Wassyla Tamzali
M'Sur
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El velo en el banquillo
Wassyla Tamzali es abogada. Se nota cuando habla: un discurso preciso, afilado, cada palabra en su lugar, cada frase un alegato. Como si se tratara de convencer a un tribunal de la inocencia del acusado: cabe imaginar que en aquella década de 1970 en Argel sería una suerte tenerla de defensora. Pero también sabe acusar, con la misma rotunda claridad. Y en este caso, quien está sentado en el banquillo, es el velo islamista. El hiyab.
El burka como excusa tituló Tamzali (Béjaïa, 1941) el breve ensayo que publicó en España en 2010 (no existe una edición francesa). Se hablaba mucho entonces de Afganistán y las mujeres encarceladas bajo telas negras, subyugadas por los talibanes. Un espanto. Pero al mismo tiempo, algunas conversas europeas descubrían el burka como reivindicación de una ideología a la que dieron diversos nombres: anticolonialismo, identidad, antirracismo, feminismo islámico… dando vueltas al único término correcto: islamismo. El debate podría haber servido para exponer la ideología patriarcal y misógina que caracteriza esta corriente política del islam. Ocurrió lo contrario: frente al polémico burka, el velo islamista se empezó a considerar normal y moderado. Por mucho que expresa exactamente el mismo ideario.
Es el ideario patriarcal religioso el que está en el banquillo en este libro de Tamzali, rescatado por la editorial MSur Libros, primera entrega de esta editorial fundada en 2024 por la asociación MediterráneoSur.
[Ilya U. Topper]
El burka como excusa
MSur Libros, 2024
Cap. 4
Cómo empieza la inaudita historia del burka
(…)
Es en Francia, como suele suceder cuando se trata del debate de ideas, donde empezó esta historia, y se puede decir que empezó mal. Comenzó con el debate del velo en la escuela, sin otro calificativo de tamaño o color, y su prohibición en algunos establecimientos públicos de enseñanza. La negativa de algunas adolescentes a quitárselo creó una situación inesperada y puso ante un dilema corneilliano a la gente bien pensada que torpemente se enfrascó en una contradicción de la que ya no saldrá: ¿Hay que privar de educación a las jóvenes que se niegan a quitarse el velo, en nombre de un principio general?
Un proyecto de ley dirigido a regular el problema del velo en la escuela radicalizó los antagonismos políticos, que sobrepasan la cuestión del velo propiamente dicha. En Francia tuvo lugar un intenso debate con intervención de diversas personalidades, incluido el presidente de la República, Jacques Chirac, que publicó un artículo en Le Monde. Otro texto, firmado por intelectuales franceses de izquierda, incluidas algunas notorias feministas y titulado «Un velo sobre las discriminaciones», un llamamiento a oponerse a la ley, fue publicado en el diario Le Monde del 1 de diciembre de 2003. En respuesta, yo intervine públicamente con un artículo que apareció en enero de 2004 en el diario Libération. Me dirigía a amigas y conocidas que habían firmado el llamamiento: la socióloga Francoise Gaspard, experta francesa en el Comité de Naciones Unidas para la eliminación de la discriminación contra la mujer, Christine Delphy, directora y fundadora de la prestigiosa revista Questions féministes, Madeleine Ribéroux, antigua presidenta de la Liga francesa para los Derechos Humanos… Les escribía directamente a ellas para recordarles el camino que habíamos hecho juntas y transmitirles la sensación de que había sido traicionada:
Queridas amigas feministas, os escribo desde Argel.
Está claro que la cuestión del velo ha puesto a la Francia de izquierdas patas arriba. Que las feministas francesas quieran expresarse sobre el tema es lo más natural del mundo. Que nosotras, feministas árabes, esperemos que su pluma ponga las cosas en su sitio mediante una saludable mirada escéptica sobre la amalgama entre religión y patriarcado, también es lo más natural del mundo. Desde hace muchos años, las ideas de las feministas francesas y las nuestras, feministas del Sur, se entrecruzan, y siempre hemos tenido a grandes rasgos las mismas perspectivas sobre las discriminaciones sexistas. Esto reforzaba nuestra convicción de que el feminismo es universal, ya que, ellas desde aquí y nosotras desde allí, compartíamos los mismos análisis, la misma indignación y los mismos objetivos.
En fin, pensábamos, nuestras amigas feministas, que conocen perfectamente el tema del velo, sabrán hundir en la miseria al relativismo cultural que florece de forma extravagante en las filas de la izquierda intelectual, ¡y hasta en recintos sacralizados, como la Liga de los Derechos Humanos!
¡Pues no! Habrá que añadir a las victorias del velo una más: la de dividir a las feministas y oscurecer el claro discurso del movimiento feminista francés. Algunas de sus más valientes activistas han roto con sus declaraciones, como las publicadas en el diario Le Monde, por primera vez, las antiguas alianzas, tan necesarias, entre ellas y nosotras.
Que una parte de nuestra clase intelectual haya aprovechado la ocasión para subirse al estrado de la Francia dominante sería aceptable, si con este gesto no estuvieran socavando los fundamentos de nuestro combate. Se han extralimitado de una forma ante la que nosotras, feministas del Sur, no podemos quedarnos calladas, sobre todo porque procede de la pluma de feministas. Y, sin embargo, es a ellas a quienes me sigo dirigiendo, ya que es con ellas con las que continuaremos nuestro combate.
Así que, amigas…
Como vosotras, tengo ganas de decir: ¿Desde cuándo la igualdad de derecho y de hecho de las mujeres y los hombres en Francia interesa a los ciudadanos del país y, con más razón, a los políticos e incluso a las políticas? Como vosotras, le guardo un sólido resentimiento a la sociedad patriarcal judeocristiana francesa que ha olvidado y sigue olvidando los principios que nos han hecho amarla pese a sus historias del pasado: libertad, igualdad, fraternidad. No hay duda de que un buen número de posicionamientos contra el velo no están dictadas por una adhesión al principio de la igualdad de los sexos y que para una parte de la opinión pública, se trata más bien de una postura étnico-cultural, judeocristiana y dominante, que se opone a otra postura étnico-cultural, esta francomusulmana y minoritaria. En todo eso hay muy poco de afirmación de un principio, que es el nuestro, y de una contribución a la lucha que libramos desde hace muchos años.
Y si fuese así, ¿cuál es el problema? Eso querría decir que la mayoría en Francia es igualitaria de la misma manera que monsieur Jourdan, el gentilhombre de Molière, hablaba prosa sin saberlo: las mujeres veladas chocan profundamente con el fondo cultural francés. Querría decir que la opinión pública expresa su rechazo a ver a las jóvenes cubrirse el pelo, porque representan así una imagen violenta y arcaica de la subordinación de las mujeres. ¿No hemos luchado precisamente por eso, para que la igualdad entre los sexos no sea solamente una ley, sino una actitud social?
Estoy de acuerdo con quienes dicen que esas frágiles muchachas no ponen en peligro la sociedad de Francia, que hay que mantener la sangre fría y ver en su contexto las intenciones de algunas de esas jóvenes. Que el velo es polisémico; que las hermanas Lévy que se pasean por los platós de televisión veladas con glamour y siempre maquilladas, son la prueba de la utilización del velo por unas adolescentes, conversas en este caso, que quieren expresar su malestar y también su libertad, y que así quieren arreglar cuentas con sus padres —él, judío, ella, de Cabilia—, que las habían educado contra todos los tabúes religiosos y étnicos, dejándolas como herencia una libertad difícil de vivir hoy.
Estoy de acuerdo en que los debates actuales alrededor del velo esconden discriminaciones más amplias y que las jóvenes de origen magrebí sufren con toda su comunidad; estoy de acuerdo en decir que existe en Francia un racismo antimagrebí.
Pero, a partir de esa constatación, aceptar la práctica, magrebí o no, musulmana o no, de ocultarse el pelo, de no aceptar ser tratada por un médico hombre, de no estrecharle la mano a un hombre, es decir, aceptar las prácticas de estricta segregación sexista, me parece que es una respuesta mala a un problema verdadero. ¡Rechazar el velo no significa aceptar el racismo! Afrontar la discusión en esos términos es demostrar mala fe, la misma mala fe con la que se rechazaba el feminismo en mi país, en los países árabes antiguamente colonizados, por considerarlo parte del mundo occidental, ¡un mundo que, es cierto, había cometido enormes crímenes en nuestros países! A las feministas se las representaba como aliadas objetivas de los occidentales. Lo mismo ocurría con la democracia, tildada de «partido de Francia».
He sufrido demasiado esa mala fe para aceptar este argumento, ¡y menos cuando proviene de feministas, demócratas e intelectuales de izquierda! Y no se trata solo de mí, como individuo, aunque ya sería motivo para rebelarme, sino de nosotros, intelectuales de los países del Sur, de países no europeos, que luchamos contra la utilización de la cultura, el resentimiento y el odio antioccidental usados para ahogar la democracia y la libertad; luchamos contra los regímenes que hacen esto, ¿y ahora también debemos enfrentarnos a quienes deberían estar a nuestro lado? Solo les pedimos que utilicen el mismo rigor respecto a nosotras que respecto a su propia sociedad.
Hay que volver a la razón. Si el debate sobre el velo oculta el debate sobre las discriminaciones racistas, ¿qué decir entonces de la opresión de las mujeres, ocultada por el aberrante debate sobre el derecho o no de esconder el pelo, de encerrar a un individuo en su cuerpo erótico? El pensamiento feminista ¿no había desterrado todo lo que podía reducir a la mujer a su sexualidad reproductiva y a su pertenencia exclusiva a la tribu que decide su destino? ¿Por qué no dice con contundencia en este caso que el velo es el símbolo de la sumisión de las mujeres y que su significado no cambia porque algunas lo utilicen de forma frívola o sin sentido?
No hay que estigmatizar el islam. No voy a decir aquí que el velo no tenga nada que ver, o muy poco, con la religión. Formo parte de las feministas árabes que se han quedado roncas, que se han desgañitado para demostrar el terrible peso de la sociedad patriarcal sobre la mujer y la escasa influencia de la espiritualidad islámica en estas costumbres. Quiero simplemente recordar que el miedo a estigmatizar el cristianismo no detuvo la lucha de las feministas para una conquista tan esencial como el derecho al aborto y la libertad de disponer del propio cuerpo. Y eso que con esta lucha se enfrentaban a un dogma cristiano mucho más serio y cimentado que el velo en el islam.
¿Lo que es bueno para una religión no es bueno para otra? La izquierda, cierta izquierda, las feministas, ciertas feministas, nos llevan a creer que lo que afecta al islam está fuera del debate. ¿Se puede decir que lo que guía el ideario feminista en general no es bueno cuando afecta a las mujeres consideradas musulmanas? Ya tenemos bastantes problemas con eso, como para que encima los intelectuales respalden —¡y de qué manera!— a quienes piensan, al igual que Tariq Ramadan, que existe una categoría de «mujer musulmana».
Por último, ¿qué ocurre con el peligro de que se multipliquen las escuelas confesionales si se prohíbe el velo en las públicas? ¿Y qué? Las escuelas vinculadas al islam, siempre bajo control del Estado, ¿son más condenables que las de otras religiones? ¿No se trata también de libertad? Además, generaciones enteras de jóvenes franceses y francesas de origen y práctica cristianas se han convertido después en reformadores, laicos, librepensadores…, mejorando el pensamiento francés. Hay feministas que han pasado por escuelas religiosas y han hecho su revolución desde el interior. Las jóvenes musulmanas, en su caso, se quitarán el velo, ya que en estos colegios representaría lo que realmente es: el símbolo de la opresión. Ya no lo llevarán como un símbolo de resistencia a la cultura dominante.
© Wassyla Tamzali (2010) | El burka como excusa (MSur Libros, 2024) | Traducción del francés: José Miguel Marcén
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