«¿Tú estás harto?»
Uri Avnery
«Se puede mentir a mucha gente durante algún tiempo, y a alguna gente durante mucho tiempo. Pero no se puede mentir a todos todo el tiempo».
Esta cita ligeramente cambiada de Abraham Lincoln aún tiene que ser asimilada por Binyamin Netanyahu. Piensa que esto no va con él. En realidad, esto es la esencia de toda su carrera política.
Esta semana, le dieron una lección muy instructiva. Después de ser invitado a una docena de encuentros cordiales entre Netanyahu y Nicolas Sarkozy, los espectadores israelíes de TV consiguieron atisbar la realidad. Esto llegó en forma de un intercambio de opiniones entre los presidentes de Estados Unidos y de Francia.
Sarkozy: » No puedo soportarlo (a Netanyahu). ¡Es un mentiroso!»
Angela Merkel dijo a su gabinete que «cada palabra de Netanyahu es una mentira»
Obama: “¿TÚ estás harto de él? ¡Yo tengo que tratar con él cada día!»
Esto llegó después de que se filtrara que Angela Merkel, la primera ministra alemana, le dijera a su gabinete que «cada palabra que sale de la boca de Netanyahu es una mentira.»
Lo cual lo convierte más o menos en unánime.
Antes de continuar debo decir algo sobre los medios de comunicación respecto a este asunto.
El diálogo fue transmitido en directo a un grupo de periodistas franceses de alto rango, porque alguien olvidó apagar el micrófono. Uno de esos momentos de suerte con el que sueñan los periodistas.
Sin embargo, ni uno de los periodistas de la sala publicó una palabra al respecto. Se lo callaron y sólo lo dijeron a sus colegas, quienes a su vez se lo dijeron a sus amigos, y uno de ellos se lo dijo a un bloguero que lo publicó.
Los periodistas que se convierten en los lacayos del poder traicionan su deber elemental
¿Por qué? Porque los periodistas de alto rango que estaban presentes son amigos y confidentes de las personas en el poder. Así es como consiguen sus primicias. El precio es ocultar cualquier noticia que pueda hacer daño o poner en un aprieto a sus patrocinadores. En la práctica esto quiere decir que se convierten en los lacayos de las personas en el poder, que traicionan su deber democrático elemental que es servir al público.
Sé esto por mi propia experiencia. Como director de una revista de noticias, lo vi como mi deber (y placer) romper esta conspiración del silencio. En realidad, los colegas de otras publicaciones nos habían dado muchas de nuestras mejores primicias, ya que ellos no podían usarlas por la misma razón.
Por suerte, ahora con internet por todas partes, se ha hecho casi imposible ocultar las noticias. Bendito sea el Dios online.
Unas semanas después de que Yitzhak Rabin fuera elegido primer ministro (por segunda vez) en 1992, fui a ver a Yasser Arafat en Túnez.
Sentía, desde luego, curiosidad por la personalidad del líder israelí recién elegido. Sabiendo que me encontraba con él de vez en cuando, me preguntó lo que pensaba de él.
«Es un hombre honesto,» contesté, y luego añadí: «en la medida en la que un político puede serlo.»
Arafat se echó a reír, contagiando a todos los que estaban en la habitación, incluyendo a Mahmoud Abbas y Yasser Abed Rabbo.
Después de que el señor Henry Wotton dijera, aproximadamente hace cuatro siglos, que «un embajador es un hombre honesto enviado al extranjero para mentir por el bien de su país», generalmente se asume que los diplomáticos y políticos pueden mentir, y no sólo en el extranjero. Unos lo hacen tan sólo cuando es necesario, otros lo hacen a menudo, y algunos, como Netanyahu, lo hacen por norma general.
A pesar de la suposición general de falsedad, no está bien para un líder que se le marque como un mentiroso habitual. Cuando los líderes se encuentran personalmente, en privado y cara a cara, se supone que se tienen que decir la verdad, aunque no necesariamente toda la verdad. Tener algo de confianza personal es una gran ventaja. Si un líder la pierde, pierde un activo preciado.
Winston Churchill dijo de uno de sus precursores, Stanley Baldwin, que «el honorabilísimo caballero a veces tropieza con la verdad, pero siempre se apresura como si nada hubiera pasado» (cito de memoria). Uno de nuestros ministros dijo que Ariel Sharon a veces dice la verdad por equivocación. La gente se preguntaba como uno podía saber cuando Richard Nixon mentía: «Es fácil: sus labios se mueven».
Rabin fue fundamentalmente un hombre honesto. Odiaba la mentira y la evitaba siempre que podía. Básicamente él seguía siendo un militar y nunca se convirtió en un verdadero político.
El miércoles pasado fue el 16º aniversario de su asesinato, según el calendario hebreo.
En las escuelas israelíes, el evento estuvo marcado por los discursos y lecciones especiales. Lo que estos ciudadanos del mañana aprendieron fue que es muy malo asesinar a un primer ministro. Y, más o menos, ahí se quedaba todo.
Ni una palabra de por qué fue asesinado. Evidentemente nada sobre la comunidad a la que el asesino perteneció, o qué campaña de odio e incitación condujo al asesinato.
En Israel es casi imposible conseguir una imagen de Rabin donde estreche la mano de Arafat
Ahora el Ministerio de Educación está firmemente en las manos de un ministro del Likud, y uno de los más extremistas. Pero la tendencia no se limita al sistema educativo.
En Israel es prácticamente imposible conseguir una imagen de Rabin en la que estrecha la mano de Arafat. ¿Rabin y el rey Hussein? Tantas postales como quiera. Pero la paz de Rabin con Jordania era un asunto sin importancia, como la paz de Estados Unidos con Canadá. El acuerdo de Oslo, sin embargo, era un hito histórico.
Sólo la gente tildada de «izquierdistas extremos» ―uno de los peores insultos estos días― se atrevía a plantear preguntas obvias sobre el asesinato: ¿Quién? ¿Por qué?
Hay un acuerdo tácito de que la única persona responsable era el asesino real: Yigal Amir, hijo de judíos yemeníes, un antiguo colono y estudiante de una universidad religiosa.
¿Habría actuado él sin la bendición de uno o varios rabinos? Con toda certeza no.
Meses de una intensa incitación llevaron a Amir a hacer lo que hizo. Una campaña sin precedentes de odio dominó la esfera pública. Los carteles mostraron a Rabin con el uniforme de un oficial de las SS. Los grupos religiosos lo condenaron públicamente a muerte en ceremonias medievales. Los manifestantes frente a su casa gritaban: «¡Con sangre y fuego / te echaremos, Rabin!»
En la más famosa (o más infame) manifestación, en el centro de Jerusalén, marcharon con un ataúd marcado con el nombre de «Rabin», mientras Netanyahu miraba desde un balcón, en compañía de otros líderes derechistas.
Y lo más sorprendente: ni una sola voz importante derechista o religiosa se levantó contra esta campaña cruel.
Acorde a este acuerdo general tácito, nada de esto se ha mencionado esta semana. ¿Por qué? Porque no sería bonito. «Dividiría la nación». Los ciudadanos honorables no hacen este tipo de cosas
.Rabin se acobardó ante los colonos, pero los colonos no se acobardaron cuando lo mataron
Rabin no puede ser absuelto de toda la culpa. Después del acto increíblemente valeroso de reconocer a la OLP (y por lo tanto, a los palestinos) y darle la mano a Arafat, no se precipitó para crear un hecho histórico de paz irreversible, sino que vaciló, estuvo nervioso, se contuvo y permitió a las fuerzas de la guerra y el racismo reagruparse y contraatacar.
Cuando Baruch Goldstein, el colono de Kiryat Arba, cometió su masacre en la ‘Cueva de Machpela’, Rabin tenía una excelente oportunidad para limpiar el nido de colonos fascistas en Hebrón. Se acobardó ante los colonos, pero los colonos no se acobardaron cuando lo mataron.
¿Qué pasó después? Esta semana se ha filtrado un documento muy revelador.
Parece que el día del asesinato, Netanyahu habló con el embajador estadounidense (y judío sionista) Martin Indyk. Netanyahu, recordando su participación en la incitación, estaba obviamente aterrado. Confió al embajador que si las elecciones tuvieron lugar inmediatamente, toda la derecha israelí se hundiría.
Sin embargo, Shimon Peres, el nuevo primer ministro, no convocó elecciones inmediatas, aunque varias personas (incluido yo) públicamente le exigieron hacerlo. La evaluación de Netanyahu era bastante correcta: el país estaba furioso, en general se le echaba la culpa del asesinato a la derecha, y si las elecciones hubieran tenido lugar, la derecha habría sido marginada durante muchos, muchos años. Toda la historia de Israel habría tomado un rumbo diferente.
¿Por qué Peres rechazó hacerlo? Porque odiaba a Rabin. No quiso ser elegido como «el albacea del testamento de Rabin», sino por sus propios méritos. Lamentablemente, el público no tenía la misma alta estima de estos «méritos».
Durante los siguientes meses, Peres cometió todo tipo de error concebible (e inconcebible): aprobó el asesinato de un comandante militante de Hamás que condujo a una ola de atentados suicidas con bombas mortales en todo el país. Atacó Líbano, lo que condujo a la matanza de Kafr Kana, y tuvo que retirarse con ignominia. Y luego convocó elecciones adelantadas, después de todo. En su campaña electoral, a Rabin no se le mencionaba siquiera. Así, Peres logró ser derrotado (por un estrecho margen) por Netanyahu.
Una vez escribí que Peres recibió su insulto más grave a solo unos minutos del asesinato. Amir esperaba al pie de las escaleras de la tribuna con su pistola preparada. Peres bajó las escaleras, y el asesino le dejó pasar, como un pescador devuelve con desprecio a un pequeño espécimen al mar. Esperaba a Rabin.
El resto es historia.