Atropellar al inmigrante
Andrés Mourenza
Atenas | Febrero 2012 · Fotografías de Alessandro Penso
Nabi, un marroquí de unos 20 años, está tirado en el suelo. Parece muerto.
Veinte minutos antes, estábamos juntos, sentados en las sillas y el mobiliario recuperado de la basura con el que está decorado un vagón de la vieja estación de tren de Corinto (Grecia), donde habita Nabi junto a otros 50 inmigrantes de Afganistán, Iraq, Argelia, Túnez, Marruecos, Yemen…
Nasir, el afgano políglota y amante del arte que nos hace de intérprete, le pide a Nabi, también un gran amante del arte, que dibuje algo y el joven marroquí boceta el barco de Hellenic Seaways, atracado en la bahía, a unos 500 metros de la estación.
Todos los inmigrantes esperan el afortunado día en que lograrán subirse al ferry; trepando con ayuda de cuerdas o escondidos en los camiones de carga que el barco transporta a Italia. Y de ahí… más al norte, en búsqueda de un empleo, un futuro, una vida segura y normal. Grecia, golpeada por la crisis, se ha convertido en una pesadilla para ellos. No tienen la más remota posibilidad de conseguir un trabajo en un país en el que las cifras de desempleo se disparan sin control. Los griegos no los quieren, y ellos tampoco quieren quedarse en Grecia, pero están atrapados aquí porque los acuerdos de la Unión Europea permiten que terceros países los devuelvan al lugar por el que entraron en la Unión Europea. Y, en los últimos años, Grecia ha sido la puerta de Europa para el 90 % de los inmigrantes.
Detiene el coche, con su parte trasera apuntando hacia nosotros. Y, de repente, pisa el acelerador
Ahora, Nabi está tirado en el suelo.
Todo ha ocurrido muy rápidamente: un grupo de cuatro o cinco vecinos de la localidad conducen sus dos vehículos a la vieja estación de tren, alegando que un inmigrante ha robado algo de dinero en el mercado al aire libre de ese sábado por la mañana. Primero se lían a golpes con el primer inmigrante que pillan, un viejo que cocinaba en un fuego improvisado. Luego tratan de hacer lo mismo a otros inmigrantes, pero los gritos ponen al resto en estado de alarma y más inmigrantes aparecen de entre los vagones con palos y piedras para expulsar a los agresores.
Los atacantes se vuelven a sus coches, aunque uno, antes de entrar en su Renault Megane negro, aprovecha para golpear en la cara a otro inmigrante. El resto trata de detener el Renault negro, pero el conductor gira rápidamente golpeando a otro inmigrante, un argelino de unos 35 años. Después detiene el coche, con su parte trasera apuntando hacia nosotros. Y, de repente, pisa el acelerador y se dirige, marcha atrás y a toda velocidad hacia nosotros. Salto hacia un murete elevado, como también lo hace el fotógrafo Alessandro Penso y otros inmigrantes, para evitar ser atropellado por el coche negro.
Otros corren, pero Nabi es incapaz de superar la velocidad del coche, que lo golpea con fuerza. Su cuerpo es despedido varios metros hacia atrás frente a nuestros atónitos ojos. El demente conductor, vuelve a pisar el acelerador, y escapa, dejando a Nabi tendido en el suelo.
Todos corremos a comprobar su estado de saludo. Ha recibido un fuerte golpe y su cara sangra, pero está vivo (más tarde sabríamos que tenía varios huesos rotos). Llega la policía y, luego, la ambulancia, con considerable retraso pues ese día no hay conductores de ambulancias de servicio en Corinto, dados los recortes exigidos por las medidas de austeridad, y tiene que llegar desde una localidad vecina.
¿Secuestrado?
Los inmigrantes están rabiosos y desesperados. Algunos lloran y aseguran que dos de sus compañeros argelinos —uno de unos 50 años llamado Ibrahim y otro de unos 20, de nombre Hassan— han sido secuestrados por los atacantes, que se los habrían llevado en el primer coche. Los llaman al teléfono móvil, pero nadie responde.
“Esta gente viene cada dos por tres, armados con porras y palos. Si encuentran a alguno solo le pegan hasta dejarlo medio muerto”, denuncia un tunecino de 30 años, demasiado asustado para dar su nombre. “Nosotros no hacemos nada malo, incluso comemos lo que encontramos entre la basura, para no molestar a los autóctonos”, dice Abdulyalil: “Lo único que hacemos es esperar a que llegue el buen tiempo para poder escapar de este país”. “Hace diez días —explica el argelino Ahmed— vinieron unos y me dispararon con una pistola de balas de plástico. Conducían un Toyota 4×4 blanco”. Sin embargo, estos inmigrantes no pueden ir a la policía a denunciar los abusos y ataques.
“Si vienen a denunciar algo, los tengo que detener porque están viviendo aquí de forma ilegal.Lo siento pero así es la ley”, se excusa un inspector de policía de Corinto. Incluso ahora, que un grupo de periodistas —el fotógrafo italiano Alessandro Penso, el fotógrafo griego Giorgos Moutafis, el periodista español Antonio Cuesta y yo mismo— hemos sido testigos, los oficiales de policía tratan de minimizar el incidente.
“Ya sabéis… el propietario del coche tiene problemas psiquiátricos.Lo hemos detenido antes. Incluso ha estado en el hospital internado”, dice el jefe de policía.
“Puede ser, pero ¿también sus amigos tienen problemas mentales?”, le preguntamos.
“Esta mañana, los inmigrantes robaron dinero en el mercado…”, justifica el policía.
“Incluso si eso fuese así, esto no les da derecho a ir y tratar de matar a los inmigrantes”, me quejo yo.
“Sí, eso es tu opinión”, dice el jefe de policía.
“No, oficial, eso no es mi opinion. Eso es la ley”.
«El propietario del coche tiene problemas psiquiátricos.Lo hemos detenido antes»
Dos días más tarde, la mañana del lunes, la policía arrestó al sospechoso de haber cometido el ataque racista de Corinto. Uno de los dos inmigrantes hospitalizados pudo abandonar el centro de salud y regresar a la estación de trenes, junto a los otros inmigrantes.
Nabi sigue en el hospital, donde se le trata bien, y se recupera, aunque con ciertas dificultades. Así lo pudieron constatar los fotógrafos Alessandro Penso y Giorgos Moutafis, que lo visitaron el lunes. También el periodista Antonio Cuesta acudió a hablar con los inmigrantes en la estación de trenes ese mismo día.
Unos activistas de la Iniciativa Antirracista de Corinto, alertados tras el incidente, visitaron las autoridades y la policía el lunes para informar sobre el caso. Esto ayudó a aclarar qué pasó con los inmigrantes desaparecidos. Se sigue sin tener noticias de uno de ellos, pero según el grupo, puede que simplemente haya escapado. El otro se halla en las dependencias policiales. Algunos inmigrantes sostienen que fue “arrestado” por quienes viajaron en el segundo coche involucrado en el ataque, el que no atropelló a Nabi. Luego lo habrían entregado a la policía como sospechoso de un hurto en el mercado al aire libre el sábado por la mañana. Si es cierto constituye un delito de secuestro, ya que ningún ciudadano civil tiene poder de “arrestar” a otro.
La policía niega este extremo y asegura que los agentes realizaron la detención. Por otra parte, la policía no ha considerado a los ocupantes del segundo coche como perpetradores del ataque ni los ha arrestado.
“De todas formas está claro que esto es un ataque racista asesino que no puede ser tratado como un incidente habitual. Este verano ha habido otros ataques anteriores en Corinto, que siguen sin resolverse. Si esta vez no se aplica un castigo ejemplar, es obvio que se multiplicará el riesgo de esos actos racistas”, asegura la Iniciativa en un comunicado. “Los ciudadanos de Corintio será consciente de estas acciones. Porque toda sociedad se juzga por cómo trata a los más débiles en su seno”, añade.
Las autoridades municipales de Corinto y la policía han prometido que estarán más atentas respecto a la seguridad de los inmigrantes, para evitar este tipo de ataques en el futuro. Personalmente, nunca olvidaré los ojos de Abdulyalil, Ahmed y los otros inmigrantes, cuando pedían: “Escribe lo que ha pasado, escríbelo. Europa debe saberlo”.
Los hechos relatados ocurrieron el sábado 18 Febrero sobre las 15:45 en Corinto, Grecia. Este texto se puede distribuir libremente sin permiso previo, simplemente citando como fuente los autores de texto y fotografías (Andrés Mourenza / Alessandro Penso).