Huir hacia ninguna parte
Amira Hass
Ramala | Mayo 2024
A las nueve de la mañana del 9 de mayo, mi amigo Fathi Sabah me dijo que él y 34 familiares y amigos suyos estaban todavía en casa de sus padres. La casa está edificada en el lado oriental de la carretera que une Khan Yunis con Rafah, en el límite oriental del campo de refugiados de Shaboura. Sabah es un periodista y profesor de periodismo en la cincuentena. En una conversación de media hora en whatsapp me describió lo que estaba sucediendo en Rafah y los densos disparos de artillería que, como dijo, «espantan más que las bombas del cielo».
Con lo que él me contaba, la conversación con otros dos amigos suyos con los que solo pude tener un breve contacto telefónico y con las noticas emitidas por la radio Al Ajyal, yo ya había esbozado el arranque de un reportaje: «Las advertencias del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a Israel contra la ‘entrada’ a a Rafah no han tranquilizado a los 1,2 millones de palestinos hacinados en esta ciudad meridional. Nadie confía en que los carros de combate vayan a quedarse al este de la ciudad sin invadirla. En los últimos dos días se han vaciado varios barrios, no solo los de la parte oriental».
«Un obús ha impactado en el primer piso de la casa de mis abuelos. Mis padres y mis dos hermanos están dentro»
Pero a las 11.10 horas, la hija mayor de Sabah —a laque su padre consiguió sacar de Gaza en el tercer mes del conflicto a causa de su condición de salud— me mandó un mensaje que decía: «Hace poco, un obús ha impactado en el primer piso de la casa de mis abuelos. Mis padres, mis dos hermanos y otros familiares están dentro. Los he llamado y me han dicho que no están heridos y que estaban intentando salir lo antes posible. Luego hubo otro impacto en el segundo piso y ahora nadie me responde».
Poco antes, a las 9.15 h, Sabah me había tranquilizado: «Estamos fuera del mapa», en referencia a las instrucciones dadas por el Ejército a los habitantes para que abandonaran la aldea de Shuka y los barrios orientales de Rafah. Pero había añadido: «Sabemos que esto no garantiza nada». Era cuestión de pocas horas, como mucho un día; luego ellos también tendrían que abandonar la casa, la estabilidad parcial, el techo que habían tenido para algunos meses.
Los disparos de artillería no solo se dirigían a los edificios de la parte oriental de la ciudad, me dijo Sabah. El día antes, el Ejército había bombardeado una casa a cien metros de la suya. El edificio de la municipalidad en el centro de la ciudad fue bombardeado dos veces, en dos días distintos. Un obús ha impactado también en Tel Sultan, un barrio de refugiados en la parte occidental de Rafah. No sorprende que ninguno de los familiares de Sabah consiguiera dormir la última noche.
«Cuando hay una bomba se oye un pitido o un sonido agudo de sirena. Cuando caen los proyectiles de artillería tiembla toda la casa», me explicó Sabah. «Se agitan las telas de nilón sobre las ventanas, que hace tiempo reemplazaron los cristales. Escuchamos cómo crepita el hormigón de las casas alcanzadas. De día se ve el humo. De noche, todo está oscuro. ¿Quién se acuerda de que teníamos electricidad?»
«Cuando muere alguien, no lloramos. Nuestros ojos están secos, tenemos piedras en lugar de lágrimas»
Tras la noche de bombardeos, cuando hablamos en la mañana del 9 de mayo, la mayor parte de la familia aprovechaba el breve momento de calma para dormir, incluida la madre octogenaria. La mujer de Sabah estaba preparando algo en la cocina. «¿Qué os llevaréis cuando os vayáis?», pregunté. Respondió: «Colchones, mantas, ropa, utensilios de cocina. El agua que compramos en bidones una vez a la semana aún alcanza para dos días. Por eso solo nos duchamos una vez cada dos semanas. Nos llevaremos también la poca comida que tenemos. Esta mañana no he encontrado pan. El horno de la esquina ha cerrado. Los propietarios han huido».
Los días antes, la gente se había refugiado en el campamento de Shaboura, incluidos algunos amigos comunes de Gaza. Ahora, a medida que se acercaban los disparos de artillería, nuestros amigos buscaban una tienda y vehículos para huir hacia el oeste. Es la cuarta vez que huyen desde el inicio de la guerra.
Para Sabah y su familia es la tercera huida desde octubre. En la segunda semana del conflicto abandonaron la ciudad de Gaza para alojarse en casa de la familia de su mujer, en Khan Yunis. En diciembre, después de que un misil impactara en la habitación en la que dormían los hijos, se fueron a Rafah, a la casa de su madre, viuda, refugiada, nacida en el pueblo de Al Bureir (donde hoy se encuentra el kibbutz Bror Hayil). Cada desplazamiento es la consecuencia del avance del Ejército, y cada avance apretuja a los desplazados en un área cada vez más pequeña de la Franja.
En el bombardeo del 8 de mayo en Rafah murieron varias personas, me dijo Sabah. Los milicianos palestinos estaban combatiendo en los límites de la zona, agregó: «No sabemos a cuántos han matado, pero las personas en esas casas eran civiles». Me mandó los nombres de las víctimas que se habían identificado en el hospital: Jana al-Lulu, un año; Yazid Mohana, un año; Ahmed Eid, diez años; Lana Eid, doce; Muhammad Eid, diecinueve; Rimas al-Lulu, veintisiete; Bilal Eid, veintisiete; Mohammed al-Lulu, treinta y cinco.
En Al Mawasi no queda ni un centímetro de terreno libre para montar una tienda y ya no se venden tiendas
«Cuando muere alguien, no lloramos», me dijo Sabah. «No conseguimos llorar. Nuestros ojos están secos, tenemos piedras en lugar de lágrimas. La muerte es un alivio para los muertos. Cuando murió mi suegra, no conseguimos llorar. Tanto era el dolor que nos rodeaba que ni siquiera mi mujer conseguía llorar por su madre, que ya estaba en diálisis. Hay cientos de pacientes con enfermedades renales que necesitan diálisis. Primero la trataban en el hospital Yosef al-Najjar, que ahora está abandonado por orden del Ejército, con todos sus costosos aparatos».
Añadió: «La gente pregunta en whatsapp dónde se puede hacer la diálisis. Un médico ha dicho que el hospital Nasser en Khan Yunis volverá a funcionar dentro de tres días. ¿Pero qué hacemos hasta entonces? Muchos ancianos mueren por falta de tratamiento o porque no pueden aguantar en estas condiciones difíciles». Ahora que el Ejército ha tomado el control del paso fronterizo de Rafah y lo ha cerrado, los enfermos y heridos que deberían haber ido al extranjero para recibir tratamiento se han quedado atrapados en la Franja de Gaza.
Tras recibir el mensaje de la hija de Sabah viví un par de horas en tensión hasta que, sobre las 13.30 h, Sabah me llamó. «Quince minutos después de hablar contigo —me dijo— un disparo de artillería ha dado en el primer piso, donde vive mi hermano. En ese momento, él y su familia no estaban allí. Cinco minutos más tarde, otro disparo contra el mismo piso». Otros diez minutos después, cuando todos se estaban preparando para un nuevo éxodo, un proyectil impactó en el segundo piso, donde estaban ellos, nueve personas. Nadie sufrió heridas, pero todos quedaron paralizados de miedo.
En algunas partes de Rafah a la gente no le dio tiempo de recoger sus cosas y el Ejército incendió las tiendas
Cuando hablamos la segunda vez, Sabah y tres de sus familiares estaban todavía en la casa para recoger todo lo que podían. Los demás se habían dispersado hacia varios nuevos puntos de refugio. «Nos vamos a Al Mawasi», me dijo. Se trata de una estrecha franja de playa, ya llena de tiendas «de verdad» y otras improvisadas. Por Muhammad Al Astal, periodista de la radio Al Ajyal, yo sabía que en Al Mawasi no queda ni un centímetro de terreno libre para montar una tienda y que, en todo caso, ya no se venden tiendas.
En los dos días precedentes fueron bombardeadas las plantas superiores de los edificios residenciales del centro de la ciudad. También fue alcanzada una gasolinera donde se podían llenar las bombonas de gas, lo que provocó una densa nube de humo negro. La gente entendía que había que huir. Aquella mañana, Sabah me dijo que «las calles de Rafah ahora están vacías». En los últimos seis meses, y hasta hace apenas una semana, me recordó Sabah, «no se podía caminar ahí por la cantidad de gente que había, puestos de venta ambulante, niños que arrastraban bidones de agua, tiendas-refugio sobre las aceras. Ahora son calles fantasma». Quienes tenían puesto una tienda de campaña en la ciudad la han empaquetado y se la han llevado, junto a colchones y esterillas. Hay quien cuenta que en algunas partes de Rafah a la gente que huía no le dio tiempo de recoger sus cosas y el Ejército incendió las tiendas. Nuestro amigo en común en Shaboura relató que la gente estaba empezando a irse cuando él y su familia aún dudaban en hacerlo. No tenían una tienda ni tampoco dinero para comprar una a los precios inflados de ahora.
Según Al Astal, los habitantes de Rafah saben que, al igual que en la ciudad de Gaza y en Khan Yunis, los disparos de artillería son el preludio de una invasión de gran escala. En una emisión de noticias, Al Astal afirmó que el número de personas desplazadas por segunda, tercera e incluso sexta vez es mucho más alto que los 80.000 de las estimaciones de la UNRWA, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos. Gente que intentaba huir por la tarde contaba en la radio que no conseguían encontrar sitio entre los millares de tiendas, y muchos se quedaban en la calle por la noche sin saber adónde ir. Había niños llorando de sed y mujeres en lágrimas por el sufrimiento de sus hijos. No había ninguna institución ni organización que distribuyera agua, ni había servicios de higiene, informó Al Astal. Durante la jornada, las caravanas de los desplazados se arrastraban lentamente bajo un calor intenso.
En la carretera hacia las ruinas de Khan Yunis no hay ni un solo lugar con sombra para descansar. Los tanques israelíes han aplanado y destruido todo el terreno verde y fértil que rodeaba la ciudad. La gente huye a través de un desierto de devastación y arenas, continuaba Al Asta: «Saben que deben escapar de la aniquilación, de la catástrofe. Pero huyen hacia ninguna parte». Agregó la palabra árabe para holocausto.
El 9 de mayo, sobre las cinco de la tarde, Sabah me mandó desde la casa de su hermana en el barrio de Tel Sultan una nueva de lista de 36 muertos, cuyos cadáveres se habían recuperado de las ruinas de Rafah en las 24 horas precedentes: había ocho niños, el más pequeño de ocho meses, y seis mujeres.
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© Amira Hass | Primero publicado en Haaretz (10 May 2024) y en Internazionale · Nº 1563 (17 May 2024). Traducción del italiano: Ilya U. Topper