Sequía en Texas
Uri Avnery
Todo el mundo en Israel conoce la anécdota. Cuando Levy Eshkol era primer ministro, sus ayudantes le dijeron aterrados: “Levy, ¡hay sequía!”.
“¿En Texas?” preguntó Eshkol asustado.
“¡No, en Israel!”
“Entonces no importa,” les aseguró Eshkol. “Siempre podemos pedirle todo el trigo que necesitemos a los americanos.”
Esto ocurrió hace unos 50 años. Desde entonces, la situación no ha cambiado mucho. Las elecciones que se celebrarán dentro de 11 días en Estados Unidos son más importantes para nosotros que nuestras propias elecciones dentro de tres meses.
Tuve que quedarme despierto otra vez hasta las 3 de la madrugada para ver el último debate presidencial en directo. Tenía miedo de quedarme dormido, pero eso no ocurrió. Más bien todo lo contrario.
Cuando dos ajedrecistas se enfrentan, suele haber una persona (que se denomina “kibitzer”) que se coloca detrás de uno de ellos y se pone a darle consejos sin que se los pidan. Durante los debates, yo hago lo mismo. En mi imaginación, me pongo detrás de Barack Obama y pienso la respuesta correcta que decirle a Romney antes incluso de que Obama abra la boca.
Seguramente aconsejaron a Obama no decir que estuvo en contra de la guerra de Iraq
Tengo que admitir que en algunas ocasiones durante este debate, sus respuestas fueron mucho mejores que las mías. Por ejemplo, no se me ocurrió ninguna respuesta hiriente a la afirmación de Romney de que Estados Unidos tiene ahora menos buques de guerra que hace cien años. La seca respuesta de Obama, que el ejército de Estados Unidos tiene también menos caballos a día de hoy, fue simplemente genial. Aún más teniendo en cuenta que no podía haberla preparado. ¿Quién habría previsto un comentario así de idiota?
Más tarde, Romney atacó a Obama por no visitar Israel durante su primera gira como presidente por Oriente Medio. ¿Cómo responder a semejante realidad objetiva, sobre todo con miles de pensionistas judíos en Florida atentos a cada una de sus palabras?
Obama dio en el clavo. Comentando que Romney había ido de visita con un séquito de donantes y recaudadores de fondos (sin llegar a nombrar a Sheldon Adelson y a los demás donantes judíos), consiguió recordarnos que, siendo candidato, prefirió visitar Yad Vashem, para ver con sus propios ojos las injusticias cometidas contra los judíos. Touché.
Algunas veces, llegué a pensar que se me había ocurrido una respuesta mejor. Por ejemplo, cuando Romney intentó aclarar su comentario sobre que Rusia es el “enemigo geopolítico” más importante de Estados Unidos, yo le habría respondido con “Perdone mi ignorancia, gobernador, pero ¿qué significa ‘geopolítico’?” En su contexto, era una expresión pomposa y vacía de todo sentido.
(La “geopolítica” no es sólo una yuxtaposición de geografía y política. Es una cosmovisión popularizada por el profesor alemán Hans Haushofer y algunos otros, y adoptada por Adolf Hitler como racionalización de su plan de crear un Lebensraum para los alemanes, aniquilando o desplazando a la población de Europa del este.)
Yo habría hablado mucho más sobre las guerras, sobre el Vietnam de Nixon, el Iraq de los dos Bush y el Afganistán del segundo Bush. Me di cuenta de que Obama no llegó a mencionar que él había estado en contra de la guerra de Iraq desde el principio. Seguramente le aconsejaron que no lo comentase.
No hace falta ser un experto para darse cuenta de que Romney no presentaba ideas originales propias. Repetía como un loro las posturas de Obama, cambiando una palabra aquí o allá.
En momentos previos de la campaña, durante las primarias, no era esa la impresión. Clamando por los votos del sector de derechas, estaba a punto de bombardear Irán, provocar a China, luchar contra islamistas de todos los colores y quizás incluso resucitar a Osama Bin Laden para poder matarlo otra vez. Pero no repitió nada de eso. Se contentó con un manso “Concuerdo con el presidente”.
¿Por qué? Porque le han dicho que el pueblo norteamericano ya ha tenido bastantes Guerras de Bush. Ya no quieren ninguna más. Ni en Afganistán, ni mucho menos en Irán. Las guerras cuestan dinero, e incluso muere gente.
Puede que Romney decidiera con antelación que le bastaba con no aparecer como un completo ignorante en asuntos de política exterior, dado que el principal campo de batalla estaba en la esfera económica, donde aún puede abrigar esperanzas de parecer más convincente que Obama. Así que no se arriesgó. “Concuerdo con el presidente”.
Todo el concepto de un debate presidencial sobre política exterior es, por supuesto, un sinsentido. Los problemas globales son demasiado complicados, los detalles demasiado sutiles, como para tratarlos de una manera tan rudimentaria. Sería como hacer una operación de riñón con un hacha.
Tratar los problemas en un debate así es como operar con un hacha
Uno puede llevarse fácilmente la impresión de que el mundo es un campo de golf para los norteamericanos, en el que Estados Unidos puede jugar con la gente como si fueran pelotas, y la única duda es qué jugador es más hábil o tiene el mejor palo. La voluntad de los pueblos afectados resulta bastante irrelevante. ¿Qué opinan los chinos, los pakistaníes o los egipcios? ¡¿A quién le importa?!
Creo que la mayoría de los espectadores norteamericanos serían incapaces de encontrar Túnez en un mapa. Por lo tanto, no tiene sentido discutir sobre las fuerzas que intervienen, o hacer distinciones entre salafistas y los Hermanos Musulmanes, quedándose con unos o con otros. Todo ello en cuatro minutos.
Para Romney, como es evidente, todos los musulmanes son iguales. La islamfobia está a la orden del día, y Romney la corteja abiertamente. Tal y como he señalado con anterioridad, la islamfobia no es sino el primo moderno y de moda del viejo antisemitismo, que rezuma desde las mismas cloacas del inconsciente colectivo y se aprovecha de los mismos viejos prejuicios, transfiriendo a los musulmanes todo el odio que en su momento se les tenía a los judíos.
Por supuesto para muchos judíos, especialmente los mayores que se encuentran en las residencias de ancianos de la cálida Florida, es un alivio ver que los gentiles se vuelven hacia otras víctimas. Y ya que resulta que las nuevas víctimas son los enemigos de la bien amada Israel, mejor que mejor. Romney tenía el claro convencimiento de que verter su bilis sobre los “islamistas” era la manera más sencilla de ganarse los votos judíos.
Haciendo un gran esfuerzo por parecer más duro que Obama, Romney consiguió después de todo que se le ocurriera una idea original; proporcionar “armamento pesado” a los insurgentes sirios. ¿Qué significa eso? ¿Artillería? ¿Aviones no tripulados? ¿Misiles? Y de ser así, ¿para quién? Para los buenos, claro. Y cuidado de que no caiga en manos de los malos.
Hay muchas facciones sirias en conflicto contra Asad, ¿a quién apoyamos?
Una idea brillante. Pero, si no le importa, ¿quiénes son los buenos y quiénes los malotes? Parece que nadie más lo sabe, y menos aún la CIA o el Mossad. Hay docenas de facciones sirias en conflicto; regionales, confesionales e ideológicas. Todas quieren matar a Asad, así que ¿a quién le damos los cañones?
Todo esto convierte cualquier discusión sobre Oriente Medio, que ahora es una región con infinitas variables y particularidades, en algo imposible. Obama, quién conoce nuestros problemas mucho mejor que su adversario, creyó que lo más sabio era hacerse el tonto y no decir nada más que necias obviedades. Cualquier otra cosa, como por ejemplo un plan para la paz entre Israel y Palestina, Dios no lo quiera, podría haber ofendido a los queridos habitantes de alguna de las residencias que podrían cambiar los resultados de Florida.
Cualquier árabe o israelí serio debería sentirse insultado por el modo que tuvieron de hablar sobre nuestra región durante el debate estos dos hombres, uno de los cuales se convertirá en nuestro amo y señor.
Durante el debate, se mencionó a Israel 34 veces, 33 veces más que a Europa, 30 veces más que a Latinoamérica, cinco veces más que a Afganistán y cuatro veces más que a China. Sólo a Irán se la mencionó más veces, hasta 45, pero dentro del contexto del peligro que supone para Israel.
Israel es nuestro aliado más importante en esa región (¿o del mundo?). Tenemos que defenderlo a capa y espada. Les proporcionaremos todas las armas que necesiten (además de las que no necesiten).
Maravilloso, simplemente maravilloso. Pero, ¿a qué Israel exactamente? ¿El Israel de la ocupación interminable? ¿El de las infinitas expansiones y asentamientos? ¿El que niega por completo los derechos de los palestinos? ¿El del aluvión de nuevas leyes antidemocráticas?
¿O a un Israel diferente, liberal y democrático, con igualdad para todos sus ciudadanos y que persigue la paz y reconoce el estado palestino?
Pero lo interesante no era solo lo que repetían como loros, sino lo que no decían. Nada de apoyar de inmediato un ataque de Israel contra Irán. Nada de guerra contra Irán, en absoluto, mientras no se congele el infierno. Nada de repetir las declaraciones previas de Romney sobre mover la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén. Nada sobre un indulto para el espía israelí Jonathan Pollard.
Lo interesante era lo que decían: nada de apoyar un ataque contra Irán
Y, lo que es más importante, nada sobre intentar hacer uso del inmenso poder potencial de los Estados Unidos y sus aliados europeos para traer la paz a Israel y Palestina, imponiendo la solución de los dos Estados que todo el mundo sabe que es el único acuerdo posible. Ninguna mención a la iniciativa árabe de paz que aún ofrecen 23 países árabes, islamistas y demás.
A China, el nuevo poder emergente en el mundo, se la trató con algo muy parecido al menosprecio. Hay que decirles cómo comportarse. Hay que decirles que hagan esto o aquello, que dejen de manipular su moneda y que envíen los puestos de trabajo de vuelta a Estados Unidos.
¿Pero por qué debería China darse por aludida, si controla la deuda nacional norteamericana? No importa, tendrán que hacer lo que los norteamericanos les digan. Washington locuta, causa finita. (“Roma ha hablado, el caso está cerrado.” como decían los católicos antes de los escándalos sexuales.)
A pesar de lo poco serio que fue el debate, sacó a relucir un problema muy serio.
Los franceses solían decir que la guerra es algo demasiado serio como para dejarlo en manos de los generales. La política mundial es, sin duda, demasiado seria para dejarla en manos de los políticos. Es la gente la que elige a los políticos, y la gente no tiene ni idea.
Más de 1.500 millones de musulmanes se consideraron “moderados” e “islamistas”
Resultó evidente que ambos contendientes evitaron cualquier tema específico que hubiera requerido el menor conocimiento por parte de la audiencia. Más de 1.500 millones de musulmanes se encasillaron en sólo dos categorías; los “moderados” y los “islamistas”. Israel es un único bloque, sin diferenciación. ¿Qué sabe la audiencia sobre 3.000 años de civilización persa? Cierto, Romney sabía, de manera bastante sorprendente, qué es o por dónde queda Mali. La mayoría de los espectadores seguro que no.
Y aun así, son estos mismos espectadores quienes deben decidir finalmente quién será el líder de la mayor potencia militar del mundo, lo que tendrá un gran impacto sobre el resto de nosotros.
Winston Churchill describió la democracia como “el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los demás sistemas políticos que de vez en cuando se han intentado emplear”.
Este debate podría servir como prueba de ello.