco quería «impedir el crecimiento natural de los asentamientos» en Cisjordania, aunque al final habría que desalojar a algunos. Es decir, en la práctica, su política consistiría en torpedear la posiblidad de establecer un Estado palestino, al igual que han hecho todos sus antecesores.

¿Y en Gaza? Lapid acusa a Netanyahu de retrasar las negociaciones por «no querer asumir las consecuencias políticas» de un acuerdo. ¿Las asumiría él? «Toda persona razonable entiende que debemos erradicar Hamás de forma permanente y matar a sus líderes, pero eso necesita más tiempo», dijo en junio. Propuso negociar un alto el fuego de seis semanas, liberar a los rehenes… y luego «ya se verá». Luego «se avanzará». A medio plazo habría que firmar acuerdos con «países suníes moderados», como Arabia Saudí, Egipto y Jordania, así como la Autoridad Palestina y Estados Unidos, para gestionar Gaza. «Nunca jamás volveremos a permitir a los palestinos gestionar la seguridad; esta quedará en manos de Israel, pero no tengo problema en que la Autoridad Palestina participe en un gobierno civil, como en Cisjordania, en cooperación con Israel», concluyó.

La única diferencia entre Netanyahu y sus rivales es que el primer ministro sigue fingiendo que quiere negociar

La única diferencia entre Benjamin Netanyahu y sus rivales —Gantz, Bennett, Lapid— parece ser que el primer ministro sigue fingiendo que quiere negociar, mientras que los demás no se molestan en hacer el paripé. Al fin y al cabo, Netanyahu no puede decirle a la cara a Hamás, en presencia de intermediarios estadounidenses, cataríes y egipcios, que una vez que se le entreguen los rehenes, volverá a atacar para erradicar a Hamás, matar a todos sus líderes e instaurar una ocupación permanente de Gaza. Eso no queda bien. Si Biden lo quiere obligar a negociar, fingirá negociar. ¿Qué harían los demás en su lugar?

Este es el secreto de la supervivencia política de Netanyahu: su caquistocracia es el peor Gobierno posible en la historia de Israel, exceptuando cualquier otro que podría venir después. Sus rivales no ofrecen una visión política distinta: simplemente quieren que Bibi asuma el coste político de las decisiones que ellos tendrían que tomar si mandaran.

Porque la otra opción, la de buscar realmente un acuerdo de paz, eso no se lo plantea ningún partido en Israel. Ya lo dijo Uri Avnery hace años: Pronunciar el término paz es de mal gusto en la buena sociedad, es una voz malsonante, una palabra cacaculopis.

Netanyahu no quiere la paz, pero sus rivales tampoco la quieren. Ni la quiere el resto del pueblo, totalmente acostumbrado ya a vivir toda la vida con un trozo de metralla en el culo. Las muchedumbres que salen a la calle para exigir a Netanyahu que negocie como sea y lo que sea para salvar a los rehenes, nunca se han planteado qué futuro quieren realmente para su país.

Durante las inmensas protestas sociales en las calles de Tel Aviv en 2011 contra la carestía de la vida, desde el precio del alquiler al del queso fresco, nadie habló de Palestina. Es más: intentaron hundir el movimiento revelando que su líder, la cineasta Daphni Leef, había firmado en su ingenua juventud una carta contra el servicio militar en un «ejército de ocupación». Tampoco aparecía Palestina en las protestas de verano pasado que pusieron el país al borde de una guerra civil: no se trataba de denunciar la política de guerra eterna de Netanyahu sino su pretensión de hacerla sin la aprobación del Tribunal Supremo.

Por eso, Netanyahu puede resistir las protestas, los escraches y hasta una huelga general. Es un rey tuerto, sí, pero igualmente tuertos son sus rivales. Y su país está ciego.

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© Ilya U. Topper | Primero publicado en El Confidencial · 5 Sep 2024