Israel no atacará
Uri Avnery
Israel no atacará a Irán. Punto.
Estados Unidos no atacará a Irán. Punto.
Estados Unidos no atacará. No este año; tampoco en los próximos años. Todo por motivos que van más allá de las consideraciones electorales o las limitaciones militares. Estados Unidos no atacará porque un ataque se traduciría en un desastre nacional para ellos mismos y en un completo desastre para el mundo entero.
“Si quiere entender la política de un país, eche un vistazo al mapa”, afirmó Napoleón. Minutos después de que se emprenda un ataque, Irán cerrará el Estrecho de Ormuz, por donde pasa casi todo el petróleo exportado por Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Qatar, Bahréin, Iraq e Irán (el 40% del petróleo transportado por mar atraviesa el estrecho). Pocos minutos después, el precio del petróleo aumentará; se duplicará, triplicará o cuadruplicará y Estados Unidos y la economía mundial se desplomarán.
Estas pequeñas cuestiones no se les ocurren a las mentes de los generales, los militares, los comentaristas y otros eruditos, que miran el mundo a través de estrechos anteojeras de “seguridad”.
Cerrar el Estrecho sería la operación militar menos complicada: unos misiles lanzados desde la tierra o el mar podrían hacerlo. Para reabrirlo no sería suficiente con que los inmensos portaviones de la Marina estadounidense llevaran a cabo una misión de reconocimiento. Estados Unidos tendría que conquistar grandes áreas de Irán para que el Estrecho estuviera fuera del alcance de los misiles iraníes. Irán es más extenso que Alemania, Francia, España e Italia juntos. Se trataría entonces de una larga guerra que podría equipararse con la Guerra de Vietnam.
Minutos después de un ataque, Irán cerrará el Estrecho de Ormuz, paso de petróleo
Para Irán, no hay diferencia alguna entre un ataque israelí y uno norteamericano: se consideran lo mismo. En ambos casos, la consecuencia sería el bloqueo del Estrecho y una guerra a gran escala.
Todo esto es más que motivo suficiente para que Estados Unidos no proceda al ataque y para que prohiba, a la vez, que Israel lo haga.
Ya han pasado 56 años desde que Israel se enfrascara en una guerra sin informar a los norteamericanos ni tener su consentimiento. Cuando esto ocurrió en 1956, el presidente Eisenhower le volvió a quitar todos los logros de la victoria, hasta el último milímetro. Antes de la Guerra de los Seis Días y en las vísperas de la primera Guerra de Líbano, el Gobierno de Israel envió delegados especiales a Washington para asegurarse el consentimiento inequívoco.
Si esta vez el Gobierno israelí hiciera caso omiso a la voluntad de los norteamericanos, ¿quién restablecería el arsenal del IDF (Fuerzas de Defensa de Israel)? ¿Quién protegería las ciudades de Israel, que estarían expuestas a decenas de miles de misiles procedentes de Irán y de sus peones? Todo ello sin mencionar la ola de antisemitismo que puede surgir cuando los norteamericanos sepan que Israel, y únicamente Israel, es la responsable de un desastre nacional que les afectarían también a ellos.
La presión diplomática y económica norteamericana debería ser suficiente para detener el galope de los ayatolás hacia la bomba. Funcionó en la Libia de Gadafi y está ahora ocurriendo en la Corea del Norte de Kim. Los persas constituyen una nación de comerciantes y podría existir la posibilidad de llegar a un acuerdo que merecería la pena.
Esto es cuestionable porque hace algunos años los neoconservadores de Washington hablaron con mucha verborrea y poca sinceridad sobre lo fácil que sería ocupar Irán, algo que seguramente convenció a los iraníes de adquirir lo último en armas de disuasión. ¿Qué habríamos hecho en su lugar? O mejor, ¿qué hicimos (según informes extranjeros etc.) cuando estuvimos en su lugar?
¿Qué va a suceder entonces? Si no se llega a un acuerdo, Irán desarrollará armas nucleares. No es el fin del mundo. Como han apuntado algunos de nuestros jefes de seguridad más valerosos, no estamos ante una amenaza existencial. Viviremos en una situación de equilibrio del terror, como Norteamérica y Rusia durante la Guerra Fría, como India y Pakistán ahora. No se trata de algo grato, pero tampoco de algo horrible.
Irán no ha atacado a ningún otro país en mil años. Ahmadineyad habla como un demagogo salvaje, pero el líder iraní se anda con pies de plomo. Israel no supone una amenaza para los intereses iraníes. El suicidio nacional conjunto no es una opción.
El ministro de Educación, Gideon Sa’ar, alardea, y con razón, de que Netanyahu se las ha arreglado para que el mundo entero deje de prestar atención a los palestinos y se fije en el problema iraní; de hecho, lo ha conseguido. Obama, dirigiéndose a él, ha dicho: de acuerdo, vaya y juegue con los asentamientos todo lo que quiera, pero, por favor, deje Irán para los adultos.