Opinión

Fascistas del mundo, uníos

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 14 minutos
Opinion mgf

Estambul | Septiembre 2025

«Patapum». Fue el escueto comentario con el que un tuitero, opinador inteligente y moderado, difundió el comunicado de las Fuerzas Armadas de Israel confirmando el ataque contra una delegación de Hamás en Qatar. Luego añadió que esto iba a ser un «game changer»: término inglés para decir que cambiará todo.

Por una vez abandono mi flemático hábito de afirmar que todo eso ya se ha visto y que cada nuevo bombardeo solo procura mantener el status quo de una guerra interminable e irresoluble. Eso es así, pero esta vez ha cambiado algo. La onda expansiva de las explosiones en Doha están haciendo temblar una visión del mundo que dábamos por inamovible.

No lo digo porque el ataque vulnera la milenaria norma de no disparar contra negociadores. La delegación de Hamás estaba reunida en Qatar para evaluar una propuesta estadounidense para un alto el fuego en Gaza, en unas negociaciones apadrinadas por Washington. Los disparos de un Estado que declara representar a los judíos del mundo erradicaron el último resquicio de credibilidad de quienes afirman que «los valores de la civilización occidental» se fundamentan en la «cultura judeocristiana». Pero que la geopolítica no entiende de ética, eso ya lo sabíamos.

«No habrá nunca un Estado palestino» es el eslogan de Netanyahu: el próximo paso será anexionar Cisjordania

También sabíamos ya que Netanyahu huye de las negociaciones como de la peste y que ha torpedeado reiteradamente sus propias propuestas cada vez que Hamás daba señales de aceptarlas. Intentar asesinar a una delegación negociadora es una manera explícita de rechazar negociaciones. Y siempre ha representado los potenciales alto el fuego como una táctica para liberar a los rehenes y luego retomar la guerra con renovados bríos. Pero no se puede negociar con un adversario proponiéndolo su aniquilación total como parte del acuerdo.

Esto va más allá de Netanyahu y de Hamás. Desde que el asesinato de Itzhak Rabin en 1995 puso fin al último intento de trazar una solución de dos Estados, Israel —y eso incluye a los predecesores de Netanyahu de todos los partidos y a todos sus potenciales sucesores que ahora intentan postularse como futuros salvapatrias— ha planteado con claridad su negativa a toda solución. «No habrá nunca un Estado palestino» es el eslogan favorito de Netanyahu y lo reiteró aún el jueves pasado al firmar la ampliación del asentamiento de Maale Adumim. El próximo paso, prometió su ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, sería anexionar Cisjordania.

Anexionar un territorio significa asumir como ciudadanos la población nativa que vive en él. Algo que Israel no ha considerado nunca. No sabemos cuál sería la fórmula de Smotrich para incorporar este territorio a Israel. ¿Un apartheid eterno con los nativos del lugar encerrados en reservas valladas sin derecho a ciudadanía? ¿Una expulsión masiva bajo amenaza de muerte, es decir un genocidio? La pregunta es pertinente, porque se aplica también al futuro de Gaza, una vez destrozado Hamás. Luego ¿qué? ¿Cuál es el futuro que Israel propone no ya a Hamás sino a los habitantes de Gaza si firman una capitulación incondicional?

Si la respuesta es que no les ofrece ninguno, salvo el apartheid o la expulsión, es que no solo no hay negociación: no hay intención siquiera de ganar la guerra. Porque para ganar una guerra hay que dar al adversario la opción de perderla y aceptar una derrota.

Nada de esto es nuevo, y el bombardeo de Doha solo es un acelerón más de Netanyahu en una eterna huida hacia adelante que intenta acumular más violencia, más sangre, más muertes para no tener que afrontar la aterradora opción de una posible paz.

Lo que es nuevo es la reacción del mundo frente al bombardeo de Doha. Y es preocupante, no por lo que vaticina para Palestina o Israel, sino para Europa.

Qatar participó en unas maniobras aéreas en Grecia, junto a Estados Unidos, España, Italia, Francia… e Israel

Estamos acostumbrados a que Israel bombardee otros países. Cuando empezó con los asesinatos selectivos hacia 2002, ya no como acción encubierta y semiinconfesable de sus servicios secretos, a la usanza de otros servicios secretos del mundo, sino como acto público militar, lo llamábamos así, asesinato selectivo. Dejando claro que era un crimen. Aunque vale, eran países enemigos. Irán, Iraq, Yemen, Líbano, Siria… Podía verse como parte de la guerra de Israel contra regímenes hostiles. Pero ¿Qatar?

Qatar alberga desde 2002 la mayor base aérea de Estados Unidos en Oriente Próximo, usada también ocasionalmente por Reino Unido, y solo en abril pasado participó en unas maniobras aéreas con cazabombarderos en Grecia, junto a Estados Unidos, España, Italia, Francia… e Israel, sí, Israel. En mayo firmó un acuerdo con la empresa estadounidense Boeing para comprar 210 aviones por valor de 96.000 millones de dólares. También mantiene un floreciente comercio con la Unión Europea por valor de más de 14.000 millones de dólares anuales. Si esto no es un aliado, que venga el dios de Trump y lo vea.

En Turquía, la prensa ya especula con que el próximo ataque puede ser en Estambul, aunque de momento lo descarta. No es verosímil, quizás no tanto porque Turquía es miembro de la OTAN, sino por su alta capacidad militar y su conocido orgullo nacional. De la OTAN no me fiaría mucho en este contexto, no veo un caza estadounidense ni británico ni francés bombardeando un tanque israelí, por mucho que el artículo 5 de la OTAN lo prevea. Es más, un ataque de Israel contra Turquía podría llevar al desmembramiento de la OTAN. Cosa que a Netanyahu, desde luego, le encantaría, y a Trump no sé yo muy bien, porque con Trump, nunca nadie sabe muy bien. Visto así, un objetivo más plausible para el próximo bombardeo ¿quizás sería España?

No me parece verosímil en absoluto, pero en el caso de que a Netanyahu se le ocurriera hacer algo inverosímil, ¿qué sería la consecuencia? Podemos vaticinarlo: ninguna.

Estamos ante la demostración pública de que Israel puede hacer absolutamente todo lo que quiere, no solo contra sus enemigos y contra poblaciones civiles indefensas previamente tildadas de enemigas, sino también contra sus aliados. Esto es llamativo. Y sobre todo es llamativo el silencio con el que buena parte de la opinión pública europea acoge el delito.

El homicidio como continuación de la política con otros medios sí está en la agenda de media Europa y Norteamérica

Numerosos Gobiernos europeos han condenado el ataque, si bien Bruselas se ha quedado en un tímido reconocimiento de que «vulnera la ley internacional», sin aclarar si merece condena. Pero la derecha política, y especialmente la ultraderecha, hoy día rotundamente alineada con Israel, se abstiene de opinar, al tiempo que sus cohortes digitales en redes exigen públicamente a todos condenar el asesinato de Charlie Kirk en Estados Unidos. Condena loable humanamente pero irrelevante, porque el homicida será condenado a cadena perpetua, como debe ser (o a la pena capital, que sigue vigente en Utah), al margen de lo que usted y yo, lector, opinemos sobre él o sobre las ideas de Kirk. Tal es la ley.

Alegrarse públicamente de la muerte de Kirk es una muestra de bajeza humana, pero no cambia los fundamentos de la democracia. Nadie ha sugerido legalizar los asesinatos. El homicidio como la continuación de la política interior con otros medios no está en la agenda de nuestros Parlamentos.

Pero el homicidio como continuación de la política exterior con otros medios sí está en la agenda de media Europa y Norteamérica. Cuando la policía británica detiene a más de 800 manifestantes pacíficos en una manifestación propalestina en Londres bajo la acusación de «apoyar a un grupo terrorista» (delito penado con 14 años de cárcel), pero al día siguiente del ataque a Doha, el primer ministro británico, Keir Starmer, recibe al presidente israelí, Isaac Herzog, con un apretón de manos, el mensaje está claro: criticar un crimen de guerra es delito, cometerlo, no.

Sería un error evaluar la defensa de Israel contra la ley en términos de raza blanca y superioridad europea

Lo que es un crimen lo decido yo, parece ser la consigna de estos políticos. La ley se vuelve irrelevante cuando se trata de defender los intereses de la Nación. Y su nación, de eso están convencidos, incluye Israel. Hay en la derecha quien pinta Israel como una avanzadilla de la «civilización europea» en tierra hostil, un baluarte de esa «cultura judeocristiana» (por mucho que mata por igual a palestinos cristianos y musulmanes) contra la «barbarie» personificada por el islam (Theodor Herzl en 1896 aún lo llamaba «barbarie asiática»). Pero sería un error evaluar esta defensa de Israel contra la ley en términos de raza blanca y superioridad europea, conceptos copiados del nazismo y fascismo de hace un siglo. No solo porque la mitad de los ciudadanos judíos israelíes son de origen magrebí, iraquí, yemení, persa, afgano o etíope —de aspecto sorprendentemente similar a quienes los neonazis quieren echar de Europa al grito de ¡Moros fuera!—, sino porque el fascismo de hoy no para mientes en la etnia. Cuenta la ideología.

Para un fascista de hoy es natural defender Israel como baluarte de la civilización europea contra los españoles que piden el fin del genocidio y a los que considera vendidos y traidores, indignos de formar parte de la nación. No porque Israel sea judía —hace falta mucha ignorancia para creerse el mito de que la religión judía sea más cercana a la cristiana que el islam—, sino porque es fascista. Usando la definición de la Enciclopedia Britannica del fascismo: movimiento caracterizado por «un nacionalismo extremamente militarista, el desprecio a la democracia electoral y al liberalismo cultural y político, la fe en una jerarquía social natural y el gobierno de las élites y el deseo de crear una ‘comunidad del pueblo’ en el que los intereses individuales se subordinan al interés de la nación». (‘Liberalismo’ describe en inglés un sistema que protege las libertades del individuo contra la imposición de un ideario estatal, social o religioso, sin relación con su uso en español moderno).

Llamar hoy día fascista a alguien suele ser un insulto vacío de contenido. Pero no cabe duda de que Israel es el abanderado de una oleada ideológica internacional, que une a Trump en Estados Unidos y Milei en Argentina con Abascal en España, Wilders en Países Bajos, Éric Zemmour en Francia y Viktor Orbán en Hungría: todos ellos admiran la capacidad y el descaro de Netanyahu de despreciar completamente las normas elaboradas en un siglo de construcción de democracia, ley y orden y reemplazarlas por un Ordeno y mando.

Admiran una nación en la que un líder mantiene una «jerarquía social natural», sin las trabas que supone una ley

No estamos hablando de un estilo político, sino de pasos concretos para acabar con el concepto de la democracia con su división de poderes. Como la ley promulgada por Netanyahu en julio de 2023 para despojar al Tribunal Supremo israelí —única instancia de control del Ejecutivo en un país que carece de Constitución— de la capacidad de anular decisiones del Gobierno «extremamente irracionales». Las manifestaciones a favor y en contra estuvieron a punto de provocar una guerra civil; el ataque bárbaro de Hamás el 7 de octubre les salvó el culo a todos y en enero, el Supremo anuló esa ley. Pero la intención queda.

Es esa intención de construir una nación en la que un líder fuerte mantiene una «jerarquía social natural», sin las molestas trabas que supone una ley, un juez o incluso la peregrina idea de que todos los individuos son iguales, lo que admiran los seguidores de las diversas ultraderechas de Europa y América. Su patria ya no es un territorio geográfico determinado con el enemigo acechando al otro lado de una valla o una trinchera, eso es de hace un siglo. Ahora, la patria abarca a quienes se adhieren a ese ideario patriota: húngaros, israelíes, holandeses, españoles y estadounidenses unidos contra húngaros, israelíes, holandeses, españoles y estadounidenses del bando enfrentado, traidores, vendidos a Hamás, culpables del gran reemplazo de la raza blanca judeocristiana con pueblos inferiores, marionetas manipuladas por George Soros. (Eso no ha cambiado: el enemigo preferido de ese fascismo internacional en general y de Benjamin Netanyahu, su hijo Yair y sus ministros en particular sigue siendo un judío).

‘Sangre y Tierra’ era el eslogan nazi para defender la patria, y no otra cosa es la obsesión de Israel con Cisjordania

Esa nación ideológica transfronteriza lleva décadas forjándose, y no hablamos de las habituales diferencias ideológicas entre derecha e izquierda dentro de una democracia parlamentaria, sino de un movimiento que propone una enmienda a la totalidad. Un movimiento que considera que todos los políticos son iguales, toda la prensa miente, todo impuesto es un robo del dinero ganado por el trabajador —robo, así lo llaman— y toda cita con las urnas un mero trámite para acceder al poder; si se pierde, también es un robo y debe tomarse el Capitolio al asalto.

De Putin y la silenciosa labor de zapa en redes sociales de Moscú para erosionar los fundamentos de lo democracia en Europa, fomentando la desconfianza hacia prensa, políticos y ciencia, hablaremos otro día, pero es parte de esa deriva transnacional. Tan transnacional que parece revivir el viejo eslogan de Obreros del mundo, uníos, solo bajo el signo exactamente contrario. Porque no apela a los ciudadanos a unir sus fuerzas para salvaguardar sus derechos sino a renunciar a sus derechos a favor de un concepto abstracto de nación, glorificando morir —o mucho mejor, matar— por una causa de sangre y tierra.

‘Sangre y Tierra’ era el eslogan nazi para defender la patria, y no otra cosa es la obsesión de Israel con Cisjordania, la ‘Judea y Samaria’ de sus ideólogos, el territorio que todos sus Gobiernos ensalzan como patria histórica de «los judíos» hace dos o tres mil años. Una tierra que solo debe ser habitada por quienes sus rabinos proclaman de «genética» judía. La genética, no la fe: se puede ser perfectamente judío y ateo, en el ideario israelí.

El monopolio de una comunidad de lazos de sangre sobre una tierra prometida en escrituras sagradas, por encima de legislación internacional, derechos humanos, democracia o igualdad de ante la ley: esto es lo que un creciente movimiento internacional admira en Netanyahu y sus semejantes. El apoyo a Israel ya no es una oportunista táctica geopolítica o un cauteloso doblegarse ante grupos de presión. Ahora es una orgullosa proclama de cómo imaginar el futuro de la humanidad. Patapum.

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© Ilya U. Topper | Primero publicado en El Confidencial · 13 Sep 2025