Opinión

Tormenta sobre Hebrón

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

Israel| Febrero 2012

Parece que los problemas que ha causado la ciudad de Hebrón no tienen límites.

En esta ocasión, el motivo es tan inocente como este: las excursiones de estudiantes a la Cueva de Macpela, donde supuestamente están enterrados nuestros patriarcas.

Hebrón debería ser un símbolo de hermandad y conciliación. Es la ciudad asociada a la legendaria figura de Abraham, el antepasado común de hebreos y árabes. De hecho, el nombre en sí connota amistad: el nombre hebreo Hebrón surge de la misma raíz que ‘haver’, amigo, camarada, mientras que el nombre de la ciudad árabe, al-Jalil, significa ‘amigo’. Ambos nombres se refieren a Abraham como amigo de Dios.

Hebrón es la ciudad asociada a Abraham, antepasado legendario común de hebreos y árabes

El primer hijo de Abraham, Ismael, era hijo de la concubina Hagar, desterrada al desierto para morir allí, cuando Sarah dio a luz a su hijo legítimo, Isaac. Ismael, patriarca de los árabes, e Isaac, patriarca de los judíos, eran enemigos, pero cuando el padre de ambos murió, vinieron juntos a enterrarle: “Entonces Abraham exhaló el espíritu, y murió en buena vejez, anciano y lleno de años (175), y se unió a su pueblo. Y sus dos hijos, Isaac e Ismael, le sepultaron en la Cueva de Macpela…” (Génesis, 25).

Recientemente, Hebrón ha adquirido una reputación muy diferente.

Durante siglos, una pequeña comunidad judía ha vivido ahí en paz, en perfecta armonía con los habitantes musulmanes. Pero en 1929 ocurrió algo terrible. Un grupo de fanáticos judíos protagonizó un incidente en Jerusalén, cuando intentaban cambiar el delicado status quo en el Muro de las Lamentaciones. Estallaron revueltas religiosas por todo el país. En Hebrón, unos musulmanes masacraron a 59 judíos, hombre, mujeres y niños, suceso que dejó una huella indeleble en la memoria judía. (Menos conocido es el hecho de que 263 judíos fueran salvados por sus vecinos árabes.)

En 1968, un grupo de fanáticos judíos fundó el primer asentamiento judío en Hebrón

Poco después de la ocupación de Cisjordania en la guerra de los Seis Días, un grupo de fanáticos judíos mesiánicos se infiltró furtivamente en Hebrón y fundó el primer asentamiento judío. Esto se convirtió en un auténtico nido de extremismo, incluidos algunos fascistas redomados. Uno de ellos era el asesino en masa Baruch Goldstein, que asesinó a 29 musulmanes mientras rezaban en la Cueva de Macpela; en realidad no era ninguna cueva, sino una construcción tipo fortaleza, posiblemente construida por el rey Herodes.

Desde entonces ha habido interminables problemas entre los alrededor de 500 colonos judíos que hay en la ciudad, que disfrutan de la protección del ejército, y los 165.000 habitantes árabes, que están completamente a su merced, desprovistos de cualquier tipo de derecho civil.

Si a los estudiantes les hubieran enviado para escuchar a ambas partes y aprender algo de la complejidad del conflicto, estaría bien. Pero esta no era la intención del ministro de Educación, Gideon Sa’ar.

En persona, Sa’ar (que significa ‘tormenta’) es un hombre muy agradable. De hecho, comenzó su carrera en mi revista, Haolam Hazeh. Sin embargo, es un fanático derechista que cree que su trabajo es limpiar a los niños israelíes del enraizado liberalismo cosmopolita en el que imagina que sus profesores están metidos, y convertirlos en patriotas uniformes y leales, listos para morir por la madre patria. Está enviando oficiales del ejército para que prediquen en las escuelas, exige que los profesores inculquen “valores judíos” (es decir, religiosidad nacionalista) incluso en las escuelas laicas, y ahora quiere enviarles a Hebrón y otros lugares “judíos”, para que sus “raíces judías” crezcan más robustas.

Sa’ar quiere convertir a los niños en patriotas listos para morir por la madre patria

Los niños que van allí ven la “judía” Cueva de Macpela (que durante trece siglos fue una mezquita), los colonos, las calles que se han quedado vacías de árabes, y escuchan el adoctrinamiento de guías patrióticos. Sin contacto con árabes, sin el otro lado, sin ningún otro lado.

Cuando una escuela rebelde invitaba a miembros del grupo de exsoldados por la paz “Breaking the Silence” a acompañarles y mostrarles el otro lado, la policía intervino y evitó que visitaran la ciudad. Ahora, unos doscientos profesores y directores han firmado una protesta oficial contra el proyecto del ministro de Educación y han exigido su anulación.

Sa’ar está preocupado. Con la mirada en llamas tras los cristales de sus gafas, denunció a los profesores. ¿Cómo se les puede permitir a esos traidores que eduquen a nuestros queridos hijos?

Todo esto me recuerda a mi difunta esposa, Rachel. Puede que ya haya contado la historia, en cuyo caso debo pedir indulgencia. Simplemente no puedo evitar contarla de nuevo.

Rachel fue durante muchos años profesora de primer y segundo grado. Creía que después de eso, poco más se podría hacer para moldear el carácter de un ser humano.

Como yo, Rachel amaba la Biblia; no como libro de historia sino como una obra literaria

Como yo, Rachel amaba la Biblia; no como texto religioso o como libro de historia (que no lo es en absoluto) sino como una magnífica obra literaria inigualable en belleza.

La Biblia cuenta cómo el mitológico Abraham compró la Cueva de Macpela para enterrar a su mujer, Sarah. Es una historia preciosa y, como era su costumbre, Rachel hacía que los niños la representaran en clase. Esto no sólo daba vida a la historia, sino que también permitía alentar a los niños y niñas tímidos a los que les faltaba confianza en sí mismos. Cuando eran elegidos para un papel importante en una de esas obras improvisadas, ganaban amor propio y de repente brillaban. A algunos les cambiaba la vida (como me contaron en confianza décadas después).

La Biblia (Génesis 23) narra que Abraham pide al pueblo de Hebrón un terreno para enterrar a su mujer, cuando murió a la madura edad de 127. Todos los hebronitas le ofrecieron gratuitamente sus campos. Pero Abraham quería comprar en campo de Efrón, hijo de Zohar, “por su justo precio”.

Efrón, sin embargo, se negó a aceptar dinero alguno e insistió en conceder al honorable invitado el campo como regalo. Tras una largo intercambio de cortesías, Efrón finalmente llegó a este punto: “Señor mío, escúchame: la tierra vale cuatrocientos siclos de plata, pero ¿qué es esto entre tú y yo?”

La escena fue debidamente representada, con un niño de siete años con una larga barba haciendo de Abraham y otro haciendo de Efrón, con el resto de la clase como el pueblo de Hebrón, que fue testigo de la transacción, como Abraham había pedido.

Si los niños pudieran hablar con árabes y judíos podría ser sumamente instructivo

Rachel explicó a los niños que esta era una forma antigua de llevar los negocios, no directamente centrados en el tema del dinero, sino que primero intercambiaban palabras y protestas educadas, para llegar progresivamente a un compromiso. Añadía que este civilizado procedimiento se sigue todavía en el mundo árabe, especialmente entre los beduinos, incluso en Israel. Para los niños, que nunca antes habían oído nada bueno de los árabes, esto era una revelación.

Después Rachel le preguntaba a la otra profesora cómo había contado la misma historia. “¿Qué quieres decir?” respondía la mujer, “les he contado la verdad, que los árabes siempre mienten y engañan. Si Efrón quería 400 siclos, ¿por qué no lo dijo directamente, en vez de hacer como si quisiera darlo como regalo?”

Si profesores como Rachel pudieran llevar a sus hijos a Hebrón y enseñárselo, dejándoles visitar el mercado árabe de especias y los talleres que durante siglos han estado produciendo el auténtico cristal azul de Hebrón, sería maravilloso. Si los niños pudieran hablar con árabes y judíos, incluidos los fanáticos de ambos lados, podría ser sumamente instructivo. Visitar las tumbas de los patriarcas (que según creen arqueólogos serios, son en realidad las tumbas de jeques musulmanes) que son sagradas tanto para musulmanes como para judíos, podría transmitir un mensaje. Los israelíes judíos no son muy conscientes de que Abraham también aparece como profeta en el Corán.

Antes de conquistar Jerusalén y declararla su capital, el mitológico rey David (también venerado como profeta en el islam) tenía su capital en Hebrón. De hecho la ciudad, ubicada a 930 metros sobre el nivel del mar, disfruta de un aire magnífico y temperaturas agradables tanto en verano como en invierno.

Todo este episodio me lleva a mi viejo caballo de batalla: la necesidad de que todos los niños israelíes, judíos y árabes, aprendan la historia del país.

Visitar las tumbas de los patriarcas de musulmanes y judíos podría transmitir un mensaje

Esto parece evidente, pero no lo es. Nada más lejos. Los niños árabes en Israel aprenden historia árabe, empezando por el nacimiento del islam en la lejana Meca. Los niños judíos aprenden historia judía, que no jugó ningún papel significativo en este país en casi 2.000 años. Grandes partes de la historia del país son desconocidos para uno o ambos lados. Los alumnos judíos no saben nada de los mamelucos y casi nada de las Cruzadas (excepto que masacraron a los judíos en Alemania de camino hacia aquí), y los alumnos árabes saben muy poco de los cananitas y los macabeos.

Aprender la historia del país en su totalidad, incluyendo sus fases judías y musulmanas, crearía una visión común unificada que acercaría los dos pueblos mucho más el uno al otro, y haría que la paz y la reconciliación sean más fáciles. Pero esta posibilidad está tan lejos hoy como hace cuarenta años, cuando la propuse por primera vez en la Knesset, ganándome el sobrenombre de ‘mameluco’ por el entonces ministro de Educación, Zalman Aran, del partido laborista.

En un ambiente diferente, Hebrón se podría ver como debería verse: una ciudad fascinante, sagrada para ambos pueblos, la segunda ciudad más sagrada del judaismo (después de Jerusalén) y una de las cuatro ciudades sagradas del islam (junto con La Meca, Medina y Jerusalén). Con tolerancia mutua y sin los fanáticos de ambos lados, ¡qué lugar tan maravilloso sería para que los niños lo visiten!