Daphni ataca de nuevo
Uri Avnery
No se lo digáis a nadie, pero en muchas manifestaciones, donde proclamábamos nuestro mensaje de paz y justicia sabiendo que ni una sola palabra aparecería en los medios de comunicación, deseé en secreto que la policía viniera y nos golpeara.
Eso atraería a los medios de comunicación, que transferirían nuestro mensaje al público; lo que, después de todo, era el propósito principal.
Esto ocurrió la semana pasada.
¿Se acuerdan de Daphni Leef? Era aquella joven que no podía pagar su alquiler e instaló una tienda de campaña en el bulevar Rothschild, en el centro de Tel Aviv, donde comenzó un movimiento de protesta que al final condujo a casi medio millón de personas a llevar a cabo una protesta social masiva.
Tras el “Verano Social”, nada ha cambiado: los ejecutivos duplicaron sus salarios
Al igual que en la plaza Tahrir, su eslogan fue: “¡La gente pide justicia social!”
Como todos nosotros, los poderes fácticos no estaban para nada preparados. Como se enfrentaban a un nuevo y amenazador fenómeno, hicieron lo que los políticos siempre hacen en estas situaciones: el gobierno se batió en una retirada fingida, nombró a un comité, aprobaron ceremoniosamente sus averiguaciones y después no hicieron nada.
Desde que terminó el “Verano Social” del año pasado, casi nada ha cambiado. Si hubo algún movimiento, fue para peor. Los directores ejecutivos duplicaron sus salarios y los más pobres incluso tienen más dificultades a la hora de pagar el alquiler.
Al final de verano, el alcalde de Tel Aviv, Ron Huldai, nominalmente miembro del Partido Laborista, envió a sus ‘inspectores’ a derribar los cientos de tiendas de campaña instaladas en el bulevar. La protesta pasó a una fase de hibernación prolongada durante el invierno y la ‘seguridad’ de toda la vida borró el objetivo de ‘justicia social’ de la actualidad política.
Todo el mundo esperaba que la protesta, como si se tratara de la bella durmiente, despertaría de nuevo este verano. La pregunta era: ¿cómo?
Ahora está ocurriendo. Con el inicio oficial del verano el 21 de junio, la protesta comenzó de nuevo.
No había ideas nuevas. Evidentemente, Daphni y sus amigos creían que lo mejor era repetir el éxito del año pasado hasta el último detalle.
Todo estratega de guerra lo sabe: el factor sorpresa supone la mitad de la victoria
Volvieron al bulevar Rothschild, intentaron instalar sus pequeñas tiendas de campaña y llamar la atención de las masas para que se unieran a ellos.
Pero hubo una gran diferencia entre este año y el pasado: el elemento sorpresa.
Todo estratega de guerra lo sabe: el factor sorpresa supone la mitad de la victoria. Lo mismo ocurre con la acción política.
El año pasado, la sorpresa fue plena. Al igual que los egipcios cuando cruzaron el canal de Suez el día de Yom Kippur en 1973, Daphni y sus amigos sorprendieron a todos, incluidos ellos mismos.
Pero la sorpresa no se puede recalentar como el café.
Esta vez, las autoridades estaban preparadas. Evidentemente, se han llevado a cabo consultas interminables (si bien secretas). El primer ministro no quería que se le humillara de nuevo, no después de que la revista TIME lo coronara como el “Rey Bibi” y de que el diario vulgar alemán de circulación masiva, BILD, siguiera su ejemplo, entronizando también a su esposa Sara (Sara’le, como se le llama generalmente, es tan querida como lo era María Antonieta en su época).
Evidentemente, las órdenes que Netanyahu y sus secuaces dieron a la policía obligaban a parar violentamente y desde el principio cualquier protesta. El alcalde decidió convertir el bulevar en una fortaleza en contra de los que vivían en las tiendas de campaña (la palabra francesa boulevard deriva del alemán Bollwerk, que significa fortificación, porque a los ciudadanos les gustaba pasear por las murallas de la ciudad. Todavía lo hacen en la bonita ciudad toscana de Lucca).
Sara’le, la esposa de Netanyahu, es tan querida como María Antonieta en su época
Parecía que Netanyahu aprendió mucho de Vladimir Putin, que le hizo una visita de cortesía esta semana. Hace unas semanas, los líderes de la protesta del año pasado fueron citados en la policía e interrogados acerca de sus planes, algo inaudito en Israel (para los judíos de este lado de la Línea Verde). La legalidad de este procedimiento es, como mínimo, dudosa.
Así que cuando Daphni apareció en escena, todo estaba listo.
Los “inspectores” del alcalde Huldai, que nunca antes habían sido vistos en situaciones violentas, atacaron a la escasa docena de manifestantes, los empujaron bruscamente y pisotearon sus tiendas de campaña.
La policía se desplegó al ver que los manifestantes no cedían terreno. No solo los agentes de policía normales y corrientes, sino también policías especialmente entrenados para controlar revueltas y comandos policiales. Las fotos y los vídeos muestran a los policías atacando a los manifestantes, golpeándoles y dándoles patadas. Se ve a un policía asfixiando a una joven con ambas manos. A Daphni la tiraron al suelo, la golpearon y le dieron patadas.
Al día siguiente, las imágenes aparecieron en los periódicos y en la televisión. La gente estaba impactada.
Cuando doce manifestantes comparecieron ante el tribunal después de pasar la noche bajo arresto, el juez criticó severamente a la policía y los envió a casa.
Al día siguiente, tuvo lugar una segunda manifestación en contra del trato que se le dio a Daphni. De nuevo, la policía atacó a los manifestantes, que reaccionaron bloqueando la vía pública y rompiendo las cristaleras de dos bancos.
El gobierno, los jefes de policía y el alcalde estaban horrorizados. “¡Una revuelta bien preparada por bestias violentas!”, según afirmó el comandante de las fuerzas policiales del país en una rueda de prensa convocada especialmente para la ocasión. “¡Vandalismo!”, dijo el alcalde.
En el momento en que ocurrieron estos acontecimientos, un grupo de palestinos, israelíes y activistas internacionales estaban llevando a cabo una protesta en Sussia, un pequeño pueblo árabe que linda con el desierto al sur de Hebrón.
Comparado con lo que ocurrió en Sussia, lo del bulevar Rothschild era un juego de niños
Durante un largo periodo de tiempo, las autoridades de la ocupación han estado intentando expulsar a los palestinos de esta zona para ampliar el asentamiento colindante (que tiene el mismo nombre) y anexar la zona en un futuro. Después de que las viviendas de los árabes fueran destruidas, los habitantes encontraron refugio en antiguas cuevas. De vez en cuando, el ejército intenta expulsarlos, bloqueando las salidas y arrestando a gente. Todos los que formamos parte del movimiento por la paz hemos participado alguna vez en alguna protesta en esa zona.
Comparado con lo que ocurrió allí, los acontecimientos del bulevar Rothschild eran un juego de niños. La policía empleó gas lacrimógeno, balas de acero recubiertas de caucho, cañones de agua a presión y “agua pestilente”, una sustancia hedionda que se queda pegada al cuerpo durante días y semanas.
De esto se puede sacar una lección. No se puede esperar que, de la noche a la mañana, los agentes de policía que normalmente se dedican a aplacar las protestas en Bil’in y otros lugares de Cisjordania y que después son enviados a Tel Aviv, se conviertan de la noche a la mañana en policías londinenses. No se puede mantener a la brutalidad para siempre fuera de la Línea Verde. Tarde o temprano, Bil’in iba a alcanzar Tel Aviv.
Ahora está aquí.
Así que, ¿qué hacemos ahora? Una encuesta a la opinión pública que se ha llevado a cabo esta semana muestra que el 69% de los israelíes judíos (no se les preguntó a los árabes) apoyan a la renovada protesta y un 23% dijo que las protestas violentas puede que se hagan necesarias.
Horas después de su publicación, Binyamin Netanyahu anunció que la subida de impuestos a los pobres y a las clases medias que había planeado se había suprimido. En su lugar, el déficit presupuestario aumentaría espectacularmente. Esto va descaradamente en contra de las convicciones básicas de Netanyahu y da fe del miedo que le tiene a la protesta.
Daphni se niega a entrar en política por miedo justificado a perder mucho apoyo
Pero esto, por supuesto, no provocará ningún cambio real en la estructura de nuestra economía, que está siendo exprimida por el amplio complejo militar-industrial y por los colonos y los ortodoxos. Daphni y sus amigos se niegan a entrar en este tema. Pero ahí es donde está el dinero y, sin eso, el estado de bienestar no puede resucitar.
También se niegan a entrar en política, ya que tienen un miedo justificado a perder mucho apoyo si lo hacen. Pero, como ya se ha dicho, si se huye de la política, la política te persigue.
No existe opción alguna de ganar nada a favor de la justicia social sin un cambio clave en el sistema político del país. A partir de ahora, el Rey Bibi y su corte de derechas son los dueños y señores del país. El bloque de derechas controla a una mayoría del 80% de la Knesset, dejando a los restos del bloque de izquierdas sin autoridad alguna. Con una situación como esta, el cambio es imposible.
Tarde o temprano, el movimiento de protesta social tendrá que decidir si entrar o no en el terreno político. Lo correcto sería convertirse en un partido político (algo como “Movimiento por la Justicia Social”) y presentar candidatos a la Knesset.
La tasa del 69% de partidarios se reducirá, por supuesto. Pero una gran parte permanecerá y creará una nueva fuerza en la Knesset.
La gente que habitualmente votaba al Likud o al Shas podría, por primera vez, votar a un partido conforme a sus intereses económicos más importantes, derribando la obsoleta división israelí entre derechas e izquierdas y creando una división del poder completamente nueva.
Es posible que esto no producirá el cambio decisivo en el primer intento, pero puede que sí ocurra en el segundo. De cualquier modo, desde el primer día cambiaría el orden del día de la política israelí.
Un partido como este estaría obligado, por su propio impulso, a adoptar un programa de paz, basado en la solución de los dos estados, y de un sistema laico, liberal y social-demócrata.
Es posible que esto sea el comienzo de la Segunda República Israelí.